MAESE PELMA
me gusta depilarme los huevones y tocármelos
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QUÉ puñetero PAÍS DE cosa SE NOS ESTÁ QUEDANDO. YA TE dan el pasaporte PARA ROBARTE CUATRO PIPAS. COMO EN LA fruta VENEZUELA. me acuerdo de TODOS LOS MUERTOS DEL GOBIERNO.
El triste final de Rosario, la vecina de la Victoria que recibió una paliza en el robo de su casa
Sus vecinos creen que alguien la vio sacar dinero del banco y seguirla hasta su piso, donde la agredió para arrebatarle sus pertenencias
JUAN CANOMálagaMiércoles, 24 noviembre 2021, 07:43
Rosario exhaló su último aliento el jueves 18 de noviembre en la ambulancia que la trasladaba de la residencia en la que ingresó, cuando su estado ya era casi vegetativo, al Hospital Regional de Málaga. Pero en realidad murió mucho antes. Porque Rosario dejó de vivir, en el sentido literal de la expresión, la tarde del 28 de abril, después de que una o varias personas le propinaran una paliza en el rellano de su domicilio, en la barriada de la Victoria, cuando volvía de hacer la compra.
La policía tuvo que investigar para situar la hora exacta de la agresión, porque no hubo testigos ni cámaras que la grabaran. A las 13.30 horas, Rosario se cruzó en la calle Ferrándiz con Arancha, una vecina de la otra escalera del edificio con la que tenía una larga amistad. «¡Siempre vas corriendo!», le dijo desde la acera con un par de bolsas verdes en las manos. «Rosarito, no me queda más remedio», le respondió ella.
Otra conocida la llamó por teléfono a las dos de la tarde, pero ya no respondió. Poco antes de las tres, una vecina tocó a su puerta. «Mi marido me había dejado con la compra y se había ido a aparcar el coche con las llaves de casa. Rosario tenía una copia y llamé para pedírselas, pero ya no me abrió», afirma.
A las tres y media trató de contactar con ella un familiar que reside en Madrid y que solía llamarla cada día a esa hora para ver cómo estaba, porque Rosario acababa de cumplir 60 años y vivía sola. No respondió. Dos horas más tarde, sobre las cinco y media, había quedado con otro vecino, y tampoco se presentó.
Muere una mujer de 60 años que recibió una paliza en el robo de su casa en el barrio de la Victoria
JUAN CANO ALVARO FRÍAS / MÁLAGA
En el barrio empezaron a preocuparse por ella. No se pasó en todo el día por la carnicería Ferrándiz, donde habitualmente echaba una mano a José Manuel, que fue quien avisó a los familiares más cercanos de Rosario, dos hijos de un primo hermano que siempre habían estado pendientes de ella.
Uno de ellos se acercó al piso a última hora de la tarde y llamó, de nuevo, a la puerta. Al ver que no abría, telefoneó a los servicios de emergencias. «Si no llega a venir su sobrino -apostilla el carnicero- la encuentran muerta». Una patrulla de la Policía Local acudió al inmueble pasadas las ocho de la tarde. La puerta tenía la cerradura echada y, como no pudieron franquearla, avisaron al Real Cuerpo de Bomberos, que empleó un vehículo escala para acceder al piso -un segundo- desde el balcón.
En la entrada encontraron a Rosario malherida, casi inconsciente, con los ojos abiertos, pero sin articular palabra, rodeada por las dos bolsas verdes y la compra -unas zapatillas y un cartón de caldo de pollo que tanto le gustaba- desperdigada por el suelo. No tenía consigo ni su bolso ni su teléfono móvil, que aún no han aparecido. La casa presentaba signos de haber sido forzada. En concreto, un pequeño baulito, cuyo contenido no ha trascendido.
Seis horas inmóvil en el suelo
Rosario estuvo, a tenor de los horarios que maneja la investigación, algo más de seis horas inmóvil en el suelo hasta que la rescataron los bomberos. «Yo no quise verla, pero decían que tenía la cara destrozada», añade otro vecino. La trasladaron muy grave al Regional, con fractura doble de mandíbula y un traumatismo craneal de que ya no se recuperó. A Rosario la mató la agresión porque, como confirman hasta en la botica del barrio, lo único que tomaba antes era algún paracetamol. Era una persona sana.
«Si la hubieran apiolado aquel día, habría sido mejor. Nadie se merece sufrir esa agonía», reflexiona Aracha, la vecina, una de las personas que más cerca estuvo de ella en estos últimos meses; pidió permiso a la familia para que le dieran un pase de cuidadora y poder acompañarla en el hospital cuando estuviese sola. Arancha es progenitora de tres hijos, tiene un negocio y sólo descansa los martes, pero aun así sacaba tiempo para visitarla todas las semanas. «¿Buena persona? No es para ponerme medallas por esto. Había que ayudar y listo. Te pones y dices: 'Hoy por ti, mañana por mí'».
Rosario no tenía hijos ni sobrinos directos. La familia es de Casarabonela, pero ella se vino a Málaga con su progenitora y su hermano hace más de 30 años, después de la fin del padre, y se instalaron en la Victoria. Rosario cuidó de su hermano, que enfermó de cáncer, hasta su fin. Luego cuidó de su progenitora, a quien se la llevó la vejez y la tristeza. Después se quedó sola. Y entonces Arancha cuidó de ella.
La agonía, esa que ha durado seis meses, la describe así: «Le hicieron -resume la vecina- una traqueotomía y le pusieron una sonda nasogástrica. No poder hablar, no poder expresarse... La cabeza no le daba para estarse quieta, intentaba quitarse todo, las vías, los cables, y se vieron obligados a tenerla atada. Sufrió una neumonía y tres ictus que, según me dijo la neuróloga, fueron provados seguramente por los traumatismos».
Arancha insiste en que, ante la soledad que rodeaba a Rosario, el Hospital Civil se volcó con ella. «Era superquerida por todo el personal, estaban todo el día mimándola y dándole cariño. He sido testigo de cómo la han cuidado. Empatizaban todos mucho con ella, desde los celadores hasta los médicos», expresa la vecina.
Rosario apenas tenía momentos de lucidez y, piensa su amiga, seguramente no terminó de ser consciente de todo lo ocurrido. «Me preguntaba: '¿Por qué estoy aquí? ¿qué me ha pasado?' Ella estaba luchando por recordar», explica Arancha, que siempre iba a verla cada vez que le tenían que hacer alguna prueba y le arreglaba las manos, «porque era muy coqueta». Rosario le correspondía besándole las suyas y dándole las gracias. «Yo le decía en broma: 'No me beses las manos, que no soy el Papa'. Pobrecita mía...».
¿Quién agredió a Rosario?
Los vecinos que más la conocían se citaron este domingo en la iglesia de San Lázaro para la misa -no oficial- en memoria de Rosario. El cura le dedicó unas palabras. A la salida, todos seguían preguntándose quién pudo agredirla aquel día, «porque tampoco era una persona que tuviera dinero», apostilla otro residente en el bloque.
Porque Rosario no iba ni mucho menos holgada económicamente (cuentan que puso en venta el piso con idea de ir más desahogada y alquilar otro más pequeño). No llevaba joyas ni vestía ropa cara. Estaba contenta, dice, porque le habían dado el ingreso mínimo vital. «Me lo contó la víspera del atraco. Un día le duró esa felicidad», añade.
Rosario era muy querida en el barrio, más allá del tópico con el que se etiqueta a todo el que se muere. Es algo que se palpa sólo con darse una vuelta por su calle. Se paraba a hablar con todo el mundo, no se metía con nadie y se limitaba a «fumar su tabaquillo y a casa» -apunta José Manuel- o ir de playa los veranos con sus vecinos. «Debieron de verla entrar en el banco a sacar dinero y la siguieron», especulan en la zona.
Cada año, por esta fechas, se venía cargada de fruta de su pueblo y se pasaba «15 o 20 días» cocinando carne de membrillo para treinta o cuarenta personas que luego repartía entre sus más allegados en el vecindario.
Tampoco tenía, aparentemente, demasiados secretos. «No era reservada, se le escapaba todo», comentan en la farmacia que está debajo de su bloque, donde subrayan la contradicción. «Al mismo tiempo, era muy 'asustona'. Le daba miedo de que le atracaran. Y mira cómo ha terminado...». La policía, por ahora, no ha encontrado al culpable.
El triste final de Rosario, la vecina de la Victoria que recibió una paliza en el robo de su casa
Sus vecinos creen que alguien la vio sacar dinero del banco y seguirla hasta su piso, donde la agredió para arrebatarle sus pertenencias
JUAN CANOMálagaMiércoles, 24 noviembre 2021, 07:43
Rosario exhaló su último aliento el jueves 18 de noviembre en la ambulancia que la trasladaba de la residencia en la que ingresó, cuando su estado ya era casi vegetativo, al Hospital Regional de Málaga. Pero en realidad murió mucho antes. Porque Rosario dejó de vivir, en el sentido literal de la expresión, la tarde del 28 de abril, después de que una o varias personas le propinaran una paliza en el rellano de su domicilio, en la barriada de la Victoria, cuando volvía de hacer la compra.
La policía tuvo que investigar para situar la hora exacta de la agresión, porque no hubo testigos ni cámaras que la grabaran. A las 13.30 horas, Rosario se cruzó en la calle Ferrándiz con Arancha, una vecina de la otra escalera del edificio con la que tenía una larga amistad. «¡Siempre vas corriendo!», le dijo desde la acera con un par de bolsas verdes en las manos. «Rosarito, no me queda más remedio», le respondió ella.
Otra conocida la llamó por teléfono a las dos de la tarde, pero ya no respondió. Poco antes de las tres, una vecina tocó a su puerta. «Mi marido me había dejado con la compra y se había ido a aparcar el coche con las llaves de casa. Rosario tenía una copia y llamé para pedírselas, pero ya no me abrió», afirma.
A las tres y media trató de contactar con ella un familiar que reside en Madrid y que solía llamarla cada día a esa hora para ver cómo estaba, porque Rosario acababa de cumplir 60 años y vivía sola. No respondió. Dos horas más tarde, sobre las cinco y media, había quedado con otro vecino, y tampoco se presentó.
Muere una mujer de 60 años que recibió una paliza en el robo de su casa en el barrio de la Victoria
JUAN CANO ALVARO FRÍAS / MÁLAGA
En el barrio empezaron a preocuparse por ella. No se pasó en todo el día por la carnicería Ferrándiz, donde habitualmente echaba una mano a José Manuel, que fue quien avisó a los familiares más cercanos de Rosario, dos hijos de un primo hermano que siempre habían estado pendientes de ella.
Uno de ellos se acercó al piso a última hora de la tarde y llamó, de nuevo, a la puerta. Al ver que no abría, telefoneó a los servicios de emergencias. «Si no llega a venir su sobrino -apostilla el carnicero- la encuentran muerta». Una patrulla de la Policía Local acudió al inmueble pasadas las ocho de la tarde. La puerta tenía la cerradura echada y, como no pudieron franquearla, avisaron al Real Cuerpo de Bomberos, que empleó un vehículo escala para acceder al piso -un segundo- desde el balcón.
En la entrada encontraron a Rosario malherida, casi inconsciente, con los ojos abiertos, pero sin articular palabra, rodeada por las dos bolsas verdes y la compra -unas zapatillas y un cartón de caldo de pollo que tanto le gustaba- desperdigada por el suelo. No tenía consigo ni su bolso ni su teléfono móvil, que aún no han aparecido. La casa presentaba signos de haber sido forzada. En concreto, un pequeño baulito, cuyo contenido no ha trascendido.
Seis horas inmóvil en el suelo
Rosario estuvo, a tenor de los horarios que maneja la investigación, algo más de seis horas inmóvil en el suelo hasta que la rescataron los bomberos. «Yo no quise verla, pero decían que tenía la cara destrozada», añade otro vecino. La trasladaron muy grave al Regional, con fractura doble de mandíbula y un traumatismo craneal de que ya no se recuperó. A Rosario la mató la agresión porque, como confirman hasta en la botica del barrio, lo único que tomaba antes era algún paracetamol. Era una persona sana.
«Si la hubieran apiolado aquel día, habría sido mejor. Nadie se merece sufrir esa agonía», reflexiona Aracha, la vecina, una de las personas que más cerca estuvo de ella en estos últimos meses; pidió permiso a la familia para que le dieran un pase de cuidadora y poder acompañarla en el hospital cuando estuviese sola. Arancha es progenitora de tres hijos, tiene un negocio y sólo descansa los martes, pero aun así sacaba tiempo para visitarla todas las semanas. «¿Buena persona? No es para ponerme medallas por esto. Había que ayudar y listo. Te pones y dices: 'Hoy por ti, mañana por mí'».
Rosario no tenía hijos ni sobrinos directos. La familia es de Casarabonela, pero ella se vino a Málaga con su progenitora y su hermano hace más de 30 años, después de la fin del padre, y se instalaron en la Victoria. Rosario cuidó de su hermano, que enfermó de cáncer, hasta su fin. Luego cuidó de su progenitora, a quien se la llevó la vejez y la tristeza. Después se quedó sola. Y entonces Arancha cuidó de ella.
La agonía, esa que ha durado seis meses, la describe así: «Le hicieron -resume la vecina- una traqueotomía y le pusieron una sonda nasogástrica. No poder hablar, no poder expresarse... La cabeza no le daba para estarse quieta, intentaba quitarse todo, las vías, los cables, y se vieron obligados a tenerla atada. Sufrió una neumonía y tres ictus que, según me dijo la neuróloga, fueron provados seguramente por los traumatismos».
Arancha insiste en que, ante la soledad que rodeaba a Rosario, el Hospital Civil se volcó con ella. «Era superquerida por todo el personal, estaban todo el día mimándola y dándole cariño. He sido testigo de cómo la han cuidado. Empatizaban todos mucho con ella, desde los celadores hasta los médicos», expresa la vecina.
Rosario apenas tenía momentos de lucidez y, piensa su amiga, seguramente no terminó de ser consciente de todo lo ocurrido. «Me preguntaba: '¿Por qué estoy aquí? ¿qué me ha pasado?' Ella estaba luchando por recordar», explica Arancha, que siempre iba a verla cada vez que le tenían que hacer alguna prueba y le arreglaba las manos, «porque era muy coqueta». Rosario le correspondía besándole las suyas y dándole las gracias. «Yo le decía en broma: 'No me beses las manos, que no soy el Papa'. Pobrecita mía...».
¿Quién agredió a Rosario?
Los vecinos que más la conocían se citaron este domingo en la iglesia de San Lázaro para la misa -no oficial- en memoria de Rosario. El cura le dedicó unas palabras. A la salida, todos seguían preguntándose quién pudo agredirla aquel día, «porque tampoco era una persona que tuviera dinero», apostilla otro residente en el bloque.
Porque Rosario no iba ni mucho menos holgada económicamente (cuentan que puso en venta el piso con idea de ir más desahogada y alquilar otro más pequeño). No llevaba joyas ni vestía ropa cara. Estaba contenta, dice, porque le habían dado el ingreso mínimo vital. «Me lo contó la víspera del atraco. Un día le duró esa felicidad», añade.
Rosario era muy querida en el barrio, más allá del tópico con el que se etiqueta a todo el que se muere. Es algo que se palpa sólo con darse una vuelta por su calle. Se paraba a hablar con todo el mundo, no se metía con nadie y se limitaba a «fumar su tabaquillo y a casa» -apunta José Manuel- o ir de playa los veranos con sus vecinos. «Debieron de verla entrar en el banco a sacar dinero y la siguieron», especulan en la zona.
Cada año, por esta fechas, se venía cargada de fruta de su pueblo y se pasaba «15 o 20 días» cocinando carne de membrillo para treinta o cuarenta personas que luego repartía entre sus más allegados en el vecindario.
Tampoco tenía, aparentemente, demasiados secretos. «No era reservada, se le escapaba todo», comentan en la farmacia que está debajo de su bloque, donde subrayan la contradicción. «Al mismo tiempo, era muy 'asustona'. Le daba miedo de que le atracaran. Y mira cómo ha terminado...». La policía, por ahora, no ha encontrado al culpable.