Rio de Onor, fosil del reino asturleones

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Rio de Onor y Rihonor de Castilla son dos mitades de la misma aldea, en el NE de Portugal, situadas a los dos lados de la frontera hispano-portuguesa. La lengua tradicional de la aldea es un dialecto asturleonés similar al sanabrés o al hablado en Miranda de Douro. El siguiente artículo fue publicado en la edición española del Reader`s Digest, abril de 1991:

Rihonor de Castilla, Paradigma de Armonía
por Marion Kaplan

En este diminuto Shangri-La –mitad portugués, mitad español - perdura un secular sistema comunitario

Es Año Nuevo, día de elecciones en Rihonor de Castilla, aldea situada en la frontera nororiental de Portugal con España. Pero no se ve ningún cartel ni se oyen los estruendos de los altoparlantes. No hay casillas ni urnas electorales. Ahora bien, en una plazoleta, Manuel Nunes se apoya en una pared y Mariano Preto espera, solemne, empuñando una vara de álamo. Durante un año, ambos han sido “mayordomos”, regidores de la aldea. Ahora les corresponde serlo a otros aldeanos.
Bajo el sol invernal los hombres caminan lentamente de dos en dos y de tres en tres a reunirse con ellos. Por turno, cada uno susurra dos nombres al oído de Mariano, que con una navaja hace un corte en la vara: la vara está dividida en secciones, una por cada casa de la aldea. A los diez minutos termina la votación. Mariano cuenta los cortes y anuncia que los dos nuevos “mayordomos” para 1990 son Dinis Delgado y Francisco Preto. Luego, viendo que nadie objeta la cuenta, arroja al suelo la vara.
El grupo crece con la llegada de las mujeres, que se acercan a escuchar o a hacer comentarios mientras Mariano informa sobre su año de mandato. Me entero de las decisiones que se tomaron respecto de las vacas y el toro de la comunidad; del cemento para las construcciones; del vino y la cerveza para las fiestas...Terminada su exposición, Mariano entrega a Dinis el libro de cuentas y una lata con el dinero en efectivo de la comunidad. “¡Que Dios os ayude!”, les desea a los nuevos “mayordomos”.
Las mujeres no han votado, ni ahora ni nunca. Su papel está fijado por la rígida organización comunal: llevan las vacas a pastar, cortan coles, acarrean trabajo manual, alimentan a los cerdos, guisan, limpian la casa y crían a los niños, en tanto los varones cuidan los rebaños y se encargan de las labores de la comunidad, como son reparar los caminos y hacer trámites administrativos en pantaletança, la capital del distrito, situada a unos 26 kilómetros de allí. No obstante, observé que las mujeres defendieron con desenvoltura los intereses de sus familias en el debate general que se llevó a cabo después de las elecciones.
Esta escena se repite cada Año Nuevo desde incontables generaciones. Pero la votación por medio de la vara es sólo una de las extraordinarias peculiaridades de esta aldea de Tras-Os-Montes. Una geografía singular, su dialecto propio y el antiguo sistema social comunitario le han dado una peculiar distinción.
Rihonor de Castilla se asienta en un apacible valle entre el Parque Natural de Montesinho, al sur, y las montañas de Sanabria, España, al norte. Según el etnólogo Jorge Dias, de los 12 meses del año, nueve son de invierno, y tres de clima paradisiaco. La aldea es semejante a otras de la región: casas de piedra, de dos plantas, con techo de pizarra y balcón; la vida familiar tras*curre en la planta alta; el ganado, el granero y la bodega están en la planta baja. Bordeado de álamos, el Contensa, llamado también Rihonor, tributario del río Duero, divide la aldea en dos. La agricultura se practica en la orilla izquierda, y los viñedos predominan en la derecha. La parte meridional de la aldea, de baixo, es portuguesa; la septentrional, de cima, española; en Portugal, el pueblo se llama Rio de Onor.
De las antiguas regiones de Asturias y León heredaron un dialecto: el rihonorés, que también es el gentilicio del lugar. “Hoy día, lo hablan principalmente los aldeanos más viejos”, explica Mariano. “Casi todos preferimos hablar portugués, español, o una mezcla de ambos”.
Cerca del puente de piedra que marca el límite de la sección portuguesa está la que fue casa de un guarda fronterizo. Río arriba, otro puente conduce a España. En otro tiempo los carabineros montaban guardia allí. Las vacas deambulan alrededor del puente, sin reconocer la frontera. “Tampoco nosotros la reconocemos”, declara la sonriente mujer que pasta los animales.
Las dos secciones de Rihonor de Castilla atribuyen más valor a los vínculos que las unen que a los edictos burocráticos de Lisboa y Madrid. Este pueblo de Pastores comparte un sistema de autogobierno comunal. “Pero no debe usted malinterpretarnos”, me advierte Mariano. “No somos partidarios del comunismo”.
Las familias están estrechamente interrelacionadas. En el lado portugués (con una población de aproximadamente 120 personas), hay muchos que se apellidan Preto, como Mariano. En el español (con alrededor de 25 habitantes), conocí a Carmen Prieto, casada con el portugués Manuel Barrio. Más por aceptación porpular que por títulos de propiedad, con frecuencia los españoles poseen tierras y las trabajan en Portugal, y lo mismo ocurre con los portugueses en España. “Los conflictos por herencias, que pueden parecer complicados en las leyes, los resolvemos mediante debates”, me informó Mariano. “Siempre ha sido así”.
El sistema tradicional prevé la propiedad privada de tierras de cultivo; un pastizal comunitario donde se cuidan como unsolo rebaño unas 300 ovejas y 100 cabras; los pastizales en que, cuando el clima es benigno, pace el ganado comunal, que consta de no más de tres vacas por familia; y, por último, los terrenos públicos. “Cuidamos por turnos los rebaños comunales”, señala Mariano. “Así nos queda tiempo para hacer otros trabajos”.
Los problemas que se van presentando - la necesidad de limpiar de zarzas y hierbas las acequias, llamar al veterinario o comprar fertilizantes - se resuelven en juntas informales, a las que asisten los “mayordomos” y un representante de cada familia portuguesa, convocados todos al repique de la campana de la iglesia. Habitualmente, la asamblea se efectúa cerca del puente. “Nos reunimos aquí con mucha frecuencia”, comenta Mariano. “Puede ser dos veces al día, en una crisis, o una vez por semana”.
Qué se hace en ausencia de los propietarios y el mantenimiento y uso de los molinos, son asuntos resueltos por reglas fijadas hace siglos. Por tradición, cuando la asamblea no acepta por unanimidad una medida propuesta por los “mayordomos”, esta se somete a votación. Cada cual recibe un trozo de pizarra, en la que marca si está de acuerdo con la proposición, o la deja en blanco en caso contrario. Se acepta la voluntad de la mayoría, y los “mayordomos” vigilan que la medida entre en vigor. Junio es el mes más alegre en Rihonor. El día 24, los aldeanos celebran a su santo patono, San Juan (Al San Xuan, en rihonorés). Acuden amigos de los pueblos vecinos y hay una misa solemne, con procesión que recorre toda la aldea. Para esta fiesta se asan corderos, cabras, lechones y becerros en los hornos donde se cuece el pan comunal. Abundan la comida, el vino hecho en casa, la cerveza y la música. El homenaje que se tributa a San Juan tiene la finalidad de propiciarlo para que haya buenas cosechas y mucha felicidad.
Y llega julio, la época de cosechar el trigo y el centeno. Tanto en las tierras comunales como en las privadas, todos trabajan juntos. El grano se muele en dos molinos de agua comunales. Se trasquila a las ovejas, y las mujeres lavan la lana en el río para limpiarla y suavizarla antes de hilarla (ganan algún dinero tejiendo calcetines y suéteres).
El armonioso estilo de vida de estas 145 personas -unas 40 familias en el lado portugués y unas 12 en el español - ha sido objeto de estudios sociológicos. De “oasis perdido” calificó Jorge Dias al pueblo en su libro Rio de Onor: comunismo agropastoril. ¿Posee Rihonor el secreto de la felicidad? “Aquí nadie pasa hambre, pero todos somos pobres”, dice, suspirando, Mariano. “Nuestros jóvenes emigran porque aquí no hay porvenir para ellos. Como otros muchos, mis dos hijos son agentes de la Brigada del Tránsito de la Guardia Nacional Republicana. Aquí sólo vivía mi hija, con sus dos hijitas, cuando su marido estaba lejos”. Cuando conocí a Cilene y a Carlinha, de 12 y cinco años, respectivamente, andaban correteando por la casa de Mariano, mientras Angelina, la abuela, cortaba las verduras sentada al amor del fuego. Sobre el hogar colgaba un gran perol neցro con alimento para los cerdos. En las incandescentes brasas hervía una olla, más pequeña, de sopa de col. Detrás de Angelina parpadeaba la pantalla del televisor. Nadie tiene videocasetera ni lavadora -las mujeres lavan la ropa en el río-, pero casi todos cuentan con televisor y con agua corriente. Las casas vacías han permitido a muchas familias alojar al ganado fuera de su propio hogar; además, ya se han remodelado algunas viviendas tradicionales. Vi marcos de aluminio en más de una ventana, y viejos balcones de madera con nuevos y relucientes enrejados.
Aunque hacen compras en cualquier lado de la frontera, ya sea con escudos o con pesetas, los aldeanos repudian el contrabando. “Apoyamos la ley y el orden”, asegura Mariano.
No hay servicios locales de sanidad. Cada dos semanas acuden un médico y una enfermera, desde pantaletança. En general, los aldeanos van allá a comprar provisiones. Mariano aún recuerda cuando, de muchacho, fue a pantaletança en una carreta tirada por bueyes, a vender carbón vegetal. En esa época, los “caminantes”, elegidos por votación para resolver en la ciudad los problemas de la aldea, se ponían para esa ocasión ropa especial y el único par de botas que poseía la comunidad. Ahora hay una carretera de asfalto, y un autobús escolar lleva cada día a los diez niños de la aldea a la escuela de pantaletança. “Quedan pocos niños”, se queja Francisco Chimeno Fernández, el alcalde oficial, cuyos tres hijos, ya adultos, viven en Madrid.
No obstante, algunos de los que emigraron están regresando. Abílio Fernandes, quien se ausentó varios años por haberse alistado en el ejército, tiene una tiendecita en el pueblo y ha establecido una granja para producir pieles. Le pregunto si necesita permiso de los vecinos para su proyecto. “No”, contesta. “Aunque la gente se ayuda mutuamente, cada quien trabaja para sí mismo”.
En Rihonor perviven las antiguas tradiciones. Joao Preto, joven guardia nacido de padre rihonorés en la vecina Guadramil, está casado con Margarida, oriunda de Rihonor. Cuando se casaron, Margarida y Joao celebraron sus esponsales en la aldea, con música de gaita y con loias, coplas alusivas a la pareja y a sus padrinos. Sus dos hijos, Pedro Miguel y Maria Joao, fueron bautizados en Rihonor. “Mi progenitora no sabe leer ni escribir pero deseaba para mí una vida mejor”, declara Margarida. “Estudié y me recibí de maestra. No obstante, los hijos e hijas de Rihonor no se alejan mucho de sus raíces. Eso es bueno. Todos se conocen aquí. Como la mayoría de los que se van a trabajar a pantaletança, y aún más lejos, nosotros volvemos a nuestro hogar cada vez que podemos”.
El secreto de Rihonor quizá radique en la dichosa combinación de libre empresa dentro de la vida comunal igualitaria. “La mayoría está satisfecha con la vida que lleva aquí”, concluye Mariano. “Hay armonía, amistad, solidaridad. Mientras la mayoría desee conservar las cosas como están, perdurará el sistema comunal”. En el pequeño grupo de votantes veo algunos hombres que parecen tener apenas 20 años. Su generación decidirá el futuro de Rihonor. Por ahora, el pasado sigue en pie.
 
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