Resacón en sanfermines

Asurbanipal

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23 Abr 2010
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Resacón en sanfermines

Empujados por una asesina marea de cuerpos soldados unos a otros, a punto de estallar los pechos por la presión de otros cientos de pechos colmados de locura, encajados todos al vacío en unos pocos metros cuadrados, conseguimos al fin entrar, convertidos en una masa informe y demente, en la maldita plaza del Ayuntamiento.

Horrorizado, veo hembras a mi alrededor. Están insertadas a presión en el amasijo humano, y parecen disfrutar la asfixia. Si yo, que mido 1,80 y peso 80 kilos, pienso que me voy a ahogar; si mis pies no tocan el suelo mientras el gentío me zarandea de lado a lado como un guiñapo, no comprendo cómo ellas pueden seguir vivas, además bajo la lluvia ácida de calimotxo y Don Simón.

Alguna se desmaya y resuenan los gritos para que mantenga la vertical:
"¡¡¡Arriba, arriba, aúpa!!!".
Una pequeña caída podría acabar en montonera; la montonera, en tragedia; y lo raro es que eso, milagrosamente, no pase. ¿Cómo es posible que no mueran cinco personas cada año en el Chupinazo?, pienso mientras me arrea en la cabeza un enorme balón hinchable que sobrevuela a la multitud.

Los cuerpos de los muchachos detrás y delante del mío... Cómo decirlo... Los siento como una prolongación del propio. Partes pudendas incluidas. Al cámara que me acompañaba lo perdí en una refriega en la misma esquina de la plaza, a resguardo del fuego cruzado el muy cuco. La escena, hedonismo aparte, tiene indudables caracteres bélicos: el gentío brama, derrama cerveza, clama al cielo, rezuma vino baratón, mastica el momento. Botas de vino salen disparadas. Vuelan pelucas. Sin saber muy bien por qué, me sorprendo aullando yo también como un animal loco.

De golpe resuena en el aire: "¡¡¡¡Pamplonesas!!!! ¡¡¡Pamploneses!!!". Y un rugido sobrenatural me revienta los tímpanos... Lo siguiente casi no lo oigo, más allá del dichoso volador: pum. El bramido pasa de sordo a ensordecedor, te arrasa.

Al parecer una ikurriña, desde el balcón consistorial, se acaba de anexionar de facto Navarra a Euskadi. Leo después que ha aparecido también una bandera griega ahí arriba, poniendo el toque varoufakis. Todo da igual: soy incapaz de sentir nada más que una extraña alegría eléctrica, contagiosa. Un singular temblor. Hace un momento casi temía por mi vida; ahora no podría sentirme más lejos de la fin.

Aunque sí: como en la película, he venido a San Fermín a matarme bebiendo. Por orden del jefe. Todo pagado por el periódico. El sueño de todo currito:
"Cógete una moña tremenda y cuéntalo. Tú no repares en gastos". "¿Chuletón incluido?". "Chuletón, pacharán, copazos a tutiplén, lo que quieras. Pero duermes en la calle, ¿eh, macho cabríocete?"-
A lo burro. En la redacción resuenan las palabras mágicas: la castaña, el cebollón, el pedo, el cocido... Yo pienso: "¿Y el hígado?".

Secretamente, me monto mi peli. Me pongo seriote. La ritualización de la violencia. La animalidad que nos libera de la razón. Eros y tánatos, placer y dolor... ¿Celebran los sanfermines la vida para así huir todos, riéndonos despavoridos, de la propia fin? Pienso en Hemingway volándose la cabeza, en Iñaki Perurena levantando pedruscos, en Barricada cantando No hay tregua. En algún punto intermedio estará, imagino, la imposible verdad. A ver si la encuentro.

Cuando llueve 'calitmotxo'

Todo empieza decididamente mal cinco horas antes del Chupinazo, el pasado lunes. La primera en la frente: redactor y cámara perdemos el tren por causas ajenas a etc. etc. Toca contrarreloj en coche de cuatro horas Madrid-Pamplona para llegar al dichoso volador (como me llegue multa por exceso de velocidad pienso pasarla al periódico como gasto, lo advierto desde ya).

El reportaje comienza en la propia autopista, y no sólo por los varios coches haciendo nuestra misma loca contrarreloj, quemando zapatilla. Para la DGT, la primera copa es la que ni siquiera te has tomado: el primer control de alcoholemia te lo hacen antes de llegar a Pamploma, a varios kilómetros. Se ve que la peña llega ya tajada. En 20 horas, sin apenas coger el coche, tendré que soplar otras tres veces.

Llegamos al límite, soltamos el coche en cualquier lado y corremos a la plaza del Ayuntamiento para ser engullidos por la fiebre, ya se ha contado, del insondable Chupinazo. No sólo la entrada es una locura absoluta, una invitación al aplastamiento: la salida no le va a la zaga. La misma marejada de muchachotes iruñeses que nos mete dentro nos centrifuga hacia afuera en volandas. Estupendo: llevo 35 minutos en Pamplona y parece que llevara 35 días en la selva amazónica, bañado en litros de sudor propio y ajeno.

Comienza a caer agua y vino de los balcones, hace un calor horrible (38 grados) y hasta un poco de vinito llovido alivia lo suyo. El alcohol parece fermentar al aire, y las primeras vomitonas empiezan a perfumar Pamplona de su ambientador habitual de 7 a 14 de julio: ese inimitable olor a pota que todo lo llena.

La Plaza del Castillo, de bote en bote, está entera vestida de blanco y pañuelo rojo. Me pregunto qué demonios hago con una camiseta azul oscuro, pero estoy ya en el tobogán sanferminero y, cayendo en barrena, ya no conseguiré solucionarlo en las siguientes 20 horas -con la consiguiente bronca al volver al periódico-.

Es el momento de iniciar la ingesta masiva de alcohol y me planteo una alternativa revolucionaria: ¿y si no bebiera ni una gota? Ése, Un sanfermín abstemio, sí sería un reportaje diferente. La tontería se me olvida con el primer traguito de cerveza redentora. Un individuo al que no conozco de nada me apunta con una bota y consigue hacer canasta con su chorro en mi boca. Obediente, trago. Más que vino se trata de puro etanol que lacera mi ser y convoca al misterio. La experiencia, una especie de epifanía calimotxera, es reveladora. Se me instala una sonrisa en la cara y, si no veo a San Fermín, casi que lo siento arder como vinacho de la fin dentro de mi ser. Así es el alegre bautismo -Pamplona, tierra de metáforas religiosas...-.

El ingenio lleva a los indígenas a meter vino en globos, en fru-frús comprados en los chinos, en pulverizadores como de Cristasol. Redactor y cámara, avergonzados por no estar aún borrachísimos, atacamos veloces el segundo mini de cerveza, a 10 eurazos. En efecto, hasta las mercerías y las charcuterías se convierten en improvisados bares durante esta semana que, como se sabe, expulsa también de sus casas a no pocos pamplonicas cansados de bacanales. Son las 13.00 horas de un lunes y el Niza, un café tras*mutado en discoteca junto a la Plaza del Castillo, está a explotar de padres e hijos.

Sentada afuera en un bordillo, Lucía, una ecuatoriana de 27 años, da el biberón a su hijo recién nacido, de apenas dos mesecitos. Los dos, vestidos de blanco y con pañuelo rojo, son ejemplo de un nuevo biotipo festivo: los sanfermineros latinos, tan atildados como los otros, igualmente sedientos y entregados a Baco.

Nos endilgamos un bocata de jamón y queso, y unas cuantas birras después, ejem, hacemos una pequeña trampita: nos vamos al hotel a echar una minisiesta que se extiende hasta el final de la etapa del Tour. Una caída brutal se ha llevado por delante al líder Cancellara y a dos docenas de ciclistas, y parecido panorama observamos al salir del Yoldi a morir en la fiesta: unos cuantos cadáveres etílicos salpimentan ya los rincones de la ciudad.

Del chuletón al orgullo lgtb

La primera copa cae sobre las 17.30. Hay que coger el toro por los cuernos y decido apostarlo todo al ron-cola. La decisión se muestra sabia a la larga, si bien en el momento de escribir estas líneas, un día después, el esófago arde lo suyo. Por la calle Zapatería un muchacho nos aborda hablando como extranjero:

- ¿Vos sabés dónde está la casse...?

- No somos de aquí, perdona...

- Yo sí, jajaja [se descojona él solo]. Estoy ensayando, ¡no veáis cómo se liga haciéndote pasar por argentino o italiano!

Junto a la plaza del Ayuntamiento nos topamos con Queipo, un talludito asturiano de Cangas del Narcea y siete años de mili sanferminera. ¿San Fermín o las piraguas del Sella? "Uh, eso no se puede decir... Esto es muy grande, pero son diferentes". Nos tiramos en un parterre de la Avenida Carlos III a proseguir la ingesta y, de forma absolutamente impune, pasa por delante de nosotros Pipi Estrada acompañado de una potable morena.

Las horas caen como un guiri al que vemos derrumbarse después de tropezar consigo mismo en Espoz y Mina. Lleva la nariz roja como un tomate, y no precisamente por el sol. Mis veleidades antropológicas yacen ya olvidadas. La dulce canción del ron me susurra que un chuletón puede inyectar gasolina en este coche que camina hacia el desguace. Elegimos Otano, un clásico. Todo muy rico, pero 87 eurazos después, la pura verdad: salimos con un poco de hambre.

Mal asunto cuando afuera te aguarda un maravilloso vietnam de la juerga. Si en la noche todos los gatos son pardos, en San Fermín los mininos se vuelven tigres. Un muchacho autóctono nos invita a profundizar en las tradiciones sanfermineras, antes de rematar: "
Y en la droja, que está muy rica".
A renglón seguido, pretende enseñar "la minga" a la cámara:XX:. Le reconvenimos amablemente. El ambiente es de locura desatada, de una hospitalidad increíble, irrepetible. Australianos compadrean con andaluces, latinos ligan con vascas, la sarama acumulada le da a todo un aire de amable mad max.

De pronto, en la calle San Ignacio, tres efebos de torsos desnudos y pelos como cardados, cada uno con su pañuelo rojo sanferminero al cuello, le ponen un claro aroma a Orgullo lgtb al muy hirsuto y varonil San Fermín. Nos vemos obligados a investigar, micrófono de por medio, a Álex, que lleva las pupilas absolutamente fuera de sí:

- Venimos de Barcelona. Yo soy bisexual y San Fermín es una bella agrupación de familias y gentes.

- Ah. ¿Vas a correr mañana el encierro?

- El encierro no lo voy a correr, pero sí que voy a correrme en quien yo sé.
:XX:

Satisfechos con las explicaciones, intentamos retirarnos no sin recibir la recomendación: «
Vosotros dormid hoy con pañal, porque en cuanto os descuidéis aparezco».

Huimos hacia la zona presuntamente abertzale, Navarrería, donde una enorme pancarta con unas efigies enmascaradas nos avisa:
"El miedo cambia de bando
". EH-Bildu gobierna Pamplona ahora. Nos atizamos otro bocata de jamón de repostaje regado con buen ron y entablamos conversación con Dani y Manuel, que pretenden ser vascos de Badajoz. La conversación se espesa y las neuronas van apagándose conforme el alcohol sustituye al oxígeno en sangre. Kabiya, junto a la Plaza de Toros, es la última estación de este viaje al final de la noche.

Cautivo y desarmado, obedezco al jefe y me recuesto como un tontón en un banco junto a la plaza hacia las 6.00 horas. Pongo el pañuelo patéticamente a taparme la cara, pero se vuela. Apenas consigo conciliar cuando el pesado del cámara se empeña en que veamos el encierro, el primero de estos sanfermines. No tengo el cuerpo para jotas pero de nuevo obedezco.

Los toros pasan como veloces sombras y me extraña ver a señoras con bolso dentro del encierro, presuntamente corriendo (?). Unos chavales hacen balance de la noche al lado: "¿Y el Juanma? Después de tres cobras [beso no correspondido], le sacó un piquito a la rubia". "
Lo de Pepe fue la leche. La Carmen hablándole, y él que sí, que sí, y de pronto se pone a potar".
La gente observa en las pantallas, con mucho detenimiento, a los heridos del encierro.

Miro al cielo. Son las 8:15 horas. 7 de julio. Vine a quemar San Fermín, pero San Fermín siempre te quema a ti. Ahora empieza otra fiesta: la del espidifén.

San Fermín 2015: Resacón en sanfermines | EL MUNDO

¿Este año no ponemos fotos de guiris en Pamplona enseñando las berzas?
 
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