Cazarr
Madmaxista
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- 14 Ene 2013
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Cuando eres solterón y no le interesas a nadie —después de haber pasado media juventud machacándotela en la ducha porque en el instituto no pillaste cacho y llegas a la edad adulta curtido, muerto y renegado— te alcanza una rara sensación de calma, de paz. Acabas domando ese runrun interior que te presiona para que salgas por ahí y te aparees. O eso crees.
Quizá sea el eco de tu propia voz desde el futuro, que te grita desde los recuerdos lamentando no haber cambiado a tiempo. No lo sé.
Cuando no te interesa entrar en Instagram porque sabes que no aportas nada y los demás parecen llevar una vida a tope, cuando eres nini-casapapi o cuando tienes un trabajo monótono y mecánico en el que no interactúas con jóvenes pizpiretas y se atrofian aun más tus escasos talentos sociales, acabas olvidando el aroma a coco y vainilla, las sonrisas profident masticando chicles de fresa y los shorts cortos y ajustados. Olvidas a las mujers, como Frodo olvidó el sonido del río o el sabor de las fresas en el Monte del Destino. Dejan de existir. No caes en la tentación de mirar atrás, como sí cayó Orfeo con su Eurídice.
En esa encrucijada eliges el camino del sosiego y de la solitud, y es ahí donde te cultivas a ti mismo. Unos se mazan, otros se autistan. Pero todos cultivamos facetas de nuestro interior: te interesa la historia, la filosofía, la ciencia, el cine, los videojuegos, la literatura... lo que sea. Hasta frikadas. Pero saboreas actividades solitarias que te enriquecen sin necesidad de compartirlas con nadie y le dan, si no sentido, sí cierto placer a la vida. Compensan la ausencia de una mujer a tu lado, que ilusamente crees prescindible. Somos felices porque generan la ilusión de que no existen y por tanto no te estás perdiendo nada ahí fuera. "A los monstruos no mirar".
Pero ay, amigo, como se te ocurra mirar. Como se te ocurra asomarte al vacío éste te devolverá la mirada. Y te petrificará. Y en ese momento una plaga azotará todos tus cultivos interiores. Todo se hiela, se rompe y se desmorona como un castillo de naipes en un suspiro. Todo lo que has invertido en ti mismo carece de valor felicitario y te invade la derroyente sensación de haber perdido el tiempo. La soledad se vuelve un trago amargo, un veneno del que has estado bebiendo largo tiempo. Enhorabuena, alma en pena: has despertado de tu propio embrujo.
En tu vanidad creíste que ser monje era fácil. Creías haber hallado la secuencia perfecta, discreta, feliz, conformista: el caminito rural intransitado que te llevará siempre a una choza pequeña y poco agraciada pero cálida y acogedora en mitad del bosque. Pero de pronto te parece haber visto a Caperucita por los bosques... y te sorprende el Lobo destruyendo tu casa, tus libros, tus ilusiones. Todo.
Todo lo que antes era colorido, fresco y verdoso ahora es gris, ceniza y polvo.
Todo se vuelve insuficiente cuando miras al Vacío y éste te devuelve una sonrisa. No entréis si no queréis volver a morir...
Quizá sea el eco de tu propia voz desde el futuro, que te grita desde los recuerdos lamentando no haber cambiado a tiempo. No lo sé.
Cuando no te interesa entrar en Instagram porque sabes que no aportas nada y los demás parecen llevar una vida a tope, cuando eres nini-casapapi o cuando tienes un trabajo monótono y mecánico en el que no interactúas con jóvenes pizpiretas y se atrofian aun más tus escasos talentos sociales, acabas olvidando el aroma a coco y vainilla, las sonrisas profident masticando chicles de fresa y los shorts cortos y ajustados. Olvidas a las mujers, como Frodo olvidó el sonido del río o el sabor de las fresas en el Monte del Destino. Dejan de existir. No caes en la tentación de mirar atrás, como sí cayó Orfeo con su Eurídice.
En esa encrucijada eliges el camino del sosiego y de la solitud, y es ahí donde te cultivas a ti mismo. Unos se mazan, otros se autistan. Pero todos cultivamos facetas de nuestro interior: te interesa la historia, la filosofía, la ciencia, el cine, los videojuegos, la literatura... lo que sea. Hasta frikadas. Pero saboreas actividades solitarias que te enriquecen sin necesidad de compartirlas con nadie y le dan, si no sentido, sí cierto placer a la vida. Compensan la ausencia de una mujer a tu lado, que ilusamente crees prescindible. Somos felices porque generan la ilusión de que no existen y por tanto no te estás perdiendo nada ahí fuera. "A los monstruos no mirar".
Pero ay, amigo, como se te ocurra mirar. Como se te ocurra asomarte al vacío éste te devolverá la mirada. Y te petrificará. Y en ese momento una plaga azotará todos tus cultivos interiores. Todo se hiela, se rompe y se desmorona como un castillo de naipes en un suspiro. Todo lo que has invertido en ti mismo carece de valor felicitario y te invade la derroyente sensación de haber perdido el tiempo. La soledad se vuelve un trago amargo, un veneno del que has estado bebiendo largo tiempo. Enhorabuena, alma en pena: has despertado de tu propio embrujo.
En tu vanidad creíste que ser monje era fácil. Creías haber hallado la secuencia perfecta, discreta, feliz, conformista: el caminito rural intransitado que te llevará siempre a una choza pequeña y poco agraciada pero cálida y acogedora en mitad del bosque. Pero de pronto te parece haber visto a Caperucita por los bosques... y te sorprende el Lobo destruyendo tu casa, tus libros, tus ilusiones. Todo.
Todo lo que antes era colorido, fresco y verdoso ahora es gris, ceniza y polvo.
Todo se vuelve insuficiente cuando miras al Vacío y éste te devuelve una sonrisa. No entréis si no queréis volver a morir...
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