Retrato de una carruselera encerrada durante la tercera ola: lloreras, pastillas a go-go y Satisfyer (Reportaje + Fotos)

Vlad_Empalador

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cobi19
Una esa época en el 2020 de la que yo le hablo en soledad: así sobreviven al aislamiento los jóvenes que viven solos
Casi sin salir, sin contacto físico, sin palpar a los amigos, sin abrazar a la familia, teletrabajando. ¿Cómo han sobrevivido al aislamiento por la esa época en el 2020 de la que yo le hablo quienes vivían solos hace un año y así continúan?
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PREMIUM
  • REBECA YANKE
    @RebecaYanke
  • DIARIO FOTOGRÁFICO: CHELA SANTALLA
Lunes, 8 febrero 2021 - 10:41
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Un dedo recorre, la espalda de alguien -ritmo lento en la espina dorsal- ahí donde cualquiera se estremece. La mano amiga que aprieta el hombro cuando la situación es difícil y la caricia sin más, natural, de alguien que te quiere. La sensación envolvente, ahora anacrónica pero reconfortante siempre, de que un abrazo dure más de dos segundos, que llegue hasta el minuto si hace falta, que sea, como suele decirse, apretao.
Ninguna de estas cosas y tampoco muchísimas otras que hace 12 meses dábamos por sentado han formado parte de la vida social de millones de personas desde que comenzó la esa época en el 2020 de la que yo le hablo pero hay algunos -y son muchos, más de cuatro millones en España por lo pronto- que no los han recibido de nadie, nunca, durante un año completo, salvo atisbos de interacción -a veces con la cajera del super- que permitían coger aire.
Las personas que, a finales de febrero o principios de marzo de 2020 empezaron a confinarse consigo mismas, obligados como todos a un aislamiento extremo y de varios meses a partir del estado de alarma del 11 del aquel mes. De vivir solo a estar solo, de un plumazo, sin vuelta atrás hasta que nos informen de que lo contrario puede ser una posibilidad.
Ellos son los solos, los que llevan verdaderamente aislados un año, en casa, teletrabajando, en provincias españolas que han sufrido, a lo largo de las varias olas, severas restricciones y nuevos confinamientos en ciudades como Asturias, A Coruña, Galicia, Palma, Badajoz, Almería, Madrid... y que, en mayor o menor medida, algunos en medida extrema, han vivido la ausencia de contacto con otras personas, algo que la ciencia considera imprescindible para el desarrollo y el bienestar y que, en tiempos de el bichito-19, ha generado lo que la psicología denomina «hambre de piel», auténtica necesidad, física, acuciante, de que alguien te toque. Porque hace demasiado tiempo que nadie lo hace.Y porque se necesita más que nunca.

Una mano en la espalda, precisamente, es la que recuerda Chela Santalla (40, A Coruña). Era junio, su ciudad había avanzado en las fases y salió a tomar algo con unos amigos. Al llegar y hacerse sitio en la mesa, uno de ellos le rozó ligeramente la espalda y ella pensó: «Dios mío, que no deje de tocarme nunca». Santalla vivía sola hace varios años y se encontraba más que a gusto, tenía en su hogar su propio showroom pues representa firmas de moda femenina en Galicia y Asturias --«siempre estaba acompañada de amigos y con muchos planes de vida social», recuerda ahora-.
Estaba más que preparada para vivir sola pero para lo que no tenía herramientas, como nadie, era para vivir aislada. Suyas son las imágenes que envuelven estas líneas, su diario fotográfico, Cuando nadie me ve, en el que se accede a la intimidad de alguien que puede ser la de cualquiera, incluso la suya.
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«Tuve ataques de ansiedad, llegué a tomar ocho pastillas, ir al supermercado era como ir a la guerra. Y luego el contacto físico... Había leído hace tiempo que, si no tienen contacto, los bebés pueden llegar a morirse y yo me debí creer un bebé porque sentía que me moría por momentos. Hablo de estar 40 minutos llorando. Era muy duro estar sola y la necesidad de un abrazo crecía según pasaban los días».
«Emparedada en mi propia casa», llega a decir Manuela, sevillana en Palma y, como Santalla, 40 años estrenados en era pandémica. Se acuerda de ir al supermercado, como la gallega, y buscar interacción con la cajera, buscar hasta conversación, pese a que viviera en modo videollamada la mayor parte del tiempo con su familia y amigos, conscientes de que tal vez vivir solo en confinamiento podría ser una vivencia demencial. «También influyó, creo, vivir en una isla, por primera vez me sentí aislada, cerraron los aeropuertos y me entró la paranoia de que no iba a ver más a mis padres a mi hermana, sentía angustia de que alguno tuviera el bichito, me daba miedo infectarme yo y morir sola».
Ambas resaltan sobre todas las cosas esa ausencia, el vacío extremo, el aire sólo para uno, la taza y su cuchara, mirar por la ventana y el goteo del grifo que, a lo lejos, acompaña el goteo propio. Se ha llorado mucho en 2020 en muchas casas. Santalla echa de menos el sesso. «Yo era una persona de ligar mucho y pasármelo bien sin compromiso y con cabeza. Ahora eso no existe y no veo el fin de este celibato obligatorio. Tuve una cita con un chico de Tinder con mascarilla y distancia de seguridad. No volví a verlo porque él quedaba con otras chicas, cosa que jamás me hubiera importado en el pasado pero, ahora, necesito sentirme segura para tener intimidad sin riesgos».
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El «contacto físico, las risas compartidas» es lo que también resalta el periodista Curro Lucas, que vivía solo desde hace años y, también desde hace años, teletrabajaba. «Pese a estar acostumbrado a estar muchas horas así», admite varios momentos complicados. Pese a ser alguien habituado a un ocio solitario si no cuadraba disfrutarlo con otro - «no me cuesta ir al cine o a un concierto solo si no encuentro a alguien con mis gustos u horarios para acompañarme»- no lo pasó bien durante la segunda quincena de marzo, «la fase de adaptación repentina a un mundo que se desmorona por momentos», y tampoco en otoño, cuando dio positivo por cobi19, «arrastrando en soledad cierta ansiedad hasta que pasas el punto crítico del décimo día, pues sabes que es una enfermedad que puede complicarse después de un par de semanas».
Los últimos meses han sido también bastante raros. «Desde el confinamiento perimetral de después de Navidad sí empiezo a acusar cierto cansancio mental por el estilo de vida que nos ha dejado la esa época en el 2020 de la que yo le hablo. Hay amigos que no veo desde comienzos de 2020». Manuela también ha pasado el último año sin contacto físico, sigue viviendo sola y sigue teletrabajando. Hasta el pasado enero, no fue capaz de tener una cita.
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En los solos se da esta paradoja: desean, necesitan, quieren, tienen ganas de quedar con alguien «para charlar cara a cara», por «la carencia de tacto»d»., quieren hasta intimidad sensual pero no de cualquier manera por prudencia, por respetar las medidas, porque, como dice Santalla, «han perdido a mucha gente querida por el Covi Y también por otras enfermedades, según los casos. La gallega de las imágenes tiene en A Coruña severas restricciones, ergo su aislamiento aumenta. «Soy muy responsable, pasé la Navidad sola y llevo un mes sin quedar con nadie por confinamiento voluntario porque esta tercera ola está siendo un tsunami en mi ciudad», relata.
Responsabilidad social por encima del deseo y de la necesidad, por ejemplo, porque Manuela desvela que, «cuando empezaron a decretar las fases» sentía aún más «la carencia de tacto»; tanto que, «para calmarse y dormirse pensaba en la sensación de un abrazo». Se preguntaba: «¿Cuándo será la próxima vez que vuelva a abrazar a alguien?» Pese al hambre de piel, siguió sin quedar con nadie. El pasillo de casa parece entonces más estrecho que nunca, no sabemos ya qué serie ver o con quién charlar por alguna red social, de modo que la habitación propia acaba invitando a la introspección.
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Dice la experta en terapia sensual y de pareja Diana Fdez. Saro que «las principales dificultades que están emergiendo están relacionadas con la convivencia y la soledad». «Ahora se hace acuciante atender, escuchar y resolver los conflictos que antes se paliaban saliendo de casa o entrando en casa ajena». Augura, además, «un largo periodo sin volver a los espacios tradicionales de ligue,y tampoco parece recomendable tener citas presenciales a través de aplicaciones, por lo que nos encontramos con la necesidad de cambiar y adaptar las formas y los espacios dónde buscar relaciones con otros».
La piel es el órgano más grande que albergamos, suelen recordar los profesionales de la sexología para animar a la caricia y no pensar constantemente en el orgasmo, para que disfrutemos sin necesidad de tener un objetivo. Y el hambre de piel cambia paradigmas en 2021. «¿Podremos seguir diciendo 'estamos juntos' si nunca nos tocamos? ¿Cuál es el futuro de las relaciones sin sostén emocional de proximidad real, sin presencia, sin piel?», se pregunta Fdez. Saro.
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Por si fuera poco tanto cambio de tercio, la psicóloga Lucía Fernández resalta que habrá consecuencias que no veremos hasta dentro de un año. "El aislamiento, la falta de contacto físico y el no poder ver la cara completamente a los demás pasan factura, en unos años veremos las consecuencias de todo ello tanto en niñas y niños como en adultos", afirma. "Sabemos que la falta de contacto físico y la falta de cercanía provocan cambios en la percepción de la realidad, la percepción del paso del tiempo, los niveles de empatía y en la modulación del estado de ánimo".
«Vivíamos en la vorágine y, al llegar a casa, ni teníamos tiempo de tomar tierra de lo agotados que estábamos», reflexiona sobre quiénes eramos antes de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo la psicóloga especialista en gestión de las emociones Patricia Díaz Saco, «y de repente nos paran, nos obligan a estar en casa, a salir de la rueda y afrontar de golpe todo lo que habíamos estado ignorando y, encima, nos impiden el piel con piel, que además de ayudarnos a establecer y fortalecer vínculos nos da el chute de oxitocina que estamos necesitando».
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Por eso todas las emociones aparecen y se mezclan, la tristeza con la ira, el deseo con el miedo, la vulnerabilidad con el enfado. «La soledad emerge y también la frustración y la rabia, la incomprensión, porque nuestro cerebro puede detectar como amenaza algo que valora como injusto, que no debería ser así». No debió ser así pero fue. Se acuerda bien Santalla de otra vida, una en la que uno, en su pueblo, bien podía salir de vinos sin pensar en nada y morrearse con un amigo por los soportales hasta llegar a casa.
«Todas estas emociones nos están enviando mensajes, son invitaciones al cambio que nos hace nuestro cerebro bajo la premisa de mantenernos con vida, las emociones son avisos, nada más, para que estemos alerta, tomemos consciencia y decidamos qué hacer, y habrá ocasiones en las que hagamos caso, otras en las que no y algunas en las que la toma de tierra nos resulte útil», reflexiona sobre el asunto Díaz Saco.
Y en verdad esto ha estado sucediendo. Tanto Manuela como Chela dicen sentirse mejor hoy, ahora, que en marzo de 2020, aunque cueste creerlo. Ambas acabaron viendo en este aislamiento la posibilidad de mirar hacia dentro aún más. Aceptaron que la introspección, en su caso, era inevitable, y decidieron ahondar en ella.
Habla la gallega sobre este colofón: «Decidí aceptar la situación, quererme mucho, cuidarme mucho y llevarme conmigo misma lo mejor que pueda».
 
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