Recuerdos Completos: relato cómico basado en la película Desafío Total

kaluza5

Himbersor
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Espero que lo disfrutéis. Lo escribí hace tiempo para el foro de Pacotes y me ha dado por subirlo aquí. Si os ha parecido gracioso, podéis apoyarme suscribiéndoos a mi canal de YouTube y comprándome alguno de mis libros en Amazon.

RECUERDOS COMPLETOS

—Señora García, bienvenida a Recuerdos Completos. ¿Sabe ya qué vacaciones va a elegir?

—Sí. Me gustaría ser una espía internacional que destapa una trama de corrupción, en un destino exótico, y derrotar a un malvado supervillano.

—Perfecto. ¿En qué lugar quiere vivir esa aventura?

—En Almería; todavía no la he visitado.

Allí estaba yo, Ana García López, en la sede andorrana de Recuerdos Completos. Salí de Madrid en autobús, en un viaje organizado por dicha empresa, que ofrecía emocionantes, y baratas, vacaciones mentales. No podía aspirar a más, con mi sueldo mensual de novecientos euros como secretaria. Al ser una tecnología americana que no había sido aprobada por la UE, solo podíamos ir a sedes de microestados, como Andorra o Mónaco, que no estaban limitados por la legislación europea.

Me llevaron a un sillón de cuero, con sujeciones metálicas para brazos y piernas, donde te administraban todos los fármacos que recreaban, mentalmente, tus vacaciones de ensueño. En ese momento, me asusté un poco al recordar las palabras de mi compañera de recursos humanos en Imdra. «No vayas a Recuerdos Completos. Una vecina mía fue allí y le tuvieron que hacer una histerectomía de emergencia. No vale la pena jugar con el cerebro», así lo dijo, con esas palabras literales. Probablemente, mi compañera no supiera mucho de anatomía o, a lo mejor, su vecina tenía los lóbulos cerebrales en otra parte del cuerpo. En todo caso, al sentarme en esa especie de silla de tortura me desmayé y no recuerdo nada más hasta que me desperté chillando.

—¡Hagan algo! ¡Inyéctenle más sedante! —gritó una doctora, al ver que los técnicos sanitarios no podían contralar a la joven que pegaba alaridos y daba palos a diestro y siniestro.

—¡No podemos! —exclamó un auxiliar de enfermería en prácticas—. Está viviendo una alucinación psicótica emparanoiante.

—¡Una APE! ¡Por Dios! ¿Cómo ha podido ocurrir? ¿Ya le habían inyectado el vial de LSD?

—¡Qué va! Solo le habíamos dado una pastilla de Frenadol y se ha puesto como una loca. Que si se lo llegamos a dar de sobre, con lo malo que está…

—¡El agua! ¡El agua es la clave de todo! —me oí gritar a mí misma mientras trataba de soltarme de los hombres con batas blancas que luchaban por retenerme.

Al final, le solté un guantazo al técnico que tenía al lado y mandé sus gafas al otro lado de la habitación. Aprovechando la confusión, me zafé de ellos y salí corriendo de allí, buscando la salida del edificio. Todos me perseguían por los pasillos: la doctora, los técnicos, una comercial gritando que si no le ponía un diez en la encuesta de satisfacción no cobraría el plus ese mes, un conserje enfadado porque había pisado el suelo recién fregado y algunos más que no recuerdo quienes eran. Por fin, encontré la salida y allí estaba el chico de mis sueños, Jorge, el guardia civil guapísimo y famoso que había participado en la última edición de supervivientes. Estaba esperándome al volante de un descapotable de lujo.

—Ana, tienes que escapar conmigo si no quieres que te laven la mente por lo que sabes.

—¿Y qué es lo que sé? —pregunté cándidamente como la ingenua enamorada que era, con su ídolo de Instagram frente a sus ojos.

—Sube al coche y te lo contaré todo.

Salimos de Andorra la Vieja a toda pastilla, ignorando los radares de velocidad. Al llegar a la garita de control solo frenamos un poco para que Jorge le firmara un autógrafo a una joven compañera suya de fronteras, que le estaba poniendo ojitos, y reanudamos de nuevo la marcha sin perder tiempo.

—Ana, debes saber que el gobernador Villarejo te envió a Imdra para que vigilaras el desarrollo del nuevo software para su proyecto secreto del agua. Eres su espía infiltrada.

—¡Oh, no! ¿Cómo es posible? No recuerdo nada.

—Es tecnología cerebral punta, desarrollada en el Estado Libre Asociado de Almería: chupito de anís y estacazo en la cabeza.

—Por eso me dan ganas de vomitar cada vez que huelo el anís. Ahora todo tiene sentido…

De manera inesperada, había pasado de ser una triste secretaria de una empresa cutre de informática a una espía doble a las órdenes del temible gobernador Villarejo. Parecía que, el que fuera comisario de las cloacas del estado, terminaría sus días en prisión. Pero, sorpresivamente, el chantaje con un video pronográfico protagonizado por Campechano Primero, rey emérito de España, y mujer Ficken, una joven duquesa alemana, puso en jaque al gobierno español. Para evitar el escándalo a nivel nacional e internacional, no solo le dieron el indulto a Villarejo, sino que, además, le concedieron la provincia de Almería, para que la gobernase a su antojo.

—¿Y qué relación tiene la Guardia Civil con todo esto? —pregunté, todavía en estado de shock por la revelación previa.

—Formo parte de un grupo de élite que está asesorando a la guerrilla unionista almeriense. Queremos que, de manera pacífica y democrática, se alcen en armas contra Villarejo y que lo ajusticien de forma lenta y dolorosa. Vamos, el típico Gadafi style, como lo llamamos los servicios secretos.

—Pero, si trabajo para Villarejo, ¿por qué me ayudas?

—Antes del garrotazo en la cabeza, descubriste un secreto relacionado con la planta embotelladora de agua con gas de Villarejo. Toda su fortuna personal depende de vendérsela a precio de oro a los sedientos almerienses. Por eso, decidiste unirte a la resistencia y contactar conmigo.

—¡Vaya! ¿Y qué hacemos ahora?

—Tenemos que entrar de incógnito en Almería y dirigirnos al epicentro de todo, el peñón de Bernal, donde Villarejo guarda su mayor secreto.

Tras atravesar la República de los Payeses Catalanes y el Reino de Valencia, entramos, desde territorio español, por Murcia para ser exactos, en ese caótico y desértico país conocido como Almería. Cuando esperábamos en la frontera a que los esbirros de Villarejo revisasen los pasaportes de los coches que iban por delante nuestra, ocurrió un suceso extraño que nos benefició. Una mujer enorme, de dos metros de altura y ciento cincuenta kilos de peso, se dobló por el dolor, sujetándose la tripa, intentando contener una flatulencia extrema. A su lado, un soldador estaba trabajando, instalando nuevas rejas en la garita de control con la ayuda de una llama de acetileno. Era la crónica de una explosión anunciada: Un enorme cuesco se abrió paso entre el fino tejido del vestido de la mujer y se inflamó al contacto con el soplete. Tras la enorme deflagración, se hizo el caos y los guardias de frontera se pusieron a extinguir el fuego y ayudar a los quemados. Jorge aprovechó para meter el deportivo por un carril cerrado con conos, dando unos pocos botes al pisarlos, y acelerar a toda velocidad hacia el interior de Almería.

—Empiezo a recordar detalles inconexos de mi trabajo para Villarejo: Estoy dentro de una enorme cueva y, en el centro de esta, hay una enorme rueda con el dibujo de un Indalo —comenté a Jorge.

—Nuestros informes de la resistencia nos indican que se encuentra en el interior del peñón de Bernal, por eso vamos allí. Desde el Neolítico, ha sido el epicentro de energías telúricas. No fue casualidad que rodaran la escena del Templo de Thulsa Doom, en la película de Conan el Bárbaro, en ese paraje. Los guionistas sabían que ese lugar era mágico.

Tras un rato de viaje, acabamos llegando a las cercanías del cerro. Tuvimos que dejar el deportivo a la entrada de un camino y seguir a pie. El sol era abrasador y el polvo reseco de la senda se nos metía en la garganta. Por fin, acabamos llegando a una puerta metálica, puesta directamente sobre una roca, con un letrero que ponía: «Empresa de aguas de Villarejo. Prohibido el paso». Ignorando la advertencia, abrimos la puerta para adentrarnos en el interior de un túnel de hormigón escasamente iluminado. Tras andar unos cientos de metros, abrimos unas puertas antiincendios y accedimos a la enorme gruta que había dentro del peñón.

—¡Quietos ahí! —dijo un hombre vestido de neցro y con pistola que lideraba a varios soldados de Villarejo.

—¡Yo te conozco! —exclamé asombrada— ¡Eres el actor que hace de Antonio Recio!

—Gracias, Ana, por acordarte. Antes éramos compañeros en el servicio secreto de Almería, pero luego te uniste a los rebeldes.

—No lo entiendo —intervino Jorge. ¿Por qué Villarejo escogió a un actor para trabajar de espía?

—No es ningún misterio —contestó el aludido—. El gobernador siempre fue un gran fan del actor Michael Ironside y yo me parezco bastante a él. Además, me paga muchísimo más que la productora para la que trabajaba.

—¡El círculo se cierra! —intervino una voz familiar—. Acompáñame, Ana. En tiempos, fuiste mi mejor espía.

Allí estaba Villarejo, que había aparecido de entre la sombras empuñando también una pistola. Mi mente empezaba a dar vueltas sin saber que hacer, pero, si quería resolver este misterio, mi intuición me decía que debía seguirle.

—¡De acuerdo! —grité—. ¡Enséñame la gran rueda!

—Doble de Ironside, encárgate de este guardia civil. Yo hablaré en privado con nuestra desertora.

Tras subir unas larguísimas escaleras de piedra, llegamos a la rueda con el dibujo del Indalo que había visto en mis sueños.

—Los romanos excavaron esta gruta para dominar la fuerza del agua que hay bajo este peñón. Pero la rueda fue construida por una civilización ya extinta. Si se girase del todo, miles de hectómetros cúbicos de agua con gas saldrían a presión por la cúspide de la montaña, inundando Almería entera. Por eso se instaló, para protegernos de ese peligro.

—Sí, pero también es un agua llena de sulfitos y fosfatos que fertilizarían la tierra árida de este país, convirtiéndolo en un vergel. Por eso nunca quisiste abrirla.

—¿Qué hay de malo en ir vendiéndoles esta agua poco a poco y hacerme rico con ello?

—¡Es una crueldad! Embotellas agua con gas, que no quita la sed ni tomándola fría. Es lo único que los almerienses pueden beber contigo.

En ese momento, apareció Jorge con los dos brazos sangrantes de Antonio Recio bajo su axila y con una libreta en su mano.

—Gobernador Villarejo, ¿cómo puede tener un ascensor paternóster sin reja de seguridad? Le voy a denunciar a la inspección de trabajo y se le va a caer el pelo. De momento, su esbirro ya se ha quedado manco y espachurrado en el fondo de la gruta.

—Pe… pe… pero ¿qué dices? —tartamudeó Villarejo.

En ese instante, aproveché su confusión para girar la rueda del Indalo con todas mis fuerzas, hasta que llegó a su tope. Inmediatamente, hubo un gran terremoto que nos tiró al suelo a todos.

—¡No! —gritó Villarejo, antes de salir disparado hacia arriba impulsado por un géiser de agua a presión.

—¡Huyamos! —le dije a Jorge. Este lugar se va a inundar enseguida.

Corrimos por los túneles de la gruta perseguidos por una gran ola espumosa que nos mojaba los pies. Por suerte, vimos una luz al fondo, en un abertura al exterior, ensanchada para que los trabajadores de Villarejo pudieran descansar entre turno y turno.

—Mira —me dijo Jorge—, hay un colchón hinchable. Subámonos a él para no ahogarnos.

—De acuerdo, pero agarrémonos bien: El viaje será movidito.

Salimos disparados a toda velocidad colina abajo, sobre la cresta de la ola que nos impulsaba, siguiendo el cauce de un antiguo río que volvía a llenarse con agua. Acabamos llegando a la playa y desde allí pudimos ver como llovía por toda Almería.

—¡Es fantástico! Hemos derrotado a Villarejo y liberado esta tierra —celebró exultantemente Jorge.

—Sí, pero tengo una duda —comenté preocupada—. ¿Y si todo esto no ha sido nada más que un sueño?

—Entonces, ***emos antes de que te despiertes —me dijo Jorge.

Y así, de forma erótico-festiva, acababa esta philipkadiana historia veraniega. Con nuestros cuerpos desnudos tapados por la espuma del mar mientras mi guapo guardia civil me empujaba con su pelvis, como a un cajón que no cierra.
 
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Empecé a autotraducir La esfera de Boltzmann. La verdad es que llegué a pasar al inglés como un tercio de la novela y si me pusiera en serio la acabaría. Después buscaría que me la revisase un nativo. Las tarifas online de revisión siempre son más baratas que las de traducción, por lo que compensaría hacer el esfuerzo.

Ponte a ello. Podrías vender más que en castellano...
 
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