Santa Teresa de Jesús, Domingo Báñez y la financiación de los monasterios

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TERESA DE JESÚS Y LA ESCUELA DE SALAMANCA
José Antonio Álvarez Vázquez

Es posible que muchos se sorprendan del título de este artículo y al final del mismo, si han sucumbido a la curiosidad de leerlo, tal vez concluyan que debería haberse titulado “Teresa de Jesús y algunos miembros de la Escuela de Salamanca”, pues en él se estudia la parte económica de la relación de Teresa de Jesús con Domingo Báñez, miembro de dicha Escuela, desde que se conocieron en 1562 hasta la fin de ésta en 1582 y se resumen brevemente otras coincidencias entre las ideas económicas de la monja y los planteamientos económicos de otros miembros de la Escuela.(1)

El título se lo debo a la propia Marjorie Grice-Hutchinson, cuando señala que “Domingo Báñez (1528-1604)... es recordado como el amigo y confesor de santa Teresa”(2) En las obras de Teresa de Jesús quedan abundantes huellas de esa relación, siempre con agradecimiento de la ayuda que le prestó el dominico y con público reconocimiento de su sabiduría y prudencia. Lo conoció en Avila, recién llegado el dominico para enseñar en el convento de Santo Tomás, cuando ella daba sus primeros pasos fundacionales y dudaba sobre cómo fundar su monasterio, de renta o de limosna; sobre ello consultaba a todos los que le merecían algún crédito. Uno de los consultados, partidario de que fundara con renta, era Domingo Báñez, quien, pese a no haber sido escuchado, hizo una brillante y convincente defensa ante las autoridades de Avila, en agosto de 1562(3) de su primer monasterio de limosna, “aunque [el dominico] era contrario –no del monasterio, sino de que fuese pobre”, como ella misma reconoce (4). . A partir de ahí fue su confesor durante seis años, fue censor de sus obras espirituales, consultor sobre todos los problemas que se le planteaban(5) y asesor en asuntos económicos, aspecto este último que es el que se desarrolla a continuación.

Teresa de Jesús (1515-1582), monja desde muy joven (desde 1535) en el monasterio de La Encarnación de Avila, realizó tales progresos en su vida espiritual y mística que hacia 1560 comenzó a plantearse la posibilidad de fundar en la misma Avila otro monasterio con más “encerramiento, pobreza y oración” que los existentes hasta ese momento y más acorde con sus aspiraciones espirituales; llegó, pues, a la actividad fundacional después de haber cumplido su camino espiritual y después de haber tenido experiencias místicas. En su estilo, vuelve al mundo después de haber salido de él y haber experimentado a Dios.

En un principio sólo pensaba fundar en Avila, pero en 1567 el general de la Orden del Carmen la autorizó y animó a continuar fundando nuevos monasterios, algo que ella hizo con relativa rapidez, pues a su fin ya llevaba fundados diecisiete –sólo los de monjas– y había rechazado numerosas peticiones. En todos ellos intervino directamente, tomó todas las decsiones económicas iniciales y mantuvo la dirección económica de todos hasta su fin.

Fundar una nueva orden, y los monasterios correspondientes, exigía tomar algunas decisiones previas sobre el número y calidades de las candidatas a monjas, sobre la localzación y características del edificio y sobre la organización interna; para todo ello contaba con experiencia y capacidad de observación suficientes como para acertar sin grandes vacilaciones. Sabía, también, que candidatas le sobrarían siempre y que la tarea espiritual era inagotable, con lo que el único problema importante que tenía que resolver era el económico: cómo conseguir ingresos suficientes para mantener a sus monjas sin perjudicar su oración y sin entretenerlas en cosas del mundo, o cómo cubrir sus necesidades de alimentos, vestido, casa, salud y ajuar litúrgico sin que malvivieran o “pasaran hambre” hasta afectar a su actividad espiritual y sin que dejaran de ser pobres. En su tiempo esto solo podía hacerse con limosnas (recibidas en el torno del convento o pedidas públicamente), con la donación de algún rico que garantizara tal mantenimiento o con propiedades cuya renta anual permitiera cubrir todos esos gastos. Su inexperiencia inicial y dudas sobre si pobreza o renta junto con su deseo de acertar la llevaron a consultar sobre todo ello a quienes le merecían crédito por su sabiduría y experiencia, pero reservándose ella siempre la decisión última. Finalmente se decidió por la pobreza extrema y porque el monasterio viviera exclusivamente de limosna (de la limosna que evaran los donantes al torno), con lo que el de Ávila se fundó de limosna (o pobre, como ella dice en sus primeras obras) en 1562, en contra del parecer de Domingo Báñez y de quienes le aconsejaban que lo hiciera de renta. El aumento del número de monjas en Ávila en 1567 aconsejaba utilizar la autorización del general de la orden y pensar en fundar otro monasterio; inicia, así, la segunda fundación en 1567, también de limosna, en Medina del Campo. En su viaje de Avila a Medina se encuentra con Báñez en Arévalo, quien le aconseja sobre la nueva fundación y sobre los problemas que va a encontrar y cómo los puede resolver. La conversación fue tan satisfactoria que ella misma reconoce: “por cuyo [de Domingo Báñez] parecer yo me gobernaba, y al suyo no era tan dificultoso, como en todo lo que iba a hacer... Diome gran consuelo cuando le vi, porque con su parecer, todo me parecía iría acertado”(Fundaciones 3,5-6).

El monasterio de Medina del Campo fue un gran éxito para Teresa de Jesús y le sirvió de referencia y modelo para todos los posteriores. En Medina se relacionó con los mercaderes más importantes, que apoyaron el monasterio desde el primer momento, y comenzó a famliarizarse con el manejo del dinero y la riqueza y a conocer la realidad social y económica de Castilla, todo ello al servicio de su objetivo de fundar monasterios de clausura y de limosna con las monjas dedicadas a la oración contemplativa. La geografía fundacional de Teresa de Jesús a partir de Medina coincide con las ciudades que tenían comercio con ella, las más ricas e importantes de Castilla (Valladolid, Toledo, Salamanca, Segovia, Sevilla, Granada y Burgos), donde esperaba recibir limosnas suficientes para mantener sus monasterios, convencida de que éstos serían una carga cada vez menor para las ciudades porque esperaba que Castilla y
sus ciudades siguieran creciendo
mientras sus monjas nunca pasarían de 13 –veinte a lo sumo– por monasterio. También fundó en otras ciudades menores (Palencia y Soria), pero en éstas siempre dudó de la abundancia de limosnas y el de Soria fue de renta; rechazó, finamente, muchos otros porque consideró que las limosnas o las rentas ofrecidas eran insuficientes para mantenerlos

Su éxito desde Medina animó a la nobleza a solicitarle que fundara monasterios en sus tierras, ofreciendo pagar su mantenimiento. La primera solicitud fue la de Luisa de la lechona en 1568 (a la que conocía desde 1561, cuando proyectaba el monasterio de Avila), quien quería que fundara en Malagón (Ciudad Real), un lugar tan “pequeño” –de 600 vecinos cuando ella exigía un mínimo de mil– y tan pobre que la hacía desconfiar de la viabilidad del mismo pese a las promesas de la solicitante: “Yo no lo quería admitir de ninguna manera, por ser lugar tan pequeño, que forzado había de tener renta para poderse mantener, de lo que yo estaba muy enemiga. Tratado con letrado y confesor mío [Domingo Báñez], me dijeron que hacía mal, que, pues el santo concilio [de Trento, sesión 25, c.3] daba licencia de tenerla, que no se había de dejar de hacer un monasterio, adonde se podía tanto al Señor servir, por mi opinión... Dio [Luisa de la lechona] bastante renta, porque siempre soy amiga de que sean los monasterios u del todo pobres [de limosna] o que tengan de manera que no hayan menester las monjas importunar a nadie de todo lo que fuese menester” (Fundaciones 9,2-3). Para ello tuvo que calcular cuánto podría costar anualmente, un año con otro, el mantenimiento de un monasterio y de una monja; estableció el coste medio anual de una monja en 15.000 maravedís
(o 40 ducados) y el de todo un monasterio de trece monjas en 150.000 maravedís (400 ducados), cantidades que exigía que se garantizaran con limosnas en el torno o con limosnas de ricos –previo contrato y con todas las garantías en este caso, por eso los llama de renta–, para estudiar toda nueva fundación(6). Los gastos anuales de los monasterios Avila y Medina(éste menos por estar recién fundado), conocidos por la contabilidad que se llevaba en ellos desde su creación, le permitían exigir esas cantidades como ingreso imprescindible, pero resistiéndose siempre a fundar en lugares pequeños y a fundar de renta. Tras el de Malagón, fundó de limosna en Valladolid (1568) y Toledo (1569), porque en ciudades grandes y ricas se negaba siempre a fundar de renta y acababa saliéndose con la suya. En 1569 funda, con grandes resistencias iniciales, el segundo de renta en Pastrana (Guadalajara), por presiones
de la princesa de Eboli, que se compromete a mantenerlo. En 1570 funda de limosna en Salamanca y en 1571 se le solicita de nuevo otro de renta en Alba de Tormes, a lo que ella se resiste, pues “por ser lugar pequeño [481 vecinos en 1523 y 795 en 1591] era menester que tuviese renta”. Consulta de nuevo a Domingo Báñez, que se encuentra en Salamanca, y éste vuelve a repetirle los mismos argumentos de Avila y Malagón: “me riñó y dijo que pues el concilio daba licencia para tener renta, que no sería bien dejase de hacer un monasterio por eso, que yo no entendía, que ninguna cosa hacía para ser las monjas pobres y muy perfectas”(Fundaciones 20,1), con lo que el monasterio también se hizo después de que la promotora –su marido era contador de los duques de Alba– ofreció bastante renta tras duras negociaciones: “Harto trabajo se pasó en concertarnos; porque yo siempre he pretendido que losmonasterios que fundaba con renta, la tuviesen tan bastante, que no hayan menester las monjas a sus deudos ni a ninguno, sino que de comer y vestir les den todo lo necesario en la casa, y las enfermas muy bien curadas; porque de faltarles lo necesario vienen muchos inconvenientes. Y para hacer muchos monasterios de pobreza sin renta, nunca me falta corazón y confianza, con certidumbre de que no les ha Dios de faltar; y para hacerlos de renta y con poca, todo me falta; por mejor tengo que no se funden” (Fundaciones 20,13).

En 1573 se le ofrece crear y dirigir un colegio de doncellas en Medina del Campo, al estilo del Colegio de Doncellas del cardenal Silíceo en Toledo, proyecto que no le convence mucho, por lo que consulta con Báñez y éste parece disuadirla aconsejándole prudencia. Al final no se hizo. En 1574 tiene tales conflictos con la princesa de Eboli por el monasterio de Pastrana, sobre su gobierno y manutención, que decide cerrarlo, para lo cual consulta de nuevo con Domingo Báñez. Lo cerró en 1574 y trasladó a las monjas al de Segovia, fundado de limosna poco antes.

El contacto permanente con Báñez en estos años queda confirmado en varias cartas a la superiora del monasterio de Valladolid de 1574 a 1576 –años en los que Báñez se encuentra en Valladolid–, en las que le aconseja que aproveche su residencia en la ciudad para consultarle todo lo que precise “porque adonde está el padre maestro [Báñez], qué falta puedo hacer yo” y en las que reconoce lo que debe al dominico en su propia actividad fundacional y organizadora “que es cosa propia [lo que Báñez quiere a sus monasterios] y lo ha sustentado
a la verdad”
. En varias de sus Cuentas de conciencia de estos años lo señala más claramente: “con el maestro fray Domingo Báñez, que es consultor del Santo Oficio ahora en Valladolid, me confesé seis años (y siempre trato con él por cartas, cuando algo de nuevo se ha ofrecido)” (CC 53,11); “es con quien más ha tratado y trata” (CC 53,17 y 66,7). Precisamente el monasterio de Valladolid será uno de los de limosna que primero pasará a tener renta mediante el procedimiento de exigir juros y censos en las dotes de las monjas o comprando juros con el dinero recibido en ella.

Funda nuevo monasterio de limosna en Sevilla, en 1575, con grandes dificultades, y de renta en Beas (Jaen) y en Caravaca (Murcia) en 1576, paralizando a continuación su actividad fundacional hasta 1580 por conflictos internos de la orden carmelita y por haber sido denunciada a la Inquisición por sus obras espirituales. De nuevo interviene Báñez en su defensa, riñéndola por no controlar la difusión manuscrita de sus obras y emitiendo un dictamen en 1575 sobre el libro de su Vida, en el que confirma su ortodoxia, apoya su actividad fundacional y señala “que no es engañadora” y que ha estado guiada siempre “por la gana de acertar”.

Estos problemas institucionales, con ser muy graves, son menos agobiantes que otro económico de mayor envergadura que afecta también en estos años a todos sus monasterios.

Desde 1572 los gastos anuales en todos ellos comienzan a ser crecientemente superiores a los ingresos y el desequilibrio se acentúa año a año. Su insistencia en que controlen gastos no sólo no corrige tal desequilibrio sino que las conduce al hambre y la miseria, pues ya viven en pobreza. El problema es general en todos pero afecta más a los de limosna localizados en las ciudades importantes. Por un lado, los gastos han ido aumentando hasta duplicarse en 1575 respecto de sus cálculos iniciales a principios de los sesenta, porque durante ese tiempo ha ido aumentando el número de monjas por monasterio hasta completarse, porque los gastos de mantenimiento y reparación de los edificios –no previstos por ella– han aumentado excesivamente y porque los precios han continuado elevándose; en 1585 los gastos de Medina ya se han triplicado. Por el otro, los ingresos por limosnas han descendido tan rápidamente que ya no cubren ni la mitad de los gastos en algunos casos. En los monasterios de renta se plantean los mismos problemas pero no tan acentuados. Para su solución se recurre a reducir gastos y a exigir dotes a todas las nuevas monjas, dotes de la mayor cuantía posible y con la mayor liquidez (que sean en dinero en efectivo o en juros y censos seguros) para poder hacer frente a los gastos anuales. Se aceptan cada vez menos monjas sin dote, cambio que le critica Báñez en una carta de 1574, porque significa una contradicción seguir prefiriendo, por un lado, que los monasterios no tengan patrimonio ni renta mientras se exige, por el otro, que las monjas ofrezcan buenas dotes, con lo que se pueden estar rechazando por pobres a algunas candidatas muy idóneas. Su contestación: “Crea, padre mío, que es un deleite para mí cada vez que tomo alguna que no trae nada, sino que se toma sólo por Dios y ver que no tienen con qué y lo habían de dejar por no poder más”7, junto con el resto de la carta es unmodelo de encantamiento para compensar a Báñez por no hacerle caso. Ella, sin embargo, va comprendiendo que estas medidas son insuficientes y que hay que buscar otra solución más duradera y efectiva a largo plazo, porque los precios siguen subiendo y la crisis económica que se va extendiendo por toda Castilla reduce tanto las limosnas, que son cada vez menos y más pequeñas (las recibidas en Medina descienden un 50% entre 1574 y 1584), que algunos monasterios comienzan a tener serios problemas de alimentación y conservación de los edificios. Precisamente en 1575 reclama con gran fuerza a Luisa de la lechona que construya de una vez en Malagón el edificio que prometió en 1568.

Reanuda su actividad fundacional en 1580, una vez resuelto el conflicto interno entre carmelitas y resueltos sus problemas con la Inquisición. Funda de renta en Villanueva de la Jara (1580) y en Soria (1581), y de limosna en Palencia (1580), en Granada (1582) y en Burgos (1582), muriendo en 1582 en Alba de Tormes cuando se preparaba para fundar de renta en Madrid, para donde ya tenía asegurados 1.100 ducados de renta anual. Sigue fiel a su idea de fundar de limosna siempre que puede, pero en estas últimas fundaciones vadejando noticias de cómo la crisis económica afecta a todo y a todos. Todas las consultas que hace sobre cómo resolver tales problemas económicos acaban en el mismo sitio: que también los monasterios de limosna pasen a tener renta como único medio de sobrevivir. El consejo de Domingo Báñez ya lo sabía desde 1562.

Los primeros que pasan de limosna a renta, en 1579, son precisamente los de las ciudades más ricas, los de Medina del Campo, Valladolid y Sevilla, que lo hacen en 1579,debido al rápido descenso de las limosnas (en el caso de Medina por la reducción, también muy rápida, de su comercio y del número de comerciantes). El crecimiento y dinamismo económico y comercial de las ciudades castellanas, que tantas esperanzas le habían hecho concebir en los primeros años, se detenía y retrocedía tan rápidamente que hacían vacilar toda su obra. No había contado suficientemente con la inflación, aunque sí la percibió, pues fue subiendo las cantidades mínimas exigidas casi al mismo ritmo que se elevaban los precios, ni había previsto la posibilidad de que las ciudades castellanas se empobrecieran en población y riqueza o de que se redujera el comercio y los beneficios. Ella esperaba que la riqueza siguiera aumentando y que sus monasterios fueran ejemplo de pobreza en un mundo enriquecido, pero cuando percibió claramente el cambio y la crisis, y la inviabilidad de los monasterios urbanos de limosna, demostró su sabiduría económica al aceptar la única solución, la de Báñez, para mantener sus monasterios, cierto que no muy convencida: fue admitiendo que los de limosna (de las ciudades) pasaran también a renta; una solución que sólo había aceptado (siempre con disgusto) para los lugares pequeños, pobres y exclusivamente agrícolas, y que ahora tiene que aceptar para los de las ciudades también por razón de la pobreza general y el retroceso económico. A principios del siglo XVII todos los monasterios fundados por ella, y los que se fundaron después de su fin, son de renta y presentan una estructura de ingreso similar: más del 80% de sus ingresos procede de juros y censos, pues se sigue excluyendo la propiedad de casas y tierras, el 10 ó 15% de limosnas y el 3 ó 5% de la venta de paños hechos por las monjas(8).

Además de esta relación con Domingo Báñez, Teresa de Jesús tiene una relación más indefinida y general con la Escuela de Salamanca en cuanto que actuó y resolvió sus problemas económicos en los mismos espacios y ciudades y con las mismas gentes que fueron los que estimularon los nuevos planteamientos de los miembros de dicha Escuela; tales planteamientos subyacen en muchas de sus decisiones económicas (sobre compras y ventas, crédito, manejo del dinero y riqueza, propiedades, pobreza y mendicidad) en un grado muy superior al que pudiera explicarse sólo por su relación con Domingo Báñez, muy conservador y tradicional, o por su conocimiento de la postura de Domingo de Soto sobre la mendicidad o por su estrecha relación con los jesuitas. Se puede decir que estaban en el ambiente, sobre todo entre las personas más abiertas a los cambios o más deseosa de encontrar soluciones nuevas a los mismos o nuevos problemas. La defensa que Teresa de Jesús hace de la limosna para sus monasterios coincide con la de Soto, pero se aleja de él al prohibir tajantemente la mendicidad pública a sus monjas, al mismo tiempo que procura que no puedan ser acusadas
de ociosas
(por la relación entre pobreza, mendicidad y ociosidad), sin que ello conduzca a que dediquen su tiempo al trabajo manual (deja muy claro que sus monasterios no pueden ser talleres), pues su trabajo –por el que reciben las limosnas como remuneración del mismo de acuerdo con la justicia conmutativa– es la oración. Esperaba que la “estimación común” (ser de todos reconocidas y apreciadas) sostuviera a sus monjas mediante las limosnas, pero la crisis obligó a buscar otros procedimientos; no obstante, el aumento de los gastos fue tan intenso que tampoco hubieran podido ser cubiertos por las limosnas si éstas hubieran permanecido constantes. Sin embargo, sí mantuvo la “estimación común” para los precios de las labores que vendían sus monjas: manda que no pongan precio nunca, sino que acepten lo que les dieren.

Siempre defiende que el dinero es para gastarlo, antes o después, y no para atesorarlo o para invertirlo y obtener más dinero, por ello prefiere siempre la máxima liquidez en lo que le dan, pero desde que acepta los monasterios de renta, ya va aceptando, también, aunque sigue manteniendo la misma opinión, que parte del dinero recibido se pueda invertir en activos que generen más renta, sobre todo después de 1575, o que los juros y censos recibidos en las dotes, si son sólidos y de cobro cercano, se incorporen al patrimonio del monasterio para mejorar los ingresos anuales con su renta.

Sus excelentes relaciones con mercaderes y jesuitas y sus preferencias por los grupos urbanos vinculados al comercio de productos y de dinero indican claramente una actitud parecida a la de la Escuela de Salamanca ante las nuevas situaciones de crecimiento económico, urbanización y economía mercantil crecientes. Si ésta busca salvar las almas adaptando la jovenlandesal a las nuevas situaciones sin perjudicar la justicia ni reducir los beneficios comerciaes, pero corrigiendo los abusos y llegando al borde mismo de la licitud, Teresa de Jesús también aceptaba la nueva situación, apostaba por ella y trataba de ser fiel a su Dios, manteniendo la oración y la pobreza en medio de ese mundo urbano, enriquecido, lujoso y buscador de más beneficios y riqueza. Para “sacarles” las limosnas tiene que conocer muy bien ese mundo urbano y rico, conocer sus reglas y funcionamiento, lo que implicaba preocuparse por las mismas cosas que preocupaban a los miembros de la Escuela de Salamanca.

Es lógico que Domingo Báñez, más conservador y tradicional, apreciara su espiritualidad y discrepara de sus decisiones más innovadoras, pues en igualdad de condiciones, ella prefería que las limosnas para mantener sus monasterios de “pobreza, encerramiento y oración” procedieran de los grupos urbanos más dinámicos más que de las rentas de la nobleza y los grandes propietarios rurales; además, en el campo sus monjas eran poco ejemplo porque yapredominaba la pobreza y el aislamiento por sí mismos, pero si las ciudades y su burguesía con sus limosnas se hundían no quedaba más remedio que acudir a la renta para todos, los urbanos y los rurales, porque lo importante era mantener los monasterios y lo secundario cómo sostenerlos. En todas esas decisiones y cambios demostró conocer profundamente el cambiante mundo que le tocó vivir para ponerlo al servicio de su preocupación espiritual, pues ella también se preocupaba por la salvación de las almas, no desde la justicia conmutativa o distributiva sino desde la oración, pero dentro del marco de la justicia conmutativa.

Murió viendo que sus monasterios continuaban, aunque no se mantenían como ella había previsto. Tal vez no había ganado Báñez, sino la prudencia y el acierto de acuerdo con los datos económicos. Báñez todavía siguió ayudándola después de muerta, pues testificó muy elogiosamente sobre su carácter, vida y obra en 1591 en las informaciones que se hicieron en Salamanca para su beatificación.

(*) Departamento de Análisis Económico: Teoría Económica e Historia Económica. Facultad de Ciencias Económicas. Universidad Autónoma de Madrid.

(1) Especialmente la controversia entre Domingo de Soto y Juan de Medina en 1545 sobre la mendicidad y la limosna. Cf. Grice-Hutchinson, M. (1982) 178-179. Gómez Camacho, F. (1998) 117-139.

(2) Grice-Hutchinson, M. (1982) 132.

(3) Domingo Báñez había llegado a Avila, procedente de Salamanca, en 1561 para enseñar en el colegio de Santo Tomás (progenitora de Dios E. de la y Steggink, O. (1977) 227.

(4) Vida, 35,15. Hasta después de 1570 santa Teresa no distinguirá claramente entre monasterios de limosna y monasterios de renta, pues pobres eran todos, y llamaba de pobreza a los de limosna por contraposición a los de renta. En la frase citada “pobre” quiere decir “de limosna”.

(5) Noticias de todo ello en Cuentas de conciencia 53,11 y 17; 66,7. Camino de perfección 42,7 en CV y 73,6 en CE. De las numerosas cartas que se escribieron se conservan 4 de santa Teresa: 3 del año 1574 y una de 1578. En algunos manuscritos de sus obras espirituales hay abundantes correcciones de Domingo Báñez.

(6) En los de renta exigía, al principio, que el promotor garantizara la renta ofrecida con juros que se pudieran cobrar cerca del monasterio y excluía siempre tierras y casas; más adelante también aceptó censos. Siempre que pudo también exigió la entrega anual de fanegas de trigo. En caso de que se quisiera aumentar a más de trece el número de monjas, exigía que la renta se incrementara en 15.000 maravedís por monja de más sin poder pasar de veinte por monasterio.

(7) Carta a Domingo Bañez.Valladolid. Salamanca, 28 de febrero de 1575, 4.

(8) Alvarez Vázquez, J. A. (1997) 456-463

http://externos.uma.es/cuadernos/pdfs/pdf134.pdf
 
Muy interesante lo que nos ha contado, Igualdad7.
La verdad es que la pobreza a la que quieren someter ciertos ateos furibundos a los clérigos y las monjas, es absurda. Teresa de Ávila así lo entendió...
Esperemos que no lleguen los maledetos hijos ilegítimos a soltar el hilo con sus verborreas.
 
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