Llevar una funeraria es un trabajo más duro de lo que uno puede imaginarse. En primer lugar, después de ardua labor de encontrar a un cliente (el cliente es la familia del difunto), tienes que empezar por ir al hospital donde se ha certificado su gloria, recoger el certificado de defunción firmado por el médico y presentarte en el Registro Civil para inscribir el óbito. Todo ello bajo autorización firmada de los familiares. De ahí que se necesite a una sola persona para que se dedique casi en exclusividad andar de un lado para otro a fin de obtener el certificado de inhumación o incineración.
Mientras deberás tener a un par de personas más con un furgón funerario homologado (no confundir con el coche fúnebre) para trasladar el cuerpo a las instalaciones. ¿Te has parado a pensar cuánto cuestan este tipo de vehículos? Por cierto, por ley estás obligado a tener varios. Tus instalaciones estarán provistas de salas de tanatopraxia y tanatoestética y supongo que si quieres que la cosa vaya en serio también varios velatorios para poder llevar a cabo más de un servicio de forma simultánea, horno crematori (ojo a los permisos!) y capilla para oficiar la misa. Deberás tener a alguien que atienda las llamadas, ah! y que esté disponible las 24 horas del día porque de momento nadie elige la hora en la que morir.
Si haces cuentas y te salen, entonces pregúntate si estás preparado psicológicamente para convivir diariamente con la gloria sin que esto afecte a tu vida. No todos pueden, sobre todo después de ir a recoger a personas desmembradas en accidentes, suicidios o bebés. Y si la respuesta es sí, acude a las aseguradoras a negociar las mordidas por pasarte servicios.