El Gran Cid
Madmaxista
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La Farsa de Amnistía Internacional
''Hay que ser amable con todos los terroristas, porque uno nunca sabe si entre ellos habrá alguno que mañana sea Jefe de Estado''. - Maryse Choisy
Logo de A.I., cuyo alambre de púas dibuja la “Z” de “Zion” o “Sión”
Logo de A.I., cuyo alambre de púas dibuja la “Z” de “Zion” o “Sión”
“Hace algún tiempo no pasaba día sin que esta organización supuestamente idealista e inspirada por los más altos valores humanos no apareciera en las noticias. La impresión general es la de un ente o referente independiente y valioso para toda la Humanidad. Estas líneas ayudarán a orientar mejor tales apreciaciones, ya que en algún momento volverá al centro de la noticia. [...]
Esta sorprendente e inexplicablemente famosa y respetada organización fue fundada por Seán MacBride, nacido en París en 1904, hijo de un activista irlandés fusilado y una revoltosa feminista. Estudió en esa ciudad para luego dirigirse a Irlanda uniéndose al IRA. En 1927 se asocia al judío E. DeValera y escribe en el matutino “Irish Press”.
[…]
Funge como periodista bajo nombre falso en Inglaterra y en París. Se convierte en abogado y defiende a los terroristas presos. Ayuda a DeValera a ganar las elecciones y éste lo nombra Ministro de Asuntos Extranjeros de 1948 a 1951. Abandona el IRA. Llega a ser miembro del Consejo de Europa, integra la European Round Table, el Bureau Internacional de la Paz, el Congreso de las Fuerzas Mundiales de la Paz (presidente en 1973), y Premio Nobel de la Paz al mismo tiempo que… Premio LENIN de la Paz!
[…]
Menos conocida es su pertenencia al “Ordo Templis Orientis“, junto al misterioso hijo de una riquísima familia israelita, Trebitsch-Lincoln. Esta secta masónica recogió el pensamiento y ritos de Adam Weishaupt, creador de la secta“Los Iluminados de Baviera“. Esto ya nos da la primera pista para poder develar tan intrincado misterio. Amnesty International empieza a concebirse en el oscuro mundo subterráneo de las sectas secretas, cuya cantidad y poder simplemente abisman, cuando llegamos a conocerlas. Gran ayuda para eso es el libro “Die Geheim-Gesellschaften und Ihre Macht im 20. Jahrhundert” (Las Sociedades Secretas y Su Poder en el Siglo XX), Ian van Helsing, penosamente editado por Ewertverlag, 1993,prohibido en Alemania y no traducido aún. Figura familiar para unos pocos es el general Haushofer, con quien Sean McBride participó en la Unión Paneuropea (ver Plan Kalergi; exterminio de la Raza Blanca, hacia un Nuevo Orden Mundial), antigua propagadora de un Gobierno Mundial. También a través de su amigo israelita Joseph Ratinger, cofundador con David Rockefeller del CFR (‘Consejo de Relaciones Exteriores’), estaba conectado con el ‘Coronel’ Mandell House, de los ‘Masters of Wisdom’; ambos crearon el ‘Centro de Cultura Europea’, ‘La Liga Europea de Cooperación Económica’ y el ‘Movimiento Europeo’.
McBride trabaja también para la UNESCO en diversas comisiones y comités, destacando la ‘Comisión Internacional de Juristas’ (JIC), la que le sirvió de puntal para su hija predilecta: Amnesty International, heredera de otro engendro favorito suyo, la ‘Convención de los Derechos del Hombre’.
Originalmente se la llamó “Llamado en Favor de la Amnistía”, y para su lanzamiento se inició una campaña propagandística internacional con un gran golpe. Esto fue una publicación a doble página en ‘Le Monde’ y ‘L’Observer’, algo absolutamente imposible de conseguir, pero en este caso el apoyo incondicional de todo tipo prestado por David Astor, propietario de L’Observer, no sólo lo hizo posible sino que además permitió elegir el día de la publicación: exactamente el día de la Santísima Trinidad, 28 de Mayo de 1961, trastocando el significado religioso de esa festividad católica.
Por coincidencia David Astor era miembro del Comité Directivo del ‘Royal Institute of International Affairs’ (RIIA’), de la ‘Pilgrims Society’, de la ‘Round Table’ y del ya tristemente conocido ‘Grupo Bilderberger’, en cuya fundación también tomó parte Joseph Ratinger.
La JIC, beneficiaria del estatuto consultivo de la ECOSOC, la UNESCO y del Consejo de Europa, asegura que su rol es “promover la primacía del Derecho y la protección jurídica de los Derechos del Hombre en todas partes del mundo. Envía observadores internacionales para seguir los grandes procesos políticos a fin de poder intervenir ante los gobiernos y de informar a la opinión pública cuando la primacía del derecho no ha sido respetada”. Se hace la salvedad que los países del Este negaron sistemáticamente a los juristas del JIC el derecho a asistir a los juicios o a investigar las violaciones de los derechos del hombre. En consecuencia no mantiene archivos de ningún país de la órbita soviética y le sobran de aquellos países en que regímenes fuertes, que para defender a sus pueblos proscriben al partido comunista, son caricaturizados como ‘dictaduras’. Entre sus altos funcionarios encontramos representantes de todas las sectas y sociedades secretas mencionadas, más la ‘Fabian Society’, el ‘Grupo Pugwash’, la ‘Comisión Trilateral’ y otras.
El gran golpe en Le Monde y L’Observer tuvo ecos en el New York Times, el Washington Post, el Asahi Shinbum de Japón, Die Welt en la RFA. Nada de raro ya que todos estos medios escritos están ligados directamente al CFR, a los Bilderberger y a la Trilateral, igual que muchísimos más.
Dos meses después se reúnen 12 personas en un café de Luxemburgo para dar a luz a Amnesty International. Las campañas se sucedieron sin tregua hasta 1966, cuando estalla el escándalo de Adén, Arabia. Allá se torturaba, y era Inglaterra con sus servicios secretos la culpable. David Astor tomó la decisión: se cortaría por lo sano. Así que contrató a un ex-agente secreto británico, Peter Calvocoressi, quien con sus contactos podría investigar ‘exitosamente’ semejante denuncia. Así fue y el informe habló de ‘algunas negligencias’ y que no había pruebas de que alguno de aquellos miembros de Amnesty International hubiesen trabajado para agencias secretas.
Pero el análisis final nos dice que Amnesty International cuenta con el respaldo de antiguos agentes secretos, como Astor y Calvocoressi, que aun retirado tienen acceso a toda la información que Sean McBride desee. Añadamos que Calvocoressi es el mandante de Penguin Books y director de otras editoras, pero lo más importante es que fue miembro del Tribunal de Nuremberg, y lo es del RIIA, del IISS y del ‘Institute of Race Relations’.
A estas alturas ya debiera llamar la atención la profusión de coincidencias alrededor de Amnesty International, con la repetición de misteriosas sociedades, sobre todo cuando uno está informado sobre quienes fundaron tales sectas y su verdadera finalidad.
En 1965 Sean McBride viajó a Washington invitado por Averill Harriman, hombre de mucho peso en las relaciones exteriores de EEUU, enviado especial de Roosevelt ante Londres durante la guerra, y luego ante Moscú, también gran amigo de Trotzky. Mas no podía fallar, era miembro del CFR, de la Pilgrims Society junto a los Rockefeller, los patrones del CFR. ¿A qué viajó a Washington? Él mismo lo revela: “La administración demócrata conocía mis buenas relaciones con los jefes de Norvietnam y deseaba que expusiera mis puntos de vista a autoridades políticas de alto nivel”. Se reúne entonces con Dean Rusk, Mac George Bundy y Robert MacNamara. Los tres eran miembros más o menos de las mismas sociedades, pero con ribetes izquierdistas bastante acentuados; p. ej.: Bundy colaboraba estrechamente con el yerno de Alexei Kosigyn. Sean McBride propuso a Philip Noel-Baker y Jean Sainteny como intermediarios para negociar con Hanoi; de estos Ho Chi Minh prefería abiertamente a Sainteny, por lo que fue elegido y apuntaló a Henry Kissinger, otro que bien baila, en las negociaciones del ‘68 al ‘73 y que culminaron en los ‘acuerdos de París’. Lo que pocos saben es que tras los viajes de Kissinger y las conexiones de Sainteny estaban los hilos de la Pugwash en las personas de Herbert Marcovich y Raymond Aubrac, así como de un alto personaje de la ****ría yanqui, Milton Katz, el que entre otras pertenecía a la ‘Fundación de Paz Mundial’, a la que por coincidencia pertenecía McBride. Katz introdujo a su hermano Kissinger a este mundo de alta política y posteriormente a Jimmy Carter. Adicional y reveladoramente el Centro de Documentación del Gran Oriente de Francia confirma los estrechos vínculos entre Amnesty International y la Masonería, especialmente el papel que jugó esta última en la campaña para la paz en Vietnam. Una paz digna de un profundo análisis.
El paso siguiente en 1972 fue nueva campaña ahora contra la tortura, patrocinada por la UNESCO. Lo impresentable es que la originó la revelación de que la impoluta Gran Bretaña practicaba la tortura a todo vapor en sus colonias.
En 1973 es nombrado Secretario General adjunto de la ONU, presidida por Kurt Waldheim (antes de caer en desgracia), y esto lo obliga a dejar la presidencia de Amnesty International. Su salida no detiene el avance de la siniestra organización -siniestra en más de un sentido-, la que luego de presentar el proyecto de Declaración sobre la Raza y los Prejuicios Raciales, marzo ‘73, impulsa reuniones de expertos en la UNESCO para debatir los supuestos Derechos del Hombre y en junio de 1978 el establecimiento de un ‘nuevo orden económico internacional’. Tal cual.
Lo anecdótico de esto es que Amnesty International posa de apolítica, imparcial, justa, insobornable, exigente y rigurosa. Entonces pedir, o más bien exigir, un nuevo orden mundial no sería un acto político. En declaración a ‘Le Monde’, 12.X.77, su presidente tuvo el desparpajo de quejarse ‘que era criticada por un número creciente de países del Este como del Oeste’.
Exactamente calificada como guarida de comunistas para los libres de América Latina y bastión del capitalismo para los gente de izquierdas bolcheviques. Al final de este escrito saque sus propias conclusiones.
En 1974 Sean McBride recibe el premio Nobel y en su discurso no tiene empacho en decir con gran frescura: “Es en efecto la opinión pública estadounidense y mundial lo que forzó a Washington a retirarse de Vietnam” ¡¡!! Pero ya no le bastó con los prisioneros políticos, así que se lanzó contra la pena de fin, labor en la que lo secundó el canciller ‘austríaco’ Kreisky, financiero de Pugwash y de la IIASA, organizaciones definidas como ‘mundial-progresistas’, y bien sabemos lo que el término ‘progresista’ realmente implica.
Amnesty International cuenta con una Guía, reservada exclusivamente para uso de sus miembros, en la que se lee “nadie es aceptado como prisionero de opinión si se considera que ha incurrido o incitado a actos violencia o si ha participado en espionaje. Este criterio permite establecer una distinción entre los prisioneros de opinión y los otros prisioneros y permite evitar que Amnesty International pueda ser acusada de aportar su sostén al terrorismo”, pág. 11 de la edición de 1978.
La poco comprensiva realidad sin embargo se niega obstinadamente a compadecerse con tan nobles principios. En efecto vemos como se desvive por enviar observadores y defender a brazo partido a desalmados terroristas de izquierda como los de la ‘Rote Armee Fraktion’, conocida como Ejército Rojo. Y brilla por su ausencia en casos de combatientes de derecha capturados por el sistema. Este es sólo un ejemplo de muchos, en que han defendido a prisioneros que han hecho uso de una violencia inusitada e irracional. Sobra decir que el terrorismo es condenable venga de donde venga, pero no puede estar bien defender a unos e ignorar a otros, cuando se rasgan vestiduras y se llora imparcialidad y objetividad a ultranza.
Más ilustrativo es el caso del abogado Klaus Croissant, que defendió a los terroristas asesinos del grupo Baader-Meinhof. Comprobada su abierta complicidad y su servicio de enlace entre los detenidos y los delincuentes aún sueltos, fue a su vez detenido en Francia y se esperaba su extradición a Alemania, existiendo ya un decreto de expulsión. Amnesty International enrostra desafiante al gobierno francés y exige la liberación del ilegal. Y se apoya en una carta abierta firmada entre otras buenas personas por Régis Debray, Jean Elienstein, Simone de Beauvoir, Vladimir Jankelevitch, Jean Paul Sartre, Ives Boisset, Françoise Sagan, Georg Kiejman, Laurent Schwarz, Fred Zeller (antiguo Gran Maestre), Claude Boundet, François Chatelet, Maurice Clavel, Jacques Debou- Bridel, Gilles Deleuze, Pierre Jove, Françoise Mallet-Joris, Antoine Sanguinetti, Haroun Tazieff, también Pierre Bloch y el abogado Badinter, ambos de la LICRA (Liga Internacional Contra el Racismo y el Antisemitismo). A estas “grandes personalidades”, las que si no pueden ser catalogadas de izquierdistas es porque se sitúan en la extrema izquierda, se unió otro distinguido firmante, Serge Klarsfeld, el triste pero rentablemente famoso ‘cazador de Nazis’ que continúa su negocio después que se probó la ilegalidad del Juicio de Nuremberg y la falsedad del Holocausto.
Pero el caso que despojó definitivamente de su careta a Amnesty International fue el caso de ‘Los Diez de Wilmington’, nueve neցros y una mujerzuela no de color, condenados a un total de 282 años de presidio por asalto e incendio de una tienda durante los disturbios raciales de 1971 en esa ciudad. La imparcial organización, preocupada de no ser inculpada de amparar el terrorismo, adoptó a los diez criminales como ‘prisioneros de opinión’ (?), basándose en el peregrino argumento de que ‘era bien conocido su pasado de militantes antirracistas’. Finalmente llegamos a la progenitora del cordero. No se trata de izquierdas ni derechas, opinión o justicia, derechos humanos o procesos justos. No, nada de eso. Se trata de Razas. De racismo y antirracismo, pero definidos omnímodamente por los creadores de Amnesty International y de todas las sectas secretas tras ella.
En pocas palabras, se puede cometer cualquier crimen, incluso el más despiadado terrorismo, y se tendrá total impunidad a condición de tener un pasado de conocida militancia antirracista. ¡Listo!
Añadamos que en declaración a Le Monde, 10.XII.77, se ufana de ‘atraer la atención sobre el escándalo de mantener en prisión por sospecha de comunismo’. Nadie ha visto que haya atraído jamás la menor atención hacia ciudadanos decentes encarcelados por sospecha de anticomunismo.
No es de extrañar que cuando el 10.X.71 Amnesty International recibía el Premio Nobel de la Paz, el Ministro de Educación uruguayo comentara el hecho a Le Monde como “un chiste de mal gusto”.
¿Qué es entonces realmente Amnesty International? Su sede de Londres anida al órgano más importante, el Secretariado General, cuya función primordial es la de recoger y analizar todas las informaciones sobre violaciones a los DD.HH provenientes del mundo entero. Desde aquí el Departamento de Investigación reparte sus directivas, comunicados y definiciones a todas la secciones nacionales en los diversos países, las cuales se limitan sólo a traducirlas y difundirlas sin ingerencia alguna.
Este Departamento de Investigación está dirigido por Derek Roebuck, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Tasmania y jefe del Partido Comunista australiano. Cuenta con un larguísimo historial de actuaciones en organizaciones de izquierda y extrema izquierda. Tanto así que su nominación fue objetada por un senador de Tasmania y miembro de la misma organización, Brian Harradine, el que en su ingenuidad y desconocimiento del trasfondo de su querida institución, llegó a cuestionar la idoneidad de tan conspicuo director y recordó que aquel gustaba de ser definido como ‘propagandista político’ más que de catedrático o académico, por lo que el producto de sus indagaciones mal podría considerarse como objetivo o imparcial. Harradine debería recordar que si el fundador de Amnesty, Sean McBride, recibió el Premio Lenin a la Paz, como todos los demás, fue por servicios prestados a la Unión Soviética.
Siguen las cosas inexplicables. La forma de operar de A.I. en sus llamadas investigaciones está definida en las páginas 15 y 16 de su Guía: “El secretariado internacional, cuando reparte los expedientes, toma gran cuidado en que sus diferencias (opiniones políticas, pertenencia ideológica), sean suficientemente marcadas para prevenir toda sospecha de imparcialidad (¡sic!) política contra el grupo de adopción o contra el movimiento en su totalidad, a fin también de asegurar un internacionalismo riguroso en el trabajo realizado para la salvaguardia de los derechos del hombre. Los grupos de A.I. no deben jamás confiar casos individuales de prisioneros de opinión en su propio país”.
Suponemos que donde dice ‘imparcialidad’ debe decir ‘parcialidad’, porque de ser correcta, esa palabra sería un impensable caso de honestidad de parte de Amnesty International, digno de Ripley. A tal extremo llega este gran cuidado que miembros de Amnesty que visiten un país en el que se ventile algún caso de derechos humanoides, tienen prohibido acercarse a las supuestas víctimas, a sus casas y a sus familiares. Sólo pueden hacerlo los funcionarios designados para ese caso específico. ¿Qué razón dan para algo tan extraño? La página 52 de la Guía lo aclara: “Una visita inesperada por parte de un extranjero puede tener consecuencias peligrosas”. Y eso es todo. Ni define las consecuencias ni dice porqué serían peligrosas. Queda en el aire, pero sus redactores lo tienen muy claro.
¿Será que el investigador independiente Hugues Kéraly provocó sin querer una de estas ‘consecuencias peligrosas’ al escribir su libro ‘Encuesta Sobre Un Organismo Más Allá De Toda Sospecha: Amnesty International’? Muy reveladora es la siguiente entrevista publicada en ‘Rivarol’, 4.XII.80, que comenta un capítulo de ese libro, el que curiosamente ha sido rechazado por 20 editores “independientes”: