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Por qué una parte tan sustancial de Cataluña creyó tener en la punta de sus dedos el sueño prometido de la independencia? ¿Por qué en Madrid el Gobierno tardó tanto en tomarse en serio el órdago independentista? A la periodista Lola García, autora de El Naufragio. La deconstrucción del sueño independentista, le sigue sorprendiendo las burbujas informativas tan distantes que separan Madrid y Barcelona.
El libro que acaba de publicar desafía esa distancia y reconstruye el procés con un relato conciso y riguroso, como si fuera un thriller, que está convenciendo tanto a independentistas como a los que no lo son, una rara avis en un panorama político tan polarizado como el catalán.
García se remonta a 2012 para explicar cómo “se les fue de las manos” tanto a Mariano Rajoy como a Artur Mas su incapacidad para negociar. Seis años más tarde, mientras uno está inhabilitado y el otro ha vuelto a ser registrador de la propiedad, dos millones de personas aspiran en Cataluña a la independencia, una parte del anterior Govern está en la guandoca y la otra huida del país.
El desafío independentista sigue a flor de piel. “Y no tiene solución”, afirma Lola García (Badalona, 1967) sin derrotismo alguno, más bien con la frialdad del forense que solo busca esclarecer las causas de una tragedia. “El independentismo no es ningún souflé, no se va a desinflar sin más ni entiendo de dónde sale esa idea. El independentismo no se pasará, es como una fe. Se va a cronificar. No se puede ignorar que hay dos millones de personas que aspiran a la independencia porque creen que tanto su vida como la de sus hijos sería mejor así. Ha habido mucho desprecio en el diagnóstico hacia lo que significa tanto movimiento popular”.
La directora adjunta de La Vanguardia, que ha cubierto muy de cerca la política catalana de las últimas décadas añade: “Todo el mundo tiene una opinión sobre este tema y todo el mundo está convencido de que tiene la razón, lo que buscan el libro es conocer la trastienda de cómo hemos llegado hasta aquí y, sobre todo qué, va a pasar”.
García, que ha escrito un libro a partir de cientos de fuentes que fueron testigo directos del proceso, se identifica con la “equidistancia” y la reivindica como algo positivo para narrar los hechos con la perspectiva necesaria que aporte contexto a las dos partes. “La gente normalmente lo que busca son argumentos para reforzar sus opiniones previas, pero explicándoles los hechos unos pueden asomarse un poco más a la perspectiva del otro”, comenta García. “En un conflicto en el que hay dos partes tan diferenciadas no está de más tratar de entender la otra”.
“El independentismo no es una cosa que haya surgido como una seta de repente. Es un conflicto histórico que viene de muy atrás y hace falta contexto para entenderlo. Su análisis del camino que condujo a lo que ella llama “el espejismo del 1-O” se remonta a 2012 porque es cuando se da “la tormenta perfecta que reúne el malestar de la calle con el interés político. “Rajoy creyó que era una segunda parte del Majestic y que ya pasaría solo”, comenta durante la entrevista en la sede de su periódico de la Avenida Diagonal. No vio venir el ex presidente del Gobierno que la inflamación social y lo acorralado que Mas se veía por la crisis iban a llevar al independentismo a convertirse en una corriente central. “Y en parte eso le costó el cargo”, apunta García.
El velo de la incomunicación
Una de las claves que anticipan el desastre es el gravísimo fallo de diagnóstico que según su análisis tenía Moncloa por “no tener buenas antenas en Cataluña”. En 2012, tras la última reunión fallida en Moncloa entre Rajoy y Mas, el president de la Generalitat regresa a Barcelona y le cuenta a sus colaboradores que Rajoy se ha negado incluso a crear un grupo de trabajo para un pacto fiscal. La ANC y las juventudes de CDC han convocado una manifestación para recibirle con aplausos y un mensaje claro: “Mas, sé valiente, Cataluña independiente”. Recoge la periodista que en ese momento Mas le hace una confidencia a uno de sus colaboradores: “La gente ha pasado de silbarme a aplaudirme”. Apenas un año antes había tenido que entrar en el Parlament en helicóptero por las protestas contra los recortes que lo abucheaban. Los recortes en Cataluña seguían, pero ahora los culpables empezaban a ser otros.
“Es entonces cuando el discurso del ‘derecho a decidir’ va calando”, recuerda la autora, directora adjunta de La Vanguardia. “Fue un eufemismo para ir atrayendo cada vez más gente que funcionó”. Ante la falta de discurso alternativo, el silogismo es simplista pero se va imponiendo: el derecho a decidir es igual a votar y esto equivale a democracia. Y mientras en Cataluña dejaba de hablarse de pacto fiscal y la palabra más repetida pasaba a ser “consulta”, entre Rajoy y Mas “se instala el velo de la incomunicación”. Para cuando el Gobierno central quiere volver a hablar de financiación autonómica en Cataluña la discusión ya está centrada en independencia sí o no. “Ha habido un decalage entre lo que se discutía en Madrid y en Barcelona”, comenta la periodista.
Ese es uno de los problemas que está muy bien descrito en El Naufragio, las consecuencias de la falta de comunicación entre los líderes políticos. “Es imposible separar a las personas del cargo. Mas y Rajoy se respetaban, pero Puigdemont y Rajoy no se entendían en absoluto. Ninguno se fiaba del otro”, explica.
Mas llegó a reunirse con el Rajoy hasta tres veces en secreto, según cuenta en el libro, y Rajoy y Puigdemont solo se intercambiaron los números de teléfono tras los atentados de agosto de 2017, pero “no llegaron a llamarse nunca”, ni en el 1-O ni en los días previos a la declaración del 27-O. “La desconfianza entre Rajoy y Puigdemont fue parte del caos. Son personas muy diferentes. Puigdemont y Rajoy eran incompatibles, este muy racional y previsible, mientras que Puigdemont es idealista e impulsivo”.
“Uno de los problemas que agravó el proceso fue que desde el Gobierno de Madrid no se lo tomaron en serio”, insiste esta licenciada en Periodismo y Ciencias Políticas. “El Gobierno de Rajoy tenía otras prioridades durante la crisis y Rajoy creyó que era una segunda parte del Majestic”, apunta, convencida de que fue “un fallo muy grave de diagnóstico por no tener buenas antenas en Cataluña”.
En 2012, tras la reunión fallida en Moncloa, Mas regresa a Barcelona y le cuenta a sus colaboradores que Rajoy se ha negado incluso a crear un grupo de trabajo para un pacto fiscal. La ANC, la asociación clave en la movilización independentista que acababa de nacer por entonces, y las juventudes de CDC convocaron una manifestación para recibirle con aplausos y un mensaje claro: “Mas sé valiente, Cataluña independiente”. En ese momento Mas le hace una confidencia a uno de sus colaboradores: “La gente ha pasado de silbarme a aplaudirme”. Los recortes en Cataluña seguían, pero ahora los culpables empezaban a ser otros.
“Yo no seré un cagado como Mas”
“El independentismo sostiene que el procés surge de abajo a arriba y los no independentistas están convencidos de que ha sido un movimiento conducido desde arriba hacia abajo”, explica la autora. “Ambas cosas son una falacia. Sin un liderazgo político el independentismo no habría lleado donde ha llegado. De la misma manera que por mucho que intenten adoctrinar los políticos, si la gente no está en esa onda no les iba a funcionar”.
Cuando Puigdemont llega al cargo, lo hace teóricamente para convertirse en marioneta de Artur Mas pero pronto decide por libre. “En realidad, Puigdemont también era un desconocido en Cataluña”, afirma García sobre el ex alcalde de Girona. “Desde que era pequeño era independentista y llevaba una estelada en la cartera desde que era adolescente. Mientras que Mas llega a defender la independencia cuando se le van cerrando otras puertas políticas, Puigdemont lo hace por profunda convicción. La independencia era su sueño”, contextualiza.
De hecho, García cuenta en El Naufragio que Puigdemont ya había hablado de “irse al exilio” nueve meses antes del 1-O. En una reunión con amigos a principios de 2017, tomando un gintónic, dio a entender que el proceso acabaría en un conflicto abierto: “Se va a montar un pollo”. Puigdemont avisó entonces a su entorno cercano, junto a una chimenea: “Yo no seré un cagado como Mas, no me someteré al Tribunal Constitucional”.
“Igual tengo que marchar al exilio”, dijo entonces Puigdemont. Y, según le cuentan a Lola García las múltiples fuentes de las que bebe El Naufragio, el ex president de la Generalitat ya contaba entonces con que intervendría en la política catalana a distancia través de las redes sociales.
¿Fractura social?
“La fractura social es un concepto que está politizado, si lo usas es que no eres independentista y si dices que no hay es que sí”, explica en un intento por mantener la objetividad. “Si por fractura social entendemos que la convivencia se ve alterada yo eso sí que no la veo. Que haya algunos incidentes concretos entre radicales no quiere decir que la mayor parte de la población no conviva con normalidad”.
A esta periodista de 49 años, que le tocó cubrir para la política vasca durante los años más duros de ETA, las comparaciones entre lo que pasa en Cataluña con lo que se vivía en Euskadi hace 25 años le parece una frivolidad. “Si hay un elemento que provoca en una familia una discusión emocional subida de tono me da igual que sea por la política que que sea por el fútbol”, reflexiona. “Aquí nunca se compara lo que pasa en Cataluña con lo que pasó en Euskadi y cuando se oyen esos símiles se considera excéntrico”.
Desde la equidistancia, más que de “fractura social” García prefiere hablar de Cataluña como de una sociedad “muy estresada políticamente que provoca división social”. Un estrés, eso sí, que ella cree que “se va a cronificar durante mucho tiempo, aunque se suavizará algo porque no se puede estar con ese nivel de estrés mucho tiempo. Va a haber que aprender a vivir con ello”.
Qué va a pasar
Opina García que el cambio de inquilino en la Moncloa ha contribuido a rebajar la tensión, porque “es mucho menos creíble hablar de un Estado fascista que quiere abrir la tumba de Franco” y sacarlo del Valle de los Caídos. “El concepto de derechas se escucha menos desde que el PP no está en el Gobierno” explica. “El discurso independentista ha virado a atacar la cúpula judicial y la monarquía, que es lo más difícil de reformar”.
El momento más complicado va a ser el aniversario del 1-O. Que la conmemoración se produzca además en las mismas escuelas también va a complicar relaciones con la comunidad educativa durante las próximas semanas, “pero si se supera el 1-O sin incidentes entraremos en otra fase de más tranquilidad de un impasse político”, vaticina.
La legislatura de Torra en Cataluña va a ser corta. Estará marcada por la sentencia a los políticos presos. “La gran decisión que tiene que tomar Puigdemont es cuándo convoca elecciones catalanas”, afirma la periodista con la convicción de que quien sigue mandando en Cataluña es el ex president afincado en Waterloo. “Él lo que busca es que las elecciones sean en un momento emocionalmente tan intenso, a raíz de la sentencia, que eso provoque que supere un 48% del apoyo a los partidos independentistas y sería una baza que volver a vender en Europa para volver a mover la idea de referéndum. Yo ahora mismo no veo a Torra como candidato, podría ser el propio Puigdemont el que encabezara simbólicamente el cartel aunque luego no venga a tomar posesión. No sé si lo tiene decidido pero es factible”.
¿Y no podría Torra aferrarse al cargo y renunciar a ser la marioneta de Puigdemont como hizo este cuando se emancipó de Mas? “Torra no es la persona que toma las decisiones ni quiere tomarlas”, afirma convencida. “Las decisiones en todo momento las toma Puigdemont. Torra es sus ojos y manos en España. Y si Puigdemont lo eligió precisamente fue porque porque sabía que Torra no era como él. No se considera a sí mismo como una marioneta en sentido negativo. Podría decirse que es una marioneta que esta orgulloso de serlo. No le interesa la política ni es ambicioso”.
No cree la autora de El Naufragio que Sánchez lo vaya a tener nada fácil. “Cualquier presidente del Gobierno español debe entender que esto no es un problema de Cataluña, es un problema de estado. Y no puede prescindir de él porque le va a afectar”. Teniendo en cuenta además que los partidos independentistas han sido socios necesarios de la moción de censura que ha puesto a Sánchez en La Moncloa, García recuerda que el presidente del Gobierno puede tener una presión extra: “Puigdemont puede influir cuándo Sánchez convoca las elecciones generales”, advierte.
“Puigdemont decidirá si sus diputados votan o no los presupuestos de Sánchez”. Y concluye: “Cualquier presidente del Gobierno español tiene que tener en cuenta que este es un problema de Estado y es un problema muy grave. Tiene que tratar de encauzarlo porque si no se le vuelve en contra tarde o temprano. El Gobierno de España no puede meter debajo de la alfombra el problema en Cataluña porque se convierte en una soga al cuello”.
"Puigdemont puede decidir cuándo Sánchez convoca las elecciones"
Salud.
El libro que acaba de publicar desafía esa distancia y reconstruye el procés con un relato conciso y riguroso, como si fuera un thriller, que está convenciendo tanto a independentistas como a los que no lo son, una rara avis en un panorama político tan polarizado como el catalán.
García se remonta a 2012 para explicar cómo “se les fue de las manos” tanto a Mariano Rajoy como a Artur Mas su incapacidad para negociar. Seis años más tarde, mientras uno está inhabilitado y el otro ha vuelto a ser registrador de la propiedad, dos millones de personas aspiran en Cataluña a la independencia, una parte del anterior Govern está en la guandoca y la otra huida del país.
El desafío independentista sigue a flor de piel. “Y no tiene solución”, afirma Lola García (Badalona, 1967) sin derrotismo alguno, más bien con la frialdad del forense que solo busca esclarecer las causas de una tragedia. “El independentismo no es ningún souflé, no se va a desinflar sin más ni entiendo de dónde sale esa idea. El independentismo no se pasará, es como una fe. Se va a cronificar. No se puede ignorar que hay dos millones de personas que aspiran a la independencia porque creen que tanto su vida como la de sus hijos sería mejor así. Ha habido mucho desprecio en el diagnóstico hacia lo que significa tanto movimiento popular”.
La directora adjunta de La Vanguardia, que ha cubierto muy de cerca la política catalana de las últimas décadas añade: “Todo el mundo tiene una opinión sobre este tema y todo el mundo está convencido de que tiene la razón, lo que buscan el libro es conocer la trastienda de cómo hemos llegado hasta aquí y, sobre todo qué, va a pasar”.
García, que ha escrito un libro a partir de cientos de fuentes que fueron testigo directos del proceso, se identifica con la “equidistancia” y la reivindica como algo positivo para narrar los hechos con la perspectiva necesaria que aporte contexto a las dos partes. “La gente normalmente lo que busca son argumentos para reforzar sus opiniones previas, pero explicándoles los hechos unos pueden asomarse un poco más a la perspectiva del otro”, comenta García. “En un conflicto en el que hay dos partes tan diferenciadas no está de más tratar de entender la otra”.
“El independentismo no es una cosa que haya surgido como una seta de repente. Es un conflicto histórico que viene de muy atrás y hace falta contexto para entenderlo. Su análisis del camino que condujo a lo que ella llama “el espejismo del 1-O” se remonta a 2012 porque es cuando se da “la tormenta perfecta que reúne el malestar de la calle con el interés político. “Rajoy creyó que era una segunda parte del Majestic y que ya pasaría solo”, comenta durante la entrevista en la sede de su periódico de la Avenida Diagonal. No vio venir el ex presidente del Gobierno que la inflamación social y lo acorralado que Mas se veía por la crisis iban a llevar al independentismo a convertirse en una corriente central. “Y en parte eso le costó el cargo”, apunta García.
El velo de la incomunicación
Una de las claves que anticipan el desastre es el gravísimo fallo de diagnóstico que según su análisis tenía Moncloa por “no tener buenas antenas en Cataluña”. En 2012, tras la última reunión fallida en Moncloa entre Rajoy y Mas, el president de la Generalitat regresa a Barcelona y le cuenta a sus colaboradores que Rajoy se ha negado incluso a crear un grupo de trabajo para un pacto fiscal. La ANC y las juventudes de CDC han convocado una manifestación para recibirle con aplausos y un mensaje claro: “Mas, sé valiente, Cataluña independiente”. Recoge la periodista que en ese momento Mas le hace una confidencia a uno de sus colaboradores: “La gente ha pasado de silbarme a aplaudirme”. Apenas un año antes había tenido que entrar en el Parlament en helicóptero por las protestas contra los recortes que lo abucheaban. Los recortes en Cataluña seguían, pero ahora los culpables empezaban a ser otros.
“Es entonces cuando el discurso del ‘derecho a decidir’ va calando”, recuerda la autora, directora adjunta de La Vanguardia. “Fue un eufemismo para ir atrayendo cada vez más gente que funcionó”. Ante la falta de discurso alternativo, el silogismo es simplista pero se va imponiendo: el derecho a decidir es igual a votar y esto equivale a democracia. Y mientras en Cataluña dejaba de hablarse de pacto fiscal y la palabra más repetida pasaba a ser “consulta”, entre Rajoy y Mas “se instala el velo de la incomunicación”. Para cuando el Gobierno central quiere volver a hablar de financiación autonómica en Cataluña la discusión ya está centrada en independencia sí o no. “Ha habido un decalage entre lo que se discutía en Madrid y en Barcelona”, comenta la periodista.
Ese es uno de los problemas que está muy bien descrito en El Naufragio, las consecuencias de la falta de comunicación entre los líderes políticos. “Es imposible separar a las personas del cargo. Mas y Rajoy se respetaban, pero Puigdemont y Rajoy no se entendían en absoluto. Ninguno se fiaba del otro”, explica.
Mas llegó a reunirse con el Rajoy hasta tres veces en secreto, según cuenta en el libro, y Rajoy y Puigdemont solo se intercambiaron los números de teléfono tras los atentados de agosto de 2017, pero “no llegaron a llamarse nunca”, ni en el 1-O ni en los días previos a la declaración del 27-O. “La desconfianza entre Rajoy y Puigdemont fue parte del caos. Son personas muy diferentes. Puigdemont y Rajoy eran incompatibles, este muy racional y previsible, mientras que Puigdemont es idealista e impulsivo”.
“Uno de los problemas que agravó el proceso fue que desde el Gobierno de Madrid no se lo tomaron en serio”, insiste esta licenciada en Periodismo y Ciencias Políticas. “El Gobierno de Rajoy tenía otras prioridades durante la crisis y Rajoy creyó que era una segunda parte del Majestic”, apunta, convencida de que fue “un fallo muy grave de diagnóstico por no tener buenas antenas en Cataluña”.
En 2012, tras la reunión fallida en Moncloa, Mas regresa a Barcelona y le cuenta a sus colaboradores que Rajoy se ha negado incluso a crear un grupo de trabajo para un pacto fiscal. La ANC, la asociación clave en la movilización independentista que acababa de nacer por entonces, y las juventudes de CDC convocaron una manifestación para recibirle con aplausos y un mensaje claro: “Mas sé valiente, Cataluña independiente”. En ese momento Mas le hace una confidencia a uno de sus colaboradores: “La gente ha pasado de silbarme a aplaudirme”. Los recortes en Cataluña seguían, pero ahora los culpables empezaban a ser otros.
“Yo no seré un cagado como Mas”
“El independentismo sostiene que el procés surge de abajo a arriba y los no independentistas están convencidos de que ha sido un movimiento conducido desde arriba hacia abajo”, explica la autora. “Ambas cosas son una falacia. Sin un liderazgo político el independentismo no habría lleado donde ha llegado. De la misma manera que por mucho que intenten adoctrinar los políticos, si la gente no está en esa onda no les iba a funcionar”.
Cuando Puigdemont llega al cargo, lo hace teóricamente para convertirse en marioneta de Artur Mas pero pronto decide por libre. “En realidad, Puigdemont también era un desconocido en Cataluña”, afirma García sobre el ex alcalde de Girona. “Desde que era pequeño era independentista y llevaba una estelada en la cartera desde que era adolescente. Mientras que Mas llega a defender la independencia cuando se le van cerrando otras puertas políticas, Puigdemont lo hace por profunda convicción. La independencia era su sueño”, contextualiza.
De hecho, García cuenta en El Naufragio que Puigdemont ya había hablado de “irse al exilio” nueve meses antes del 1-O. En una reunión con amigos a principios de 2017, tomando un gintónic, dio a entender que el proceso acabaría en un conflicto abierto: “Se va a montar un pollo”. Puigdemont avisó entonces a su entorno cercano, junto a una chimenea: “Yo no seré un cagado como Mas, no me someteré al Tribunal Constitucional”.
“Igual tengo que marchar al exilio”, dijo entonces Puigdemont. Y, según le cuentan a Lola García las múltiples fuentes de las que bebe El Naufragio, el ex president de la Generalitat ya contaba entonces con que intervendría en la política catalana a distancia través de las redes sociales.
¿Fractura social?
“La fractura social es un concepto que está politizado, si lo usas es que no eres independentista y si dices que no hay es que sí”, explica en un intento por mantener la objetividad. “Si por fractura social entendemos que la convivencia se ve alterada yo eso sí que no la veo. Que haya algunos incidentes concretos entre radicales no quiere decir que la mayor parte de la población no conviva con normalidad”.
A esta periodista de 49 años, que le tocó cubrir para la política vasca durante los años más duros de ETA, las comparaciones entre lo que pasa en Cataluña con lo que se vivía en Euskadi hace 25 años le parece una frivolidad. “Si hay un elemento que provoca en una familia una discusión emocional subida de tono me da igual que sea por la política que que sea por el fútbol”, reflexiona. “Aquí nunca se compara lo que pasa en Cataluña con lo que pasó en Euskadi y cuando se oyen esos símiles se considera excéntrico”.
Desde la equidistancia, más que de “fractura social” García prefiere hablar de Cataluña como de una sociedad “muy estresada políticamente que provoca división social”. Un estrés, eso sí, que ella cree que “se va a cronificar durante mucho tiempo, aunque se suavizará algo porque no se puede estar con ese nivel de estrés mucho tiempo. Va a haber que aprender a vivir con ello”.
Qué va a pasar
Opina García que el cambio de inquilino en la Moncloa ha contribuido a rebajar la tensión, porque “es mucho menos creíble hablar de un Estado fascista que quiere abrir la tumba de Franco” y sacarlo del Valle de los Caídos. “El concepto de derechas se escucha menos desde que el PP no está en el Gobierno” explica. “El discurso independentista ha virado a atacar la cúpula judicial y la monarquía, que es lo más difícil de reformar”.
El momento más complicado va a ser el aniversario del 1-O. Que la conmemoración se produzca además en las mismas escuelas también va a complicar relaciones con la comunidad educativa durante las próximas semanas, “pero si se supera el 1-O sin incidentes entraremos en otra fase de más tranquilidad de un impasse político”, vaticina.
La legislatura de Torra en Cataluña va a ser corta. Estará marcada por la sentencia a los políticos presos. “La gran decisión que tiene que tomar Puigdemont es cuándo convoca elecciones catalanas”, afirma la periodista con la convicción de que quien sigue mandando en Cataluña es el ex president afincado en Waterloo. “Él lo que busca es que las elecciones sean en un momento emocionalmente tan intenso, a raíz de la sentencia, que eso provoque que supere un 48% del apoyo a los partidos independentistas y sería una baza que volver a vender en Europa para volver a mover la idea de referéndum. Yo ahora mismo no veo a Torra como candidato, podría ser el propio Puigdemont el que encabezara simbólicamente el cartel aunque luego no venga a tomar posesión. No sé si lo tiene decidido pero es factible”.
¿Y no podría Torra aferrarse al cargo y renunciar a ser la marioneta de Puigdemont como hizo este cuando se emancipó de Mas? “Torra no es la persona que toma las decisiones ni quiere tomarlas”, afirma convencida. “Las decisiones en todo momento las toma Puigdemont. Torra es sus ojos y manos en España. Y si Puigdemont lo eligió precisamente fue porque porque sabía que Torra no era como él. No se considera a sí mismo como una marioneta en sentido negativo. Podría decirse que es una marioneta que esta orgulloso de serlo. No le interesa la política ni es ambicioso”.
No cree la autora de El Naufragio que Sánchez lo vaya a tener nada fácil. “Cualquier presidente del Gobierno español debe entender que esto no es un problema de Cataluña, es un problema de estado. Y no puede prescindir de él porque le va a afectar”. Teniendo en cuenta además que los partidos independentistas han sido socios necesarios de la moción de censura que ha puesto a Sánchez en La Moncloa, García recuerda que el presidente del Gobierno puede tener una presión extra: “Puigdemont puede influir cuándo Sánchez convoca las elecciones generales”, advierte.
“Puigdemont decidirá si sus diputados votan o no los presupuestos de Sánchez”. Y concluye: “Cualquier presidente del Gobierno español tiene que tener en cuenta que este es un problema de Estado y es un problema muy grave. Tiene que tratar de encauzarlo porque si no se le vuelve en contra tarde o temprano. El Gobierno de España no puede meter debajo de la alfombra el problema en Cataluña porque se convierte en una soga al cuello”.
"Puigdemont puede decidir cuándo Sánchez convoca las elecciones"
Salud.