Recuerdos de un excomunista. 1975 // Los israelíes nos dan una buena lección a los españoles

M. Priede

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14 Sep 2011
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Tiene razón Moa:

Vale la pena comparar la intensísima reacción cívica en Israel contra el intento de Netanyahu de mermar la independencia judicial, con la apatía completa con que medios, intelectuales y gente aceptan con mirada estulta ataques mucho más graves a la democracia en España.


En el texto que sigue no aparece firma, y me extraña que en esas fechas Pío Moa ya fuera excomunista, y menos aun de Santiago Carrillo. El título real es "Recuerdos de un excomunista de Carrillo"

En aquel entonces yo tenía 15 años y con un hermano doce años mayor que me adoctrinaba en el marxismo. Me acuerdo de todo como si hubiera ocurrido el año pasado.


“Aquel año, 1975, iba a ser el definitivo: las ” familias” franquistas tiraban cada uno por su lado, sin saber qué decisión tomar, cada una se dividía en grupos menores, en un embrollo general: desde falangistas medio anarquistas hasta carlistas medio trotskistas, monárquicos legitimistas de Juan Carlos y legitimistas de su padre, católicos “progresistas”, monárquicos muy “demócratas” democristianos muy “avanzados”, “curas obreros” medio comunistas, y otros proetarras… El clero, sobre todo, con sus nuevos radicalismos, es lo que nos llamaba más la atención: “el socialismo llegará con la hoz y el martillo en una mano y el crucifijo en la otra”, decían algunos. Las huelgas se multiplicaban, y la ETA y un grupo maoístas, el FRAP, emprendieron una campaña de atentados. El gobierno contragolpeó a los terroristas hasta casi desmantelarlos, y ejecutó a tres del FRAP y dos de la ETA, y entonces sufrió el golpe más fuerte por parte de otro grupo maoísta, que asesinó de golpe a cuatro policías. Esto era algo no visto desde los tiempos del maquis. Y en toda Europa occidental y en América se sucedían las manifestaciones en apoyo a los terroristas y las condenas al régimen, los boicots comerciales y los sabotajes e incendios de bienes oficiales españoles en el extranjero… Era claramente el fin de una época​
Y para rematar el caos, Franco se puso muy enfermo, jovenlandia aprovechó para quedarse con el Sahara español con apoyo norteamericano, y el 20 de noviembre fallecía en la cama el dictador al que los comunistas habrían deseado acabar. Y fue nombrado el rey que Franco había decidido, Juan Carlos, a quien todos los expertos le vaticinábamos una breve monarquía. Con ese motivo se concedió un amplio indulto a presos comunes y políticos, y yo, Antonio y otros, salimos libres. Un año en la trena me había pasado. Ya en la calle, contacté con el partido, que se movía frenéticamente, en práctica legalidad, para envolver en su propaganda “a las grandes masas”.​
Todo el país vivía en la incertidumbre, y nosotros entre la esperanza y la inquietud. ¿Qué iba a pasar? ¿Cómo se desarrollarían las cosas? ¿Un golpe militar contra el régimen como el de Portugal? ¿Volvería una guerra civil? ¿Sería el momento de intentar una insurrección que derribase a un régimen que parecía moribundo? ¿O bastaría una huelga general? ¿Los “demócratas” de la Platajunta se impondrían sin necesidad de muchas violencias?​
Los políticos “demócratas” eran los más atemorizados, y yo, desde luego, preocupado. Dentro de la oposición, el partido tenía la única organización real, pero yo sabía que seguía siendo pequeña, y sus socios de la platajunta valían más para intrigar que para luchar o siquiera dar la cara. Mi amigo Antonio demostró entonces más lucidez: “Aquí no va a pasar nada, ya veréis. Porque el ejército permanece firme, no como fue el de Portugal, y porque la gente, la gran mayoría de la gente, creedme, apoyará un cambio desde arriba. Ya habéis visto esas enormes colas de gente para despedir a Franco. Y lo siento, pero esto se nos va a ir de las manos por un tiempo”. Lo tildé de desmoralizador, lo mismo hicieron los demás, y si no fue expulsado entonces del partido se debió a que nuestra atención se concentraba en tareas más urgentes.​
Temíamos o despreciábamos la competencia del PSOE, pero, como había vaticinado Antonio, la competencia auténtica nos iba a venir… ¡del propio franquismo! Que se estaba volviendo demócrata a marchas forzadas. En un primer momento, aquello nos dejó patidifusos. No era posible, ¡el franquismo decidía democratizarse por su cuenta! Y el año siguiente nos demostró nuestra debilidad, que forzosamente debimos aceptar. Es decir, la aceptamos algunos, otros se empeñaban en atribuir los avances franquistas al miedo que nos tenían y que les obligaba a hacerse los demócratas. ¡Como si nosotros o el resto de la oposición lo fuéramos a nuestra vez!​
Vista en perspectiva, la política a todos los niveles cobra un aire grotesco, como una farsa sin talento e improvisada a la carrera. ¡Un horror! Las Cortes franquistas decidieron que el régimen habría cumplido una etapa brillante, y había que pasar a otra cosa. Esa cosa, lo que llamaban reforma democrática, debía ser aprobada en referéndum popular “de la ley a la ley”, es decir, reconociendo la legitimidad del régimen, que daba paso a una monarquía decidida por Franco. Nos parecía monstruoso a toda la oposición “democrática”, que no admitíamos más legitimidad que la de la república”.​
 
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