Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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César entró al bar para desayunar en compañía de su ex-novia. Un tanto sorprendido pregunté qué iban a tomar; él pidió café y un par de porras y ella, tras pensarlo un poco, se decidió por un vermut blanco con una gota de ginebra.
- ¡Pero nada, Kufisto, sólo un toque!
Ya. Las diez de la mañana. La verdad es que César tenía cara de haber pasado mala noche; ella no tanto, aunque decir esto de una disoluta no sea gran cosa. Con todo la copa le vino larga y mi amigo tuvo que ayudarla para darle fin. Estaba claro, se daban cuenta, que tenían que irse. ¡Y no es que hubiese mucha gente en el bar y ellos desparramando, no! César es uno de esos tíos a los que uno le dejaría con toda tranquilidad las llaves del piso, el cuidado de la gata y hasta la tarjeta bancaria. He conocido muy poquita gente tan íntegra como él. Por eso fue que me sorprendió tanto su relación con esta astuta descompuesta.
- ¡...Kufisto! -oí la voz de ella bajo el estruendo del extractor de la cocina donde andaba preparando el sofrito para el arroz del mediodía.
- ¡Voy!
Y ya salía a la barra cuando la vi diciendo que se iban.
- Vale, vale...que se dé bien.
"Que se dé bien" Jajaja...Un poco cabrón.
La conozco bien. La conocí mucho antes que César. Y por eso me sorprendió tanto que se liara con ella, aunque sólo fue un año pero convivido, cosa que ya alcanza los límites de lo increíble. En verdad puede ser que realmente no conozca al buen César pero...¿quien conoce a nadie?
Por gusto salí de la cocina tras darle unas vueltas al pimiento. Les vi cruza el paso de cebra y tirar calle arriba, sin duda hacia el garito de los colombianos, un sitio nauseabundo. Pobre César. Lo que consigue la soledad.
- ¡HOOOLA, KUFISTO!
- ¡HOOOLA, OSCAR!
Hoy fue él quien saludó primero, nada más cruzar la puerta del bar. Venía con su padre, como siempre, un amigo de la infancia. Hacía un mes que no le veía; a veces no quiere salir de casa si hace mal tiempo. Con apenas trece años es un pianista estupendo: interpreta partituras clásicas con pasmosa facilidad. Pero lo mejor es cuando improvisa sus cosas en el piso de sus padres: es un "piano air" verdadero que llega a emocionarte.
- ¿Lo de siempre, Pedro? -le pregunté a su padre, un hombretón que en un arrebato de furia sería capaz de partir en dos a Cristo bendito.
- Sí...¡no! Hoy me vas a poner un vermut con un poco de gaseosa.
- ¿Y como va eso, Oscar? -le dije.
- ¡Bien! -respondió mientras su padre intentaba enseñarle otra vez a quitarse el abrigo.
- ¡Pero deja de mirar el teléfono!
Jajaja...
- ¿Has felicitado a tu padre, Oscar?
- Sí -dijo su padre- Es lo primero que ha hecho. ¡Aunque ya lo hizo anoche antes de acostarnos! ¡Jajaja!
Oscar acabó pronto con su botella de agua y dos bolsas de patatas fritas. Y ya nervioso se acabó la visita mientras su padre y yo hablábamos de coches.
- Dile adiós a Kufisto -dijo su padre poniéndole el abrigo.
- ¡ADIÓS, KUFISTO!
- ¡ADIÓS, OSCAR!
El mediodía del bar llegó hoy mucho más que tarde el solar. Precisamente ayer se lo dije al buen César, eso del verdadero mediodía. Pero ya eran casi las dos y no había humo que festejar.
De pronto, como siempre, el delirio: todos al mismo tiempo. ¡Hasta los padres de Sonia! pero sin ella.
Y volé. Volé tras la barra como esas águilas del documental que a primera hora me había obligado a parar un poco la tarea. Era impresionante. Era algo que había que ver por más pulgas y sofritos que hubiera que preparar.
El águila volaba buscando comida en las invernales montañas austríacas.
- jorobar.
Y de repente ve cuervos. Comida.
- El 90 % de la alimentación de las águilas en invierno es carroñera -decía la voz en off.
Y allí se lanzaba. A fin.
Todos los cuervos se apartaron del astuta muerto.
- ¡Ya está bien! -dijo un amigo cuando ya lo tuve todo recogido.
- Pues sí -respondí echando un trago de cerveza.
Pues sí.
- ¡Pero nada, Kufisto, sólo un toque!
Ya. Las diez de la mañana. La verdad es que César tenía cara de haber pasado mala noche; ella no tanto, aunque decir esto de una disoluta no sea gran cosa. Con todo la copa le vino larga y mi amigo tuvo que ayudarla para darle fin. Estaba claro, se daban cuenta, que tenían que irse. ¡Y no es que hubiese mucha gente en el bar y ellos desparramando, no! César es uno de esos tíos a los que uno le dejaría con toda tranquilidad las llaves del piso, el cuidado de la gata y hasta la tarjeta bancaria. He conocido muy poquita gente tan íntegra como él. Por eso fue que me sorprendió tanto su relación con esta astuta descompuesta.
- ¡...Kufisto! -oí la voz de ella bajo el estruendo del extractor de la cocina donde andaba preparando el sofrito para el arroz del mediodía.
- ¡Voy!
Y ya salía a la barra cuando la vi diciendo que se iban.
- Vale, vale...que se dé bien.
"Que se dé bien" Jajaja...Un poco cabrón.
La conozco bien. La conocí mucho antes que César. Y por eso me sorprendió tanto que se liara con ella, aunque sólo fue un año pero convivido, cosa que ya alcanza los límites de lo increíble. En verdad puede ser que realmente no conozca al buen César pero...¿quien conoce a nadie?
Por gusto salí de la cocina tras darle unas vueltas al pimiento. Les vi cruza el paso de cebra y tirar calle arriba, sin duda hacia el garito de los colombianos, un sitio nauseabundo. Pobre César. Lo que consigue la soledad.
- ¡HOOOLA, KUFISTO!
- ¡HOOOLA, OSCAR!
Hoy fue él quien saludó primero, nada más cruzar la puerta del bar. Venía con su padre, como siempre, un amigo de la infancia. Hacía un mes que no le veía; a veces no quiere salir de casa si hace mal tiempo. Con apenas trece años es un pianista estupendo: interpreta partituras clásicas con pasmosa facilidad. Pero lo mejor es cuando improvisa sus cosas en el piso de sus padres: es un "piano air" verdadero que llega a emocionarte.
- ¿Lo de siempre, Pedro? -le pregunté a su padre, un hombretón que en un arrebato de furia sería capaz de partir en dos a Cristo bendito.
- Sí...¡no! Hoy me vas a poner un vermut con un poco de gaseosa.
- ¿Y como va eso, Oscar? -le dije.
- ¡Bien! -respondió mientras su padre intentaba enseñarle otra vez a quitarse el abrigo.
- ¡Pero deja de mirar el teléfono!
Jajaja...
- ¿Has felicitado a tu padre, Oscar?
- Sí -dijo su padre- Es lo primero que ha hecho. ¡Aunque ya lo hizo anoche antes de acostarnos! ¡Jajaja!
Oscar acabó pronto con su botella de agua y dos bolsas de patatas fritas. Y ya nervioso se acabó la visita mientras su padre y yo hablábamos de coches.
- Dile adiós a Kufisto -dijo su padre poniéndole el abrigo.
- ¡ADIÓS, KUFISTO!
- ¡ADIÓS, OSCAR!
El mediodía del bar llegó hoy mucho más que tarde el solar. Precisamente ayer se lo dije al buen César, eso del verdadero mediodía. Pero ya eran casi las dos y no había humo que festejar.
De pronto, como siempre, el delirio: todos al mismo tiempo. ¡Hasta los padres de Sonia! pero sin ella.
Y volé. Volé tras la barra como esas águilas del documental que a primera hora me había obligado a parar un poco la tarea. Era impresionante. Era algo que había que ver por más pulgas y sofritos que hubiera que preparar.
El águila volaba buscando comida en las invernales montañas austríacas.
- jorobar.
Y de repente ve cuervos. Comida.
- El 90 % de la alimentación de las águilas en invierno es carroñera -decía la voz en off.
Y allí se lanzaba. A fin.
Todos los cuervos se apartaron del astuta muerto.
- ¡Ya está bien! -dijo un amigo cuando ya lo tuve todo recogido.
- Pues sí -respondí echando un trago de cerveza.
Pues sí.