Israel Gracia
Madmaxista
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Imagen de archivo de aplausos desde el balcón.
AR.- Excusen llamarme patriota. No lo soy. Para serlo tendría que amar y admirar a la población de la que emerge el concepto de España. Ni la amo ni la admiro. Digo más, preferiría no tener que llamarme compatriota de la mayoría de las personas con las que me cruzo a diario. De esta población, la derecha social me gusta todavía menos. Aceptaría encantado el pasaporte que me brindara un país como Estados Unidos. Incluso Corea del Norte. Allí al menos no ha llegado todavía el hedor de esta democracia herrumbrosa de quinquis, trileros, orates y maleantes. Allí al menos se fusila bien. Reconozco que he llegado al límite estas semanas de cobi19. La cobardía, la hediondez jovenlandesal, la mediocridad, la materialidad, la incultura, la indignidad, la ridiculez, el poco o nulo valor vital de los españoles, puestos en evidencia las últimas semanas, han sido más que suficientes.
Excepto por media docena de vacaciones que he cogido en mi vida, no he dejado de trabajar duro desde que tenía veintipocos años. No recuerdo en todo este tiempo haber estado enfermo, y si lo estuve no recuerdo que ello me impidiera cumplir con un horario de trabajo, que nunca bajó de las 12 horas al día. Nunca nadie me regaló nada, y he tenido que trabajar siempre a destajo para al menos alcanzar la posición de escribir u opinar lo que me sale del alma sin tener que depender de ningún editor garrulo.
Pero reconozco que empiezo a estar harto, muy harto de vivir en este país enfermo. Estoy harto de vivir a las órdenes de unos políticos que conforman el estadio jovenlandesal más bajo de la sociedad.
Estoy harto de que estos días, la vida o la fin, la salud o la enfermedad de miles de ciudadanos españoles dependa de unos dirigentes a quienes les importa más los cálculos electorales y los chanchullos de siempre que el interés colectivo.
Estoy harto de que ni aún cuando la salud de muchos dependiese de la llegada de material sanitario en buenas condiciones, nos hayamos librado de esa legión de pícaros, bribones, golfos, salteadores y corruptos que han sido y son el mejor exponente de los valores partitocráticos.
Estoy harto de esos españoles que han salido cada tarde a los balcones para bailar, cantar y batir palmas, mientras los tanatorios, los hospitales y las residencias se llenaban de cadáveres.
Estoy harto de que los españoles pasen de todo y traguen con todo. Por ejemplo, que los dirigentes añadan más incertidumbre al futuro poniendo al frente de la reconstrucción económica nada menos que a un socialista sin estudios que traduce en fracaso todo lo que toca, y a un líder comunista cuyo dato biográfico más sobresaliente es el de representante de la guerrilla de las FARC en las conversaciones de La Habana.
Estoy harto de un país que permite que haya test para los futbolistas y no para los sanitarios.
Estoy harto de que un vago o un ‘okupa’ tenga más derechos que las personas que aún conservan la ética de trabajo.
Estoy harto de una Policía que sanciona por llevar banderas españolas, que penetra en las iglesias interrumpiendo las homilías y desalojando a los fieles, que detiene a un pobre diablo por salir a la calle y permite a Pablo Iglesias saltarse la cuarentena. Estoy harto de esos patriotas de pacotilla a quienes el sueldo de esos policías les preocupa más que el de un trabajador del campo.
Estoy harto que se dé luz verde a la ‘okupación’ ilegal de pisos mientras guardias civiles vigilan día y noche para que nadie entre en el chalecito del par de golfos de Galapagar.
Estoy harto de que mientras se prohíbe a los cristianos la entrada en los templos, el Gobierno autorice los desplazamientos fuera de sus localidades a las personas de religión fiel a la religión del amora con motivo del ramadán.
Estoy harto que cualquier ciudadano español vea cómo sus hijos, pese a prepararse concienzudamente, son incapaces de lograr un puesto de trabajo, mientras se permite que el más orate de los españoles pueda ser elegido para gestionar y administrar el Tesoro o dirigir el destino de la nación.
Estoy harto de la dictadura de género y la aberración del lenguaje inclusivo disfrazado de igualdad, que ha convertido el Parlamento español y el resto de administraciones públicas en una academia feminista de analfabetas funcionales.
Estoy harto de esa caterva de artistas progres subvencionados, y de esas continuas deposiciones cinematográficas al servicio de una sociedad partidaria, pronográfica y frentista.
Estoy harto de que la política tenga que salir al auxilio del arte, porque ese arte se ha prostituido tanto que es incapaz de vivir si no es a expensas de los políticos.
Estoy harto de que el ‘culebrón Merlos’ haya protagonizado más tertulias televisivas y más encendidos debates que la letalidad entre los mayores.
Estoy harto del poder que orates y afeminados ejercen sobre nuestras vidas. Estoy harto de que el futuro económico y la salud jovenlandesal de nuestros hijos dependa de gente como ‘El Chepas’ y la cajera.
Estoy harto de que me digan que tengo que acoger y ayudar a los representantes de esos pueblos que comían larvas mientras aquí se construían catedrales.
Estoy harto de que me digan que debemos ganar menos para mantener a la legión de vagos, menesterosos, oenegeros, feministas y subvencionados de toda laya, con tal de que la izquierda no pierda su principal cantera de votos.
Pero sobre todo, estoy muy harto de la derecha social, porque debiendo tener conciencia de todas las cosas que provocan mi hartazgo, lo que hace es mirar para otro lado. Estoy harto de esa derechona friki y fistro, cuyos confines ideológicos se limitan al ‘Viva España’ escobariano y al ‘Arriba España’ cuartelero. Estoy harto de esa derecha dominguera que no hace más que perder batallas, una tras otra. Estoy harto de esa derecha zafia, tópica, cainita, de argumentos epidérmicos y de andar con el pie cambiado. Estoy harto de esos patriotas postureros que exaltan a La Legión en su centenario y se olvidan de mencionar el nombre de su fundador. Estoy harto de todos esos generalotes que alcanzan la conciencia crítica y el instinto patriótico al resguardo de sus pensiones.
Debo admitir que esa derecha, a trompicones entre el sainete y el Capitán Araña, vale menos que la izquierda, que ya es valer poco. La izquierda está ganando de calle la guerra que muchos creían haber ganado en el 39. Han conseguido sacar a Franco de su tumba, confinar la incorrección política en el baúl del olvido, adoctrinar ideológicamente a la nación, introducirnos sus prejuicios, imponernos su visión maniquea de la historia, cambiar el nombre a nuestras calles, ideologizar la jovenlandesal, pervertir el lenguaje, implementar la verdad oficial como un dogma de fe, oficializar sus preferencias éticas y estéticas, demonizar a nuestros héroes. Salvo este medio, ni siquiera se ha tenido el coraje de despedir a Billy el Niño con el respeto que ellos dispensaron al genocida Santiago Carrillo, enterrado en olor de multitudes. Por eso no distingo entre el PP y Vox, salvo en algunos detalles florales que en el fondo no alteran nada.
Un pueblo que ha perdido la dignidad hasta de pedir justicia para sus muertos, víctimas en muchos casos de la negligencia de este Gobierno, no merece ser reconocido como algo propio y cercano afectivamente. Pura razón natural tras 42 años de oligarquía partitocrática. Lo que tenemos es una masa adormecida, amorfa, hueca, vacía, grotesca, extremadamente manipulable… De ella no se podrá sacar nunca nada bueno, nada positivo. Al igual que otros europeos, pero en grado mucho mayor, los españoles han llegado al último capítulo de la decadencia y la degradación. Este es un organismo en putrefacción avanzado. La carne agusanada de este cuerpo es lo único que realmente se mueve y tiene vida.
Los representantes de ese pueblo son todavía peores. La Monarquía letiziana solo se sirve a ella misma. Los partidos sirven únicamente a sus dirigentes y financiadores. Las altas esferas judiciales sirven a los fuertes y se ensañan con los débiles. La cúpula de la Iglesia sirve a Satanás. Los medios de manipulación sirven al pesebre que les llena las alforjas con millones de euros. El sistema ha quebrado. El sistema es un inmenso campo jovenlandesal de ruinas. Nos han arruinado y humillado, nos han dejado sin futuro. Las próximas generaciones de españoles pagarán dramáticamente los excesos de estos años.
Los españoles ya no sienten ni frío ni calor. Están tan cretinizados que admiten como corriente lo que en otra época habría provocado un levantamiento. Lo lamento, pero estoy harto, muy harto, de los españoles. Lo que me pide el cuerpo es otro pasaporte y mandar a la cosa el que ahora tengo.
¿Por qué estoy harto de España y por qué preferiría no tener que llamarme compatriota de la mayoría de los españoles?
Imagen de archivo de aplausos desde el balcón.
AR.- Excusen llamarme patriota. No lo soy. Para serlo tendría que amar y admirar a la población de la que emerge el concepto de España. Ni la amo ni la admiro. Digo más, preferiría no tener que llamarme compatriota de la mayoría de las personas con las que me cruzo a diario. De esta población, la derecha social me gusta todavía menos. Aceptaría encantado el pasaporte que me brindara un país como Estados Unidos. Incluso Corea del Norte. Allí al menos no ha llegado todavía el hedor de esta democracia herrumbrosa de quinquis, trileros, orates y maleantes. Allí al menos se fusila bien. Reconozco que he llegado al límite estas semanas de cobi19. La cobardía, la hediondez jovenlandesal, la mediocridad, la materialidad, la incultura, la indignidad, la ridiculez, el poco o nulo valor vital de los españoles, puestos en evidencia las últimas semanas, han sido más que suficientes.
Excepto por media docena de vacaciones que he cogido en mi vida, no he dejado de trabajar duro desde que tenía veintipocos años. No recuerdo en todo este tiempo haber estado enfermo, y si lo estuve no recuerdo que ello me impidiera cumplir con un horario de trabajo, que nunca bajó de las 12 horas al día. Nunca nadie me regaló nada, y he tenido que trabajar siempre a destajo para al menos alcanzar la posición de escribir u opinar lo que me sale del alma sin tener que depender de ningún editor garrulo.
Pero reconozco que empiezo a estar harto, muy harto de vivir en este país enfermo. Estoy harto de vivir a las órdenes de unos políticos que conforman el estadio jovenlandesal más bajo de la sociedad.
Estoy harto de que estos días, la vida o la fin, la salud o la enfermedad de miles de ciudadanos españoles dependa de unos dirigentes a quienes les importa más los cálculos electorales y los chanchullos de siempre que el interés colectivo.
Estoy harto de que ni aún cuando la salud de muchos dependiese de la llegada de material sanitario en buenas condiciones, nos hayamos librado de esa legión de pícaros, bribones, golfos, salteadores y corruptos que han sido y son el mejor exponente de los valores partitocráticos.
Estoy harto de esos españoles que han salido cada tarde a los balcones para bailar, cantar y batir palmas, mientras los tanatorios, los hospitales y las residencias se llenaban de cadáveres.
Estoy harto de que los españoles pasen de todo y traguen con todo. Por ejemplo, que los dirigentes añadan más incertidumbre al futuro poniendo al frente de la reconstrucción económica nada menos que a un socialista sin estudios que traduce en fracaso todo lo que toca, y a un líder comunista cuyo dato biográfico más sobresaliente es el de representante de la guerrilla de las FARC en las conversaciones de La Habana.
Estoy harto de un país que permite que haya test para los futbolistas y no para los sanitarios.
Estoy harto de que un vago o un ‘okupa’ tenga más derechos que las personas que aún conservan la ética de trabajo.
Estoy harto de una Policía que sanciona por llevar banderas españolas, que penetra en las iglesias interrumpiendo las homilías y desalojando a los fieles, que detiene a un pobre diablo por salir a la calle y permite a Pablo Iglesias saltarse la cuarentena. Estoy harto de esos patriotas de pacotilla a quienes el sueldo de esos policías les preocupa más que el de un trabajador del campo.
Estoy harto que se dé luz verde a la ‘okupación’ ilegal de pisos mientras guardias civiles vigilan día y noche para que nadie entre en el chalecito del par de golfos de Galapagar.
Estoy harto de que mientras se prohíbe a los cristianos la entrada en los templos, el Gobierno autorice los desplazamientos fuera de sus localidades a las personas de religión fiel a la religión del amora con motivo del ramadán.
Estoy harto que cualquier ciudadano español vea cómo sus hijos, pese a prepararse concienzudamente, son incapaces de lograr un puesto de trabajo, mientras se permite que el más orate de los españoles pueda ser elegido para gestionar y administrar el Tesoro o dirigir el destino de la nación.
Estoy harto de la dictadura de género y la aberración del lenguaje inclusivo disfrazado de igualdad, que ha convertido el Parlamento español y el resto de administraciones públicas en una academia feminista de analfabetas funcionales.
Estoy harto de esa caterva de artistas progres subvencionados, y de esas continuas deposiciones cinematográficas al servicio de una sociedad partidaria, pronográfica y frentista.
Estoy harto de que la política tenga que salir al auxilio del arte, porque ese arte se ha prostituido tanto que es incapaz de vivir si no es a expensas de los políticos.
Estoy harto de que el ‘culebrón Merlos’ haya protagonizado más tertulias televisivas y más encendidos debates que la letalidad entre los mayores.
Estoy harto del poder que orates y afeminados ejercen sobre nuestras vidas. Estoy harto de que el futuro económico y la salud jovenlandesal de nuestros hijos dependa de gente como ‘El Chepas’ y la cajera.
Estoy harto de que me digan que tengo que acoger y ayudar a los representantes de esos pueblos que comían larvas mientras aquí se construían catedrales.
Estoy harto de que me digan que debemos ganar menos para mantener a la legión de vagos, menesterosos, oenegeros, feministas y subvencionados de toda laya, con tal de que la izquierda no pierda su principal cantera de votos.
Pero sobre todo, estoy muy harto de la derecha social, porque debiendo tener conciencia de todas las cosas que provocan mi hartazgo, lo que hace es mirar para otro lado. Estoy harto de esa derechona friki y fistro, cuyos confines ideológicos se limitan al ‘Viva España’ escobariano y al ‘Arriba España’ cuartelero. Estoy harto de esa derecha dominguera que no hace más que perder batallas, una tras otra. Estoy harto de esa derecha zafia, tópica, cainita, de argumentos epidérmicos y de andar con el pie cambiado. Estoy harto de esos patriotas postureros que exaltan a La Legión en su centenario y se olvidan de mencionar el nombre de su fundador. Estoy harto de todos esos generalotes que alcanzan la conciencia crítica y el instinto patriótico al resguardo de sus pensiones.
Debo admitir que esa derecha, a trompicones entre el sainete y el Capitán Araña, vale menos que la izquierda, que ya es valer poco. La izquierda está ganando de calle la guerra que muchos creían haber ganado en el 39. Han conseguido sacar a Franco de su tumba, confinar la incorrección política en el baúl del olvido, adoctrinar ideológicamente a la nación, introducirnos sus prejuicios, imponernos su visión maniquea de la historia, cambiar el nombre a nuestras calles, ideologizar la jovenlandesal, pervertir el lenguaje, implementar la verdad oficial como un dogma de fe, oficializar sus preferencias éticas y estéticas, demonizar a nuestros héroes. Salvo este medio, ni siquiera se ha tenido el coraje de despedir a Billy el Niño con el respeto que ellos dispensaron al genocida Santiago Carrillo, enterrado en olor de multitudes. Por eso no distingo entre el PP y Vox, salvo en algunos detalles florales que en el fondo no alteran nada.
Un pueblo que ha perdido la dignidad hasta de pedir justicia para sus muertos, víctimas en muchos casos de la negligencia de este Gobierno, no merece ser reconocido como algo propio y cercano afectivamente. Pura razón natural tras 42 años de oligarquía partitocrática. Lo que tenemos es una masa adormecida, amorfa, hueca, vacía, grotesca, extremadamente manipulable… De ella no se podrá sacar nunca nada bueno, nada positivo. Al igual que otros europeos, pero en grado mucho mayor, los españoles han llegado al último capítulo de la decadencia y la degradación. Este es un organismo en putrefacción avanzado. La carne agusanada de este cuerpo es lo único que realmente se mueve y tiene vida.
Los representantes de ese pueblo son todavía peores. La Monarquía letiziana solo se sirve a ella misma. Los partidos sirven únicamente a sus dirigentes y financiadores. Las altas esferas judiciales sirven a los fuertes y se ensañan con los débiles. La cúpula de la Iglesia sirve a Satanás. Los medios de manipulación sirven al pesebre que les llena las alforjas con millones de euros. El sistema ha quebrado. El sistema es un inmenso campo jovenlandesal de ruinas. Nos han arruinado y humillado, nos han dejado sin futuro. Las próximas generaciones de españoles pagarán dramáticamente los excesos de estos años.
Los españoles ya no sienten ni frío ni calor. Están tan cretinizados que admiten como corriente lo que en otra época habría provocado un levantamiento. Lo lamento, pero estoy harto, muy harto, de los españoles. Lo que me pide el cuerpo es otro pasaporte y mandar a la cosa el que ahora tengo.
¿Por qué estoy harto de España y por qué preferiría no tener que llamarme compatriota de la mayoría de los españoles?