¿Que ignorancia llevan los furboleros?

Espartano27

Madmaxista
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Fútbol, el nuevo opio del pueblo

Estamos en pleno tiempo de Eurocopa, y en estos días sería necesario (sin exagerar mucho) una guerra nuclear para desviar la atención del publico y los medios de comunicación, tan fascinados e hipnotizados están por los partidos de fútbol que tienen lugar en Francia. Todas las tardes, en las ciudades, en los pueblos, en el último rincón de España (y del planeta Tierra, me temo), a la hora de las retransmisiones, las calles se vacian y sólo se oyen los berridos de los telespectadores atornillados ante el espectáculo de 22 adultos en pantalón corto que corren detrás de un balón. En los bares, no hay conversación que no gire alrededeor del fútbol.

O sea, como en el resto del año, pero un poco más, ya que son más los partidos y sus incidencias a comentar en estos días. La pasión popular por este deporte no viene de ayer, remonta a principios del siglo XX, pero a partir de los años 60 el fútbol ha cambiado de esencia: se ha convertido en una alienación colectiva. Cierto es que ser aficionado a la cosa o simplemente “interesarse por el fútbol” puede ser un medio de sociabilidad, de convivencia, de creación de lazos. Pero como tema de debate y conversación es bastante pobre, o digamóslo sin rodeos: de una miseria espantosa. Comentar los partidos o enfrascarse en discuciones acerca de la composición de los equipos es el nivel cero del intercambio social y el debate intelectual. Hablar de fútbol , ¿por qué, para qué? Pues porque no se sabe hablar de nada con un mínimo de contenido, porque no se tiene otro horizonte cultural más que el proporcionado por la pantalla chica y el bar.

El fútbol tiene muy poco que ver con el deporte: se ha convertido en un espectáculo internacional y un negocio mundial tan jugoso como opaco. El fútbol tiene la característica de desviar la atención de las preocupaciones colectivas. Ninguna actividad de la vida moderna acumula a la vez tanta popularidad y tanta insignificancia. Podemos hablar de embrutecimiento colectivo sobre todo cuando analizamos la figura del aficionado. Ceporros tripudos y llenos de cerveza que aplauden y berrean ante una pantalla plana para celebrar las hazañas (las patadas a un balón, no otra cosa) de atletas variopintos, neցros, jovenlandeses, sudamericanos y demás especímenes carpetovetónicos, millonarios iletrados, que son además los modelos de una juventud cretinizada cuya existencia va del fútbol al botellón y del botellón al fútbol, tomándose de paso todo lo que sea por la nariz y las venas entre lo uno y el otro. Es para llorar.

Los círculos de los aficionados al fútbol no se caracterizan (cualquier estudio sociológico lo confirmará) por un alto nivel de cultura y de inteligencia. Para comprobarlo basta observar a las bandas vociferantes de aficionados disfrazados de manera ridícula por las calles, agitando como fetiches las enseñas de su equipo favorito o la bandera nacional. Y eso cuando no se enzarzan en los campos o en sus alrededores en reyertas con resultados a veces mortales.

El fútbol ofrece la ocasión para muchos de fabricar un simulacro de patriotismo. Eso es particularmente notable en España, donde la bandera nacional, fuera del ámbito fútbolero en que es agitada fervorosamente por los seguidores de la llamada “Roja” (para evitar decir “selección española”), es considerada en cualquier otra ocasión un símbolo vergonzoso y prácticamente fascista, o sea impresentable. En España, a estas alturas, nadie se sacrificaría por la bandera nacional, pero los aficionados al fútbol se envuelven en ella y se pintarrajean la cara con los colores de la enseña patria. Vivimos en los tiempos de la impostura y la simulación.

Todo se ha vaciado de su contenido, todo es grito y gesticulación. La declamación ha sustituido a la reflexión, la vana agitación ha remplazado a la verdadera acción.

En sus inicios, el fútbol, deporte de equipo nacido en Inglaterra, tenía una connotación de arraigo muy fuerte: dos pueblos, dos ciudades, dos naciones se enfrentan en una especie de simulacro incruento de guerra mediante dos equipos muy representativos. Hoy todo se ha invertido. Los jugadores de los clubes (ciudades) de las ligas nacionales o de los países en torneos regionales o mundiales (sobre todo algunos como Francia, Holanda, Suiza, Inglaterra y otros: lo hemos comprobado una vez más en esta Eurocopa) no son más que mercenarios comprados en el mercado internacional. Los jugadores no representan ni a las ciudades ni a los países que supuestamente defienden.

Un ejemplo entre tantos otros, tomado en este caso del torneo en curso en su partido inaugural: Francia versus Rumanía. Ninguno de los jugadores del equipo anfitrión son franceses de pura cepa: magrebíes, jovenlandeses y otras hierbas… Los galos son minoría, testimonio, reliquia.

El fútbol es también el soporte de una propaganda omnipresente en favor de la sociedad multirracial y de sus supuestos beneficios y bendiciones. Eso se lleva a a cabo mediante la mentira grotesca que pretende confundir los éxitos de un equipo mayormente compuesto por extranjeros nacionalizados con los de una nación entera. Es lo que vimos en 1998 cuando el equipo francés ganó la Copa Mundial de Fútbol. La ideología dominante y sus loros mediáticos nos repitieron hasta la saciedad que era la Francia multirracial y multicultural la que había ganado. La manipulación ideológica consitía en deducir el éxito aleatorio y efímero de un equipo de fútbol del modelo de sociedad multirracial, supuestamente maravillosa y superior a cualquier otro modelo. Y precisamente es lo contrario lo que es verdad: la sociedad “mestiza”, “diversa” es la viva imagen del fracaso de una nación. Francia es un ejemplo patente de ello, pero no es el único. Es necesario ser ciego para no darse cuenta de la realidad.

El fútbolista es una figura central de la adulación de las masas, una “estrella”, un héroe de nuestro tiempo. Sin embargo, nunca ha sido ofrecido al pueblo modelo tan poco brillante. Incluso entre los demás deportistas (tenistas, pilotos, esquiadores, ciclistas…) el fútbolista siempre ha ocupado el nivel más bajo, solo algo por encima del boxeador, auténtico paria relacionado siempre con el arroyo y ciertas formas de criminalidad. Los fútbolistas son pagados como principes, pero muchos de ellos son prácticamente analfabetos y tienen el cociente intelectual de una gallina que hubiese recibido un fuerte golpe en la cabeza en la infancia. Neymar, Benzema, Pogba, Ronaldo, Messi, Piqué… Estos son los nuevos héroes cuyo cerebro ha bajado al nivel de las rodillas y los pies.

El fútbol es un excelente medio que la oligarquía ha encontrado para cretinizar al público y desviar su atención de los verdaderos problemas y de paso ofrecer al rebaño una versión falsificada del patriotismo: es decir fabricar ídolos de rebajas, crear acontecimientos a la vez atronadores e insignificantes.

Con el fútbol estamos muy lejos del ideal de los Juegos Olímpicos de la Grecia antigua: el culto del esfuerzo gratuito. El ideal deportivo se ha autodestruído. El fútbol lleva consigo la vulgaridad, hasta estética. Lo hemos visto una vez más estos dias.

Zlatan Ibahimovic, jugador de la selección sueca de origen bosnio.

zlatan.jpg


En lo personal: tatuajes hasta las cejas (como los salvajes de los Mares del Sur), cortes de pelo a los mohicano y similares… Miremos sus camisetas, su vestimente ridícula: todo es feo, chillón, lleno de publicidad de los “sponsors” (en las ligas nacionales). Llegamos al extremo de lucir en algún caso el nombre de una monarquía petrolífera criminal financiadora del terrorismo islámico (Qatar Fondation en al Barça). El mundo del fútbol es el terreno más propicio actualmente para los negocios “opacos”, para el “business” más sospechoso e indecente. Todo esto nos sitúa muy lejos de la ética deportiva. Ciertos emiratos (como el mencionado, pero no es el único) financian al mismo tiempo equipos de fútbol en Europa y el yihadismo en Siria y en otros lugares. El fútbol mueve sumas colosales de dinero pero crea muy pocos empleos. La FIFA se libra a unas prácticas más que turbias. Los dirigentes y propietarios de clubes de fútbol recuerdan demasiado a los mafiosos, y a menudo lo son. Todo eso sin mencionar a los partidos trucados, a los amaños y los acuerdos tras las bambalinas, a la compra de árbitros, etc… En conclusión: el mundo del fútbol es poco ejemplar, demasiado a menudo inmoral.

Algunos “especialistas” nos ofrecerán argumentos tendentes a demostrarnos que el fútbol es un arte, casi una ciencia, por supuesto una filosofía de vida, una manera de entender el cosmos… Bueno, ¿por qué no? Pero se puede decir otro tanto de cualquier actividad humana. La petanca también es un arte, el patinaje, el surf, el paracaidismo… Pero lo que hace la grandeza y el valor de un país, de una nación, de una civilización, no son las habilidades deportivas de sus atletas sino sus logros sociales y culturales, sus resultados en las artes, la literatura, las ciencias, la tecnología, el empresariado… Decir que el fútbol es un “arte” y que expresa el genio nacional, francamente eso es demostrar una visión bastante mediocre de las cosas, es conformarse con poco, casi nada.

Algunos me dirán que esto no data de ayer: los juegos del circo y del anfiteatro de Roma, el culto de los gladiadores (que eran por regla general esclavos y brutos incultos), ¿acaso no formaban parte de una gran civilización? Pues precisamente, en el momento en que el Imperio se derrumbaba, que la decadencia hundía ese mundo hacia su perdición, los juegos del circo y la asistencia a la plebe romana conocieron su apogeo. El paralelo con la situación actual es más que interesante: es evidente.
 
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