Saturno en la Revolución

Eric Finch

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Saturno en la Revolución | El blog de Santiago González

Saturno en la Revolución

Publicado el Jueves, 21 junio 2018 por Santiago González

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Nueva Revista de la Universidad Internacional de la Rioja ha publicado en su último número un artículo que me pidió mi amigo Juan Carlos Laviana sobre Danton y la Revolución francesa vistos por Andrzej Wajda. Helo aquí:

Andrzej Wajda es uno de los más briosos narradores de nuestro tiempo. Dejó a su fin 55 películas que dan testimonio de su talento como cineasta y de su amor a la libertad. Ambos resplandecen en ‘Katyn’, la crónica implacable de la destrucción de una nación, la suya, mediante la eliminación de sus clases medias: 22.000 intelectuales, profesores universitarios, oficiales del ejército, uno de los cuales era su propio padre. La primera secuencia es extraordinaria: una multitud polaca en un puente, aterrorizada por la llegada de los nazis por uno de los extremos. La cabeza vuelve sobre sí misma espantada. Por el otro extremo han entrado los soviéticos. No se ha hecho una descripción tan exacta de lo que fue el pacto germano-soviético que Stalin firmó con Hitler el 23 de agosto de 1939 y que en la práctica era la autorización para invadir Polonia ocho días después. Aquel puente era una metáfora perfecta del pasillo de Danzig.

Wajda fue un cineasta de su tiempo y su país durante la dictadura comunista. Su cine ha contado desde su trilogía de la guerra al duro retrato del estajanovismo de ‘El hombre de mármol’ pasando por el nacimiento del sindicato Solidaridad, al ya citado canto fúnebre de Katyn. No permanece ajeno a los grandes asuntos de la historia de Europa y es aquí donde debemos inscribir ‘Danton’, coproducción francopolaca, basada en una obra de la joven dramaturga Stanislawa Przybyszewska, con guión de Jean Claude Carrière, mano derecha de Buñuel durante su etapa francesa.

Las primeras imágenes muestran a Georges Jacques Danton, que vuelve a París de su residencia en el campo con su jovencísima segunda esposa. Un subtítulo señala: ‘París, primavera de 1794. 2º año de la República’. Sin embargo, parece que Danton llevaba ya en la capital desde septiembre del 93, mes en el que comienza El Terror. Wajda circunscribe su relato a unos pocos días, ya que la primavera del 74 se trunca para Dantón el día 5 de abril, fecha en la que él y sus viejos camaradas del Club de los Cordeleros suben las escaleras del cadalso.

Vemos una actuación del Comité de Salud Pública registrando un carro: “No tengáis piedad”, dice el que lleva la voz cantante. “¿Ahora por qué tenemos racionado el pan?” pregunta la muchedumbre. “La culpa la tienen los que quieren desacreditar al Gobierno”, dice un manifestante. “Tal vez sea culpa del propio Gobierno”, replica otro de la cola. Sin muchos subrayados, Wajda muestra los efectos colaterales de la Revolución: la represión y el hambre.

Robespierre ve desde su ventana a Danton y su mujer, bañándose en la multitud. La muchedumbre que protestaba por la falta de pan se entusiasma cuando lo reconoce: “¡Es Danton, el héroe del 10 de agosto!” Es el 10 de agosto de 1792, día en que el pueblo asalta las Tullerías. La película de Wajda pone el foco en el duelo Danton-Robespierre, principalmente sobre la oposición de Danton al Terror que el abogado Robespierre impuso como marca de la Revolución. La entrada triunfal de Danton en París es vista por Robespierre mientras Héron le lee algunas denuncias de Camille Desmoulins en su periódico, ‘Le Vieux Cordelier’: “El Comité de Salud Pública prefiere que mueran muchos inocentes a que se salve un solo culpable” y su encendida defensa de la libertad de expresión amenazada por el Comité. “¿Se han distribuido ya?”, pregunta Robespierre. “No, están todavía en la imprenta”. “¿Y a qué esperas?”

Tal vez Danton no fuese muy clemente, o bien su indulgencia era sobrevenida. Menos de un mes después del asalto a las Tullerías, son asaltadas las cárceles de París con la aquiescencia de Danton que acababa de ser nombrado ministro de Justicia. Fueron asesinados cerca de 1.400 presos, entre ellos la princesa de Lamballe, cuya cabeza decapitada es clavada en una pica y mostrada a Mª Antonieta a través de la ventana de su celda.

El coche de caballos en el que viaja Danton pasa por la plaza de la Revolución, donde se levanta la guillotina, cubierta parcialmente por lonas, pero enseñando su cuchilla amenazante, en una imagen premonitoria de lo que espera al protagonista y que es el símbolo del Terror, periodo en el que se inscribe el relato de esta revolución vista por los ojos de Andrzej Wajda.

La película es un mano a mano entre Georges-Jacques Danton y Maximilien Robespierre, lo que supone un gran duelo interpretativo entre Gérard Depardieu y Wojciech Pszoniak, un excelente actor polaco que encarna al Incorruptible. La única debilidad que muestra su personaje es su afecto por Desmoulins, al que trata de apartar de sus compañeros inútilmente. Él intenta salvar a Camille, incluso a Danton, ofreciéndoles una salida que hoy llamaríamos Forcadell: Danton, vente con nosotros. Camille, tu periódico va a desdecirse de lo que ha publicado en estos meses. Desmoulins, que se ha mostrado débil y miedoso, recupera el valor durante el proceso y rechaza la mano protectora de Robespierre.

El proceso a Danton y sus cordeleros y la pugna de estos contra Robespierre y el Terror, la Convención contra el Comité de Salud Pública, centran la narración de ‘Danton’ que debió de ser un personaje parecido al que interpreta Depardieu: bromista, bon vivant, un sí es no es venal, es decir, todo lo contrario de quien había hecho de la virtud su estrella polar. “Me preguntáis qué es la virtud”, decía Danton. “Es lo que le hago todas las noches a mi esposa”. No podía congeniar mucho tiempo con el puritano Robespierre, a quien ni siquiera le conocemos mujer, pese a la evidente atracción que por él manifiesta su patrona, Éléonore Duplay. En el encuentro que mantienen los dos protagonistas en casa de Danton y que este ha preparado con mimo, su antagonista rechaza las viandas y le acusa de corrupto, para defender su creencia en la felicidad del pueblo. “Tú ni siquiera conoces al pueblo. Llevas peluca de pisaverde y jamás te has acostado con ninguna mujer”.

Saint Just y los radicales empujan a Robespierre a la detención de los cordeleros. El pueblo se agolpa para ver a los detenidos, pero ya no son los entusiastas de las primeras escenas que dan vivas al héroe del 10 de agosto. Más bien se burlan: “El creador de los tribunales revolucionarios, procesado. Mereces que te escupan en la cara”. Aquella misma noche de su detención, Danton grita: “tres meses, les doy tres meses y todo se vendrá abajo”.

Wajda pone en labios de Danton durante su juicio un juicio inapelable contra todo el proceso revolucionario: “La Revolución es como Saturno que devora sucesivamente a sus propios hijos”. Esta es la síntesis más acabada que puede hacerse de la película. Aunque el Incorruptible no aparece en el proceso es el destinatario de todos los mensajes del acusado principal. “Si me cortas la cabeza”, dice al presidente del Tribunal, “el cuerpo del que te dio la orden pronto se pudrirá al lado del mío”.

Al día siguiente, mientras la carreta le conduce a la Plaza de la Revolución que al final del Terror será rebautizada como Plaza de la Concordia, Danton mira hacia la casa de Robespierre. Y augura: “Me seguirás muy pronto, nadie se acordará de ti. Derribarán tu casa y sobre ella sembrarán sal”. Después sube al cadalso y dirige sus últimas palabras al verdugo: “Mostradle mi cabeza al pueblo; vale la pena”. Cuando el cae la cuchilla sobre su cuello, vemos a Robespierre en la cama, cubriéndose la cabeza con una sábana como en un acto reflejo, en un paralelismo que se ido mostrando a lo largo de la historia.

Entra al dormitorio un Saint Just eufórico: “Maxime, se acabó. Nuestra victoria ha sido total. El pueblo ni siquiera se ha movido. Maxime, debes aceptar la dictadura. Ahora mismo”. El deprimido dirigente replica: “Tengo la impresión de que todo en cuanto tenía fe se ha desvanecido. La Revolución va por mal camino. Tú mismo reconoces que la dictadura es necesaria, por lo tanto la Nación no puede gobernarse por sí misma. ¿La democracia era una simple ilusión?” Vuelve a taparse con la sábana y pide a su airado visitante: “no me despiertes cuando te vayas” y da paso a la última secuencia, un feroz sarcasmo de los que jalonan toda la película:

Éléonore Duplay, la hospedera enamorada, lleva ante Robespierre a su hermano pequeño, a quien le ha hecho aprender de memoria a base de cachetes ‘La declaración de los derechos del hombre y del ciudadano’ aprobada por la Asamblea Nacional en 1789: “Artículo primero: Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.” El niño va desgranando su retahila sobre la libertad, la soberanía, la igualdad, hasta el artículo V, en el que empiezan a desfilar los títulos de crédito.

Las premoniciones de Danton en el relato de Wajda se cumplen inexorablemente. Tres meses y 22 días después, Robespierre, Saint Just, Couthon, Philippe La Bas y los suyos son acorralados y detenidos por orden de la Convención. A Robespierre se le niega el uso de la palabra y un diputado, Garnier de l’Haubele, le acusa: “Robespierre, la sangre de Danton te ahoga”.

Fouquier Tinville volvió a ser el implacable acusador público y consiguió la condena capital para los miembros del Comité de Salud Pública citados. El mismo Tribunal Revolucionario en el que tanto se había lucido como fiscal lo condena a la guillotina el 6 de mayo de 1795, con otros quince procesados. La sentencia se cumple en la mañana del día siguiente. Fouquier es el último en subir las escaleras del cadalso.

Si entre todos los personajes del filme hay alguno que pueda asumir la función de Saturno sería Antoine Quentin Fouquier de Tinville, el alma de la acusación en los tribunales revolucionarios. Era un vocacional. Desde su elección en marzo de 1793, seleccionaba a los jueces y también a los jurados, recibía al verdugo, seleccionaba las carretas para el último viaje de sus condenados y después rendía cuentas al Comité de Salud Pública. Su primer gran éxito fue la condena de Charlotte Corday, una joven de buena familia que había acuchillado a Jean-Paul Marat, l’ami du peuple. Ser descendiente de Pierre Corneille, una de las glorias literarias de Francia, no la eximió de ofrecer su cuello al verdugo el 17 de julio de 1793. Incluso pudo ser un agravante.

También montó la acusación contra la Reina María Antonieta, guillotinada el 16 de octubre del mismo año. En la primavera del 74 fue el instrumento eficaz de Robespierre para librarle de sus enemigos más radicales. Fue el acusador de los hebertistas, seguidores de Jacques René Hébert, editor de ‘Le Père Duchesne’, que pasaron por la guillotina el 24 de marzo de 1794. Doce días después conseguía la ejecución de Danton y sus partidarios: Jean François de Lacroix y Pierre Philippeaux, Chabot, Fabre d’Eglantine, Hérault y otros, y el más cualificado de entre todos ellos, Camille Desmoulins, propagandista eficaz y editor de ‘Le Vieux Cordelier’, que era primo suyo, lo que viene a reforzar la idea expresada por Danton durante el juicio con la metáfora de Saturno.

Toda la película es una magistral contraposición de las palabras que sirvieron a la Revolución y los hechos. Las declaraciones, los valores revolucionarios, las proclamas operan como un subrayado sarcástico de las imágenes que se ven en la pantalla.

Los franceses siempre han sido unos excelentes propagandistas de su propia historia, empezando por el relato de su Revolución. Baste el ejemplo de que la Plaza de la Revolución, escenario del Terror, fue rebautizada a su final como Plaza de la Concordia. Hicieron otro tanto con la épica de la Resistencia frente al nazismo y con aquella revolución inconclusa que fue mayo del 68.

La revolución fue en realidad una experiencia para cínicos. Por eso pasaron por ella surfeando el Terror dos tipos como Talleyrand y Fouché, a los que retrató con exactitud Chateaubriand en sus ‘Memorias de Ultratumba’, describiendo la pareja que formaban ambos cuando cruzaron la antesala de Luis XVIII para presentar al monarca sus respetos: “De repente, entró el vicio apoyado en la traición”.

El 14 de julio de 1790, la Revolución celebraba el primer aniversario de la toma de la Bastilla y lo hizo con una misa solemne que ofició en el campo de Marte Talleyrand, que entre sus variados oficios también tenía el de sacerdote. Fue un efímero presidente de la Asamblea Nacional, embajador en Londres, sirvió a la Monarquía, a la Revolución y al Directorio, fue ministro de Asuntos Exteriores, ministro de Marina y primer ministro. “Solo el que ha vivido antes de la Revolución sabe lo que es la dulzura de vivir”, escribió, sentencia que inspiró a Bertolucci el título de una de sus primeras películas.

Su mortal enemigo, Joseph Fouché, llevó una vida paralela. Fue seminarista hasta 1790, aunque no llegó a tomar los hábitos. Atravesó la Revolución como saqueador de iglesias en 1792, comunista en el 93, multimillonario poco después y en la primera década del siglo XIX fue nombrado duque de Otranto y ministro de Policía de Napoleón. Votó la pena de fin para Luis XVI y se casó con la hermana de Robespierre. El genio tenebroso lo llamó Stefan Zweig en la que probablemente es la mejor biografía que se ha escrito de este espejo de intrigantes. Dice Zweig que el gran pecado de la Revolución francesa fue embriagarse de palabras sangrientas, porque los hechos siguieron inevitablemente a las expresiones frenéticas”

Danton muestra a un líder clemente en abierta oposición al fanático Robespierre. Ninguno de los dos es un cínico como la pareja citada anteriormente. Por eso las cabezas de los dos son segadas por la cuchilla, instrumento de la Revolución para liquidar a sus hijos, mientras Talleyrand y Fouché se hacen ricos y alcanzan las cimas del poder político, sobreviviéndola, en el Directorio y durante el imperio napoleónico, aunque todo eso es parte de otra historia que queda fuera de la película de Wajda.

La despiadada contraposición entre los admirables textos de la Revolución francesa y sus hechos cuestionan esa preeminencia absoluta que los franceses y los europeos la han atribuido siempre. La Revolución americana consiguió su Declaración de Independencia en 1776, alumbrando un año más tarde su admirable Constitución: “We, the people of the United States…” Fue 16 años antes del Terror y jamás conoció la guillotina, ni el Directorio, ni el imperio napoleónico. Siempre fue República y jamás conoció la dictadura.
 
“La Revolución es como Saturno que devora sucesivamente a sus propios hijos”. Esta es la síntesis más acabada que puede hacerse de la película

uno enorme cantidad de revolucionarios si analizas sus biografias tienen un monton de rasgos psicopaticos. su cerebro les condiciona a destruir y a traicionar. estas personalidades se aglutinan en muchos de estas sociedades revolucionarias donde encontraban gran cantidad de personas dispuestas a ser manipuladas.

cuando llegan al poder, el orate no cambia, pues su forma de actuar no esta basada en el entorno, ni en las circunstancias politicas, sino en la estructura de su cerebro, produciendose estas situaciones delirantes.

esta es mi humilde aportación a la Historia, que espero qeu sea aprovechada por historiadores para aportar algo de luz sobre las causas de la enorme destruccion que provocan estos periodos revolucionarios.

tristemente eso calificaria inmediatamente al bando revolucionario como el bando malo, y esto es algo que muchos historiadores, an aras de una mal entendida neutralidad, nunca van a aceptar.
 
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