John Lennon
Madmaxista
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1808-1814 es un intervalo que cualquier español conoce perfectamente: son los años correspondientes a la Guerra de la Independencia, en el que tuvieron lugar acontecimientos tan recordados como el levantamiento del 2 de mayo, la batalla de Bailén, el sitio de Zaragoza o la batalla de Vitoria, a la que algunos califican como la última batalla de la Guerra de la Independencia Española, olvidando u obviando que la última batalla de dicha guerra, que se libró en tierras españolas, tuvo lugar en el monte San Marcial, en la localidad fronteriza de Irun, el 31 de agosto de 1813.
Tras la batalla de Vitoria, que tuvo lugar el 21 de junio de 1813, las tropas de Wellington avanzaron hacia la frontera, entrando Wellington en Irún el 30 de junio. En principio, los franceses habían sido ya prácticamente derrotados, pero aun mantenían varias plazas, como las de San Sebastián y Pamplona, y Wellington se preparó para tomar San Sebastián.
Obviamente, era de esperar que los franceses intentaran romper los sitios de San Sebastian y Pamplona, de modo que se dispuso la defensa de los pasos del Bidasoa. Sin embargo, los franceses se reagruparon antes de lo que se esperaba, y concentraron un ejercito de 18.000 soldados en Labourt, al mando del mariscal Soult. Frente a ellos, un ejército aliado anglo-español de unos 10.000 efectivos.
En la madrugada del 31 de agosto, los franceses, cubiertos por la neblina matinal y la artillería, comienzan el ataque y pasan por varios vados entre Hendaya y Endarlaza. Entran con fuerza prácticamente hasta la cumbre de San Marcial, pero el terreno accidentado y boscoso, donde los estrechos senderos solo permiten el paso en fila india de la tropa, no es el más adecuado para el estilo de ataque en formación ordenada y compacta que los franceses acostumbraban a usar, de modo que se genera un caos entre las líneas que los defensores aprovechan para hacerles frente a bayoneta calada.
Tras este primer intento frustrado, los franceses vuelven a la carga. El General Freyre, al mando del Cuarto Ejército español (llamado “de Galicia”) pide ayuda a Wellington y sus tropas inglesas, pero este se niega, considerando que los soldados españoles pueden y deben resistir por sí solos. En esta segunda embestida, los franceses ganan terreno, llegando hasta la ermita de San Marcial, en la cima del monte. Sin embargo, las tropas españolas consiguen aguantar el envite y con grandes pérdidas, logran rechazar nuevamente las tropas del mariscal Soult.
Para entonces, los franceses oyen claramente el estruendo de los cañones ingleses disparando contra sus compatriotas sitiados en San Sebastián, e intentan un tercer ataque para tratar de llegar a socorrerlos. En esta tercera acometida, la situación llega a ser crítica por el avance de los franceses, y solo la aparición de tres batallones de Voluntarios de Gipuzkoa consigue que las tropas españolas pueda arrojar a los franceses monte abajo, hasta el río Bidasoa, a culatazos y a bayoneta calada. A modo de curiosidad histórica, decir que en la batalla sobresaldría por su arrojo un oficial vasco, y sería condecorado por ello: el entonces capitán Tomás de Zumalacarregui.
Tras dicha batalla, los aliados cruzaron el Bidasoa y la guerra continuó al otro lado de los Pirineos hasta que se firmó la paz.
Obviamente, no faltaron las felicitaciones y celebraciones por la victoria, que fueron del estilo de la época.
El General Freire, en el Parte remitido al Gobierno tras la batalla, diría: “No me es posible elogiar el mérito en particular de ningún cuerpo ni individuo, porque sería ofender a los demás, puesto que todos se han portado con igual gloria, y como tal los considero muy acreedores a las consideraciones del Gobierno; debiendo solo hacer presente a V.E que considerando oportuno reforzar la izquierda de la línea, dispuse que viniesen tres batallones de Voluntarios de Guipúzcoa, de nueva creación, al mando del Coronel D. Juan de Ugartemendía, y en efecto lo verificaron, tomaron parte en la última carga de los enemigos, y habiéndose portado con igual valor que los demás.”
El General Wellington, por su parte, emitió la siguiente proclama: “Guerreros del mundo civilizado: Aprended a serlo de los individuos del Cuarto Ejercito español que tengo la dicha de mandar. Cada soldado de él merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño; el terror, la arrogancia, la serenidad y la fin misma, de todo disponen a su arbitrio. Españoles, dedicaos todos a premiar a los infatigables gallegos; distinguidos sean hasta el fin de los siglos por haber llevado su denuedo y bizarría a donde solo ellos mismo se podrían exceder, si acaso es posible. Nación española: la sangre vertida de tantos Cides victoriosos, 18.000 enemigos con una numerosa artillería desaparecieron como el humo para que no nos ofendan jamás. Franceses, huid pues o pedid que os dictemos leyes, porque el Cuarto Ejercito va detrás de vosotros y de vuestros caudillos a enseñarles a ser soldados”.
En octubre de 1814 se creó una Cruz de distinción de la batalla de San Marcial para distinguir a todos los soldados, Jefes y Oficiales que se hallaron en la batalla, que el Ayuntamiento y el Clero de Irun solicitaron que se colocara en la imagen de San Marcial. El General Freire, cuando se enteró de esto, donó la Cruz para el santo, que fue colocado en un acto solemne el 30 de junio de 1815, festividad de San Marcial.
Cien años más tarde, con el ambiente bélico y el repruebo a los franceses debidamente aparcados, se celebró el centenario de la batalla con un homenaje a todas las personas caídas aquel día. En concreto, se hicieron 3 días de celebraciones sufragados con dinero recibido por el Gobierno y la Provincia, que contó con la presencia de autoridades militares y civiles españolas y francesas, y en el que se erigió un obelisco que lleva una placa en la que se puede leer “a los heroicos soldados de los ejércitos español y francés que combatieron en defensa de su patria y cumplimiento de su deber, en la memorable y gloriosa batalla de San Marcial, dedica, este recuerdo, el día del Centenario de tan señalado hecho de armas el Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de Irun en prueba de admiración y como testimonio de amor y fraternidad entre dos naciones hermanas”.
Y es que no hay que olvidar que la batalla causó algo más de 600 muertos y 2000 heridos entre ambos bandos, directamente en la acción militar. Esto sin contar los soldados que fallecieron más tarde por las complicaciones derivadas de las heridas de la batalla, y el hecho de que tras la batalla, el ejercito, que había llegado sin provisiones, sin una tienda de campaña, ni un abrigo contra las inclemencias del tiempo se quedó por la zona y ello supuso un deterioro de salubridad en la lugar, que, sumado al lamentable estado en que había quedado Irun tras el paso durante la guerra de quinientos mil soldados franceses de infantería, setenta y nueve mil de caballería, dos trenes de quinientas piezas de artillería y cinco mil cuatrocientos furgones, causó la fin a bastantes habitantes de la, por entonces, villa fronteriza.
Tras la batalla de Vitoria, que tuvo lugar el 21 de junio de 1813, las tropas de Wellington avanzaron hacia la frontera, entrando Wellington en Irún el 30 de junio. En principio, los franceses habían sido ya prácticamente derrotados, pero aun mantenían varias plazas, como las de San Sebastián y Pamplona, y Wellington se preparó para tomar San Sebastián.
Obviamente, era de esperar que los franceses intentaran romper los sitios de San Sebastian y Pamplona, de modo que se dispuso la defensa de los pasos del Bidasoa. Sin embargo, los franceses se reagruparon antes de lo que se esperaba, y concentraron un ejercito de 18.000 soldados en Labourt, al mando del mariscal Soult. Frente a ellos, un ejército aliado anglo-español de unos 10.000 efectivos.
En la madrugada del 31 de agosto, los franceses, cubiertos por la neblina matinal y la artillería, comienzan el ataque y pasan por varios vados entre Hendaya y Endarlaza. Entran con fuerza prácticamente hasta la cumbre de San Marcial, pero el terreno accidentado y boscoso, donde los estrechos senderos solo permiten el paso en fila india de la tropa, no es el más adecuado para el estilo de ataque en formación ordenada y compacta que los franceses acostumbraban a usar, de modo que se genera un caos entre las líneas que los defensores aprovechan para hacerles frente a bayoneta calada.
Tras este primer intento frustrado, los franceses vuelven a la carga. El General Freyre, al mando del Cuarto Ejército español (llamado “de Galicia”) pide ayuda a Wellington y sus tropas inglesas, pero este se niega, considerando que los soldados españoles pueden y deben resistir por sí solos. En esta segunda embestida, los franceses ganan terreno, llegando hasta la ermita de San Marcial, en la cima del monte. Sin embargo, las tropas españolas consiguen aguantar el envite y con grandes pérdidas, logran rechazar nuevamente las tropas del mariscal Soult.
Para entonces, los franceses oyen claramente el estruendo de los cañones ingleses disparando contra sus compatriotas sitiados en San Sebastián, e intentan un tercer ataque para tratar de llegar a socorrerlos. En esta tercera acometida, la situación llega a ser crítica por el avance de los franceses, y solo la aparición de tres batallones de Voluntarios de Gipuzkoa consigue que las tropas españolas pueda arrojar a los franceses monte abajo, hasta el río Bidasoa, a culatazos y a bayoneta calada. A modo de curiosidad histórica, decir que en la batalla sobresaldría por su arrojo un oficial vasco, y sería condecorado por ello: el entonces capitán Tomás de Zumalacarregui.
Tras dicha batalla, los aliados cruzaron el Bidasoa y la guerra continuó al otro lado de los Pirineos hasta que se firmó la paz.
Obviamente, no faltaron las felicitaciones y celebraciones por la victoria, que fueron del estilo de la época.
El General Freire, en el Parte remitido al Gobierno tras la batalla, diría: “No me es posible elogiar el mérito en particular de ningún cuerpo ni individuo, porque sería ofender a los demás, puesto que todos se han portado con igual gloria, y como tal los considero muy acreedores a las consideraciones del Gobierno; debiendo solo hacer presente a V.E que considerando oportuno reforzar la izquierda de la línea, dispuse que viniesen tres batallones de Voluntarios de Guipúzcoa, de nueva creación, al mando del Coronel D. Juan de Ugartemendía, y en efecto lo verificaron, tomaron parte en la última carga de los enemigos, y habiéndose portado con igual valor que los demás.”
El General Wellington, por su parte, emitió la siguiente proclama: “Guerreros del mundo civilizado: Aprended a serlo de los individuos del Cuarto Ejercito español que tengo la dicha de mandar. Cada soldado de él merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño; el terror, la arrogancia, la serenidad y la fin misma, de todo disponen a su arbitrio. Españoles, dedicaos todos a premiar a los infatigables gallegos; distinguidos sean hasta el fin de los siglos por haber llevado su denuedo y bizarría a donde solo ellos mismo se podrían exceder, si acaso es posible. Nación española: la sangre vertida de tantos Cides victoriosos, 18.000 enemigos con una numerosa artillería desaparecieron como el humo para que no nos ofendan jamás. Franceses, huid pues o pedid que os dictemos leyes, porque el Cuarto Ejercito va detrás de vosotros y de vuestros caudillos a enseñarles a ser soldados”.
En octubre de 1814 se creó una Cruz de distinción de la batalla de San Marcial para distinguir a todos los soldados, Jefes y Oficiales que se hallaron en la batalla, que el Ayuntamiento y el Clero de Irun solicitaron que se colocara en la imagen de San Marcial. El General Freire, cuando se enteró de esto, donó la Cruz para el santo, que fue colocado en un acto solemne el 30 de junio de 1815, festividad de San Marcial.
Cien años más tarde, con el ambiente bélico y el repruebo a los franceses debidamente aparcados, se celebró el centenario de la batalla con un homenaje a todas las personas caídas aquel día. En concreto, se hicieron 3 días de celebraciones sufragados con dinero recibido por el Gobierno y la Provincia, que contó con la presencia de autoridades militares y civiles españolas y francesas, y en el que se erigió un obelisco que lleva una placa en la que se puede leer “a los heroicos soldados de los ejércitos español y francés que combatieron en defensa de su patria y cumplimiento de su deber, en la memorable y gloriosa batalla de San Marcial, dedica, este recuerdo, el día del Centenario de tan señalado hecho de armas el Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de Irun en prueba de admiración y como testimonio de amor y fraternidad entre dos naciones hermanas”.
Y es que no hay que olvidar que la batalla causó algo más de 600 muertos y 2000 heridos entre ambos bandos, directamente en la acción militar. Esto sin contar los soldados que fallecieron más tarde por las complicaciones derivadas de las heridas de la batalla, y el hecho de que tras la batalla, el ejercito, que había llegado sin provisiones, sin una tienda de campaña, ni un abrigo contra las inclemencias del tiempo se quedó por la zona y ello supuso un deterioro de salubridad en la lugar, que, sumado al lamentable estado en que había quedado Irun tras el paso durante la guerra de quinientos mil soldados franceses de infantería, setenta y nueve mil de caballería, dos trenes de quinientas piezas de artillería y cinco mil cuatrocientos furgones, causó la fin a bastantes habitantes de la, por entonces, villa fronteriza.