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Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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Salí de casa con todo excepto el impermeable: guantes, bufanda, pantaleta, doble par de calcetines, leotardos y la gorra de orejeras. Antes de salir miré la previsión meteorológica en el móvil, algo que también había hecho antes de dormir. Temperaturas un tanto bajas, cielo nublado y nada de lluvia. Lo dice hora por hora y se equivoca poco.
Casi ni sentí el frío durante los siete minutos y medio que yendo a pie separan mi piso del bar. La lengua notábala bastante mejor que estos dos últimos días, sin esa sensación de extraña aspereza, como de herida, algo que me tuvo un tanto preocupado. Pero ayer, pensándolo un poco, probé a dejar de tomar el exceso de zumo de limón de esta semana. Y ha dado resultado. Era cosa de los limones, nada más.
Con todo, al llegar al bar no lo hice de demasiado buen humor. Ahora que voy haciéndome mayor necesito dormir más. O puede que por dormir más tenga ganas de más sueño, no lo sé. Pero la verdad es que no me apetece nada hacer esta prueba. Ahora prefiero dormir.
El sueño es otro problema, y no de los pequeños. Hay días en los que caigo en él antes de lo habitual con la esperanza de alcanzar mis horas y entonces pasa que despiertas bastante antes de lo necesario. Te levantas, fumas algo...y se te va una hora y pico larga (cuando no dos) hasta volver a ser atrapado ya en las proximidades del límite. Y al llegar a él despiertas más quebrantado que antes. ¡Qué raros son los días en los que despierto poco antes de mi hora! En esos días uno se siente tan bien que no puede más que celebrarlo. A mi manera, claro. Nunca he sido bueno en las celebraciones.
Pero es tan automática esa sensación...No sé, hay quienes se jactan de conocer el alma de un hombre a la primera mirada y quienes ven el nuevo día nada más poner el pie en tierra. La ducha, siempre necesaria y fortificadora, no llega a tanto. Es como si atravesáramos desiertos nocturnos y las más de las veces nos quedásemos cortos de agua. Mala cosa es la deshidratación. Somos agua y nos quedamos secos. Bajo la ducha recuperamos algo de lo perdido. Quizá sea que no baste con cinco minutos. Tal vez sea necesaria una hora entera, una hora con el agua casi caliente cayendo sobre tu cabeza. ¿Agua fría, decís? Sí, puede que tengáis razón, de hecho recuerdo ahora que lo hice durante algún tiempo...pero como con tantas otras cosas los resultados no fueron los vendidos. Y te la jugabas. La experiencia me dice que las naturalezas fuertes no necesitan nada de todo eso, que toda mortificación nace de la debilidad. De hecho los fuertes suelen ser unos grandes comodones. ¿Habéis visto al león en uno de esos documentales? ¿creéis que un león se mortifica para ser más león? Lo que sí he conocido de los fuertes es que todos son de fácil y buen dormir y poco dados a cilicio alguno, de los cuales se ríen como de tonterías propias de petulantes.
Martín no pidió hoy un cargo de treinta euros en su tarjeta por el desayuno: una cerveza, un chupito y dos tostadas con tomate. No, el chupito no fue de uno de esos whiskys, no...aunque tengo alguno que andaría cerca de semejante cuenta, si no la cuadraba. El chupito es standard pero los más de veinticinco euros sobrantes son para medio pollo. Cosas de padres de familia casados con mujeres aún más fuertes, peligrosas y, sobre todo, más inteligentes que ellos.
Poco antes, apenas acababa de abrir el bar, un chaval acompañado por su padre se había tomado un colacao. El chico ya llevaba un pendientillo, el pelazo rubio peinadito a la moda, guapete, saludable y tal, el típico macarrilla todavía limpito por mamá que ya habrá amado más que tú con treinta años. Se me hizo desagradable al primer vistazo y la verdad es que me alegré de no tener pan para hacerle la tostada que, resignado y con una mirada impropia de su edad, había pedido ante mi total ausencia de pastelería de cualquier tipo. Pero acto seguido llegó el panadero.
- jorobar -dije recogiendo los servicios-
- ¿Qué? -respondió Martín-
- El chico este, el que estaba aquí con su padre. Se ha tomado el colacao con azúcar. Jamás pongo azúcar con el colacao, casi nadie me lo pide, pero sabía que este cabrón iba a echárselo.
- Yo también cuando lo tomo, aunque hace tiempo -dijo Martín-
- Y yo de pequeño, no te joroba...¿Pero tú sabes que el 70 % del colacao es azúcar?
- ¿Y qué?
- jorobar...
Martín podría matarme con una mano atada a la espalda, puede que incluso con las dos, casi seguro. Feo, fuerte y compacto, puro nervio y decidido, de pelo tan recio que resulta imposible siquiera imaginarlo alopécico, lleva metiéndose cocaína desde poco después de conocernos, hará treinta años. Cuando a mi, vencido, me dio por el gimnasio él ya hacía tiempo que había tomado la ruta del bakalao. De esa manera conoció y robó a otro tío chungo su futura esposa, ya desposada, una hembra alfa con la que lleva casado veinte años.
Era mediodía cuando llegó al bar uno que hacía tiempo no veía. Claro que yo ya estoy fuera de la noche y bien podría ser que siguiera haciéndolo en ella con el resto de aquella cuadrilla, pero me chocó. Y también, haciendo un poco de memoria, que la tía con la que venía no era la suya, o al menos la que recordaba, aquella chica tan pizpireta por raruna. Esta otra era más joven y tenía las palas de los dientes un tanto separadas, claro síntoma de ninfomanía según cuentan por Internet. Lo saludé como si recordara su nombre y poco más. La verdad es que jamás supe bien su nombre. El de su ex sí.
Y cual no fue mi sorpresa cuando poco a poco fue llegando el resto de aquella libre y divertida cuadrilla de esos años, clarísimo lgtb incluido. Pero ahora ya en modo todos casados o casi y varios hijos pequeños dando por ojo ciego. Hubo alguna progenitora que dijo con pena que ya no estaba el futbolín. Hará dos años que lo quitamos.
La verdad es que nunca tuve ninguna relación con ellos más allá de que mi chica de entonces era amiga de todas ellas o algo así. Esa gente no era la mía, no...Había una tía por ahí suelta, una muchacha que parecía sacada de un cuento de Poe, que era de las pocas que estaban sin pareja y yo miraba. La hubiera mirado igual aún estando con pareja, la verdad; tal vez fuera tan lesbiana como alguno pensará que yo soy lgtb después de tanto tiempo solo. Hoy no vino, claro. Supongo que habrá pillado algo por ahí.
¿Y os lo querréis creer? Yo ya sabía que cada uno iba a pagar lo suyo. ¿Pero sabéis quien se fue sin pagar la totalidad de lo consumido? Exacto, la primera pareja. De hecho ella, la clara ninfómana, fue la última en salir, pues estaba en el water y la salida de todos había sido escalonada, cosas de hijos y todo eso, es decir, que no hubo el típico tumulto de todos nos vamos y yo voy quitando y tal...no. Era como si, bueno, nos hemos visto y adiós, aquí ya andan varias extrañas (dos) y tampoco yo iba a darle más vueltas a tres pilinguis cervezas.
- ¡Eh, oye!
- ¿Sí?
- Me debéis tres pilinguis cervezas
- ¿Qué?
- Que me debéis tres pilinguis cervezas, so ninfómana
A las cuatro de la tarde se hizo una calma tan grande que me dieron ganas de cerrar el bar. El cielo se había cubierto de nubes bajas y la oscuridad hizo presencia. Las luces del bar, ya encendidas, cobraron valor.
Una hora más por delante, una hora más hasta poder estar solo de verdad.
Esa última hora es eterna. Yo sería un hombre muchísimo más feliz si pudiera evitarla. Es mi hora silenciosa, la que me habla sin voz desde mi esquina de la barra. Si yo pudiera saltármela evitaría todo lo que llega después. Pero también es verdad que vosotros no tendríais noticia de mi.
En esa hora silenciosa hoy, como todas las tardes de sábado, cambié de música y puse techno. Pronto llegaron los primeros clientes, unos tipos conocidos, tan solubles como una canción de U2, otra pequeña e inútil cuadrilla de majaderos a punto de cumplir de los cuarenta que poco a poco fue tras*formándose en una especie de película buñuelesca, así eran las tías que venían tras ellos: "¿Pero no se dan cuenta?"
Hubo una cosa muy graciosa un rato después, ya con todos colocados en su sitio. La más sencilla, la que se creía que estaba más buena de todas ellas, la que seguro estaban todos por amarse y que no valía ni para una manola en Chaturbate, se acercó a la barra:
Oye, ¿podrías cambiar el canal?
- ¿El canal de qué? -dije yo previendo el tema musical al que por supuesto no iba a ceder ante nada-
- El de la tele...Es que hay una cosa desagradable...
Y entonces miré y vi que era ese programa de los gordacos extremos, los de más de trescientos kilos.
- Ah, sí...
- Es que nos da ardor de estomago...
- Ya...
Lo quité por cualquiera, creo que Paramount era el siguiente. Pero ese "ardor de estomago" me sonó tan bien que di por buenas la mayor parte de las equivocaciones de mi vida.
Tengo un problema con la gente más joven. Y este problema es que la creo más joven de lo que es. A veces veo a gente y digo: "sí, veinticinco..." Y siempre son más.
Hoy, antes que aquellos, llegaron estos. Venían de jolgorio, los oí incluso antes de entrar por mi puerta. Puede que llegara a preocuparme. "¿Serán etnianos?"
Eran tres chavales con una muchacha, la novia de uno de uno de ellos aunque bastante distinta al pasado fin de semana, cuando iban de boda. Las tías, aún las más jóvenes, a veces son irreconocibles de una semana a la otra: de ver a una diosa vestida en rojo largo a una especie de choni loca va un mundo que yo he visto demasiadas veces.
Casi no la reconocí de lo diferente que parecía. Él, sin embargo, sí me reconoció; y como con demasiada sonrisa, como alegrándose, cosa que me extrañó. Yo, la verdad, veía todo aquello y sólo decía por lo que querían: lo mismo me la sudaban de una manera que de otra.
Uno de los otos dos fue el primero en pedir, un gin tonic. Llevaba un arillo en la oreja que dejaba claro que era un tío guay, enrollao, quizá lgtb con el otro, aunque esto luego se disipara con la posterior venida de otras tías, una de color entre ellas que, estas sí, me pidieron cafés como si yo fuera su abuelo. Apenas veinte años creía que nos separaban. Luego supe que eran menos.
Y salió la boda y la Gran Bajada que le pegó al novio de la vestida de rojo largo fue tan grande que lo llevaron al hospital.
La verdad es que el chico, un tiarrón de casi metro noventa, estaba un tanto pálido pero también bebía cubalibres, divertido, como si nada hubiese pasado una semana antes. Por lo visto llegaron a creer que se le había parado el corazón. Cocaína, supongo. Se desmayó y pronto recuperó la consciencia:
- Estoy bien -le dijo a un "doctor House" que andaba por allí- Déjame
- No, no lo estás -respondió mientras ayudaba a los de la ambulancia-
Y reían, y reían, y reían mientras lo contaban. Le habían hecho mil pruebas, de cabeza y corazón, y todo estaba bien. Nada era tan raro, nadie había pegado botes encima del suelo, nadie se había mordido lengua, nadie había echado espumarajos por ella, nadie había despertado como si viniera de otro mundo, nadie había pasado nada, a nadie, nunca, al contrario...
Hablaban de si ellos eran millenials cuando estaba a punto de irme. Discutían divertidos sobre si ellos lo eran o no. Todas las tías se habían ido menos otra.
- ¡Oye! -dijo la ex mujer de rojo largo- ¿Qué es esto que suena? Se trata de una apuesta....-
- Boris Brechja
- Jooo...-había tenido razón uno de los otros. Y yo suerte. Es sólo una de las trescientas canciones que tengo ahí. La verdad es que apenas sé quien es Boris Brechja-
Salí del bar. La lluvia caía a manta.
Lo tenía todo menos el impermeable. Me calé bien la gorra y desplegué sus orejeras.
Volví a casa con los pies chorreando.
Casi ni sentí el frío durante los siete minutos y medio que yendo a pie separan mi piso del bar. La lengua notábala bastante mejor que estos dos últimos días, sin esa sensación de extraña aspereza, como de herida, algo que me tuvo un tanto preocupado. Pero ayer, pensándolo un poco, probé a dejar de tomar el exceso de zumo de limón de esta semana. Y ha dado resultado. Era cosa de los limones, nada más.
Con todo, al llegar al bar no lo hice de demasiado buen humor. Ahora que voy haciéndome mayor necesito dormir más. O puede que por dormir más tenga ganas de más sueño, no lo sé. Pero la verdad es que no me apetece nada hacer esta prueba. Ahora prefiero dormir.
El sueño es otro problema, y no de los pequeños. Hay días en los que caigo en él antes de lo habitual con la esperanza de alcanzar mis horas y entonces pasa que despiertas bastante antes de lo necesario. Te levantas, fumas algo...y se te va una hora y pico larga (cuando no dos) hasta volver a ser atrapado ya en las proximidades del límite. Y al llegar a él despiertas más quebrantado que antes. ¡Qué raros son los días en los que despierto poco antes de mi hora! En esos días uno se siente tan bien que no puede más que celebrarlo. A mi manera, claro. Nunca he sido bueno en las celebraciones.
Pero es tan automática esa sensación...No sé, hay quienes se jactan de conocer el alma de un hombre a la primera mirada y quienes ven el nuevo día nada más poner el pie en tierra. La ducha, siempre necesaria y fortificadora, no llega a tanto. Es como si atravesáramos desiertos nocturnos y las más de las veces nos quedásemos cortos de agua. Mala cosa es la deshidratación. Somos agua y nos quedamos secos. Bajo la ducha recuperamos algo de lo perdido. Quizá sea que no baste con cinco minutos. Tal vez sea necesaria una hora entera, una hora con el agua casi caliente cayendo sobre tu cabeza. ¿Agua fría, decís? Sí, puede que tengáis razón, de hecho recuerdo ahora que lo hice durante algún tiempo...pero como con tantas otras cosas los resultados no fueron los vendidos. Y te la jugabas. La experiencia me dice que las naturalezas fuertes no necesitan nada de todo eso, que toda mortificación nace de la debilidad. De hecho los fuertes suelen ser unos grandes comodones. ¿Habéis visto al león en uno de esos documentales? ¿creéis que un león se mortifica para ser más león? Lo que sí he conocido de los fuertes es que todos son de fácil y buen dormir y poco dados a cilicio alguno, de los cuales se ríen como de tonterías propias de petulantes.
Martín no pidió hoy un cargo de treinta euros en su tarjeta por el desayuno: una cerveza, un chupito y dos tostadas con tomate. No, el chupito no fue de uno de esos whiskys, no...aunque tengo alguno que andaría cerca de semejante cuenta, si no la cuadraba. El chupito es standard pero los más de veinticinco euros sobrantes son para medio pollo. Cosas de padres de familia casados con mujeres aún más fuertes, peligrosas y, sobre todo, más inteligentes que ellos.
Poco antes, apenas acababa de abrir el bar, un chaval acompañado por su padre se había tomado un colacao. El chico ya llevaba un pendientillo, el pelazo rubio peinadito a la moda, guapete, saludable y tal, el típico macarrilla todavía limpito por mamá que ya habrá amado más que tú con treinta años. Se me hizo desagradable al primer vistazo y la verdad es que me alegré de no tener pan para hacerle la tostada que, resignado y con una mirada impropia de su edad, había pedido ante mi total ausencia de pastelería de cualquier tipo. Pero acto seguido llegó el panadero.
- jorobar -dije recogiendo los servicios-
- ¿Qué? -respondió Martín-
- El chico este, el que estaba aquí con su padre. Se ha tomado el colacao con azúcar. Jamás pongo azúcar con el colacao, casi nadie me lo pide, pero sabía que este cabrón iba a echárselo.
- Yo también cuando lo tomo, aunque hace tiempo -dijo Martín-
- Y yo de pequeño, no te joroba...¿Pero tú sabes que el 70 % del colacao es azúcar?
- ¿Y qué?
- jorobar...
Martín podría matarme con una mano atada a la espalda, puede que incluso con las dos, casi seguro. Feo, fuerte y compacto, puro nervio y decidido, de pelo tan recio que resulta imposible siquiera imaginarlo alopécico, lleva metiéndose cocaína desde poco después de conocernos, hará treinta años. Cuando a mi, vencido, me dio por el gimnasio él ya hacía tiempo que había tomado la ruta del bakalao. De esa manera conoció y robó a otro tío chungo su futura esposa, ya desposada, una hembra alfa con la que lleva casado veinte años.
Era mediodía cuando llegó al bar uno que hacía tiempo no veía. Claro que yo ya estoy fuera de la noche y bien podría ser que siguiera haciéndolo en ella con el resto de aquella cuadrilla, pero me chocó. Y también, haciendo un poco de memoria, que la tía con la que venía no era la suya, o al menos la que recordaba, aquella chica tan pizpireta por raruna. Esta otra era más joven y tenía las palas de los dientes un tanto separadas, claro síntoma de ninfomanía según cuentan por Internet. Lo saludé como si recordara su nombre y poco más. La verdad es que jamás supe bien su nombre. El de su ex sí.
Y cual no fue mi sorpresa cuando poco a poco fue llegando el resto de aquella libre y divertida cuadrilla de esos años, clarísimo lgtb incluido. Pero ahora ya en modo todos casados o casi y varios hijos pequeños dando por ojo ciego. Hubo alguna progenitora que dijo con pena que ya no estaba el futbolín. Hará dos años que lo quitamos.
La verdad es que nunca tuve ninguna relación con ellos más allá de que mi chica de entonces era amiga de todas ellas o algo así. Esa gente no era la mía, no...Había una tía por ahí suelta, una muchacha que parecía sacada de un cuento de Poe, que era de las pocas que estaban sin pareja y yo miraba. La hubiera mirado igual aún estando con pareja, la verdad; tal vez fuera tan lesbiana como alguno pensará que yo soy lgtb después de tanto tiempo solo. Hoy no vino, claro. Supongo que habrá pillado algo por ahí.
¿Y os lo querréis creer? Yo ya sabía que cada uno iba a pagar lo suyo. ¿Pero sabéis quien se fue sin pagar la totalidad de lo consumido? Exacto, la primera pareja. De hecho ella, la clara ninfómana, fue la última en salir, pues estaba en el water y la salida de todos había sido escalonada, cosas de hijos y todo eso, es decir, que no hubo el típico tumulto de todos nos vamos y yo voy quitando y tal...no. Era como si, bueno, nos hemos visto y adiós, aquí ya andan varias extrañas (dos) y tampoco yo iba a darle más vueltas a tres pilinguis cervezas.
- ¡Eh, oye!
- ¿Sí?
- Me debéis tres pilinguis cervezas
- ¿Qué?
- Que me debéis tres pilinguis cervezas, so ninfómana
A las cuatro de la tarde se hizo una calma tan grande que me dieron ganas de cerrar el bar. El cielo se había cubierto de nubes bajas y la oscuridad hizo presencia. Las luces del bar, ya encendidas, cobraron valor.
Una hora más por delante, una hora más hasta poder estar solo de verdad.
Esa última hora es eterna. Yo sería un hombre muchísimo más feliz si pudiera evitarla. Es mi hora silenciosa, la que me habla sin voz desde mi esquina de la barra. Si yo pudiera saltármela evitaría todo lo que llega después. Pero también es verdad que vosotros no tendríais noticia de mi.
En esa hora silenciosa hoy, como todas las tardes de sábado, cambié de música y puse techno. Pronto llegaron los primeros clientes, unos tipos conocidos, tan solubles como una canción de U2, otra pequeña e inútil cuadrilla de majaderos a punto de cumplir de los cuarenta que poco a poco fue tras*formándose en una especie de película buñuelesca, así eran las tías que venían tras ellos: "¿Pero no se dan cuenta?"
Hubo una cosa muy graciosa un rato después, ya con todos colocados en su sitio. La más sencilla, la que se creía que estaba más buena de todas ellas, la que seguro estaban todos por amarse y que no valía ni para una manola en Chaturbate, se acercó a la barra:
Oye, ¿podrías cambiar el canal?
- ¿El canal de qué? -dije yo previendo el tema musical al que por supuesto no iba a ceder ante nada-
- El de la tele...Es que hay una cosa desagradable...
Y entonces miré y vi que era ese programa de los gordacos extremos, los de más de trescientos kilos.
- Ah, sí...
- Es que nos da ardor de estomago...
- Ya...
Lo quité por cualquiera, creo que Paramount era el siguiente. Pero ese "ardor de estomago" me sonó tan bien que di por buenas la mayor parte de las equivocaciones de mi vida.
Tengo un problema con la gente más joven. Y este problema es que la creo más joven de lo que es. A veces veo a gente y digo: "sí, veinticinco..." Y siempre son más.
Hoy, antes que aquellos, llegaron estos. Venían de jolgorio, los oí incluso antes de entrar por mi puerta. Puede que llegara a preocuparme. "¿Serán etnianos?"
Eran tres chavales con una muchacha, la novia de uno de uno de ellos aunque bastante distinta al pasado fin de semana, cuando iban de boda. Las tías, aún las más jóvenes, a veces son irreconocibles de una semana a la otra: de ver a una diosa vestida en rojo largo a una especie de choni loca va un mundo que yo he visto demasiadas veces.
Casi no la reconocí de lo diferente que parecía. Él, sin embargo, sí me reconoció; y como con demasiada sonrisa, como alegrándose, cosa que me extrañó. Yo, la verdad, veía todo aquello y sólo decía por lo que querían: lo mismo me la sudaban de una manera que de otra.
Uno de los otos dos fue el primero en pedir, un gin tonic. Llevaba un arillo en la oreja que dejaba claro que era un tío guay, enrollao, quizá lgtb con el otro, aunque esto luego se disipara con la posterior venida de otras tías, una de color entre ellas que, estas sí, me pidieron cafés como si yo fuera su abuelo. Apenas veinte años creía que nos separaban. Luego supe que eran menos.
Y salió la boda y la Gran Bajada que le pegó al novio de la vestida de rojo largo fue tan grande que lo llevaron al hospital.
La verdad es que el chico, un tiarrón de casi metro noventa, estaba un tanto pálido pero también bebía cubalibres, divertido, como si nada hubiese pasado una semana antes. Por lo visto llegaron a creer que se le había parado el corazón. Cocaína, supongo. Se desmayó y pronto recuperó la consciencia:
- Estoy bien -le dijo a un "doctor House" que andaba por allí- Déjame
- No, no lo estás -respondió mientras ayudaba a los de la ambulancia-
Y reían, y reían, y reían mientras lo contaban. Le habían hecho mil pruebas, de cabeza y corazón, y todo estaba bien. Nada era tan raro, nadie había pegado botes encima del suelo, nadie se había mordido lengua, nadie había echado espumarajos por ella, nadie había despertado como si viniera de otro mundo, nadie había pasado nada, a nadie, nunca, al contrario...
Hablaban de si ellos eran millenials cuando estaba a punto de irme. Discutían divertidos sobre si ellos lo eran o no. Todas las tías se habían ido menos otra.
- ¡Oye! -dijo la ex mujer de rojo largo- ¿Qué es esto que suena? Se trata de una apuesta....-
- Boris Brechja
- Jooo...-había tenido razón uno de los otros. Y yo suerte. Es sólo una de las trescientas canciones que tengo ahí. La verdad es que apenas sé quien es Boris Brechja-
Salí del bar. La lluvia caía a manta.
Lo tenía todo menos el impermeable. Me calé bien la gorra y desplegué sus orejeras.
Volví a casa con los pies chorreando.