Qué o quién es dios... veamos 3.

qaral

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Y la nada creó a Dios​



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Y la nada creó a Dios



El Tao es una vasija vacía.

Pero su contenido nunca se agota.

Insondable, parece ser el origen de todas las cosas.

El Tao suaviza los filos,

Desenreda lo enmarañado, atenúa lo brillante, se une con el polvo.

Está profundamente oculto, pero nunca ausente.

No sé de quién es hijo.

Parece anterior a Dios.




En su libro Cuestiones cuánticas (Kairós, 1987), Ken Wilber analizó los escritos de una serie de físicos con preocupaciones místicas, especialmente aquellos que contribuyeron a desvelar la estructura íntima de la materia. La mayoría manifestó su convicción de que la ciencia y la religión se ocupan de dimensiones diferentes de la existencia. Sin embargo, la literatura New Age llegó a relacionar conceptos y hallazgos de la física cuántica –como el principio de indeterminación de Heisenberg o el de la complementariedad de Bohr– con el conocimiento místico, sosteniendo que la nueva física habría trascendido la dualidad sujeto-objeto al difuminar la frontera entre ambos. Tanto Bohr como Schrödinger descartaron estas sugerencias, mientras que De Broglie explicó que los medios de observación pertenecen al plano objetivo, y que sus efectos sobre la porción de la materia observada no alteran la separación entre sujeto y objeto de la observación. Mientras el científico utiliza una metodología que le permite establecer relaciones cuantitativas para explicar la realidad a través de abstracciones, en el caso de la conciencia mística la aprehensión de la Realidad es supuestamente directa e inmediata, sin intermediación ni construcción simbólica. Sin rechazar su complementariedad, esta distinción llevó a Wilber a preguntarse si los hallazgos de la física cuántica habrían provocado el acercamiento a la mística de los científicos que desarrollaron aquella. La contestación la dieron ellos mismos, admitiendo que les ayudó a ser conscientes de que lo que veían eran las sombras y símbolos de la realidad, expresados en forma de abstracciones matemáticas, pero nunca, directamente, la Realidad.

No es fácil resolver un conflicto que reproduce la distancia entre formas de acceso al conocimiento potencialmente complementarias. Desde la observación del universo y la reflexión sobre su origen han surgido un conjunto de cuestiones aparentemente irresolubles. ¿Qué pasaba antes de la gran explosión que inició el espacio y el tiempo? ¿Hubo algo antes, en lugar de nada? ¿Por qué, o cómo, ocurrió algo? Independientemente de las respuestas, origen y evolución constituyen la esencia de la realidad manifiesta, y la investigación científica ha proporcionado una descripción comprensible y verificable de la misma. A partir del conocimiento de la naturaleza de las partículas elementales y sus interacciones, por un lado, y del cosmos por otro, sabemos que el universo tuvo un principio en un tiempo finito, aunque desconozcamos lo que precedió a esa época remota. Si antes del Big Bang no había nada –una singularidad con fecha, de la que tenemos información a partir de las señales que aún nos alcanzan–, para explicarlo solo cabe recurrir a la magia y darle al proceso una interpretación mítica, a la intervención de una entidad externa y omnipotente, o a que la propia «nada» sea realmente «algo» capaz de generar una monstruosa acumulación de energía en un punto infinitesimal –a través de leyes naturales aún desconocidas–, iniciando la evolución del universo a través de un espacio que no existía hasta ese momento, y de un tiempo que aún no había comenzado. La historia posterior parece suficientemente documentada, aunque se discuta si el universo es abierto o cerrado, si terminará colapsándose, se expandirá indefinidamente o se repetirá en forma cíclica. Incluso se especula con la posibilidad de otros universos, que podrían existir simultáneamente sin comunicación perceptible entre ellos.



En su libro Un universo de la nada (Pasado y Presente, 2020), el cosmólogo Lawrence Krauss reconoce que «el origen y la naturaleza de la energía oscura –más del 95 % del espacio, junto a la materia oscura– constituye el mayor misterio de la física fundamental», afirmando que desvelarlo permitirá completar el conocimiento sobre el origen del universo, y posiblemente la determinación de su futuro. Krauss no tiene inconveniente en afrontar el origen del Big Bang desde la nada previa sin necesidad de acción exterior alguna, “de forma natural e incluso inevitable», lo cual es coherente con el conocimiento disponible sobre la física de partículas y la cosmología empírica, siempre que esté clara cuál es –y cuál no es– la diferencia o la similitud entre la «nada» y el «vacío». En todo caso, ¿qué significa que de la «nada» haya podido surgir «algo» espontáneamente, como sostienen Krauss y otros físicos contemporáneos, como Alan Guth o Frank Wilczek? En un Big Bang denso y caliente, cambios temporales y espontáneos en la cantidad de energía (fluctuaciones cuánticas) en un punto infinitesimal del espacio habrían generado la aparición de parejas de partícula-antipartícula. Dado que dichos pares no existían inicialmente, su generación se habría producido a partir de la «nada» debido a su propia inestabilidad, de forma espontánea y sin necesidad de influencias externas. En realidad, en esa situación, tanto el espacio vacío como cierta energía diferente de cero estaban allí antes de la «creación» de esos pares de partículas masivas reales. Sin embargo, dan un paso más al llegar a la conclusión teórica de que una «nada total», ausente de espacio y de tiempo –es decir, una situación que sí sería anterior al Big Bang– posee un potencial creativo debido a su condición inestable. Sería esa inestabilidad la que permitiría que las fluctuaciones cuánticas produjeran la primitiva emergencia de materia e iniciasen la evolución del universo tal como hoy se conoce.

Es evidente que muchas preguntas esperan respuesta científica, pero como Krauss subraya al final del libro, lo verdaderamente importante es participar en «el emocionante viaje del descubrimiento que puede revelarnos cómo evolucionó y evoluciona el universo en que vivimos y los procesos que en último término gobiernan nuestra existencia a nivel funcional. En el versículo del Tao Te Ching que encabeza este texto se sugiere que algo indefinido existe antes que todo, y la sospecha de una circularidad eterna se atisba en el poema de Borges titulado Ajedrez. Tal vez deba aceptarse que esa «nada total» anterior al Big Bang, a la que se refiere Krauss, sea «algo» que aún no conocemos, y que ni siquiera podemos estar seguros de acabar desvelando. Como en la metáfora propuesta por Richard Feynman, puede que la Realidad sea como una cebolla a la que la ciencia va levantando las capas… para encontrar siempre una más debajo de la anterior.


Dios, la nada y el todo​

Dios, la nada y el todo

Tradicionalmente, la mayoría de los pensadores han venido creyendo que el universo no puede ser la causa de sí mismo. El mundo conocido no parece poseer la suficiencia ontológica necesaria para generarse y, por tanto, debe tener su origen en algo desconocido que sea eterno, autosuficiente y externo al propio cosmos. Es lo que todo el mundo reconoce como Dios, se crea o no en su existencia.

La controversia de la nada como creadora​

No obstante, en la actualidad, algunos procuran obviar la necesidad de un creador apelando a la idea de la nada. Como si esta poseyera algún misterioso poder —todavía por descubrir— capaz de crearlo todo.
Se confía así el asunto de los orígenes a las capacidades explicativas de la ciencia.
En este sentido, ciertos investigadores se refieren a posibles “fluctuaciones cuánticas de un supuesto vacío inestable que formarían espontáneamente pequeñas burbujas de espacio-tiempo” y así, supuestamente, se habría pasado de la nada absoluta al Big Bang primordial.

Los límites de comprender la nada y la existencia de Dios​

Cientos de especulaciones pseudocientíficas como esta, fundamentadas en el materialismo metodológico inherente a la ciencia humana pero imposibles de demostrar. Y ¡eureka, ya no se necesita a ningún Dios creador!
El problema de semejantes elucubraciones es la propia definición de “nada”. ¿Qué es la nada absoluta? ¿Es acaso lo mismo que los espacios vacíos generados en los laboratorios de física cuántica? ¿Se puede ver o detectar de alguna manera? ¿Resulta posible medirla o pesarla? Porque si no se puede experimentar con ella o analizarla en el laboratorio —como ocurre también con la idea de Dios— ¿acaso no se debería dudar de su existencia? ¿Es posible pensar la nada?
El filósofo francés Henri Bergson decía que la nada es una “pseudoidea” imposible de pensar porque no expresa nada real. Se refería a la nada absoluta en estos términos:
“«Nada» es un término del lenguaje usual que no puede tener sentido más que si permanecemos sobre el terreno, propio del hombre, de la acción y de la fabricación.
«Nada» designa la ausencia de lo que buscamos, de lo que deseamos, de lo que esperamos. Tendremos que suponer que el vacío es limitado, que tiene contornos, que es, pues, algo. Pero, en realidad, no hay vacío. No percibimos e incluso no concebimos más que lo lleno”.1
El ser humano es incapaz de comprender bien algo que no existe en la realidad y que nunca ha visto, tal como la nada total o radical. Puede elucubrar al respecto, eso sí.
Es más, muchos filósofos creen que si en algún momento se hubiera dado dicha nada, jamás se habría originado el mundo porque, por definición, de la nada absoluta, no puede surgir el ser. De manera que la antigua pregunta de Heidegger mil veces planteada: ¿Por qué existe algo en vez de nada?, presupone que la nada absoluta podría haberse dado.
Sin embargo, tal como decimos, se trata de una falsa cuestión. Es una falsa idea, puesto que nadie sabe qué es en realidad la nada o si esta ha existido en algún momento.

El cosmos y la necesidad de algo eterno y autosuficiente​

Lo único que podemos saber es que hay múltiples seres que conforman el universo material y que nosotros mismos formamos parte de él. Lo cual nos lleva a pensar que la nada absoluta no solo sería absolutamente estéril, sino también imposible.
De la nada jamás podría haber surgido algo. Por tanto, como existe el cosmos (un todo ordenado) debe haber también algo eterno y autosuficiente, externo a él, que lo haya creado y ordenado. Ese algo no puede ser la nada, por mucho que se insista en ello.
Para los creyentes, se trata del Dios creador y misericordioso que se revela en la Biblia, mientras que, según el materialismo naturalista —convencido de que no existen seres sobrenaturales— sería el propio universo el que se habría creado a sí mismo, o bien sería eterno.
Es decir, se elimina a Dios pero se diviniza el mundo, dotándolo de autosuficiencia y poder creador. Sin embargo, ¿es este un cambio razonable? ¿Qué puede haber de divino en el mundo material? ¿Puede acaso el universo haber surgido de una partícula elemental, eterna y autosuficiente? La física cuántica no permite concebir ninguna partícula así, ya que más bien todas son finitas y variables.

Datos cosmológicos y el desafío para el materialismo​

¿Hay alguna forma de decidir racionalmente entre el materialismo y el teísmo o entre aquello que algunos han llamado la “cultura de la fin” y la “cultura de la vida”? Algunos creen que no. A mí me parece que sí existen criterios racionales capaces de decidir qué imagen del mundo es más adecuada para explicar los datos que hoy poseemos.
Se diga lo que se diga, existe toda una serie de datos cosmológicos básicos que encajan mucho mejor con el teísmo que con el materialismo. Tales como que el universo existe (ya que perfectamente podría no existir), que es racional (es decir, que se puede estudiar y comprender) y que está finamente ajustado para la existencia de la vida, tanto animal como humana.
Estos datos son mucho más difíciles de explicar desde el materialismo que desde la creencia en un Dios creador. De ahí que muchos los nieguen o digan simplemente que son aspectos de la realidad que carecen de explicación y, por tanto, preguntarse por ellos es absurdo, etc.
Sin embargo, desde la cosmovisión teísta, la existencia del cosmos, su racionalidad y su carácter sustentador de toda vida son tres aspectos relacionados que se explican bien desde la acción creadora de Dios.

Conclusión​

De manera que, tal como escribe el filósofo de la ciencia Francisco José Soler Gil:
“al materialista solo le quedan dos opciones: o encogerse de hombros, o postular una cadena de universos, tratando de desplazar infinitamente la pregunta por la causa, al precio de admitir un número incontable de entidades fantasmales, de las que ni tuvo ni tendrá nunca indicio experimental alguno… y ni siquiera así resuelve nada, puesto que se puede argumentar que tal cadena, como totalidad, es también un objeto físico (por muy infinita que sea) y debería tener una causa…”2

Muchos siguen buscando soluciones puramente materiales





¿Qué es un conmutador?​

La función de un interruptor conmutador es permitir controlar un punto de luz desde dos interruptores diferentes, muy útil por ejemplo en pasillos, donde un interruptor se coloca al principio y otro al final.
En este caso la fase debe pasar por los dos interruptores antes de dirigirse a la lámpara en cuestión, con la particularidad de que ambos interruptores deben de estar unidos por una pareja de cables, que es lo que permite que al abrir o cerrar cualquiera de las dos llaves, la luz pase de encendida a apagada o viceversa.

¿Cómo instalar un interruptor conmutador?​

Aquí vas a ver cómo cablear dos interruptores en una habitación donde hay dos interruptores que apagan o encienden las mismas luminarias. En este caso, tendrás un interruptor que recibe el cable de fase desde el cuadro, en el borne “L” y conectarás dos cables en los bornes 1 y 2, que van hasta el otro interruptor. En el otro interruptor tendrás el cable de fase que va hasta las lámparas en el borne rojo “L” y los que vienen desde el otro interruptor en los bornes 1 y 2.

 

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