EL CURIOSO IMPERTINENTE
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Escrito por un joven e impetuoso Pedro Antonio de Alarcón (tenía 26 años cuando sentó plaza de soldado en el Tercer Cuerpo de Ejército comandado por Antonio Ros de Olano).
Es interesante reseñar que probablemente el autor haya sido el primero o uno de los primeros reporteros de guerra de nuestra historia, aunque no estuvo sólo en esa misión. También el poeta Gaspar Núñez de Arce participó en el conflicto. Sin olvidar al pintor Mariano Fortuny, que nos dejó un impresionante cuadro de la Batalla de Tetúan, amén de muchas pinturas de temática jovenlandés.
Al decir de Alarcón, la intervención española obedecía a una doble finalidad: castigar los ultrajes contra el honor de España por parte de los jovenlandeses y
acrecentar el prestigio de nuestro país, devolviéndolo al lugar que le correspondía en el concierto europeo. Sin embargo, España se enfrentaba a un formidable escollo: la Gran Bretaña estaba sumamente interesada, por razones estratégicas, en defender la independencia y la integridad territorial del llamado Imperio Jerifiano. Eso obligaba a O'Donnell a proceder con suma cautela, persiguiendo objetivos limitados. También explica que en las paginas del diario de Alarcón lata una sorda hostilidad hacia Inglaterra, a la que acusa (aunque sin nombrarla) de apoyar encubierto a los jovenlandeses. Así mismo en el desarrollo de las operaciones militares O'Donnell se caracterizó por su prudencia y buen juicio. Por contra Prim representaba el ímpetu, el elan, especialmente en la Batalla de Castillejos. La toma de la ciudad de Tetúan fue el objetivo inicial elegido, en lugar del puerto de Tánger, lo que habría podido provocar una temprana reacción de los ingleses. Los españoles no sólo tuvieron que enfrentarse con los jovenlandeses sino con un enemigo aún más mortífero: el cólera. Dos terceras partes de los muertos en la campaña lo fueron a causa de esa enfermedad.
Tras la toma de Tetúan los jovenlandeses pidieron la paz, pero las negociaciones se rompieron cuando el Gobierno Interino (contra el parecer de O'Donnell, de sus generales y del propio Alarcón) exigió la cesión de Tetúan al Reino de España. Condición inaceptable para los jovenlandeses, que fiaban en la protección británica como último recurso. Atendiendo a la opinión del Capitán General el gobierno rebajó sus exigencias, demandando la ocupación temporal de Tetúan como garantía del pago de las reparaciones. Los jovenlandeses se negaron a ceder también en ese punto, con lo que se reanudaron las hostilidades. Aumentado con tropas de refresco nuestro ejército marchó sobre Tánger y en el camino se libró la última y más feroz batalla (Gualdrás o Wad-Ras). Fue una nueva victoria para nuestras armas que obligó a los marroquíes a capitular.
Dignos de reseñar también son las observaciones de nuestro autor acerca de los jovenlandeses y judíos con los que trató durante su estancia en Tetúan. Sus comentarios acerca de ambos pueblos son deliciosamente incorrectos, aunque no dejaba de alabar la dignidad y el patriotismo de los jovenlandeses. De los judíos, en cambio, tenía peor opinión.
Lamentablemente, aquel ambiente de optimismo, henchido de fervor patriótico y de júbilo por nuestras victorias sólo fue un espejismo. Menos de diez años después algunos de los mismos capitanes que se habían distinguido en la Guerra de África se alzaron en armas contra la reina, dando inició a un turbulento sexenio que dio al traste con las esperanzas de que España volviera a ser un país fuerte y respetado. Al llegar la Restauración se tuvo que volver a empezar casi de cero.
Es interesante reseñar que probablemente el autor haya sido el primero o uno de los primeros reporteros de guerra de nuestra historia, aunque no estuvo sólo en esa misión. También el poeta Gaspar Núñez de Arce participó en el conflicto. Sin olvidar al pintor Mariano Fortuny, que nos dejó un impresionante cuadro de la Batalla de Tetúan, amén de muchas pinturas de temática jovenlandés.
Al decir de Alarcón, la intervención española obedecía a una doble finalidad: castigar los ultrajes contra el honor de España por parte de los jovenlandeses y
acrecentar el prestigio de nuestro país, devolviéndolo al lugar que le correspondía en el concierto europeo. Sin embargo, España se enfrentaba a un formidable escollo: la Gran Bretaña estaba sumamente interesada, por razones estratégicas, en defender la independencia y la integridad territorial del llamado Imperio Jerifiano. Eso obligaba a O'Donnell a proceder con suma cautela, persiguiendo objetivos limitados. También explica que en las paginas del diario de Alarcón lata una sorda hostilidad hacia Inglaterra, a la que acusa (aunque sin nombrarla) de apoyar encubierto a los jovenlandeses. Así mismo en el desarrollo de las operaciones militares O'Donnell se caracterizó por su prudencia y buen juicio. Por contra Prim representaba el ímpetu, el elan, especialmente en la Batalla de Castillejos. La toma de la ciudad de Tetúan fue el objetivo inicial elegido, en lugar del puerto de Tánger, lo que habría podido provocar una temprana reacción de los ingleses. Los españoles no sólo tuvieron que enfrentarse con los jovenlandeses sino con un enemigo aún más mortífero: el cólera. Dos terceras partes de los muertos en la campaña lo fueron a causa de esa enfermedad.
Tras la toma de Tetúan los jovenlandeses pidieron la paz, pero las negociaciones se rompieron cuando el Gobierno Interino (contra el parecer de O'Donnell, de sus generales y del propio Alarcón) exigió la cesión de Tetúan al Reino de España. Condición inaceptable para los jovenlandeses, que fiaban en la protección británica como último recurso. Atendiendo a la opinión del Capitán General el gobierno rebajó sus exigencias, demandando la ocupación temporal de Tetúan como garantía del pago de las reparaciones. Los jovenlandeses se negaron a ceder también en ese punto, con lo que se reanudaron las hostilidades. Aumentado con tropas de refresco nuestro ejército marchó sobre Tánger y en el camino se libró la última y más feroz batalla (Gualdrás o Wad-Ras). Fue una nueva victoria para nuestras armas que obligó a los marroquíes a capitular.
Dignos de reseñar también son las observaciones de nuestro autor acerca de los jovenlandeses y judíos con los que trató durante su estancia en Tetúan. Sus comentarios acerca de ambos pueblos son deliciosamente incorrectos, aunque no dejaba de alabar la dignidad y el patriotismo de los jovenlandeses. De los judíos, en cambio, tenía peor opinión.
Lamentablemente, aquel ambiente de optimismo, henchido de fervor patriótico y de júbilo por nuestras victorias sólo fue un espejismo. Menos de diez años después algunos de los mismos capitanes que se habían distinguido en la Guerra de África se alzaron en armas contra la reina, dando inició a un turbulento sexenio que dio al traste con las esperanzas de que España volviera a ser un país fuerte y respetado. Al llegar la Restauración se tuvo que volver a empezar casi de cero.
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