Se me acaba de ocurrir

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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- Una cerveza.
- ¿Barril, tercio?
- ¿Tienes la clásica de Mahou?
- Sí, de barril.
- Pues una cinco estrellas.

Bien.

Recuerdo una vez que un latinito pidió una cerveza con cocacola. Este no era latinoamericano sino del terruño, aunque (saltaba a la vista) de otro pueblo mucho más pequeño.

- ¿Tienes bocadillos? -dijo aún antes de abrirle la cerveza.
- No -respondí esperanzado- Tengo tostas.

Le acerqué la carta que miró con evidente decepción.

- Yo quería un bocadillo. ¿Como no tienes bocadillos?

"¿Como no tienes bocadillos?"

- A tiempo estás. ¿Quieres la cerveza?

Dudó.

- Sí.

Una cuestión de orgullo.

Enseguida recibió una llamada telefónica que a mi amigo y a mi no nos quedó más remedio que oír de fondo.

Una ecografía. Una problemática ecografía de algún otro.

Eran las tres y cinco de la tarde, casi hora de cierre.


- Recuerdo un día -dijo mi amigo- Estábamos en la feria. Éramos chicos, habíamos bebido y de regreso a casa nos topamos con la máquina del abrazo...¿Te acuerdas de esa máquina?
- ¡Claro!
- Bien. Ponme otro vino. Gracias. Pues llegamos y bueno, ya sabes, a probarnos y tal...¡Y eso sin ninguna tía ni medio cerca!
- Jajaja
- Y llega uno de mis colegas y coge la posición y los puños en la cara, midiendo la distancia y va a golpear la pera y justo antes del último paso tropieza y conforme cae la golpea con la cabeza y le marca una cosa.
- Jajaja
- Jajaja

- Adiós -dijo el extraño.
- Adiós.

Eché la llave. Serví unos vasos.


- Recuerdo a un tipo. Ya era viejo hace veinticinco años, así que estará muerto. Destacaba. Era un tío alto, erguido, de nariz aguileña y con todo su pelo, aunque ya blanco. Manolo era su nombre. No Manuel o don Manuel, o señor Manuel, no...Manolo. O al menos así era en el viejo bar. Hay cosas...Mira que te diga...que se ven. Que se ven al primer golpe de vista: la forma de sentarse en un taburete, pedir las cosas, el simple hecho de encender un cigarrillo...No sé como explicarlo. Pero se ve. Se ve.
Manolo no buscaba ni rehuía conversación alguna. Él estaba allí sentado, cruzado de piernas en su taburete, bebiendo vino blanco del país y fumando Marlboros de cajetilla dura casi en cadena pero sin ansia. Fumaba tan bien como se sentaba.
Por aquel entonces yo tenía veintipocos años y ya arrastraba con los problemas que sigo teniendo. Ya te he dicho que Manolo no hablaba con nadie y es la verdad; tampoco rechazaba y también es verdad. Él estaba allí, en el bar, y quien quisiera hablar con él, hablaba. Claro está que a un tipo como él le bastaba una mirada a su copa de vino blanco de cualquier marca pero frío para zanjar conversaciones no deseadas, cosa que vi muchas veces. Pero eso fue algo que nunca le pasó conmigo.
El bar estaba tranquilo y yo andaba limpiando vasos o lo que fuera.

- Kufistín, un vino.
- Como va eso, Manolo.
- Bien, hijo.

Por mi padre me enteré que había sido un tío de familia de pasta. Todo se lo fundió. Nunca pegó un palo al agua. Y ya, viejo, había venido a morir a su pueblo.

Las mejores mujeres eran las caribeñas. Un bolero pegado a una de ellas era lo más grande de la vida. Literal.


- ¿Y?
- No sé. Se me acaba de ocurrir.
 
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