Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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Yo estaba medio malo cuando a eso del mediodía entró al bar mi querido tío con cara de estarlo entero, y no por haber cogido frío. Le puse una caña, un pincho y me retiré a hacer algo para que corriera un poco el tiempo con la esperanza de que así el retardo influyera en la más que previsible explosión. También ayudó la presencia del loco de las dos últimas semanas, un pedazo de mostrenco que viene al bar cuando sale de la revisión. Llega, se sienta justo delante del grifo y pide una cerveza sin alcohol con limón. Hoy no estaba la fruta de la semana pasada y supongo que decepcionado le ha dado por ver el vídeo de "Nothing compares 2U" de Sinead O´Connor a pleno volumen de su móvil, lo que no dejaba de crear un cierto desconcierto con la cosa que yo tenía puesta en forma de radio Country del Spotify. Pero en fin...¿qué vas a poner a la una y media en un bar decente de La Mancha? ¿Black Sabbath?
Terminé de fregar los cuatro platos sucios y, ya sí, fui a sentarme sobre la cámara para echar el rato con mi tío.
Estaba leyendo el As como pudiera haber estado leyendo "Los hermanos Karamazov" El Madrid había perdido, sí, pero eso no daba para tanto ni aún para él, el hombre más madridista que he conocido en toda mi vida.
- ¿Qué te parece esto? -dijo casi entre dientes
- ¿El qué?
- Lo del Barcelona con los independentistas esos...
- Ah, sí...
- Pero qué me gusta la fruta...Y que todavía vayan por los campos de España y nadie, NADIE, les silbe
- ...
- Yo es que ya no sé qué pensar de lo que pasa en España...¡Pero jorobar, QUÉ NO OS QUIEREN, shishi! ¡COMO PODÉIS APOYAR A ESTOS SINVERGÜENZAS! La progenitora que me parió...
-...
Sinead O´Connor volvía repetir lo mismo en el móvil del loco.
- Esta gente que quiere destrozar el país, que nos odia con todas sus fuerzas, que nos toman por iluso...-seguía con cierta contención. Miré al loco y vi como una lágrima luchaba por escapar de su curtido ojo de hombre de campo- Mira, Kufisto, yo en mi casa no entra nada, pero nada, que sea catalán. Miro las etiquetas, ¿eh? Y si veo cualquier cosa que no me cuadre, fuera. Estoy hasta los huevones ya de todos estos, shishi. Hasta los huevones. ¡ANDA Y QUE SE VAYAN YA A LA fruta cosa!
- Yo lo que creo es que tienen a alguien detrás -aventuré a decir quizá movido por la educación y la fiebre
- ¿Alguien? ¿a quien?
Estaba a punto de decírselo cuando llegaron un par de médicos. Mi tío se fue y el loco me pagó la cerveza. Pero no se fue. Se quedó un rato más ahí, en el grifo, mirando a la jodida calva irlandesa. "Santo Dios -pensé- ¿de verdad era esto lo que tenías preparado para mi, con lo huevonudo que yo era de pequeño?"
Al final se fue el loco y también uno de los doctores. Quedó el otro leyendo un periódico, uno que parece hermano de Rajoy. Le puse un vino y me fui a la esquina para seguir mirando TV3 en mi móvil. Pero ya sin la O´Connor era como si no hubiera más que silencio.
- jorobar qué tropa -dije
- ¿Qué? -dijo él
- Sí, el tema este de Cataluña
Al doctor le gusta hablar, eso lo tengo claro desde hace tiempo. Pero como dicen que soy tan serio y parezco tan serio, nunca ha intentado entablar conversación conmigo.
- Ah, pues sí -dijo- Lo que está pasando allí es algo que no tiene nombre.
Me acerqué después de un intercambio de frases y de echarme una cerveza. Hablamos. Un tío inteligente, claro, de mundo. Es médico. Vi como él no se esperaba ni mi vocabulario ni mis respuestas. Soy camarero. Pero un rato más tarde vi hasta emoción en sus ojos. A la gente le chiflan las sorpresas. A mi no tanto. Soy camarero y estoy medio loco.
Se fue. Seguro que no será la última conversación. Yo me sentí un poco mejor, tanto que cuando iba echarme la segunda cerveza pensé si no sería mejor hacerlo con el primer whisky. Seguía estando medio mal y ya como que me daba lo mismo: "si hay que estarlo, que sea del tó" Iba a pillar la botella de Johnnie Walker cuando de refilón vi su "Royal Salute 21", el mejor whisky que he probado en mi fruta vida. Me eché media copa, cogí las gafas de sol y el tabaco y me salí a la terraza.
La tarde era magnífica. Nadie por aquí, nadie por allá. Mi ciego parecía haberse quedado dormido y nada podía impedir ese rato de felicidad. Cogí el vaso y le eché un trago. Estaba casi tan glorioso como la primera vez: qué whisky...Me hice un pito. E iba a echarle el segundo trago a aquel almíbar cuando vi que un pequeño bicho había caído dentro. Metí el dedo para sacarlo y no fui capaz de cogerlo. Siempre pasa cuando lo intentas sobre otro elemento. Estaba a punto de dejarlo por imposible cuando lo enganché contra la pared del cristal. Me pareció que todavía estaba vivo al tenerlo en la yema de mi dedo, cosa que me sorprendió y alegró. Le di un empujón y seguí a lo mío.
De pronto se oyó un maullido. Un gatito loco cruzó la acera e intentó meterse en mi bar, hasta que topó con la cortina metálica. "¿Pero qué shishi?" Volvió a intentarlo y volvió a echarse para atrás. Pero a la tercera lo consiguió.
- me acuerdo de su querida progenitora...
Pasé para adentro y lo enganché. Lo saqué afuera y volvió a hacer lo mismo. "¿Pero bueno, este cabrón qué shishi hace?" Oootra vez, fuera. Oootra vez, dentro. Así hasta cuatro veces. En estas que vino uno de los pocos viejos que viene el bar cuando yo ya estaba poniéndole un plato con leche al puñetero gatito, cosa de la que pasaría como de la cosa.
- ¿Qué haces, Kufisto?
- Pues ná, este cabrón que va pá arriba y pá abajo. Ha llegado hace un rato y se mete al bar.
- Jajaja...Ponle algo de comer. Algo de carne o algo de eso, no sé
Pasé adentro y puse un poco de chorizo desmenuzado sobre un trocito de papel albal. Nada. Cero. Para adentro. Y en una de las que pasó encontró la parte trasera de la tragaperras donde tengo la alfombrilla y allí se quedó y lo dejé.
- ¡Qué cabrón! -dije
- Jajaja -rió el viejo- Anda, ponme un café.
Se lo puse y me eche una copilla de las normales. Y entonces pensé que si el gato siguiera allí cuando llegara mi hermano para darme el relevo...me lo quedaría.
El viejo, un buen hombre, empezó a contarme historias de cuando él lo fue. Yo le escuchaba con atención pero no perdía ripio de la situación de ese pequeño cabrón. Por algún motivo lo había intentando setenta veces contra mis cortinas y al final las había cruzado. Seguía allí, escondido, acurrucado, seguramente raspando la jodida alfombrilla para afilarse las uñas como por instinto hacen todos estos pequeños macho cabríoes. Yo había tenido uno hace años y este no podía tener más que tres meses de vida. Eran las cuatro y media de la tarde. A las cinco y media cambiaba el turno. Si a las cinco y media ese pequeño me gusta la fruta seguía tras la tragaperras...me lo llevaba al veterinario y después a mi fruta casa.
Bajé la música, ya en onda Rock. Llegó el ciego y bromeé algo menos de lo normal. De vez en cuando salía de la barra para asomarme para ver si el gato todavía seguía allí. Y allí seguía, mudo, encogido, sin moverse, tal y como se ponen ellos cuando las ven negras. Puede que tuviera hambre, puede que tuviera sed, puede que tuviera ganas de jorobar...pero estaba claro que lo que más tenía era miedo. Y por eso estaba allí, donde nadie sabía que estaba menos yo y el viejo que ya se había ido.
Eran las cinco cuando por sorpresa llegó el del mantenimiento de los grifos de cerveza. Un amigo, sí, Pero en qué momento...Algo de ruido haría, algo de ruido haría...Yo ya tenía a los Led Zeppelin casi en código Morse. Empecé a echarme chupitos para ayudar a mi gato.
Y a eso de las cinco y veinte, apenas a diez minutos del límite, llegó uno, pidió un café y se fue a jugar a la máquina. "Oh, Dios, ¿por qué me haces esto?"
Me puse en la esquina buena. El gatete todavía estaba allí. "Dios, aguanta, aguanta, aguanta..." En estas llegó un conocido pasao, ya puesto, y se puso a hablar a voces con el que estaba jugando a la máquina. "Oh, Dios, no, no me jorobes, shishi -pensé- no, no, no tan cerca..."
Yo no hacía más que agachar la fruta cabeza desde mi esquina para ver si mi gato aguantaba. "Aguanta, aguanta, aguanta..." Más risas, más escándalo, más ruidos de monedas..."Dios, mi gatete va asalir disparao, el pobre..."
- ¡¡¡KUFISTO!!! -dijo uno
- ¡¡¡QUÉ, shishi!!!
- Ehhh, ¿qué pasa?
- Ná, ¿qué quieres?
- Ponme un cubalibre, jorobar
- Vale, vale...
- leche, pues vaya...
Llegó mi hermano. Pillé la bolsa con mis cosas y agarré al gatete sin que ellos se dieran cuenta: "¿qué haces, shishi?", "ná, jorobar"
Disparado llegué a la veterinaria donde llevaba a mi anterior gato, a Suerte, aquel buen amigo. Aparqué en una plaza de minusválidos y pase para adentro con él en la mano.
- Hola, buenas. Vengo a que me miréis a este pequeño. Me lo he encontrado en el bar y...
- ¡Ay qué guapo que es! -dijo la chica de recepción acariciándolo- ¡qué ojos más azules! pero bueno...¿y esto dices que te ha entrado en el bar?
- Pues sí
- Pero antes tengo que pasarle la máquina para ver si tiene chip
- Pues pasáselo
Pasó a por la máquina y se la pasó. Nada. Era un puñetero gato callejero.
- ¡Ay que guapo...! -dijo- Bueno...¿tú has estado aquí antes, no?
- Sí, claro -dije- Tuve un gato. "Suerte" Se me murió el año pasado
- ¿Y tu nombre?
- Kufisto
- Ah, sí, estás aquí...Espera allí. ¿Como quieres llamarle?
Me quedé un rato en neցro.
- Suerte II
- ¿En latino o en...?
- En latino. Una cosa seria.
Dejé a Suerte II en la solitaria bandeja de una habitación vacía y me fui a la sala de espera.
Allí estaba una subida de peso de berza tatuada con un cachorro de bulldog. Luego llegó una chica joven con su progenitora y un galgo con los huevones colgando y una pata rota. Empezaron a hablar mientras yo miraba la enorme elegancia del galgo. El pobre animal se estiró en el suelo, las ancas traseras en modo persecución, y mirando alrededor ahí terminó por derrumbarse viendo lo que había.
- ¿Kufisto?
- Sí
- Pase por aquí, por favor.
Una chica muy joven, pequeña y morena, con gafas, de no más de veinticinco años, enganchó a Suerte II y empezó a examinarle.
- Esto bien, esto bien, esto bien...-decía palpándole
- Aja...
Le miró el ojo ciego.
- Es gata -dijo
- Me cachis
- ¿Qué?
- No, nada, nada...Sigue
- Bueno, Kufisto, pues está perfecta. Le voy a dar el antiparasitario y nada más...¡Ay qué hermosa que es! ¡qué ojos más azules que tiene la chiquitina...!
Suerte II y yo salimos a recepción para pagar. Todo el mundo miraba mi mano derecha, hasta la juca del bulldog.
- ¿Qué te debo?
- Tres euros...¡Ay qué hermoso...!
- Es gata
- ¡¡¡AAAYYY!!!, ¡Ay mi chiquitina, hermosa, guapa!...¿y donde dices que te la has encontrado?
- En mi bar
- Ay, la pobre...¡chiqui, chiqui, chiqui...!
- Ay qué cosa más hermosa -dijo la del bulldog
- Bueno, venga que me tengo que ir
- Ayyy...
- Venga -dije- ya que estoy aquí dame algo de comida para gatos y eso.
- Claro, claro...¡Ay, qué hermosa!
Veinte pavos. Fui a la plaza y pillé un cagadero y un par de bols para el agua y la comida. Diez más. La arena no me convenció y decidí pillarla en el súper de al lado de mi casa. La fruta gata no quería salir de mi puñetero coche y me las vi negras para encontrarla. Al final la enganché bajo el pedal del acelerador. Cogimos el ascensor y subimos a casa. Allí la dejé mientras bajaba por su arena.
Había un tío viejo pidiendo en la entrada. Español. Le solté los cuarenta céntimos que me encontré y pasé para adentro. Cogí el saco de arena perfumada para gatos y ya me iba para la caja cuando volví sobre mis pasos, pille una bandeja de salchichón, dos botes de cerveza y una barra de pan.
Un par de jovenlandeses estaban delante de mi cuando fui a pagar. Ni miraban a la chica, ni la miraron mientras les atendía, ni se despidieron de ella al irse.
- Esto me lo pones en una bolsa, por favor -le dije a la muchacha
Salí. El viejo español seguía allí. Le di su bolsa y me dio las gracias.
Y mientras escribo esto todavía no sé donde está la fruta gata.
Terminé de fregar los cuatro platos sucios y, ya sí, fui a sentarme sobre la cámara para echar el rato con mi tío.
Estaba leyendo el As como pudiera haber estado leyendo "Los hermanos Karamazov" El Madrid había perdido, sí, pero eso no daba para tanto ni aún para él, el hombre más madridista que he conocido en toda mi vida.
- ¿Qué te parece esto? -dijo casi entre dientes
- ¿El qué?
- Lo del Barcelona con los independentistas esos...
- Ah, sí...
- Pero qué me gusta la fruta...Y que todavía vayan por los campos de España y nadie, NADIE, les silbe
- ...
- Yo es que ya no sé qué pensar de lo que pasa en España...¡Pero jorobar, QUÉ NO OS QUIEREN, shishi! ¡COMO PODÉIS APOYAR A ESTOS SINVERGÜENZAS! La progenitora que me parió...
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Sinead O´Connor volvía repetir lo mismo en el móvil del loco.
- Esta gente que quiere destrozar el país, que nos odia con todas sus fuerzas, que nos toman por iluso...-seguía con cierta contención. Miré al loco y vi como una lágrima luchaba por escapar de su curtido ojo de hombre de campo- Mira, Kufisto, yo en mi casa no entra nada, pero nada, que sea catalán. Miro las etiquetas, ¿eh? Y si veo cualquier cosa que no me cuadre, fuera. Estoy hasta los huevones ya de todos estos, shishi. Hasta los huevones. ¡ANDA Y QUE SE VAYAN YA A LA fruta cosa!
- Yo lo que creo es que tienen a alguien detrás -aventuré a decir quizá movido por la educación y la fiebre
- ¿Alguien? ¿a quien?
Estaba a punto de decírselo cuando llegaron un par de médicos. Mi tío se fue y el loco me pagó la cerveza. Pero no se fue. Se quedó un rato más ahí, en el grifo, mirando a la jodida calva irlandesa. "Santo Dios -pensé- ¿de verdad era esto lo que tenías preparado para mi, con lo huevonudo que yo era de pequeño?"
Al final se fue el loco y también uno de los doctores. Quedó el otro leyendo un periódico, uno que parece hermano de Rajoy. Le puse un vino y me fui a la esquina para seguir mirando TV3 en mi móvil. Pero ya sin la O´Connor era como si no hubiera más que silencio.
- jorobar qué tropa -dije
- ¿Qué? -dijo él
- Sí, el tema este de Cataluña
Al doctor le gusta hablar, eso lo tengo claro desde hace tiempo. Pero como dicen que soy tan serio y parezco tan serio, nunca ha intentado entablar conversación conmigo.
- Ah, pues sí -dijo- Lo que está pasando allí es algo que no tiene nombre.
Me acerqué después de un intercambio de frases y de echarme una cerveza. Hablamos. Un tío inteligente, claro, de mundo. Es médico. Vi como él no se esperaba ni mi vocabulario ni mis respuestas. Soy camarero. Pero un rato más tarde vi hasta emoción en sus ojos. A la gente le chiflan las sorpresas. A mi no tanto. Soy camarero y estoy medio loco.
Se fue. Seguro que no será la última conversación. Yo me sentí un poco mejor, tanto que cuando iba echarme la segunda cerveza pensé si no sería mejor hacerlo con el primer whisky. Seguía estando medio mal y ya como que me daba lo mismo: "si hay que estarlo, que sea del tó" Iba a pillar la botella de Johnnie Walker cuando de refilón vi su "Royal Salute 21", el mejor whisky que he probado en mi fruta vida. Me eché media copa, cogí las gafas de sol y el tabaco y me salí a la terraza.
La tarde era magnífica. Nadie por aquí, nadie por allá. Mi ciego parecía haberse quedado dormido y nada podía impedir ese rato de felicidad. Cogí el vaso y le eché un trago. Estaba casi tan glorioso como la primera vez: qué whisky...Me hice un pito. E iba a echarle el segundo trago a aquel almíbar cuando vi que un pequeño bicho había caído dentro. Metí el dedo para sacarlo y no fui capaz de cogerlo. Siempre pasa cuando lo intentas sobre otro elemento. Estaba a punto de dejarlo por imposible cuando lo enganché contra la pared del cristal. Me pareció que todavía estaba vivo al tenerlo en la yema de mi dedo, cosa que me sorprendió y alegró. Le di un empujón y seguí a lo mío.
De pronto se oyó un maullido. Un gatito loco cruzó la acera e intentó meterse en mi bar, hasta que topó con la cortina metálica. "¿Pero qué shishi?" Volvió a intentarlo y volvió a echarse para atrás. Pero a la tercera lo consiguió.
- me acuerdo de su querida progenitora...
Pasé para adentro y lo enganché. Lo saqué afuera y volvió a hacer lo mismo. "¿Pero bueno, este cabrón qué shishi hace?" Oootra vez, fuera. Oootra vez, dentro. Así hasta cuatro veces. En estas que vino uno de los pocos viejos que viene el bar cuando yo ya estaba poniéndole un plato con leche al puñetero gatito, cosa de la que pasaría como de la cosa.
- ¿Qué haces, Kufisto?
- Pues ná, este cabrón que va pá arriba y pá abajo. Ha llegado hace un rato y se mete al bar.
- Jajaja...Ponle algo de comer. Algo de carne o algo de eso, no sé
Pasé adentro y puse un poco de chorizo desmenuzado sobre un trocito de papel albal. Nada. Cero. Para adentro. Y en una de las que pasó encontró la parte trasera de la tragaperras donde tengo la alfombrilla y allí se quedó y lo dejé.
- ¡Qué cabrón! -dije
- Jajaja -rió el viejo- Anda, ponme un café.
Se lo puse y me eche una copilla de las normales. Y entonces pensé que si el gato siguiera allí cuando llegara mi hermano para darme el relevo...me lo quedaría.
El viejo, un buen hombre, empezó a contarme historias de cuando él lo fue. Yo le escuchaba con atención pero no perdía ripio de la situación de ese pequeño cabrón. Por algún motivo lo había intentando setenta veces contra mis cortinas y al final las había cruzado. Seguía allí, escondido, acurrucado, seguramente raspando la jodida alfombrilla para afilarse las uñas como por instinto hacen todos estos pequeños macho cabríoes. Yo había tenido uno hace años y este no podía tener más que tres meses de vida. Eran las cuatro y media de la tarde. A las cinco y media cambiaba el turno. Si a las cinco y media ese pequeño me gusta la fruta seguía tras la tragaperras...me lo llevaba al veterinario y después a mi fruta casa.
Bajé la música, ya en onda Rock. Llegó el ciego y bromeé algo menos de lo normal. De vez en cuando salía de la barra para asomarme para ver si el gato todavía seguía allí. Y allí seguía, mudo, encogido, sin moverse, tal y como se ponen ellos cuando las ven negras. Puede que tuviera hambre, puede que tuviera sed, puede que tuviera ganas de jorobar...pero estaba claro que lo que más tenía era miedo. Y por eso estaba allí, donde nadie sabía que estaba menos yo y el viejo que ya se había ido.
Eran las cinco cuando por sorpresa llegó el del mantenimiento de los grifos de cerveza. Un amigo, sí, Pero en qué momento...Algo de ruido haría, algo de ruido haría...Yo ya tenía a los Led Zeppelin casi en código Morse. Empecé a echarme chupitos para ayudar a mi gato.
Y a eso de las cinco y veinte, apenas a diez minutos del límite, llegó uno, pidió un café y se fue a jugar a la máquina. "Oh, Dios, ¿por qué me haces esto?"
Me puse en la esquina buena. El gatete todavía estaba allí. "Dios, aguanta, aguanta, aguanta..." En estas llegó un conocido pasao, ya puesto, y se puso a hablar a voces con el que estaba jugando a la máquina. "Oh, Dios, no, no me jorobes, shishi -pensé- no, no, no tan cerca..."
Yo no hacía más que agachar la fruta cabeza desde mi esquina para ver si mi gato aguantaba. "Aguanta, aguanta, aguanta..." Más risas, más escándalo, más ruidos de monedas..."Dios, mi gatete va asalir disparao, el pobre..."
- ¡¡¡KUFISTO!!! -dijo uno
- ¡¡¡QUÉ, shishi!!!
- Ehhh, ¿qué pasa?
- Ná, ¿qué quieres?
- Ponme un cubalibre, jorobar
- Vale, vale...
- leche, pues vaya...
Llegó mi hermano. Pillé la bolsa con mis cosas y agarré al gatete sin que ellos se dieran cuenta: "¿qué haces, shishi?", "ná, jorobar"
Disparado llegué a la veterinaria donde llevaba a mi anterior gato, a Suerte, aquel buen amigo. Aparqué en una plaza de minusválidos y pase para adentro con él en la mano.
- Hola, buenas. Vengo a que me miréis a este pequeño. Me lo he encontrado en el bar y...
- ¡Ay qué guapo que es! -dijo la chica de recepción acariciándolo- ¡qué ojos más azules! pero bueno...¿y esto dices que te ha entrado en el bar?
- Pues sí
- Pero antes tengo que pasarle la máquina para ver si tiene chip
- Pues pasáselo
Pasó a por la máquina y se la pasó. Nada. Era un puñetero gato callejero.
- ¡Ay que guapo...! -dijo- Bueno...¿tú has estado aquí antes, no?
- Sí, claro -dije- Tuve un gato. "Suerte" Se me murió el año pasado
- ¿Y tu nombre?
- Kufisto
- Ah, sí, estás aquí...Espera allí. ¿Como quieres llamarle?
Me quedé un rato en neցro.
- Suerte II
- ¿En latino o en...?
- En latino. Una cosa seria.
Dejé a Suerte II en la solitaria bandeja de una habitación vacía y me fui a la sala de espera.
Allí estaba una subida de peso de berza tatuada con un cachorro de bulldog. Luego llegó una chica joven con su progenitora y un galgo con los huevones colgando y una pata rota. Empezaron a hablar mientras yo miraba la enorme elegancia del galgo. El pobre animal se estiró en el suelo, las ancas traseras en modo persecución, y mirando alrededor ahí terminó por derrumbarse viendo lo que había.
- ¿Kufisto?
- Sí
- Pase por aquí, por favor.
Una chica muy joven, pequeña y morena, con gafas, de no más de veinticinco años, enganchó a Suerte II y empezó a examinarle.
- Esto bien, esto bien, esto bien...-decía palpándole
- Aja...
Le miró el ojo ciego.
- Es gata -dijo
- Me cachis
- ¿Qué?
- No, nada, nada...Sigue
- Bueno, Kufisto, pues está perfecta. Le voy a dar el antiparasitario y nada más...¡Ay qué hermosa que es! ¡qué ojos más azules que tiene la chiquitina...!
Suerte II y yo salimos a recepción para pagar. Todo el mundo miraba mi mano derecha, hasta la juca del bulldog.
- ¿Qué te debo?
- Tres euros...¡Ay qué hermoso...!
- Es gata
- ¡¡¡AAAYYY!!!, ¡Ay mi chiquitina, hermosa, guapa!...¿y donde dices que te la has encontrado?
- En mi bar
- Ay, la pobre...¡chiqui, chiqui, chiqui...!
- Ay qué cosa más hermosa -dijo la del bulldog
- Bueno, venga que me tengo que ir
- Ayyy...
- Venga -dije- ya que estoy aquí dame algo de comida para gatos y eso.
- Claro, claro...¡Ay, qué hermosa!
Veinte pavos. Fui a la plaza y pillé un cagadero y un par de bols para el agua y la comida. Diez más. La arena no me convenció y decidí pillarla en el súper de al lado de mi casa. La fruta gata no quería salir de mi puñetero coche y me las vi negras para encontrarla. Al final la enganché bajo el pedal del acelerador. Cogimos el ascensor y subimos a casa. Allí la dejé mientras bajaba por su arena.
Había un tío viejo pidiendo en la entrada. Español. Le solté los cuarenta céntimos que me encontré y pasé para adentro. Cogí el saco de arena perfumada para gatos y ya me iba para la caja cuando volví sobre mis pasos, pille una bandeja de salchichón, dos botes de cerveza y una barra de pan.
Un par de jovenlandeses estaban delante de mi cuando fui a pagar. Ni miraban a la chica, ni la miraron mientras les atendía, ni se despidieron de ella al irse.
- Esto me lo pones en una bolsa, por favor -le dije a la muchacha
Salí. El viejo español seguía allí. Le di su bolsa y me dio las gracias.
Y mientras escribo esto todavía no sé donde está la fruta gata.