¡Qué importa ello!

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Sorprendido las confundí con un par de clientas que vienen a desayunar al bar los días de diario. Entre la mascarilla y la distancia me costó un tanto darme cuenta de ello y creo que ellas lo notaron. Pidieron un par de desayunos, "¿leche de soja? no", aparqué las pulgas que estaba haciendo y mientras rallaba el tomate pensé en una de esas películas americanas de terror en las que un par de chicas jóvenes de ciudad que están de camino paran un momento en un lugar perdido de la mano de Dios.

Al rato se unieron a ellas dos chicos, uno de ellos con las gafas de sol puestas que no se quitó hasta que le llevé su desayuno. Y no por venir de fiesta, claro, sino porque sí. Tan evidente resultaba que eran gente de ciudad como que se trataba de gente deportista, algo que confirmé poco después con la paulatina llegada de otros con similar aspecto, todos guapos y estupendos, jóvenes y muy en forma, que hablaban y reían sin parar. A uno de los últimos en llegar fue al único que reconocí: un tío raro, un tío grande de muy cuidada barba, uno que venía con una tía rara que sólo bebía infusiones en vasos muy grandes, una chica de aspecto delicado y mirada dura. Él, por contra, tomaba whiskies de calidad a palo seco, aunque sólo uno. A veces se les unía otro chico de afeminado aspecto.

Cada cual pagó lo suyo y fueron saliendo. Sólo cuando el último estaba por hacerlo fue que pensé iban a dejarme colgado un zumo de naranja. Se lo dije y ya iba a pagármelo él por quien lo hubiera tomado cuando pensé mejor y le dije que no, que ya estaba pagado y que todo se debía a un error mío. Me jodió porque era el único chaval que no parecía venir de Jauja. Siempre pasa lo mismo. Siempre.

Hay veces que estás ahí, en el bar, detrás de la barra, y te queda un azucarillo, uno sólo antes de agacharte a sacar la pesada caja de azúcar bajo la cafetera, la última de otras tantas cajas, y siempre es para alguien de buen aspecto; acto seguido puedes jurar que el próximo que te pida un café será un con poca gracia. Y así es.

Vino mi tío por segunda vez. La primera fue para pedirme pormenorizadamente lo que siempre pide, un café descafeinado con sacarina, un vaso de agua con un hielo y una pulga de atún. Luego quizá qué buena mañana hace, o qué mala, y poco más. Él es del "Partido Popular" y del Real Madrid y si bien casi nunca respondo nada, hace no tanto, en una mañana de esas que amanecen tras una noche escribiendo, salté por los cerros de Úbeda y le hablé como a alguien que no ve la televisión desde hace veinte años, ni escucha la radio, ni lee la prensa. La cosa no acabó bien, tampoco del todo mal, y al día siguiente reapareció para tomar lo mismo de siempre aunque esta vez sí (y creo que con la recomendación de mi tía), sin hablar más que del tiempo.

- Acaba de morirse la progenitora de tu amigo C...-dijo-

De repente. Ya era muy anciana la mujer. La última vez que la vi fue en el velatorio de un familiar mío. Recuerdo sus grandes ojeras, la piel blanda, la mirada fija que traspasaba. Estaba "bien" y a muerto de repente. Pero mi amigo no está bien y con esto lo estará menos. Pensé en ello cuando tuve tiempo, que no fue mucho pues toda la mañana anduve liado entre preparar y atender.

Llegó mi hermano para el apoyo de las cañas, no muy buenas en el día de hoy. La cosa estaba tranquila y me contó una movida que pasó anoche en el bar de abajo, una pelea fuerte que necesitó la aparición de seis o siete coches de los guindillas. Y uno de los involucrados era un buen cliente mío, un tío huevonudo, un padre de familia, un hombre tranquilo desde hace años pero que anoche rememoró los viejos y malos tiempos junto a otro de parecidas circunstancias a las suyas aunque todavía peores. Y pasó lo que tenía que pasar, que se pusieron hasta las cejas (habían estado en nuestro bar antes de bajar al otro) y acabaron liándola. Con todo, no se los llevaron, aunque sí salieron las porras a relucir. Y volvieron al bar cuando mi hermano estaba cerrando. Como acabarían...Qué lástima. Qué mal. Como se mete la pata cuando uno se empeña en volver a caminar ese camino que uno sabe no tiene más que hoyos, tus hoyos, todos los dolidos hoyos que has ido haciendo en toda tu fruta vida...La pequeña todavía no lo verá claro, espero, pero la grande...la grande está a punto de convertirse en una mujer si es que no lo es ya. Qué mal, qué mal, qué mal.

Terminé de recoger y esperé el cambio de turno pensando en si ir o no ir al velatorio de la progenitora de mi amigo. ¿Como estará el tema ese? Quizá la misa de mañana sería mejor. Pero tengo que sacar a pasear al chico, a mi sobrino, y eso no lo perdono. Me lo llevo por ahí a que le dé el sol en el cochecito mientras él duerme casi todo el tiempo y yo escucho a Zaratustra en los auriculares. Lo pasamos de miedo.

Y llegó uno que hacía meses no veía, desde más allá del confinamiento o todavía un poco más. Llegó con su moto de cross y enseguida me di cuenta de que venía como siempre desde hace años, es decir, tocado, pues este es otro de los que no salen para no pecar. Nos saludamos efusivamente en la puerta (yo estaba fumando) y tras un breve intercambio de pareceres ("¡qué joven estás!" me dijo) pasamos para adentro. Pidió una cerveza. A la tercera o cuarta vez dejé de repetirle que no se la bebiera en la barra. "¡Ah, perdona!" respondía, y obediente se situaba un par de pasos más atrás en una de las mesas altas. Pero no podía, se le olvidaba. Estábamos solos y lo dejé estar. Y llegó otro.

Este siguiendo haciendo de su camino un hoyo desde que tiene uso de razón. El hoyo final no está muy lejos. Se juntaron, nos juntamos, acabaron por cuchichear, se fue el último en llegar y al rato volvió. Yo ya sólo quería irme a hacer mi tabla de gimnasia antes de que fuese demasiado tarde.

Me fui y me puse a ello. Entre fondos, abdominales y dominadas pensaba qué hacer. ¿Ir al tanatorio o al funeral de mañana? ¿no ir a ningún sitio y hablar con él cuando lo viera? No. Es mi amigo. Es un buen amigo desde hace un montón de años. O tanatorio o funeral. Tanatorio. Quiero que mañana sea un buen día para mi. No tengo la culpa de nada.

Una ducha caliente, casi ardiente. "¿Qué le digo? Estará destrozado. Se ha quedado huérfano. Bueno, tiene a su hija pequeña...por ahí bien. Pero es otro sentimental. Y quería mucho a su progenitora. ¿Pero quien no quiere a su progenitora?...Ha tenido una vida larga, muchos hijos, nietos...ha muerto de repente sin ninguna enfermedad dura...¿Eso está bien, no? Ea una mujer religiosa, él también lo es a su manera, el reino de los cielos, la esperanza de encontrarnos todos después, más tarde, riendo, hablando relajadamente sobre la gran broma que fue la vida con unos patines en el hombro mientras desayunamos unas tostadas con tomate, café con leche y zumo de naranja natural...Tú ahora estás mejor y ya te queda menos para ponerte a hacerlo todavía mejor...Tienes a tu hijita que tanto te quiere y tanto va a necesitarte...¿Tu ex? Qué importa. A ti tampoco se te han dado bien las mujeres. Estás bien así, solo, picoteando aquí y allá, a tu marcha...Olvídate de ella de una fruta vez. Tú no tienes la culpa. Deja de echar fardos de culpa sobre tus hombros. Ella te conocía cuando se casó contigo. ¿que pudiste hacerlo mejor? ¡Claro, shishi! Pero no lo hiciste y ya no lo vas a cambiar por más vueltas que le des. Déjalo, ya has sangrado bastante...Quizá un cigarrillo, irnos a hablar por ahí, solos, lejos de allí, comentarle a mi manera las enseñanzas de Zaratustra sin herirle en sus creencias, el gusto por la vida, el ansia de la vida, el vivir a pesar de todo, el decirle a la fin, orgulloso, "¿Era esto la vida? ¡Bien, otra vez!..."


Aparqué en la calle adyacente al tanatorio, algo que me sorprendió aunque no tanto. En estos días hay pocas cosas sorprendentes.

Bajé del coche con el cigarrillo en la boca. En la esquina estaban un par de tías cincuentonas. Las reconocí, pero ellas a mi no. Las saludé y pasé de largo. ¡Cuantas bromas gastamos hace años acerca de una de ellas, la que se amaba uno de sus hermanos! A la entrada del tanatorio había un tío fumando que no conocí. Nadie más. Los nuevos tiempos, la nueva normalidad. En el otro tiempo esto hubiera sido un hormiguero.

Por mirar, por cerciorarme, miré en el tablón de anuncios: "doña...progenitora de...sala tal" Un par de hojas avisaban de las condiciones para entrar. Entré. Y cuando subía las escaleras salió él hablando por teléfono. Me hizo un gesto y esperé. Volvió a entrar y pronto salió.

- Te acompaño en el sentimiento -le dije dándole la mano y un golpecillo en el hombro-
- Gracias, Kufisto. Ha estado tu hermano hace un rato-
- ¿Qué tal estás?
- Bien, bueno...-Y entonces me di cuenta de que el tío que había visto al llegar era su hermano-

No tenía mala cara. Incluso hizo alguna broma acerca del lugar en el que a su progenitora le había dejado de latir el corazón.

- Por lo menos ha muerto en suelo sagrado -dijo-
- Sí -respondí- Es curioso. Y bueno. Tu progenitora era una mujer muy religiosa-
- Sí. Ahora estará con Dios-
- Claro-

Y entonces llegaron las dos cincuentonas en compañía de otras dos.

- Bueno -dije- Me voy-
- Vale, Kufisto, gracias -respondió mientras las atendía-


Habrá tiempo. Siempre hay tiempo. Y si no lo hay...¡qué importa ello!



 
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Que grande eres Clavisto, aun recuerda la historia del gatito que tenias y te esperaba en la puerta, y un día dejó de hacerlo.
Eres escritor? Si no lo eres te podrías dedicar a ello, tienes ese don, un saludo.
Gracias.
 
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