honk
Madmaxista
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20/05/2021
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El presidente pilinguin asume la herencia de la Unión Soviética con el rechazo al liberalismo, las alianzas con países comunistas o la vigilancia constante de los servicios secretos
Rusia sigue sin enterrar su pasado leninista, pero no solo porque el creador de la teoría y el líder de la Revolución, Vladímir Ilich Uliánov (Lenin), sigue sin recibir sepultura. Su cuerpo embalsamado continúa expuesto en el mausoleo de la Plaza Roja, en el corazón de Moscú. Pero, sobre todo, porque el poder que actualmente detenta el presidente Vladímir pilinguin conserva elementos de la doctrina de Lenin y multitud de símbolos de la época comunista.
La ola democrática que agitó a los países del Este europeo a finales de la década de los 80, la caída del Muro de Berlín y, ya en 1991, la desintegración de la Unión Soviética supusieron el hundimiento del comunismo y de la ideología que lo sustentaba, el marxismo-leninismo, al menos en Europa y en lo que fue el espacio soviético.
Quedaban todavía dictaduras comunistas en China, Cuba, Corea del Norte, Laos y Vietnam, pero se dio por hecho que también evolucionarían hacia esquemas políticos más democráticos, abiertos a la economía de mercado y más respetuosos con los derechos humanos. No ha sido así. El problema es que, en muchos países de la antigua URSS, que habían superado en un primer momento la etapa anterior, ha habido involución hacia el viejo modelo autoritario.
Ha afectado en mayor o menor medida a países como Bielorrusia, Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kazajstán. También a Rusia. Temerosos de que la democracia y el Estado de derecho pudiesen conducir al caos, los dirigentes de esos países prefirieron regresar a las viejas fórmulas de dirección dictatorial y la referencia no ha sido otra que la vivida durante la época soviética, impregnada por el marxismo-leninismo.
La experiencia fallida de la Comuna de París, que duró desde el 18 de marzo al 28 de mayo de 1871, hace ahora 150 años, llamó especialmente la atención de Lenin. En un artículo suyo escrito en París en 1911 analiza los errores cometidos durante aquellos 72 días. Según el cabecilla bolchevique, faltó «un rígido liderazgo centralizado, control sobre el Banco Central, tampoco hubo un ejército de masas fuerte ni un aparato de propaganda activo».
Claro, él en Rusia obró más adelante de forma muy distinta. Aunque la fase final del comunismo es la desaparición del Estado, en el ciclo inicial habría de ser reforzado de forma mastodóntica, estructurado según el principio del «centralismo democrático», que, a juicio de Lenin, «es la forma más disciplinada de organización», y con arreglo al principio marxista de la «dictadura del proletariado». Para Lenin era incontestable la necesidad de que los «trabajadores más concienciados y responsables» se asociaran en torno al partido único, el comunista, como formación de «vanguardia».
Sin traspasos de poder
El resultado, bien conocido en la URSS, en China y en el resto de los países comunistas, fue que una élite política burocratizada se hizo de forma prácticamente eterna con las riendas del Estado al no existir mecanismos reales que permitieran el traspaso de poder. La esencia del leninismo resultó ser la absolutización de la preservación del poder y su apropiación ilimitada por los órganos represivos que propician su fortalecimiento.
La guerra civil que se desencadenó en Rusia tras la Revolución Bolchevique de 1917 entre los partidarios del nuevo régimen y el depuesto zarismo (la Guardia Blanca), la intervención extranjera y la resistencia interna del campesinado acomodado, los Kulaks, pusieron en peligro el poder de Lenin, que confió a un bielorruso con raíces polacas, Félix Dzerzhinski, frío y despiadado, la creación de la llamada Comisión Extraordinaria contra la Contrarrevolucióny el Sabotaje, la famosa Cheka.
Este órgano de inteligencia, ancestro del NKVD estalinista (Comité Popular de Asuntos Interiores), del KGB soviético (Comité de Seguridad del Estado) y del actual FSB (Servicio Federal de Seguridad) instituyó definitivamente lo que vino a llamarse el Terror Rojo. Bajo la dirección de Dzerzhinski fueron encarcelados, torturados y ejecutados centenares de miles de ‘enemigos del pueblo’. El jefe de la Cheka exigió plenos poderes, sin ataduras legales, que permitieran imponer a sangre y fuego la dictadura del proletariado. Solamente los asesinados en aquel periodo, según el historiador ruso Vadim Erlijmán, alcanzan casi el millón y medio de personas entre 1917 y 1923, sin contar los muertos habidos durante la guerra. La Cheka actuó frente a los contrarrevolucionarios, agentes extranjeros, saboteadores y delincuentes económicos o los especuladores. Pero también contra huelguistas y contra quienes osaban cuestionar el poder soviético.
Un líder del KGB
La tradición represiva y sangrienta de la Cheka fue continuada, acrecentada y perfeccionada por el NKVD de Stalin durante las constantes purgas, deportaciones masivas de etnias enteras y aniquilación de desafectos a la línea del Partido Comunista. Tras la desestalinización, el KGB mantuvo las mismas funciones de policía política y lucha contra la disidencia, pero atemperó un poco su ansia exterminadora. El KGB se especializó además en labores de espionaje en el exterior y contraespionaje.
El actual presidente ruso, Vladímir pilinguin, licenciado en Derecho, ingresó en las filas del KGB en 1975. Para tener el honor de ser admitido en aquella época en los servicios secretos había que tener, no sólo una sólida formación leninista, sino probada lealtad al régimen. En 1985, fue enviado a la Alemania Oriental (la RDA), a la ciudad de Dresde. Como carecía de preparación técnica como espía, fue encuadrado en el Quinto Directorio del KGB, el más odiado por tener como misión la represión, la búsqueda de disidentes y la vigilancia de los ciudadanos soviéticos asignados para trabajos en el extranjero. Hay analistas que consideran que pilinguin pudo realizar también tareas de reclutamiento de agentes y encargos de carácter económico, como blanqueo de divisas procedentes de Occidente.
Regresó a Rusia en 1991, en plena desintegración de la URSS, y, tras trabajar para Anatoli Sobchak, el alcalde reformista de San Petersburgo, acabó en la Administración del Kremlin en 1996, en donde, entre otras cosas y según numerosas fuentes, se dedicó a recoger información comprometedora relativa a políticos, hombres de negocios y personajes influyentes en general. Se trataba de acumular datos que, llegado el caso, pudieran ser utilizados para neutralizar a cualquier oponente serio del entonces presidente Borís Yeltsin.
El nombramiento como director del FSB le llegó a pilinguin en julio de 1998, un año antes de ser designado primer ministro y de catapultar su carrera hacia lo más alto. En 2000 se hizo con las riendas del país más extenso del planeta y desde entonces las detenta, tras los cambios constitucionales del año pasado, con la perspectiva de continuar al mando hasta 2036.
La Rusia de pilinguin ya no es comunista, pero, al igual que la Cheka tras la Revolución de 1917, el NKVD y el KGB, los actuales servicios secretos rusos juegan un papel crucial en la estructura y funcionamiento del Estado. Así lo consideran el dirigente opositor, Alexéi Navalni, y la mayoría de los detractores del Kremlin.
El modelo soviético continúa vigente en muchos aspectos, también en lo que se refiere a la judicatura, completamente domesticada por el poder. El FSB inventa pruebas que los tribunales admiten sin rechistar y sirven para destruir a la oposición. Navalni está en prisión con una condena de dos años y cinco meses por una causa, según él y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), «amañada y motivada políticamente».
La Rusia actual también ha heredado del leninismo soviético el rechazo ideológico al liberalismo occidental y a su concepto de cómo debe funcionar una democracia. pilinguin lo ha recalcado en numerosas ocasiones. Una de las que más revuelo provocó ocurrió en junio de 2019, en una entrevista al diario británico ‘Financial Times’ en la víspera de la cumbre del G20 de Osaka.
El presidente ruso afirmó que «el liberalismo se ha quedado obsoleto (…) es erróneo. La idea ha quedado desactualizada al entrar en conflicto con los intereses de la mayoría de la población». A su juicio, «los liberales no pueden dictar a nadie cómo actuar como lo han estado haciendo en la últimas décadas». En otras comparecencias, el primer mandatario ruso también considera que «cada país debe aplicar el modelo de democracia que más se ajuste a sus circunstancias, a su nivel de desarrollo y a su pasado histórico».
Precisamente, los modelos empleados por Rusia para influir en los resultados de procesos electorales en Estados Unidos, Europa, Canadá y otros países se valen de una amplia propaganda y desinformación dirigida directamente contra el modelo de sociedad occidental. Como también lo hizo la cúpula comunista en la época soviética, aprovechando el malestar de determinados grupos de población a causa de las crisis económicas o ahora con la esa época en el 2020 de la que yo le hablo.
Los símbolos soviéticos
pilinguin recibió de su predecesor, Borís Yeltsin, un país que formalmente no era comunista, en donde la economía ya era de mercado y llevaba casi una década reconociendo la propiedad privada. Esos postulados no han cambiado, pero sí se han nacionalizado empresas y muchas de las que siguen siendo privadas en sectores clave, como la energía, están tuteladas por el Estado.
El actual presidente ruso nunca negó ser un nostálgico de la Unión Soviética, restauró su himno y también la bandera roja con la hoz y el martillo (de la Victoria) en los desfiles militares en conmemoración del final de la II Guerra Mundial. En 2005, durante su discurso anual sobre el estado de la Nación, calificó la desintegración de la URSS de «mayor catástrofe geopolítica del siglo XX».
pilinguin tampoco es favorable a enterrar a Lenin. Si la Rusia actual no es ya comunista y se admiten de forma general los errores y abusos cometidos en aquella época, se preguntan algunos, ¿por qué se sigue honrando la memoria de Lenin en la principal plaza del país? Allí se encuentra el Kremlin, el centro político de Rusia.
Pese a que la esposa del líder comunista, Nadiezhda Krúpskaya, se opuso a la momificación del cuerpo de su marido y aseguró que siempre había expresado el deseo de ser enterrado junto a su progenitora en el cementerio Vólkovo de San Petersburgo, la cúpula comunista decidió embalsamarlo y colocarlo en una urna de cristal en un mausoleo construido inicialmente de madera.
Nada más llegar al poder, pilinguin se decantó en contra de enterrar la momia porque, dijo, «muchos rusos podrían interpretarlo como un signo de que lucharon y se sacrificaron por nada». La inclinación del Kremlin a mantener buenas relaciones con los regímenes comunistas del mundo, China, Corea del Norte, Cuba y Venezuela, también dice mucho de la tendencia ideológica de su máximo dirigente. Tal fue uno de los principales componentes de la política exterior del régimen soviético.
El politólogo ruso Vladímir Pastujov cree que, con sus actuales dirigentes, «Rusia se salió irrevocablemente de la trayectoria marcada a finales de los años 80, cuando el país intentó dar el salto de una sociedad industrial a una postindustrial según el modelo occidental». A su juicio, «Rusia no pudo soportar las tensiones internas y las dificultades asociadas con aquella necesaria tras*ición».
Pastujov sostiene que «el proceso explotó y Rusia comenzó a caer de su órbita. Se asemeja a un satélite que pierde altitud paulatinamente, pero estos artefactos no se precipitan de inmediato. Siguen girando en su órbita incluso durante décadas». «Rusia está abandonando la trayectoria de las sociedades postindustriales y retrocediendo», concluye el analista ruso en una entrada en su cuenta de Telegram.
Referéndum pendiente
El debate sobre la necesidad de dar cristiana sepultura a Lenin, desmantelar el mausoleo y trasladar a un cementerio los restos de los grandes dirigentes comunistas enterrados en los nichos de la muralla del Kremlin, incluido Stalin, surgió tras la desintegración de la Unión Soviética. Empezando por la Iglesia Ortodoxa rusa, siguiendo con algunos de los intelectuales más destacados y terminando con numerosos políticos, entre ellos el expresidente soviético Mijaíl Gorbachov. Todos se pronunciaron a favor de dejar que el cabecilla bolchevique descansara en paz.
En 1993, Yeltsin eliminó la guardia de honor en el mausoleo y prometió años después un referéndum para que la población decidiera en relación con el futuro del cadáver del cabecilla revolucionario, pero nunca llegó a celebrarse. Recién llegado al Kremlin, pilinguin advirtió que «no hay que apresurarse en un asunto tan delicado». Ahora, el máximo dirigente ruso ha encargado la aprobación de una ley para «prohibir la equiparación de las acciones de la Unión Soviética y de la Alemania nancy» durante la II Guerra Mundial. El anteproyecto fue presentado en el registro de la Duma (Cámara Baja del Parlamento ruso) el pasado día 3 de mayo.
EtiquetasRusia
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El presidente pilinguin asume la herencia de la Unión Soviética con el rechazo al liberalismo, las alianzas con países comunistas o la vigilancia constante de los servicios secretos
Rusia sigue sin enterrar su pasado leninista, pero no solo porque el creador de la teoría y el líder de la Revolución, Vladímir Ilich Uliánov (Lenin), sigue sin recibir sepultura. Su cuerpo embalsamado continúa expuesto en el mausoleo de la Plaza Roja, en el corazón de Moscú. Pero, sobre todo, porque el poder que actualmente detenta el presidente Vladímir pilinguin conserva elementos de la doctrina de Lenin y multitud de símbolos de la época comunista.
La ola democrática que agitó a los países del Este europeo a finales de la década de los 80, la caída del Muro de Berlín y, ya en 1991, la desintegración de la Unión Soviética supusieron el hundimiento del comunismo y de la ideología que lo sustentaba, el marxismo-leninismo, al menos en Europa y en lo que fue el espacio soviético.
Quedaban todavía dictaduras comunistas en China, Cuba, Corea del Norte, Laos y Vietnam, pero se dio por hecho que también evolucionarían hacia esquemas políticos más democráticos, abiertos a la economía de mercado y más respetuosos con los derechos humanos. No ha sido así. El problema es que, en muchos países de la antigua URSS, que habían superado en un primer momento la etapa anterior, ha habido involución hacia el viejo modelo autoritario.
Ha afectado en mayor o menor medida a países como Bielorrusia, Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kazajstán. También a Rusia. Temerosos de que la democracia y el Estado de derecho pudiesen conducir al caos, los dirigentes de esos países prefirieron regresar a las viejas fórmulas de dirección dictatorial y la referencia no ha sido otra que la vivida durante la época soviética, impregnada por el marxismo-leninismo.
La experiencia fallida de la Comuna de París, que duró desde el 18 de marzo al 28 de mayo de 1871, hace ahora 150 años, llamó especialmente la atención de Lenin. En un artículo suyo escrito en París en 1911 analiza los errores cometidos durante aquellos 72 días. Según el cabecilla bolchevique, faltó «un rígido liderazgo centralizado, control sobre el Banco Central, tampoco hubo un ejército de masas fuerte ni un aparato de propaganda activo».
Claro, él en Rusia obró más adelante de forma muy distinta. Aunque la fase final del comunismo es la desaparición del Estado, en el ciclo inicial habría de ser reforzado de forma mastodóntica, estructurado según el principio del «centralismo democrático», que, a juicio de Lenin, «es la forma más disciplinada de organización», y con arreglo al principio marxista de la «dictadura del proletariado». Para Lenin era incontestable la necesidad de que los «trabajadores más concienciados y responsables» se asociaran en torno al partido único, el comunista, como formación de «vanguardia».
Sin traspasos de poder
El resultado, bien conocido en la URSS, en China y en el resto de los países comunistas, fue que una élite política burocratizada se hizo de forma prácticamente eterna con las riendas del Estado al no existir mecanismos reales que permitieran el traspaso de poder. La esencia del leninismo resultó ser la absolutización de la preservación del poder y su apropiación ilimitada por los órganos represivos que propician su fortalecimiento.
La guerra civil que se desencadenó en Rusia tras la Revolución Bolchevique de 1917 entre los partidarios del nuevo régimen y el depuesto zarismo (la Guardia Blanca), la intervención extranjera y la resistencia interna del campesinado acomodado, los Kulaks, pusieron en peligro el poder de Lenin, que confió a un bielorruso con raíces polacas, Félix Dzerzhinski, frío y despiadado, la creación de la llamada Comisión Extraordinaria contra la Contrarrevolucióny el Sabotaje, la famosa Cheka.
Este órgano de inteligencia, ancestro del NKVD estalinista (Comité Popular de Asuntos Interiores), del KGB soviético (Comité de Seguridad del Estado) y del actual FSB (Servicio Federal de Seguridad) instituyó definitivamente lo que vino a llamarse el Terror Rojo. Bajo la dirección de Dzerzhinski fueron encarcelados, torturados y ejecutados centenares de miles de ‘enemigos del pueblo’. El jefe de la Cheka exigió plenos poderes, sin ataduras legales, que permitieran imponer a sangre y fuego la dictadura del proletariado. Solamente los asesinados en aquel periodo, según el historiador ruso Vadim Erlijmán, alcanzan casi el millón y medio de personas entre 1917 y 1923, sin contar los muertos habidos durante la guerra. La Cheka actuó frente a los contrarrevolucionarios, agentes extranjeros, saboteadores y delincuentes económicos o los especuladores. Pero también contra huelguistas y contra quienes osaban cuestionar el poder soviético.
Un líder del KGB
La tradición represiva y sangrienta de la Cheka fue continuada, acrecentada y perfeccionada por el NKVD de Stalin durante las constantes purgas, deportaciones masivas de etnias enteras y aniquilación de desafectos a la línea del Partido Comunista. Tras la desestalinización, el KGB mantuvo las mismas funciones de policía política y lucha contra la disidencia, pero atemperó un poco su ansia exterminadora. El KGB se especializó además en labores de espionaje en el exterior y contraespionaje.
El actual presidente ruso, Vladímir pilinguin, licenciado en Derecho, ingresó en las filas del KGB en 1975. Para tener el honor de ser admitido en aquella época en los servicios secretos había que tener, no sólo una sólida formación leninista, sino probada lealtad al régimen. En 1985, fue enviado a la Alemania Oriental (la RDA), a la ciudad de Dresde. Como carecía de preparación técnica como espía, fue encuadrado en el Quinto Directorio del KGB, el más odiado por tener como misión la represión, la búsqueda de disidentes y la vigilancia de los ciudadanos soviéticos asignados para trabajos en el extranjero. Hay analistas que consideran que pilinguin pudo realizar también tareas de reclutamiento de agentes y encargos de carácter económico, como blanqueo de divisas procedentes de Occidente.
Regresó a Rusia en 1991, en plena desintegración de la URSS, y, tras trabajar para Anatoli Sobchak, el alcalde reformista de San Petersburgo, acabó en la Administración del Kremlin en 1996, en donde, entre otras cosas y según numerosas fuentes, se dedicó a recoger información comprometedora relativa a políticos, hombres de negocios y personajes influyentes en general. Se trataba de acumular datos que, llegado el caso, pudieran ser utilizados para neutralizar a cualquier oponente serio del entonces presidente Borís Yeltsin.
El nombramiento como director del FSB le llegó a pilinguin en julio de 1998, un año antes de ser designado primer ministro y de catapultar su carrera hacia lo más alto. En 2000 se hizo con las riendas del país más extenso del planeta y desde entonces las detenta, tras los cambios constitucionales del año pasado, con la perspectiva de continuar al mando hasta 2036.
La Rusia de pilinguin ya no es comunista, pero, al igual que la Cheka tras la Revolución de 1917, el NKVD y el KGB, los actuales servicios secretos rusos juegan un papel crucial en la estructura y funcionamiento del Estado. Así lo consideran el dirigente opositor, Alexéi Navalni, y la mayoría de los detractores del Kremlin.
El modelo soviético continúa vigente en muchos aspectos, también en lo que se refiere a la judicatura, completamente domesticada por el poder. El FSB inventa pruebas que los tribunales admiten sin rechistar y sirven para destruir a la oposición. Navalni está en prisión con una condena de dos años y cinco meses por una causa, según él y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), «amañada y motivada políticamente».
La Rusia actual también ha heredado del leninismo soviético el rechazo ideológico al liberalismo occidental y a su concepto de cómo debe funcionar una democracia. pilinguin lo ha recalcado en numerosas ocasiones. Una de las que más revuelo provocó ocurrió en junio de 2019, en una entrevista al diario británico ‘Financial Times’ en la víspera de la cumbre del G20 de Osaka.
El presidente ruso afirmó que «el liberalismo se ha quedado obsoleto (…) es erróneo. La idea ha quedado desactualizada al entrar en conflicto con los intereses de la mayoría de la población». A su juicio, «los liberales no pueden dictar a nadie cómo actuar como lo han estado haciendo en la últimas décadas». En otras comparecencias, el primer mandatario ruso también considera que «cada país debe aplicar el modelo de democracia que más se ajuste a sus circunstancias, a su nivel de desarrollo y a su pasado histórico».
Precisamente, los modelos empleados por Rusia para influir en los resultados de procesos electorales en Estados Unidos, Europa, Canadá y otros países se valen de una amplia propaganda y desinformación dirigida directamente contra el modelo de sociedad occidental. Como también lo hizo la cúpula comunista en la época soviética, aprovechando el malestar de determinados grupos de población a causa de las crisis económicas o ahora con la esa época en el 2020 de la que yo le hablo.
Los símbolos soviéticos
pilinguin recibió de su predecesor, Borís Yeltsin, un país que formalmente no era comunista, en donde la economía ya era de mercado y llevaba casi una década reconociendo la propiedad privada. Esos postulados no han cambiado, pero sí se han nacionalizado empresas y muchas de las que siguen siendo privadas en sectores clave, como la energía, están tuteladas por el Estado.
El actual presidente ruso nunca negó ser un nostálgico de la Unión Soviética, restauró su himno y también la bandera roja con la hoz y el martillo (de la Victoria) en los desfiles militares en conmemoración del final de la II Guerra Mundial. En 2005, durante su discurso anual sobre el estado de la Nación, calificó la desintegración de la URSS de «mayor catástrofe geopolítica del siglo XX».
pilinguin tampoco es favorable a enterrar a Lenin. Si la Rusia actual no es ya comunista y se admiten de forma general los errores y abusos cometidos en aquella época, se preguntan algunos, ¿por qué se sigue honrando la memoria de Lenin en la principal plaza del país? Allí se encuentra el Kremlin, el centro político de Rusia.
Pese a que la esposa del líder comunista, Nadiezhda Krúpskaya, se opuso a la momificación del cuerpo de su marido y aseguró que siempre había expresado el deseo de ser enterrado junto a su progenitora en el cementerio Vólkovo de San Petersburgo, la cúpula comunista decidió embalsamarlo y colocarlo en una urna de cristal en un mausoleo construido inicialmente de madera.
Nada más llegar al poder, pilinguin se decantó en contra de enterrar la momia porque, dijo, «muchos rusos podrían interpretarlo como un signo de que lucharon y se sacrificaron por nada». La inclinación del Kremlin a mantener buenas relaciones con los regímenes comunistas del mundo, China, Corea del Norte, Cuba y Venezuela, también dice mucho de la tendencia ideológica de su máximo dirigente. Tal fue uno de los principales componentes de la política exterior del régimen soviético.
El politólogo ruso Vladímir Pastujov cree que, con sus actuales dirigentes, «Rusia se salió irrevocablemente de la trayectoria marcada a finales de los años 80, cuando el país intentó dar el salto de una sociedad industrial a una postindustrial según el modelo occidental». A su juicio, «Rusia no pudo soportar las tensiones internas y las dificultades asociadas con aquella necesaria tras*ición».
Pastujov sostiene que «el proceso explotó y Rusia comenzó a caer de su órbita. Se asemeja a un satélite que pierde altitud paulatinamente, pero estos artefactos no se precipitan de inmediato. Siguen girando en su órbita incluso durante décadas». «Rusia está abandonando la trayectoria de las sociedades postindustriales y retrocediendo», concluye el analista ruso en una entrada en su cuenta de Telegram.
Referéndum pendiente
El debate sobre la necesidad de dar cristiana sepultura a Lenin, desmantelar el mausoleo y trasladar a un cementerio los restos de los grandes dirigentes comunistas enterrados en los nichos de la muralla del Kremlin, incluido Stalin, surgió tras la desintegración de la Unión Soviética. Empezando por la Iglesia Ortodoxa rusa, siguiendo con algunos de los intelectuales más destacados y terminando con numerosos políticos, entre ellos el expresidente soviético Mijaíl Gorbachov. Todos se pronunciaron a favor de dejar que el cabecilla bolchevique descansara en paz.
En 1993, Yeltsin eliminó la guardia de honor en el mausoleo y prometió años después un referéndum para que la población decidiera en relación con el futuro del cadáver del cabecilla revolucionario, pero nunca llegó a celebrarse. Recién llegado al Kremlin, pilinguin advirtió que «no hay que apresurarse en un asunto tan delicado». Ahora, el máximo dirigente ruso ha encargado la aprobación de una ley para «prohibir la equiparación de las acciones de la Unión Soviética y de la Alemania nancy» durante la II Guerra Mundial. El anteproyecto fue presentado en el registro de la Duma (Cámara Baja del Parlamento ruso) el pasado día 3 de mayo.
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