[... ] La utilización espuria del CIS para presagiar una rotunda victoria del PSOE siembra un precedente al que apelar cuando, llegado el momento de la verdad, se le diera por ganador en contra de todas las previsiones demoscópicas.
El empeño en conquistar el Poder Judicial, conseguido ya en el Tribunal Constitucional, apuntalaría un control de la Junta Electoral Central, decisiva para avalar todas las anomalías que pudieran perpetrarse antes, durante y después de una votación a la que llegaremos tras meses de probables tensiones, enfrentamientos y juego sucio como nunca habremos visto en muchos lustros.
El control de Indra por parte del Gobierno, rematado con la inclusión en su Consejo de Administración del Grupo Prisa, también alimenta el recelo, por razones evidentes: aunque la firma no se encarga del recuento de votos propiamente dicho, sí participa en una parte del proceso, una razón en sí misma suficiente para haber alejado de allí al poder político y a la corporación mediática más devota de la continuidad de Sánchez.
El extraño proceso de nacionalización urgente de latinoamericanos sin relación alguna con España más allá de la que tuvieron sus ancestros; los cambios en el Instituto Nacional de Estadística, la grosera manipulación de las cifras reales del paro; la estigmatización de la crítica mediática perfectamente diseñada en un engendro bautizado con el nombre de ”Estrategia Nacional contra la Desinformación” o el sometimiento ya impúdico de las reglas del Congreso a las necesidades del presidente terminan de dibujar un paisaje inquietante.
Nada de ello da para afirmar que estamos en el prólogo de un pucherazo, pero todo junto sí obliga a activar las alarmas, elevar los controles y someter el procedimiento más definitorio de la salud de una democracia a un chequeo exhaustivo que devuelva a los ciudadanos la confianza plena en su solvencia.
Fue el propio PSOE, allá por 2016, quien acusó a Sánchez de intentar un «pucherazo» para evitar su caída en el Comité Federal, organizando una votación fraudulenta, sin censo formal, sin interventores claros y en urnas escondidas, para sobrevivir al frente del partido. Ese precedente tampoco ayuda a confiar en que, si tiene una mínima posibilidad de hacer algo, no lo haga por los escrúpulos que jamás ha demostrado tener. Casi todo lo que era imposible, él lo ha hecho, intentado o al menos pensado.
El empeño en conquistar el Poder Judicial, conseguido ya en el Tribunal Constitucional, apuntalaría un control de la Junta Electoral Central, decisiva para avalar todas las anomalías que pudieran perpetrarse antes, durante y después de una votación a la que llegaremos tras meses de probables tensiones, enfrentamientos y juego sucio como nunca habremos visto en muchos lustros.
El control de Indra por parte del Gobierno, rematado con la inclusión en su Consejo de Administración del Grupo Prisa, también alimenta el recelo, por razones evidentes: aunque la firma no se encarga del recuento de votos propiamente dicho, sí participa en una parte del proceso, una razón en sí misma suficiente para haber alejado de allí al poder político y a la corporación mediática más devota de la continuidad de Sánchez.
El extraño proceso de nacionalización urgente de latinoamericanos sin relación alguna con España más allá de la que tuvieron sus ancestros; los cambios en el Instituto Nacional de Estadística, la grosera manipulación de las cifras reales del paro; la estigmatización de la crítica mediática perfectamente diseñada en un engendro bautizado con el nombre de ”Estrategia Nacional contra la Desinformación” o el sometimiento ya impúdico de las reglas del Congreso a las necesidades del presidente terminan de dibujar un paisaje inquietante.
Nada de ello da para afirmar que estamos en el prólogo de un pucherazo, pero todo junto sí obliga a activar las alarmas, elevar los controles y someter el procedimiento más definitorio de la salud de una democracia a un chequeo exhaustivo que devuelva a los ciudadanos la confianza plena en su solvencia.
Fue el propio PSOE, allá por 2016, quien acusó a Sánchez de intentar un «pucherazo» para evitar su caída en el Comité Federal, organizando una votación fraudulenta, sin censo formal, sin interventores claros y en urnas escondidas, para sobrevivir al frente del partido. Ese precedente tampoco ayuda a confiar en que, si tiene una mínima posibilidad de hacer algo, no lo haga por los escrúpulos que jamás ha demostrado tener. Casi todo lo que era imposible, él lo ha hecho, intentado o al menos pensado.
¿Está preparando un pucherazo Pedro Sánchez?
La complejidad del proceso electoral y la existencia de controles enfrían ese temor, pero los precedentes y las manipulaciones de Sánchez obligan a...
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