Salirse de la foto (esperanza rúiz en la gaceta e la fachosfera)

Eric Finch

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Salirse de la foto​

16 DE JULIO DE 2024

Vivimos, con respecto de VOX, una reedición de lo ocurrido el verano pasado después de las Elecciones Generales que auparon a Sánchez a la presidencia del Gobierno. El equipo de opinión y comunicación de la oligarquía liberal que es, según Emmanuel Todd, en lo que se han tras*formado nuestras democracias, empezó criticando al partido verde «Ferrigno» por haber abandonado el grupo de los conservadores y reformistas europeos para unirse a Los Patriotas de Orban en Bruselas. De pronto, nuestros plumillas del consenso e intelectuales orgánicos se preocupaban por la solitudine de Giorgia Meloni —personaje que despreciaban hace apenas dos años— porque VOX se había marchado (¿para no volver?) con un protestante húngaro cuyos troleos a la UE son puro placer adulto y cuyo proyecto político quizá sea lo único sensato dentro del frenopático que es la sede de la política común europea.

Por supuesto, la cosa no quedó ahí. El reparto de «menores no acompañados» en las Comunidades Autónomas donde el PP gobernaba con VOX, asunto que ha provocado la ruptura entre ambos partidos y que debe conectarse con el cambio de grupo de los de Abascal en Europa, también excitó a los de siempre, que volvieron a aprovechar para arremeter contra VOX por lo religioso, lo legal, lo civil y lo militar. No faltó casi ninguno: desde los raritos que, cuando se trata de atizar a la «derechita valiente», se solidarizan con el reinado plutocrático mundial y blanden las leyes de la «unión del pudridero europeo» como fuente de autoridad; pasando por los de la moderación, la centralidad y el «eclecticismo» (ojo al dato) y que a menudo se confunden con el columnismo neցroni, por aquello de no dar ni una, o con los asesores del PP metidos a articulistas de Opinión «independientes»; sin olvidar al catolicismo kitsch, ecuménicamente alineado con la progresía y que, por lo que sea, el asunto del tráfico de personas gestionado por mafias, con y sin despacho, no les parece el centro de la cuestión.

Acabamos de ver en las pasadas elecciones legislativas francesas el papel del sistema mediático como cordón sanitario. La prensa aliada de la zerocracia (o psicocracia, estadio último de degradación en el que las creencias colectivas han desaparecido, según Todd), asume gustosa el pastoreo de la opinión pública. El español que consume medios sistémicos ofrece poca resistencia, y es entretenido con el fantasma del sanchismo y la amenaza de la ultraderecha.

Vox se sale de la foto, en respuesta a la ruptura que provoca el PP, y deja a la comparsa globalista pataleando. Obliga así a los populares, profesionales de la moqueta, a retratarse con un fondo monocolor resultado de teñir el azul con rojo.

El partido de Abascal levanta acta de esta manera de la defunción del antiguo clivaje izquierda-derecha. Entiende que el paradigma ha cambiado: no se trata de placas tectónicas con fallas que rellenar sino de que hay una clase productiva, todavía enraizada, que está siendo anulada por otra parasitaria. Al separarse de la influencia deletérea de un PP al que ya nada distingue del PSOE, elije bando. Decía Nicólas Gómez Dávila que el amor al pueblo era vocación de aristócrata; el demócrata sólo lo ama en período electoral.

En la travesía en el desierto, en el camino de espinas que le espera a VOX, al igual que ha ocurrido con otros partidos en Europa, tendrá que vérselas con el monstruo mediático patrio, jardinero fiel de un régimen al servicio del mundialismo. No duden de que el españolito de a pie seguirá siendo cebado, de manera acrítica, con la papilla de que lo único que importa es echar a Sánchez y los potitos del extremismo y el populismo. Es el menú necesario, el lubricante que engrasa el sistema en el que estamos inmersos.

Desgraciadamente, sin la concurrencia de más medios con capacidad de pegada que propongan una visión fuera del callejón, parece que aún tardaremos años en enterarnos de qué va la vaina.
 
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