Refugiado ucraniano ciego llega a Bilbao

Chapapote1

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Eugeny Kicenko camina con el bastón que le han regalado por las calles de Bilbao.
Eugeny Kicenko camina con el bastón que le han regalado por las calles de Bilbao. Oskar González

Eugeny Kicenko solo tiene 37 años, pero habla de la guerra con la serenidad de un hombre mayor. Como si hubiera pasado toda una vida, y no apenas mes y medio, desde que, a solas en su casa, escuchara las alarmas por los bombardeos y todos corrieran a los refugios. Todos menos él. "Tenían dos minutos para bajar y con el bastón, por las escaleras, no le daba tiempo. Entonces se tenia que quedar en casa, con mucho miedo", cuenta su progenitora, a la que se ha tenido que volver a aferrar en Bilbao, rota en pedazos su vida independiente en Kiev.
Eugeny es corpulento. Demasiado para la escasa altura de los abarrotados refugios. Lo necesario para dar cabida a toda su valentía y su enorme sensibilidad. "Estuvo siete días solo, encerrado en casa, durmiendo en el pasillo para que no le dañaran los cristales, porque se revientan", relata su progenitora. Y lo cuenta ella porque su hijo, que trabajaba como fisioterapeuta, se salta este capítulo de terror tumbado en el suelo y se limita a reconocer que sintió "miedo, como todos". La diferencia es que él no ve.

Sentado en un sofá, en el Hotel Ilunion San Mamés, donde ha sido acogido junto a su progenitora, su hermana y su sobrino, Eugeny recuerda lo difícil que les resultó encontrar a alguien que le trasladase a la estación de tren. "Estaba todo cerrado. No funcionaban los taxis ni el metro ni los autobuses. Al final encontramos a una persona que me ayudó de corazón y me llevó", cuenta. Su objetivo era abandonar cuanto antes la capital y "ponerse a salvo" en el norte de Ucrania, que entonces "estaba más tranquilo".
En medio de aquel "caos", embarcó en un tren rumbo a Leópolis, donde residía su progenitora. "El tren estaba tan lleno que íbamos todos pegados, como sardinas en lata. Yo iba solo, sin acompañantes", señala. "Es un chico muy valiente", añade de su cosecha Tatiana, la traductora y ángel de la guarda del centenar de ucranianos alojados en este establecimiento y el Hotel Ilunion Bilbao. Una vez reunido con sus familiares, atravesaron en coche Europa: Eslovaquia, Austria, Suiza, Francia... hasta llegar a Bilbao, donde tenían unos conocidos. Atrás quedaron su padre y el marido de su hermana. "Hablan todos los días por teléfono. De momento están vivos".
Eugeny no ha parado de llevarse sorpresas desde que recaló en la capital vizcaina. La primera, al tantear el pavimento. "Me habían dicho que aquí hay muchas montañas. Creía que iba a ser un problema para andar y me sorprendió lo liso que estaba el suelo", admite. También le "llamó la atención que los semáforos piten para las personas ciegas" y las baldosas diseñadas para avisarles de que termina la acera. "Ellos sienten con el pie y el oído mucho más y para él ha sido una grata sorpresa", dice Tatiana.
También lo ha sido, más si cabe, "la bienvenida" y el trato que le han dispensado a él en especial. "Estoy muy contento. Me gustan mucho las personas que sienten lo que yo siento y cómo me tratan", destaca y se muestra agradecido por el bastón que le han regalado, tras romperse el suyo, el reloj que le cuenta las horas, aunque sea en castellano, y el mando para activar el sonido de los semáforos.
"Le están ayudando en todas sus necesidades. Todos están bien atendidos, pero los chicos como este todavía más", da fe Tatiana. De hecho, esta semana la técnico de rehabilitación de la ONCE Begoña Cámara se ha citado con él para valorar cómo se maneja con el bastón en las inmediaciones del hotel "Tuvimos una entrevista con él para saber cuáles eran sus necesidades y ahora tenemos que ver cómo se desenvuelve con el bastón. Luego ya empezaremos a enseñarle recorridos para que se pueda mover él solo", explica. Justo lo que necesita Eugeny, salir y entrar sin depender de nadie. "Tiene ilusión de aprender a caminar por la calle porque en Kiev vivía solo y andaba solo por la ciudad. Aquí no conoce nada", subraya Tatiana.
Eugeny toca la guitarra española de seis y doce cuerdas. También la fibra sensible, porque fue enterarse de su afición el director de los hoteles Ilunion en Bilbao, Álvaro Díaz-Munío, y ponerle una en sus manos para que "no se sintiera solo". Por de pronto ya cuenta con la complicidad de "una voluntaria, que le acompaña los domingos a la Parroquia San Francisco Javier para tocar allí las guitarras. Le hace mucha ilusión porque aquí está solo", explica Tatiana, que le sujeta y acaricia la mano con el amor de una familiar más. "Él habla tan bonito, tan tranquilo y pacífico que no parece que haya vivido la guerra. Es muy creyente y le gusta esta paz. Está supertranquilo y muy agradecido. Es un chico muy bonito", comparte, emocionada, la traductora.
Puestos a plasmar en una melodía la guerra, la huida, la experiencia tan traumática vivida por él y sus compatriotas, Eugeny se decanta por "la canción religiosa Dios, cuida a Ucrania", aunque también se le vienen a la cabeza, tras pensárselo un poco, "muchas baladas bonitas de Scorpions, Freddie Mercury o Julio Iglesias".
Además de tocar y escuchar música, Eugeny trata de reinventar su rutina asistiendo a las actividades que organizan los voluntarios y estudiando castellano on line con el ordenador. El pasado jueves empezó a acudir a clases presenciales, pero su interés en trabajar es tal que ya le ha dedicado un buen puñado de horas por las tardes a aprender el idioma por su cuenta. "Es fisioterapetua profesional y es muy bueno. Trabajaba en Ucrania, tenía su vida, sus rutinas...", remarca Tatiana la independencia que tenía. "Aquí me siento vulnerable. Necesito tomar otra vez las riendas de mi vida", se sincera él.
Consciente de que "está en otro país", aunque le gustaría seguir dedicándose a su profesión, Eugeny está abierto a aceptar "cualquier otra oportunidad laboral". "Lo único que quiero es encontrar trabajo. Me aburro mucho sin hacer nada", señala como un hombre activo que es, atrapado entre la barrera del idioma, las paredes del hotel y las de su discapacidad. El presidente del Consejo territorial de la ONCE en Euskadi, Rafael Ledesma, que se acercó a saludarle, cree que Eugeny "podría tener un proyecto de futuro" en su tierra de acogida. "Ha ido a dar al único país del mundo que tiene una escuela de fisioterapia específica para personas ciegas. Está en Madrid y salen grandes profesionales, con lo cual, de cara a la integración laboral, ya tenemos muchas clínicas, instituciones públicas y hospitales que trabajan con personas ciegas que son fisioterapeutas. Al tener un tacto mucho más desarrollado, es una carrera ideal para este colectivo", explica, mientras progenitora e hijo se interesan también por "unos cursos de disparo con el oído". "Es tiro olímpico para ciegos. Tenemos un chico en Bilbao que es campeón del mundo. Ya practicaremos", les emplaza.
En un país extraño, con noticias de cruentos ataques en el suyo que no tienen visos de terminar, Eugeny se centra en el día a día. "A veces me como un poco la cabeza, pero prefiero no pensar en el futuro. Sé que aquí voy a estar bien", dice. Si se le da la oportunidad de añadir algo más, la aprovecha para recalcar su agradecimiento y Tatiana se rompe, los sentimientos a flor de piel. "Ganaremos", le dice la progenitora de Eugeny para tratar de animarla. "Es que son tantas historias... Estamos muy agradecidos al País Vasco y a la gente con el corazón abierto, con alma, por cómo están tratando a todos los ucranianos. Les hemos hecho los papeles, los médicos, estamos con ellos..., pero Eugeny es muy especial. Quiero que tenga un futuro bonito, su vida, porque tiene pocas alegrías y quiero que salga adelante. Es sano, muy trabajador, muy buena persona", le ensalza Tatiana.
Su progenitora hace extensivo el agradecimiento al director del hotel, que "parece nuestro padre, todo el rato pendiente. Conoce la historia de cada uno, sobre todo la nuestra", indica. Aunque sus vidas cambien de un día para otro y su futuro penda de un hilo. "Hablo con mi marido o los vecinos todos los días, pero me da vergüenza preguntar si mi casa está bien. El martes me dijeron que habían fusilado a dos vecinos mientras sus hijos estaban en el refugio. Se metieron los tanques en el parque infantil, preguntaron por qué habían llegado hasta allí y les fusilaron. Me están contando que mataron a sus padres o maridos. No puedo preguntar por mi casa".


Buen relato que emocionaría a Spilberg. El problema es que han metido a un hombre con una minusvalía seria en un paraíso de la jovenlandésnegrada. A nada que le dejen solo, le van a robar todos los días al salir a la calle. ¿Y lo bien que vende esto en el progresismo?
 
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