Igualdad 7-2521
Madmaxista
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Antes que expliquemos la diferencia que hay entre la benevolencia de un rey y la perversidad de un tirano, diremos, aunque brevemente, qué clases de Estado y formas de gobierno se conocen. Seis son las especiales, así como las formas de gobierno. Llamamos gobierno de uno solo, o monarquía, aquel Estado en que uno solo reasume toda la potestad real, y se halla, por consecuencia, investido de todos los poderes del Estado. La nobleza, que los griegos llaman aristocracia, se constituye cuando participan unos pocos de éstos de gran virtud, de la potestad real. La república, verdaderamente llamada así, existe si todo el pueblo participa del poder supremo; pero de tal modo y con tal templanza, que los mayores honores, dignidades y magistraturas se encomienden a cada uno según su virtud, su dignidad y mérito lo exijan. Mas cuando los honores y cargos de un Estado se reparten a la casualidad, sin discernimiento de elección, y entran todos, buenos y malos a participar del poder, entonces se llama democracia, pues no deja de ser una gran confusión y temeridad querer igualar a todos aquellos a quienes la misma naturaleza o una virtud superior han hecho desiguales. La oligarquía es aquella forma de gobierno en que sólo participan del poder unos pocos; y así como en la aristocracia se busca la virtud y nobleza como cualidad indispensable para participar del poder real, en ésta sólo se consideran las riquezas, de tal manera, que el que excede a los demás en rentas se prefiere a todos. La tiranía, finalmente, es la última y más execrable forma de gobernar, y está en oposición con el poder real, de uno solo, porque ejerce en sus súbditos una potestad siempre pesada y las más veces arrebatada por la violencia; y si algunas proceden de un principio sano y justo, degeneran por necesidad en todos los vicios, y con especialidad en la avaricia, la lujuria y la crueldad. Y siendo los oficios de un verdadero rey proteger la inocencia, perseguir el vicio, procurar la paz de la república y engrandecerla con todos los bienes positivos y jovenlandesales de verdadera felicidad, el tirano, por el contrario, constituye un poder supremo como fruto de una licencia desenfrenada; no hay maldad que desdiga al decoro de la majestad; no hay crimen, por grande que sea, que no cometa; destruye las fortunas de los ricos; infesta con su liviandad el corazón más casto y puro; quita la vida a los ciudadanos honrados, y, finalmente, no hay género de vicios que no ensaye
en toda su vida. El rey, por, otra parte, se muestra a sus súbditos apacible y tratable; a todos oye, y vive en el mismo derecho de todos. El tirano, por el contrario, por lo mismo que desconfía de sus súbditos, a quienes teme, procura siempre inspirarles el terror por medio del aparato de su grande fortuna, por la severidad de las costumbres y por la crueldad de los juicios.
Poco más nos resta que decir acerca de la diferencia entre el rey y el tirano; vamos, pues, ahora a considerar los principios, medios y progresos
de cada uno. La potestad real, que el rey recibe de sus súbditos, la ejerce con singular modestia; a ninguno es gravosa, a nadie molesta sino a la maldad y al crimen. Juzga con toda severidad a los que atentan contra la propiedad y vida de sus súbditos; ama a todos con cariño paternal; si alguna vez los hombres malvados le ponen en la necesidad de revestirse de todo el carácter de un juez severo, castigado el crimen se despoja de él con muy buena voluntad; en todos los momentos de su vida se muestra accesible a todos, y ni la pobreza de alguno de los ciudadanos ni el aislamiento excluye a nadie, nosólo del acceso común a todos los del pueblo, mas ni aun le priva de entrar en la cámara real. Oye las quejas de todos, y en todo el Estada nada hay doloroso, nada cruel; antes al contrario, muchos ejemplos de clemencia, de mansedumbre, de humanidad. De este modo no domina a sus súbditos coma esclavos, como hacen siempre los tiranos, sino más bien preside a una gran familia, como un padre a sus hijos.
Por lo mismo, pues que la potestad que ejerce la recibió del pueblo, procura siempre mandar a súbditos que le amen; de tal manera, que, haciéndose popular por medios nobles y honrosos, recoja las alabanzas y gratitud de los buenos. Armado además con el amor profundo del pueblo, no tiene gran necesidad de guardias que defiendan su persona, ni se ve en la precisión de emplear al soldado mercenario para contener la audacia de los enemigos exteriores. El pueblo siempre está dispuesto, por tanto, a acometer con furia, veloz, valiente y formidable, por entre las llamas y el hierro, a derramar su sangre y perder su vida por la persona del príncipe, lo mismo que por sus hijos, su patria y su familia. Por esto no quitará a los ciudadanos sus armas ni sus caballos, no permitirá que se afemine en el holgorio y la molicie, como lo hacen los tiranos, que siempre procuran debilitar al pueblo por medio de oficios y artes sedentarias, ya los grandes con la abundancia y los placeres, sino que pondrá todo su cuidado en que se ejerciten en la lucha y en el salto, ya a caballo, ya a pie, y ora armados, ora desarmados; pues, deberá tener más confianza en la virtud y el valor de su pueblo que en las malas artes y el engaño. ¿Será justo y racional quitar las armas a los hijos, para entregarlas a los siervos? Nosotros, pues, juzgamos que las súbditos serán felices y abundarán en toda clase de bienes bajo un rey justo, pacífico y Moderado, porque éste es el mayor motivo de amor y benevolencia para con el príncipe. De esta manera no tendrá necesidad ni de gran aparato de majestad, ni de grandes gastos para sostener una guerra, brillando por sus virtudes y estando acompañado del séquito de buenos ciudadanos. Si, por otra parte,
necesitase de la forma de las fortunas públicas y particulares para declarar la guerra o para sostenerla, le será sumamente fácil, porque todas las clases de la república se prestarán gustosas a cedérselas. Por cuya causa vemos en nuestra Historia. que algunos reyes, en España, sostuvieron con gran valor y con cortas sumas muchas y grandes guerras contra los jovenlandeses, con lo que echaron los cimientos grandiosos a esta nación, cuyos confines abrazan casi todo el orbe. No tendrá, pues, que recurrir a impuestos grandes ni a desacostumbradas contribuciones, y si alguna vez la desgracia o una declaración de guerra por los enemigos le precisasen a ello, entonces lo hará
con consentimiento de los pueblos, y para conseguirlo no recurrirá ni a las amenazas, ni al terror, ni al engaño ( ¿qué consentimiento sería éste?), sino que les persuadirá poniéndoles de manifiesto los peligros de una guerra muy próxima y lo exhausto del erario público. El príncipe, pues, jamás debe creer que es señor de la república y de cada uno de los súbditos, por más que sus aduladores se lo digan, sino que debe juzgarse como un gobernador de la república, que recibe cierta merced de los ciudadanos, la cual no le es permitido aumentar contra la voluntad de ellos. No obstante esto, se le ofrecerán 'medios honrosos para acumular tesoros y enriquecer el erario público, sin que los pueblos se muestren sentidos; lo uno, con los despojos de los enemigos, como lo hizo en cierta ocasión Paulo en Roma, que, habiéndose apoderado del tesoro real de los macedonios, tan gran
cantidad de dinero atrajo al erario, que con solo la presa que hizo de un solo rey bastó para no tener necesidad de imponer contribuciones a su pueblo, y lo otro, por el grande cuidado que debe tener de los impuestos, evitando que sean presa de los cortesanos y otros ministros; y de este modo, ¿cómo no quitará la ocasión al robo de las rentas reales? ¿A cuántos fraudes y engaños no está expuesto el manejo de los caudales públicos? Además de esto, la modestia, la sencillez del palacio del príncipe, que es el mayor lauro de los reyes, equivale a grandes riquezas para conservar la república en la paz y en la guerra. Estas son las verdaderas riquezas que se adquieren sin envidia
y sin daño. Por cuya causa, don Enrique de Castilla, tercero de este nombre, suplió la penuria del erario exhausto por la injuria de los tiempos, y dejó, a su fin, a su heredero grandes e inmensos tesoros, que adquirió sin engaño, sin las lágrimas, sin dolor de sus súbditos. Su célebre dicho en esta ocasión era que más temía a las execraciones de su pueblo que a un grande ejército enemigo. Una de las cosas principales que el rey debe cuidar es el contener a cada uno de sus súbditos en sus deberes, más bien que por preceptos fríos, con el ejemplo de una vida modesta y sencilla, pues las palabras son, coma
dice un sabio, un largo camino; mucho más breve y eficaz es el ejemplo, y ¡ojalá que muchos obrasen tan bien como elocuentemente hablan! El mismo debe dar los ejemplos de probidad, de modestia, de castidad y de igualdad, si quiere exigir todas estas virtudes en otros.
En ninguno ejercerá el imperio, más severamente que en sí mismo y con su familia, y para conseguir esto con más facilidad debe, primero, quitar toda sospecha de que oculta alguna cosa en sus acciones y deliberaciones, y se persuadirá también que no le es permitido ni lícito hacer alguna cosa con avaricia, con injusticia, ni con destemplanza; pues debe estar convencido de que, aunque por un momento pudiese engañar a Dios y a los hombres, debe siempre obrar, no como si tuviese en su mano el anillo de Gyges, el gigante de la fábula, sino como si los ojos de todo su pueblo le mirasen. La ficción o el engaño no pueden ser de larga duración, y los beneficios, así como el crimen; no pueden esconderse ni ocultarse a los ojos de nadie. Además, si la casa
del rey exige palaciegos o aduladores, especie de hombres la más pestilente, como que siempre ponen toda su atención en inspeccionar el carácter y gustos del príncipe, y suelen alabar todo lo que se debe vituperar y al contrario, poniéndose siempre de aquella parte que más agrada al príncipe, cuya arte no dejan de explotar con gran beneficio propio, deberá escoger, por lo mismo, los mejores varones y más ilustres de todo el reino, de quienes se servirá como de sus propios ojos y oídos, siempre que no estén inficcionado
de algún vicio, sino que sean sinceros. A éstos les dará facultad para que, no solamente le manifiesten la verdad, sino también todos los vanos rumores que el vulgo crea de él y diga, pues el dolor que le puedan causar semejantes rumores en su ánimo los compensarán con usura la razón de utilidad pública y la salud de todo el reino. Las raíces de la verdad son amargas; pero los frutos, suavísimos. Y, ciertamente, todos los conatos, los esfuerzos y los desvelos del rey tendrán siempre por objeto principal infundir en los ánimos de sus súbditos la benevolencia y el amor, de tal suerte, que éstos se creerán felicísimos y lo sean realmente, pues el procurar todos los beneficios posibles, todas las ventajas y comodidades a una sociedad, no sólo pertenece al que preside a hombres, sino que también lo hace el que conduce animales irracionales. Estas son las virtudes regias, y ésta es la senda que guía a la inmortalidad. Explicadas las cualidades de un rey, aunque brevemente, fácil es conocer cuáles serán las del tirano, el que por diversa vía y aun por contraria, manchado con todala antiestéticaldad de los vicios, dirige todos sus conatos a
la destrucción de la república. En primer lugar ocupa la suprema dignidad, o por la fuerza, o sin ningunos méritos, o por medio de las riquezas y de las
armas; y si recibe dicha potestad por la voluntad del pueblo, la ejerce con violencia y no usa de ella para la utilidad pública, sino para sus comodidades, sus placeres y toda licencia de vicios. Mostrándose al principio apacible y accesible a todos, procura engañar al pueblo bajo la apariencia de la mansedumbre y la clemencia, mientras adquiere bastante fuerza y se robustece con grandes riquezas y plazas fortificadas.
Así lo hizo Domicio Nerón por espacio de cinco años, que aparentó todas las cualidades de un excelente príncipe, según el testimonio de Trajano; mas, después que fué confirmado en el principado, no pudiendo ya disimular más tiempo su natural crueldad, como una bestia indómita y carnívora, se arroja sobre todas las clases del pueblo, y arrebata las riquezas de los individuos, como un monstruo compuesto de los vicios o puestos de la lujuria, de la avaricia, de la crueldad y del engaño. Semejante en un todo
a aquellos monstruos de los tiempos antiguos que cuenta la fábula, los gergiones tricórpores en España, Anteo en Libia, Hydria en Beocia, Quimera en
Lycia, para arrojar a los cuales y libertar a los pueblos de una mísera esclavitud, fué preciso todo el valor y la virtud de los héroes. El tirano siempre
procura perseguir a todos y humillarlos injustamente; pero con especialidad toda su furia la dirige contra los hombres poderosos y virtuosos, y éstos siempre le son más sospechosos que los malos, porque la virtud ajena en todos tiempos es temible a aquéllos, y así como el médico separa en el cuerpo humano los humores malos de los buenos, del mismo modo el tirano trata de extrañar de la república a los buenos ciudadanos. La voz del tirano es: "Todo lo que haya superior en el reino, desaparezca", para lo que emplea la fuerza, la intriga y demás medios criminales.
A todos los demás ciudadanos les agobia para impedirles que se conmuevan, con multitud de impuestos que inventa todos los días, sembrando la discordia entre ellos y abrumándoles con infinidad de pleitos y de guerras intestinas, que se suceden unas a otras. Por otra parte, construyen y edifican grandes obras a costa del sudor y lágrimas de sus súbditos. Este origen tuvieron las pirámides de Egipto y las obras del Olimpo en Thesalia, como refiere Aristóteles. En los divinos libros vemos a un Nembrot, el primer tirano que vió la tierra, que para sostenerse y extenuar a sus súbditos concibió el proyecto de edificar una torre altísima y con proporcionados cimientos en Babilonia; y la fábula de los griegos nos cuenta también que los gigantes, según refiere Filaster, con el objeto de arrojar del cielo a Júpiter, pusieron montes sobre montes en el campo de Macedonia llamado Flegra. Dejamos aparte el engaño que usó Faraón con el pueblo hebreo, que, para que éste no aspirase jamás a la libertad, fué maltratado con grandes calamidades y obligado a edificar con su sudor algunas ciudades en el Egipto. Pero es necesario que el tirano tema a quien oprime, y guárdese con cuidado, no sea que reciba la fin de aquellos que trata como esclavos, después de destruir las fortalezas, quitar las armas y ni aun permitir siquiera ejercer a los oficios ni artes dignas de los hombres libres, ni ejercitar las fuerzas del cuerpo por medio
de los estudios militares, que suelen inspirar algunas veces un valor heroico. Teme el tirano y también teme el rey; pero éste teme a los súbditos, y aquél
a los súbditos y a sí mismo, no sea que éstos, a quienes conduce y trata como enemigos, le arrebaten las riquezas y el principado. Por esta causa impide sus reuniones, ya grandes, ya pequeñas, y les quita, por medio de una policía oculta e inquisitorial, la facultad de hablar, y aun de oír hablar, de la república, que es la mayor esclavitud y humillación posible.
Ni aun les es permitido quejarse en medio de tantos males. Por esta causa también, porque desconfía de los súbditos, pone toda su confianza en el
engaño, procura con ansía la amistad de los reyes extranjeros para prepararse a toda contingencia; llama hacia su persona satélites extraños, de quienes confía como de unos bárbaros, y, por último, forma ejércitos de soldados mercenarios, que es la mayor de las calamidades. En tiempo de Domicio Nerón,
emperador, andaban por las casas, por los campos y por los alrededores de las villas y pueblos soldados de a pie y de a caballo, mezclados ,con los germanos, de quienes el príncipe se confiaba como de extraños. (Refiero literalmente las palabras de Tácito). Tarquino el soberbio, el primero de los reyes de Roma, quitó la costumbre de consultar al Senado en todos los negocios de la república, administrándola por medio de Consejos domésticos; él declaraba la guerra, establecía la paz, formaba pactos y alianzas por sí mismo y con quienes quería, sin consultar ni al pueblo, ni al Senado. Procuraba ganarse la gente de los latinos, para estar más seguro entre los ciudadanos
con el auxilio de riquezas lejanas, según refiere Tito Livio en el lib. I. También se dice que, habiendo muerto a los primeros patricios, no sustituyó a nadie en su lugar, para que aquel orden se hiciese poco apreciable por su corto número; él juzgaba, por sí solo y sin consejos, de la importancia de los puntos más capitales; y he aquí todas las señales propias de un tirano. Por último, él invierte todo el orden de la república; ningún cuidado tiene de las leyes que prohiben el robo, que se hace de muchas y perversoss maneras, de cuyas leyes se cree exceptuado; y si alguna vez aparenta querer mirar por la salud pública, lo hace con el objeto de que todos los ciudadanos oprimidos con todo linaje de males, arrastren una vida desgraciada, y arroja con saña e injuria de sus propiedades paternas a todos los súbditos para hacerse él solo dueño de las fortunas de todos. Cuando la plebe pobre y perversos está destituída por toda fortuna, ningún mal se puede concebir que no sea en daño de los ciudadanos.
Fuente
A la vista de estas definiciones está claro que Felipe VI es un monarca, no un tirano, y los políticos unos aristócratas, no unos oligarcas. Nos quedamos más tranquilos.
en toda su vida. El rey, por, otra parte, se muestra a sus súbditos apacible y tratable; a todos oye, y vive en el mismo derecho de todos. El tirano, por el contrario, por lo mismo que desconfía de sus súbditos, a quienes teme, procura siempre inspirarles el terror por medio del aparato de su grande fortuna, por la severidad de las costumbres y por la crueldad de los juicios.
Poco más nos resta que decir acerca de la diferencia entre el rey y el tirano; vamos, pues, ahora a considerar los principios, medios y progresos
de cada uno. La potestad real, que el rey recibe de sus súbditos, la ejerce con singular modestia; a ninguno es gravosa, a nadie molesta sino a la maldad y al crimen. Juzga con toda severidad a los que atentan contra la propiedad y vida de sus súbditos; ama a todos con cariño paternal; si alguna vez los hombres malvados le ponen en la necesidad de revestirse de todo el carácter de un juez severo, castigado el crimen se despoja de él con muy buena voluntad; en todos los momentos de su vida se muestra accesible a todos, y ni la pobreza de alguno de los ciudadanos ni el aislamiento excluye a nadie, nosólo del acceso común a todos los del pueblo, mas ni aun le priva de entrar en la cámara real. Oye las quejas de todos, y en todo el Estada nada hay doloroso, nada cruel; antes al contrario, muchos ejemplos de clemencia, de mansedumbre, de humanidad. De este modo no domina a sus súbditos coma esclavos, como hacen siempre los tiranos, sino más bien preside a una gran familia, como un padre a sus hijos.
Por lo mismo, pues que la potestad que ejerce la recibió del pueblo, procura siempre mandar a súbditos que le amen; de tal manera, que, haciéndose popular por medios nobles y honrosos, recoja las alabanzas y gratitud de los buenos. Armado además con el amor profundo del pueblo, no tiene gran necesidad de guardias que defiendan su persona, ni se ve en la precisión de emplear al soldado mercenario para contener la audacia de los enemigos exteriores. El pueblo siempre está dispuesto, por tanto, a acometer con furia, veloz, valiente y formidable, por entre las llamas y el hierro, a derramar su sangre y perder su vida por la persona del príncipe, lo mismo que por sus hijos, su patria y su familia. Por esto no quitará a los ciudadanos sus armas ni sus caballos, no permitirá que se afemine en el holgorio y la molicie, como lo hacen los tiranos, que siempre procuran debilitar al pueblo por medio de oficios y artes sedentarias, ya los grandes con la abundancia y los placeres, sino que pondrá todo su cuidado en que se ejerciten en la lucha y en el salto, ya a caballo, ya a pie, y ora armados, ora desarmados; pues, deberá tener más confianza en la virtud y el valor de su pueblo que en las malas artes y el engaño. ¿Será justo y racional quitar las armas a los hijos, para entregarlas a los siervos? Nosotros, pues, juzgamos que las súbditos serán felices y abundarán en toda clase de bienes bajo un rey justo, pacífico y Moderado, porque éste es el mayor motivo de amor y benevolencia para con el príncipe. De esta manera no tendrá necesidad ni de gran aparato de majestad, ni de grandes gastos para sostener una guerra, brillando por sus virtudes y estando acompañado del séquito de buenos ciudadanos. Si, por otra parte,
necesitase de la forma de las fortunas públicas y particulares para declarar la guerra o para sostenerla, le será sumamente fácil, porque todas las clases de la república se prestarán gustosas a cedérselas. Por cuya causa vemos en nuestra Historia. que algunos reyes, en España, sostuvieron con gran valor y con cortas sumas muchas y grandes guerras contra los jovenlandeses, con lo que echaron los cimientos grandiosos a esta nación, cuyos confines abrazan casi todo el orbe. No tendrá, pues, que recurrir a impuestos grandes ni a desacostumbradas contribuciones, y si alguna vez la desgracia o una declaración de guerra por los enemigos le precisasen a ello, entonces lo hará
con consentimiento de los pueblos, y para conseguirlo no recurrirá ni a las amenazas, ni al terror, ni al engaño ( ¿qué consentimiento sería éste?), sino que les persuadirá poniéndoles de manifiesto los peligros de una guerra muy próxima y lo exhausto del erario público. El príncipe, pues, jamás debe creer que es señor de la república y de cada uno de los súbditos, por más que sus aduladores se lo digan, sino que debe juzgarse como un gobernador de la república, que recibe cierta merced de los ciudadanos, la cual no le es permitido aumentar contra la voluntad de ellos. No obstante esto, se le ofrecerán 'medios honrosos para acumular tesoros y enriquecer el erario público, sin que los pueblos se muestren sentidos; lo uno, con los despojos de los enemigos, como lo hizo en cierta ocasión Paulo en Roma, que, habiéndose apoderado del tesoro real de los macedonios, tan gran
cantidad de dinero atrajo al erario, que con solo la presa que hizo de un solo rey bastó para no tener necesidad de imponer contribuciones a su pueblo, y lo otro, por el grande cuidado que debe tener de los impuestos, evitando que sean presa de los cortesanos y otros ministros; y de este modo, ¿cómo no quitará la ocasión al robo de las rentas reales? ¿A cuántos fraudes y engaños no está expuesto el manejo de los caudales públicos? Además de esto, la modestia, la sencillez del palacio del príncipe, que es el mayor lauro de los reyes, equivale a grandes riquezas para conservar la república en la paz y en la guerra. Estas son las verdaderas riquezas que se adquieren sin envidia
y sin daño. Por cuya causa, don Enrique de Castilla, tercero de este nombre, suplió la penuria del erario exhausto por la injuria de los tiempos, y dejó, a su fin, a su heredero grandes e inmensos tesoros, que adquirió sin engaño, sin las lágrimas, sin dolor de sus súbditos. Su célebre dicho en esta ocasión era que más temía a las execraciones de su pueblo que a un grande ejército enemigo. Una de las cosas principales que el rey debe cuidar es el contener a cada uno de sus súbditos en sus deberes, más bien que por preceptos fríos, con el ejemplo de una vida modesta y sencilla, pues las palabras son, coma
dice un sabio, un largo camino; mucho más breve y eficaz es el ejemplo, y ¡ojalá que muchos obrasen tan bien como elocuentemente hablan! El mismo debe dar los ejemplos de probidad, de modestia, de castidad y de igualdad, si quiere exigir todas estas virtudes en otros.
En ninguno ejercerá el imperio, más severamente que en sí mismo y con su familia, y para conseguir esto con más facilidad debe, primero, quitar toda sospecha de que oculta alguna cosa en sus acciones y deliberaciones, y se persuadirá también que no le es permitido ni lícito hacer alguna cosa con avaricia, con injusticia, ni con destemplanza; pues debe estar convencido de que, aunque por un momento pudiese engañar a Dios y a los hombres, debe siempre obrar, no como si tuviese en su mano el anillo de Gyges, el gigante de la fábula, sino como si los ojos de todo su pueblo le mirasen. La ficción o el engaño no pueden ser de larga duración, y los beneficios, así como el crimen; no pueden esconderse ni ocultarse a los ojos de nadie. Además, si la casa
del rey exige palaciegos o aduladores, especie de hombres la más pestilente, como que siempre ponen toda su atención en inspeccionar el carácter y gustos del príncipe, y suelen alabar todo lo que se debe vituperar y al contrario, poniéndose siempre de aquella parte que más agrada al príncipe, cuya arte no dejan de explotar con gran beneficio propio, deberá escoger, por lo mismo, los mejores varones y más ilustres de todo el reino, de quienes se servirá como de sus propios ojos y oídos, siempre que no estén inficcionado
de algún vicio, sino que sean sinceros. A éstos les dará facultad para que, no solamente le manifiesten la verdad, sino también todos los vanos rumores que el vulgo crea de él y diga, pues el dolor que le puedan causar semejantes rumores en su ánimo los compensarán con usura la razón de utilidad pública y la salud de todo el reino. Las raíces de la verdad son amargas; pero los frutos, suavísimos. Y, ciertamente, todos los conatos, los esfuerzos y los desvelos del rey tendrán siempre por objeto principal infundir en los ánimos de sus súbditos la benevolencia y el amor, de tal suerte, que éstos se creerán felicísimos y lo sean realmente, pues el procurar todos los beneficios posibles, todas las ventajas y comodidades a una sociedad, no sólo pertenece al que preside a hombres, sino que también lo hace el que conduce animales irracionales. Estas son las virtudes regias, y ésta es la senda que guía a la inmortalidad. Explicadas las cualidades de un rey, aunque brevemente, fácil es conocer cuáles serán las del tirano, el que por diversa vía y aun por contraria, manchado con todala antiestéticaldad de los vicios, dirige todos sus conatos a
la destrucción de la república. En primer lugar ocupa la suprema dignidad, o por la fuerza, o sin ningunos méritos, o por medio de las riquezas y de las
armas; y si recibe dicha potestad por la voluntad del pueblo, la ejerce con violencia y no usa de ella para la utilidad pública, sino para sus comodidades, sus placeres y toda licencia de vicios. Mostrándose al principio apacible y accesible a todos, procura engañar al pueblo bajo la apariencia de la mansedumbre y la clemencia, mientras adquiere bastante fuerza y se robustece con grandes riquezas y plazas fortificadas.
Así lo hizo Domicio Nerón por espacio de cinco años, que aparentó todas las cualidades de un excelente príncipe, según el testimonio de Trajano; mas, después que fué confirmado en el principado, no pudiendo ya disimular más tiempo su natural crueldad, como una bestia indómita y carnívora, se arroja sobre todas las clases del pueblo, y arrebata las riquezas de los individuos, como un monstruo compuesto de los vicios o puestos de la lujuria, de la avaricia, de la crueldad y del engaño. Semejante en un todo
a aquellos monstruos de los tiempos antiguos que cuenta la fábula, los gergiones tricórpores en España, Anteo en Libia, Hydria en Beocia, Quimera en
Lycia, para arrojar a los cuales y libertar a los pueblos de una mísera esclavitud, fué preciso todo el valor y la virtud de los héroes. El tirano siempre
procura perseguir a todos y humillarlos injustamente; pero con especialidad toda su furia la dirige contra los hombres poderosos y virtuosos, y éstos siempre le son más sospechosos que los malos, porque la virtud ajena en todos tiempos es temible a aquéllos, y así como el médico separa en el cuerpo humano los humores malos de los buenos, del mismo modo el tirano trata de extrañar de la república a los buenos ciudadanos. La voz del tirano es: "Todo lo que haya superior en el reino, desaparezca", para lo que emplea la fuerza, la intriga y demás medios criminales.
A todos los demás ciudadanos les agobia para impedirles que se conmuevan, con multitud de impuestos que inventa todos los días, sembrando la discordia entre ellos y abrumándoles con infinidad de pleitos y de guerras intestinas, que se suceden unas a otras. Por otra parte, construyen y edifican grandes obras a costa del sudor y lágrimas de sus súbditos. Este origen tuvieron las pirámides de Egipto y las obras del Olimpo en Thesalia, como refiere Aristóteles. En los divinos libros vemos a un Nembrot, el primer tirano que vió la tierra, que para sostenerse y extenuar a sus súbditos concibió el proyecto de edificar una torre altísima y con proporcionados cimientos en Babilonia; y la fábula de los griegos nos cuenta también que los gigantes, según refiere Filaster, con el objeto de arrojar del cielo a Júpiter, pusieron montes sobre montes en el campo de Macedonia llamado Flegra. Dejamos aparte el engaño que usó Faraón con el pueblo hebreo, que, para que éste no aspirase jamás a la libertad, fué maltratado con grandes calamidades y obligado a edificar con su sudor algunas ciudades en el Egipto. Pero es necesario que el tirano tema a quien oprime, y guárdese con cuidado, no sea que reciba la fin de aquellos que trata como esclavos, después de destruir las fortalezas, quitar las armas y ni aun permitir siquiera ejercer a los oficios ni artes dignas de los hombres libres, ni ejercitar las fuerzas del cuerpo por medio
de los estudios militares, que suelen inspirar algunas veces un valor heroico. Teme el tirano y también teme el rey; pero éste teme a los súbditos, y aquél
a los súbditos y a sí mismo, no sea que éstos, a quienes conduce y trata como enemigos, le arrebaten las riquezas y el principado. Por esta causa impide sus reuniones, ya grandes, ya pequeñas, y les quita, por medio de una policía oculta e inquisitorial, la facultad de hablar, y aun de oír hablar, de la república, que es la mayor esclavitud y humillación posible.
Ni aun les es permitido quejarse en medio de tantos males. Por esta causa también, porque desconfía de los súbditos, pone toda su confianza en el
engaño, procura con ansía la amistad de los reyes extranjeros para prepararse a toda contingencia; llama hacia su persona satélites extraños, de quienes confía como de unos bárbaros, y, por último, forma ejércitos de soldados mercenarios, que es la mayor de las calamidades. En tiempo de Domicio Nerón,
emperador, andaban por las casas, por los campos y por los alrededores de las villas y pueblos soldados de a pie y de a caballo, mezclados ,con los germanos, de quienes el príncipe se confiaba como de extraños. (Refiero literalmente las palabras de Tácito). Tarquino el soberbio, el primero de los reyes de Roma, quitó la costumbre de consultar al Senado en todos los negocios de la república, administrándola por medio de Consejos domésticos; él declaraba la guerra, establecía la paz, formaba pactos y alianzas por sí mismo y con quienes quería, sin consultar ni al pueblo, ni al Senado. Procuraba ganarse la gente de los latinos, para estar más seguro entre los ciudadanos
con el auxilio de riquezas lejanas, según refiere Tito Livio en el lib. I. También se dice que, habiendo muerto a los primeros patricios, no sustituyó a nadie en su lugar, para que aquel orden se hiciese poco apreciable por su corto número; él juzgaba, por sí solo y sin consejos, de la importancia de los puntos más capitales; y he aquí todas las señales propias de un tirano. Por último, él invierte todo el orden de la república; ningún cuidado tiene de las leyes que prohiben el robo, que se hace de muchas y perversoss maneras, de cuyas leyes se cree exceptuado; y si alguna vez aparenta querer mirar por la salud pública, lo hace con el objeto de que todos los ciudadanos oprimidos con todo linaje de males, arrastren una vida desgraciada, y arroja con saña e injuria de sus propiedades paternas a todos los súbditos para hacerse él solo dueño de las fortunas de todos. Cuando la plebe pobre y perversos está destituída por toda fortuna, ningún mal se puede concebir que no sea en daño de los ciudadanos.
Fuente
A la vista de estas definiciones está claro que Felipe VI es un monarca, no un tirano, y los políticos unos aristócratas, no unos oligarcas. Nos quedamos más tranquilos.