Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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No hay mejor pintura del cielo que cuando se aproxima la tormenta.
Me senté a verla venir después de mucho dudar en fumarme el pito bajo un puente, en la parte de arriba del terraplén, frente a la vía; quizá pasara algún tren, pero el viento era tan fuerte que desistí.
Caminé un poco más, ahora hacia el ocaso, y entonces me di cuenta: "¿lo estás viendo, Kufisto?"
Parecía como si en cualquier momento fueran a aparecer los extraterrestres con sus naves.
Todavía en la periferia del pueblo oí a uno de los chiquillos que iban en sus bicicletas gritarle a otro que si estaba viendo el cielo, excitado, quizá fuera la primera vez que lo veía así; tampoco yo lo he visto tantas veces, no las suficientes como para no sentarme en un desvencijado banco de un parquecillo infantil, uno de esos que continúa esperando a los promotores como aquellos dos a Godot. Encendí el cigarrillo y pensé que sería un buen momento para Shine on your crazy diamond; el mp3 estuvo de acuerdo y me la sirvió a la siguiente. A veces pasa lo que deseas si no pides un imposible. Y de esa manera tan de mi agrado vi venir a la tormenta.
Cuando acabó la intro de la canción, al mismo tiempo que el cigarrillo, me levanté; detrás de mi los chicos seguían mirando el cielo que se oscurecía por segundos, y eché a caminar lentamente, mirando a la tierra, las cagadas de los perros, las bolsas de plástico entre la maleza, los árboles agitados, como animales ante un peligro, como antes de la tormenta...Enseguida, sin prisa, alcancé el cemento, no sin antes pasarme la mano por la cara, como leí a Zaratustra que hay que hacer cuando uno regresa a la realidad, pero no tanto como para no dejar huella: la cosa había sido muy intensa. Y vi a cincuentones intentando correr y a viejas luchando porque el viento no les robara sus paraguas y a niños reír nerviosamente. Y tan ensimismado iba que al principio ni noté las gotas de lluvia, sentía como pinchazos en mis piernas pero no pensaba que fuesen ellas las responsables; eran ardientes, te quemaban, hasta que miré al suelo y vi que solo era agua, gotas grandes, veloces, que caían con la fiereza de quienes se inmolan confiadas en la Promesa; y mientras caminaba las primeras calles vi más gente resguardándose entre risas y voces, que así es como se hace cuando tienes donde y con quien hacerlo, y creo que también yo me sonreí, y poco después, en una calle nueva, me cambié a la acera donde más llovía para no perderme nada del espectáculo que había arriba, y entre medias de las nubes, negras y naranjas, se abrió un claro de un azul como de mediodía, y parecía tan irreal como pueda llegar a ser lo real, y vi a una mujer joven acercándose penosamente a mi, tirando de un carrito, y cuando estuvimos más cerca vi que dentro iban dos gemelos y que ella continuaba con su brega, intentando protegerles de la lluvia, pero sonriendo, sonriendo..."¿te ayudo?", "no, gracias" dijo sin temor, y yo también sonreí, ya sin que me hiciera falta ninguna mano por la cara, y veinte pasos después me volví y vi que ya no estaba, que ya había llegado a su casa...
Paró de llover. Pasé cerca de la iglesia más vieja del pueblo. Vi bajar de un coche a una cincuentona toda emperifollada, de verde, con un perfume demasiado bueno para ella, y volviendo la cabeza la vi dirigirse al templo. Y vi a los pobres en la entrada. Eran tres, creo que había una tía, pero para diferenciar a estos tienes que acercarte, y vi como el viejo se llevaba las manos a la espalda, quieto, firme, como si fueran a pasarle revista, y entonces llegó la mujer de verde y el otro le abrió la puerta, y vi que ella no le dio nada y pensé que si yo fuera Dios me daría vergüenza que se acordaran de mi de esa manera.
Y cogí el teléfono y vi que mi progenitora me había llamado, y le devolví la llamada y me dijo si podría yo hacer la comida de mañana, y le dije que sí y después de preguntarme sus cosas nos despedimos, "¿quieres venir a cenar?", "no, tengo que acabar una cosa", y nos dimos un beso y se puso a llover otra vez, con más fuerza...
Me senté a verla venir después de mucho dudar en fumarme el pito bajo un puente, en la parte de arriba del terraplén, frente a la vía; quizá pasara algún tren, pero el viento era tan fuerte que desistí.
Caminé un poco más, ahora hacia el ocaso, y entonces me di cuenta: "¿lo estás viendo, Kufisto?"
Parecía como si en cualquier momento fueran a aparecer los extraterrestres con sus naves.
Todavía en la periferia del pueblo oí a uno de los chiquillos que iban en sus bicicletas gritarle a otro que si estaba viendo el cielo, excitado, quizá fuera la primera vez que lo veía así; tampoco yo lo he visto tantas veces, no las suficientes como para no sentarme en un desvencijado banco de un parquecillo infantil, uno de esos que continúa esperando a los promotores como aquellos dos a Godot. Encendí el cigarrillo y pensé que sería un buen momento para Shine on your crazy diamond; el mp3 estuvo de acuerdo y me la sirvió a la siguiente. A veces pasa lo que deseas si no pides un imposible. Y de esa manera tan de mi agrado vi venir a la tormenta.
Cuando acabó la intro de la canción, al mismo tiempo que el cigarrillo, me levanté; detrás de mi los chicos seguían mirando el cielo que se oscurecía por segundos, y eché a caminar lentamente, mirando a la tierra, las cagadas de los perros, las bolsas de plástico entre la maleza, los árboles agitados, como animales ante un peligro, como antes de la tormenta...Enseguida, sin prisa, alcancé el cemento, no sin antes pasarme la mano por la cara, como leí a Zaratustra que hay que hacer cuando uno regresa a la realidad, pero no tanto como para no dejar huella: la cosa había sido muy intensa. Y vi a cincuentones intentando correr y a viejas luchando porque el viento no les robara sus paraguas y a niños reír nerviosamente. Y tan ensimismado iba que al principio ni noté las gotas de lluvia, sentía como pinchazos en mis piernas pero no pensaba que fuesen ellas las responsables; eran ardientes, te quemaban, hasta que miré al suelo y vi que solo era agua, gotas grandes, veloces, que caían con la fiereza de quienes se inmolan confiadas en la Promesa; y mientras caminaba las primeras calles vi más gente resguardándose entre risas y voces, que así es como se hace cuando tienes donde y con quien hacerlo, y creo que también yo me sonreí, y poco después, en una calle nueva, me cambié a la acera donde más llovía para no perderme nada del espectáculo que había arriba, y entre medias de las nubes, negras y naranjas, se abrió un claro de un azul como de mediodía, y parecía tan irreal como pueda llegar a ser lo real, y vi a una mujer joven acercándose penosamente a mi, tirando de un carrito, y cuando estuvimos más cerca vi que dentro iban dos gemelos y que ella continuaba con su brega, intentando protegerles de la lluvia, pero sonriendo, sonriendo..."¿te ayudo?", "no, gracias" dijo sin temor, y yo también sonreí, ya sin que me hiciera falta ninguna mano por la cara, y veinte pasos después me volví y vi que ya no estaba, que ya había llegado a su casa...
Paró de llover. Pasé cerca de la iglesia más vieja del pueblo. Vi bajar de un coche a una cincuentona toda emperifollada, de verde, con un perfume demasiado bueno para ella, y volviendo la cabeza la vi dirigirse al templo. Y vi a los pobres en la entrada. Eran tres, creo que había una tía, pero para diferenciar a estos tienes que acercarte, y vi como el viejo se llevaba las manos a la espalda, quieto, firme, como si fueran a pasarle revista, y entonces llegó la mujer de verde y el otro le abrió la puerta, y vi que ella no le dio nada y pensé que si yo fuera Dios me daría vergüenza que se acordaran de mi de esa manera.
Y cogí el teléfono y vi que mi progenitora me había llamado, y le devolví la llamada y me dijo si podría yo hacer la comida de mañana, y le dije que sí y después de preguntarme sus cosas nos despedimos, "¿quieres venir a cenar?", "no, tengo que acabar una cosa", y nos dimos un beso y se puso a llover otra vez, con más fuerza...