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- José Raúl Capablanca. Cubano. Para muchos humanos, el talento natural más grande de la historia del ajedrez. Y el segundo mejor, en opinión de las máquinas. Uno ve sus partidas-cartillas Rubio y piensa que puede jugar igual. Pero no.
Campeón del mundo durante sólo seis años (1921-1927) fue considerado el número uno mucho antes de conseguir la corona que Lasker había portado durante más de veinte años jugando cuando y con quien quería; hasta que no le quedaron más huevones que ponerla en juego para perderla.
Hijo de padre español, nacido cuando Cuba todavía era España, fue junto a Rodolfo Valentino el mayor mojabragas de la época. La del charlestón.
- Alexander Alekhine. Ruso. El primer profesional del ajedrez, un fanático del juego. Hijo de aristócratas, huyó de su país al estallar la Revolución de Octubre. De carácter difícil y altanero, nadie daba nada porque pudiera ser capaz de vencer al invencible Capablanca. Y le venció.
Se casó varias veces con mujeres bastante mayores que él y murió solo, nancy, atragantado y alcoholizado en un hotel de Estoril en 1946. Fue el único campeón que conservó el título hasta su fin, con el breve paréntesis de la derrota ante Euwe, el Buruaga del ajedrez, el Homer Simpson para el señor Burns, aunque acabó siendo Burns y aún Saddam Hussein. Alekhine jamás le dio la revancha a Capablanca. Bastante era que amara más que él y que todos lo quisieran. "Que se aguante", pensaría acurrucado junto a su gato Chess
- Mijail Botvinnik. Soviético y padre de la escuela del Imperio que dominaría el ajedrez durante décadas. Comunista convencido, ejemplo para la juventud soviética, fue tanta la fama que tuvo en su país que hasta las ancianas campesinas lo conocían: era la prueba del triunfo intelectual del Comunismo frente al decadente y capitalista Occidente.
De juego sobrio y rocoso (un ajedrecista juega como es), poco dado a los fuegos de artificio, supuesto padre, también, del Trololó (según las malas lenguas narco-capitalistas) fue pionero en la preparación casera: muchos de sus triunfos se fraguaron en la soledad de su estudio, en el subsuelo de la base de misiles de Odessa. Mantuvo el título por quince años, solamente interrumpido por dos derrotas que consiguió voltear al año siguiente en el match-revancha. ¿Qué hubiera pasado de tener posibilidad para la tercera, cosa que le denegó JFK? Meses después un loco comunista lo mataría en Dallas.
- Mijaíl Tal. Soviético. Un grano en el duro ojo ciego kremliniano. Un bufón en el pabellón del sargento Hartman. Pero también los tenía bien puestos.
Fue el campeón más joven de la historia hasta ese momento, con tan sólo 23 años. Era 1960 y los tiempos estaban a punto de estar cambiando, según su comadre Dylan. Para Tal, el ajedrez no era el juego de la lógica, sino de la especulación: esto es la Tierra y vivimos dentro del tiempo y del espacio. Una jugada mala con ese podría ser buena con este otro. Y el reloj corre, corre rápido...Muchas de sus grandiosas jugadas, de sus maravillosas combinaciones, hacen aguas por algún sitio; pero estas eran fugas que sólo se tapaban días después, o semanas. Y entre varios. Y una partida de ajedrez es entre dos y a la caída de bandera, que entonces todavía se usaban.
Barrió a Botvinnik y fue aniquilado al año siguiente. Después, su riñón y sus vicios no le permitieron regresar a lo más alto. Con todo, fue el más golfo de todos y el que ostenta el record de imbatibilidad de las Grandes Ligas: más de 100 partidas sin perder en 1973.
El más querido por los aficionados y el más ninguneado por los ordenadores.
- Boris Spassky. Soviético. La némesis de Botvinnik, el hijo pródigo que pasó de regresar a la jodida granja. El Capablanca ruso, el bon vivant, el "oso perezoso", el caballero que prefería vivir en las tres dimensiones antes que en las 64 casillas.
Nadie en la historia del juego puede jactarse de haber vencido a tantos y tan grandes rivales en los matches de clasificación para el título: les ganó a todos, menos al que le acabaría ganando. Y entonces, una vez caído, no le quedó otra que salir por patas y hacerse francés. Así se las gastaban esos "terribles comunistas", que diría Sterling Hayden. Al igual que Viktor Korchnoi, otro de los grandes.
Una vez en Francia se dedicó por entero a hacer lo que hacen quienes van a Francia. Y a ofrecerle tablas hasta a Emilio Aragón con tal de acabar pronto y salir corriendo hacia la casa de escorts más cercana.
- Bobby Fischer. Brooklyn. Un genio con dos cerebros. Y sin Kathleen Turner que le distrajera.
Criado sin padre, sospechando ser hijo poco agraciado, dejó la escuela con quince años porque "perdía el tiempo" Poco después abandonó a su querida progenitora y desde entonces vivió por y para el ajedrez, con el breve intervalo argentino de 1961 donde perdió la virginidad en la playa, que lo vio Najdorf. Claro que don Miguel también vio bajar a Moisés con las Tablas de la Ley, aunque en aquel caso podemos estar bastante seguros, pues fue el peor torneo de su vida.
Algunos años después le arrebató el título al Imperio del Mal, sin la ayuda de un Aragorn que los despistara, con un curilla de segundo que se encargaba de llevarle el bocadillo y el zumo de naranja a su caótica habitación.
A su regreso a Nueva York le dieron las llaves de la ciudad. Y él hizo un mortadelo y filemón y se fue rápido a su habitación. Barbra Streissand quiso chuparle el nabo pero él dijo que no: ya empezaba a estar harto de "esos malditos judíos" Como él.
Puso mil condiciones para defender su título y no le aceptaron una. Pasó de jugar y se metió a una iglesia evangélica donde le bombacharon la pasta. Regresó al ajedrez para jugar una pantomima con su viejo colegón Spassky. Era 1992, el año donde todo ocurrió. Volvió a ganar, trincó la pasta, se cagó en Bush senior y en su lagarta progenitora y vivió perseguido el resto de sus noches. Bobby fue como Benny Hill: todos querían algo de él. Los judíos le robaron todo lo que tenía en su ex-país, él se cagó entonces en Yahvé y un par de años más tarde celebró a lo grande la caída de las Torres Gemelas, esas que tiraron dos avionacos y ocho jovenlandess que dos meses antes no sabían volar ni una cometa.
Finalmente le detuvieron y estuvo a punto de sufrir un MK-Ultra, por malo. Pero Dios estaba con él y de ningún modo quería perderse la posibilidad de jugar unas partidas contra su hijo poco agraciado, ya tan cercana.
Murió donde ganó y ahora está en el cielo con don Quijote y El Fary.
- Anatoly Karpov. Soviético. De pequeño pilló una enfermedad que casi se lo llevó para el infierno, pero su abuela lo bautizó a escondidas y se recuperó, aunque no sin pasar meses en cama durante los que se entretenía jugando al ajedrez con el techo, que le quitaron hasta el tablero, como en aquel bodrio de Christopher Lambert, el Resines francés.
Bobby no quiso jugar con él y Anatoly hizo lo único que le quedaba: ganarles a todos los demás con la ayuda de su abuela, de Botvinnik y del Partido Comunista. Y tan en serio se tomó su desagradecido papel que jamás habrá otro que gane tantos torneos como el buen Anatoly. Cuando a uno lo desairan de esa manera no le queda otra que volverse iluso. Como Nacho Vidal y su gatillazo en la primera actuación en el Bagdad: desde entonces no hace más que amar alrededor del mundo para olvidar aquello. Y no puede.
Karpov fue campeón hasta que el Politburó le dijo que tuviera compasión. Era 1984 y la Perestroika y el Cristianismo estaban a la vuelta de la esquina. Bobby, como el Cid y Nosferatu, seguía ganando batallas después de no-muerto.
- Garri Kasparov. Soviético. Hijo de su progenitora, Kasparova, que al padre le quitaron hasta el apellido, Weinstein. Algo haría, que diría la mayoría.
El viejo Botvinnik, tan comunistón, fue el maestro del Hijo del Cambio, como lo empezaron a llamar los mass-cosas de entonces, todavía en pañales para lo que son ahora. Pero coló: era joven, peludo, casi osezno, y su sufrida mamá, su santísima progenitora, siempre iba con él a todos los sitios, como una leona que mata por su hijo y tal...No hizo falta que le pegara cuatro tiros a Anatolio (o cinco, o tres) sino que el mismo Partido le dijo a este que echara el freno cuando iban 4-0 en la novena partida. Y ganaba quien llegara a 6. Karpov obedeció como los demonios de Lovecraft pero se le fue un tanto la mano con las sales esenciales y le endosó la quinta: sólo le faltaba otra y el Hijo de la progenitora hubiera recibido una buena azotaina antes de irse a Vladivostok para meter raíles. Pero no hubo tal. No podía haber otra cosa si la FIDE no quería volver a 1948. Fischer-Unabomber se reía escondido en su zaquizamí de Pasadena, como diría Cansinos-Assens. Y suspendieron el match cuando ya empezaba a ser una película de los hermanos Marx. De las últimas.
Gari (se quitó una r para hacerse más accesible al nuevo Imperio, como los Lead Zeppelin) ganó al año siguiente y se tiró quince como campeón sin haber destrozado nunca a Anatolio. Después de este montó un circo y jugó contra los tele-tubbies.
- Vladimir Kramnik. Soviético. El jugador predilecto de los ordenadores y el Jose Ángel de la Casa de los aficionados.
Derrotó a Kasparov en el año 2000, como estaba escrito. Shírov todavía estará revolviéndose en su caja oblonga. Mafia.
De estética jevi Monsters of Rock in Moscow en sus inicios, carapadre de primero de Ático en la actualidad, es tan sorprendente, tan excitante, como los U2 en la sala Caracol.
Tuvo un lío de wateres y smartphones con el homo del ajedrez, Topalov, pero como perdió no se buscaron todos los circuitos de Calculón, ese enemigo de todos nosotros, los benderianos. Y Topalov, como no ha salido del armario para recibir la Luz del Ojo que todo lo Ve (cualquiera lo hace siendo búlgaro), no duró mucho: le enganchó el gran Anand, el maravilloso Vishy, el buen indio, y lo estrujó como un Shivá del Antiguo Testamento.
Y ahora, con todo el dolor de mi corazón de yerro, tengo que olvidarme del gran Anand y acordarme del vikingo, que sólo hay sitio para diez. Y lo mismo vale para mi idolatrado Ivanchuk, quizá el segundo más grande de todos los míos.
- Magnus Carlsen. Noruego. La Máquina. El Ordenador. El Superhombre. El Cyborg.
Es muy bueno, quizá el mejor de todos.
Pero yo ya estoy cansado y no tengo más que decir.
Campeón del mundo durante sólo seis años (1921-1927) fue considerado el número uno mucho antes de conseguir la corona que Lasker había portado durante más de veinte años jugando cuando y con quien quería; hasta que no le quedaron más huevones que ponerla en juego para perderla.
Hijo de padre español, nacido cuando Cuba todavía era España, fue junto a Rodolfo Valentino el mayor mojabragas de la época. La del charlestón.
- Alexander Alekhine. Ruso. El primer profesional del ajedrez, un fanático del juego. Hijo de aristócratas, huyó de su país al estallar la Revolución de Octubre. De carácter difícil y altanero, nadie daba nada porque pudiera ser capaz de vencer al invencible Capablanca. Y le venció.
Se casó varias veces con mujeres bastante mayores que él y murió solo, nancy, atragantado y alcoholizado en un hotel de Estoril en 1946. Fue el único campeón que conservó el título hasta su fin, con el breve paréntesis de la derrota ante Euwe, el Buruaga del ajedrez, el Homer Simpson para el señor Burns, aunque acabó siendo Burns y aún Saddam Hussein. Alekhine jamás le dio la revancha a Capablanca. Bastante era que amara más que él y que todos lo quisieran. "Que se aguante", pensaría acurrucado junto a su gato Chess
- Mijail Botvinnik. Soviético y padre de la escuela del Imperio que dominaría el ajedrez durante décadas. Comunista convencido, ejemplo para la juventud soviética, fue tanta la fama que tuvo en su país que hasta las ancianas campesinas lo conocían: era la prueba del triunfo intelectual del Comunismo frente al decadente y capitalista Occidente.
De juego sobrio y rocoso (un ajedrecista juega como es), poco dado a los fuegos de artificio, supuesto padre, también, del Trololó (según las malas lenguas narco-capitalistas) fue pionero en la preparación casera: muchos de sus triunfos se fraguaron en la soledad de su estudio, en el subsuelo de la base de misiles de Odessa. Mantuvo el título por quince años, solamente interrumpido por dos derrotas que consiguió voltear al año siguiente en el match-revancha. ¿Qué hubiera pasado de tener posibilidad para la tercera, cosa que le denegó JFK? Meses después un loco comunista lo mataría en Dallas.
- Mijaíl Tal. Soviético. Un grano en el duro ojo ciego kremliniano. Un bufón en el pabellón del sargento Hartman. Pero también los tenía bien puestos.
Fue el campeón más joven de la historia hasta ese momento, con tan sólo 23 años. Era 1960 y los tiempos estaban a punto de estar cambiando, según su comadre Dylan. Para Tal, el ajedrez no era el juego de la lógica, sino de la especulación: esto es la Tierra y vivimos dentro del tiempo y del espacio. Una jugada mala con ese podría ser buena con este otro. Y el reloj corre, corre rápido...Muchas de sus grandiosas jugadas, de sus maravillosas combinaciones, hacen aguas por algún sitio; pero estas eran fugas que sólo se tapaban días después, o semanas. Y entre varios. Y una partida de ajedrez es entre dos y a la caída de bandera, que entonces todavía se usaban.
Barrió a Botvinnik y fue aniquilado al año siguiente. Después, su riñón y sus vicios no le permitieron regresar a lo más alto. Con todo, fue el más golfo de todos y el que ostenta el record de imbatibilidad de las Grandes Ligas: más de 100 partidas sin perder en 1973.
El más querido por los aficionados y el más ninguneado por los ordenadores.
- Boris Spassky. Soviético. La némesis de Botvinnik, el hijo pródigo que pasó de regresar a la jodida granja. El Capablanca ruso, el bon vivant, el "oso perezoso", el caballero que prefería vivir en las tres dimensiones antes que en las 64 casillas.
Nadie en la historia del juego puede jactarse de haber vencido a tantos y tan grandes rivales en los matches de clasificación para el título: les ganó a todos, menos al que le acabaría ganando. Y entonces, una vez caído, no le quedó otra que salir por patas y hacerse francés. Así se las gastaban esos "terribles comunistas", que diría Sterling Hayden. Al igual que Viktor Korchnoi, otro de los grandes.
Una vez en Francia se dedicó por entero a hacer lo que hacen quienes van a Francia. Y a ofrecerle tablas hasta a Emilio Aragón con tal de acabar pronto y salir corriendo hacia la casa de escorts más cercana.
- Bobby Fischer. Brooklyn. Un genio con dos cerebros. Y sin Kathleen Turner que le distrajera.
Criado sin padre, sospechando ser hijo poco agraciado, dejó la escuela con quince años porque "perdía el tiempo" Poco después abandonó a su querida progenitora y desde entonces vivió por y para el ajedrez, con el breve intervalo argentino de 1961 donde perdió la virginidad en la playa, que lo vio Najdorf. Claro que don Miguel también vio bajar a Moisés con las Tablas de la Ley, aunque en aquel caso podemos estar bastante seguros, pues fue el peor torneo de su vida.
Algunos años después le arrebató el título al Imperio del Mal, sin la ayuda de un Aragorn que los despistara, con un curilla de segundo que se encargaba de llevarle el bocadillo y el zumo de naranja a su caótica habitación.
A su regreso a Nueva York le dieron las llaves de la ciudad. Y él hizo un mortadelo y filemón y se fue rápido a su habitación. Barbra Streissand quiso chuparle el nabo pero él dijo que no: ya empezaba a estar harto de "esos malditos judíos" Como él.
Puso mil condiciones para defender su título y no le aceptaron una. Pasó de jugar y se metió a una iglesia evangélica donde le bombacharon la pasta. Regresó al ajedrez para jugar una pantomima con su viejo colegón Spassky. Era 1992, el año donde todo ocurrió. Volvió a ganar, trincó la pasta, se cagó en Bush senior y en su lagarta progenitora y vivió perseguido el resto de sus noches. Bobby fue como Benny Hill: todos querían algo de él. Los judíos le robaron todo lo que tenía en su ex-país, él se cagó entonces en Yahvé y un par de años más tarde celebró a lo grande la caída de las Torres Gemelas, esas que tiraron dos avionacos y ocho jovenlandess que dos meses antes no sabían volar ni una cometa.
Finalmente le detuvieron y estuvo a punto de sufrir un MK-Ultra, por malo. Pero Dios estaba con él y de ningún modo quería perderse la posibilidad de jugar unas partidas contra su hijo poco agraciado, ya tan cercana.
Murió donde ganó y ahora está en el cielo con don Quijote y El Fary.
- Anatoly Karpov. Soviético. De pequeño pilló una enfermedad que casi se lo llevó para el infierno, pero su abuela lo bautizó a escondidas y se recuperó, aunque no sin pasar meses en cama durante los que se entretenía jugando al ajedrez con el techo, que le quitaron hasta el tablero, como en aquel bodrio de Christopher Lambert, el Resines francés.
Bobby no quiso jugar con él y Anatoly hizo lo único que le quedaba: ganarles a todos los demás con la ayuda de su abuela, de Botvinnik y del Partido Comunista. Y tan en serio se tomó su desagradecido papel que jamás habrá otro que gane tantos torneos como el buen Anatoly. Cuando a uno lo desairan de esa manera no le queda otra que volverse iluso. Como Nacho Vidal y su gatillazo en la primera actuación en el Bagdad: desde entonces no hace más que amar alrededor del mundo para olvidar aquello. Y no puede.
Karpov fue campeón hasta que el Politburó le dijo que tuviera compasión. Era 1984 y la Perestroika y el Cristianismo estaban a la vuelta de la esquina. Bobby, como el Cid y Nosferatu, seguía ganando batallas después de no-muerto.
- Garri Kasparov. Soviético. Hijo de su progenitora, Kasparova, que al padre le quitaron hasta el apellido, Weinstein. Algo haría, que diría la mayoría.
El viejo Botvinnik, tan comunistón, fue el maestro del Hijo del Cambio, como lo empezaron a llamar los mass-cosas de entonces, todavía en pañales para lo que son ahora. Pero coló: era joven, peludo, casi osezno, y su sufrida mamá, su santísima progenitora, siempre iba con él a todos los sitios, como una leona que mata por su hijo y tal...No hizo falta que le pegara cuatro tiros a Anatolio (o cinco, o tres) sino que el mismo Partido le dijo a este que echara el freno cuando iban 4-0 en la novena partida. Y ganaba quien llegara a 6. Karpov obedeció como los demonios de Lovecraft pero se le fue un tanto la mano con las sales esenciales y le endosó la quinta: sólo le faltaba otra y el Hijo de la progenitora hubiera recibido una buena azotaina antes de irse a Vladivostok para meter raíles. Pero no hubo tal. No podía haber otra cosa si la FIDE no quería volver a 1948. Fischer-Unabomber se reía escondido en su zaquizamí de Pasadena, como diría Cansinos-Assens. Y suspendieron el match cuando ya empezaba a ser una película de los hermanos Marx. De las últimas.
Gari (se quitó una r para hacerse más accesible al nuevo Imperio, como los Lead Zeppelin) ganó al año siguiente y se tiró quince como campeón sin haber destrozado nunca a Anatolio. Después de este montó un circo y jugó contra los tele-tubbies.
- Vladimir Kramnik. Soviético. El jugador predilecto de los ordenadores y el Jose Ángel de la Casa de los aficionados.
Derrotó a Kasparov en el año 2000, como estaba escrito. Shírov todavía estará revolviéndose en su caja oblonga. Mafia.
De estética jevi Monsters of Rock in Moscow en sus inicios, carapadre de primero de Ático en la actualidad, es tan sorprendente, tan excitante, como los U2 en la sala Caracol.
Tuvo un lío de wateres y smartphones con el homo del ajedrez, Topalov, pero como perdió no se buscaron todos los circuitos de Calculón, ese enemigo de todos nosotros, los benderianos. Y Topalov, como no ha salido del armario para recibir la Luz del Ojo que todo lo Ve (cualquiera lo hace siendo búlgaro), no duró mucho: le enganchó el gran Anand, el maravilloso Vishy, el buen indio, y lo estrujó como un Shivá del Antiguo Testamento.
Y ahora, con todo el dolor de mi corazón de yerro, tengo que olvidarme del gran Anand y acordarme del vikingo, que sólo hay sitio para diez. Y lo mismo vale para mi idolatrado Ivanchuk, quizá el segundo más grande de todos los míos.
- Magnus Carlsen. Noruego. La Máquina. El Ordenador. El Superhombre. El Cyborg.
Es muy bueno, quizá el mejor de todos.
Pero yo ya estoy cansado y no tengo más que decir.
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