Por qué esta Nochevieja decidí no salir de casa y tú deberías haber hecho lo mismo

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A diferencia de la mayoría de la gente, ayer, último día del año, no salí. Esta es mi historia de cómo pasé la Nochevieja de 2017, que arranca con una velada nefasta que me obligó a tomar una decisión expeditiva.

Por qué está historia es así
Es posible que nada de esto hubiese pasado si mis últimas fiestas de Nochevieja hubiesen sido algo parecido a divertidas. Tal vez esta decisión no apele a mi salud, a mi buen dormir o a mi deseo de no tener resaca. Recuerdo mis últimas fiestas de fin de año. En una, organizada en una bolera, me pasé el 70 % de mi tiempo haciendo cola para recibir una copa, un 25 % haciendo cola para entrar en el cuarto de baño y el 5 % restante intentando no encontrarme con excompañeros del instituto. Otra, organizada en un garaje con amigos y con alcoholes de marca blanca que mezclé sin piedad, me llevó a comenzar el año nuevo pasándome el día entero con la cabeza metida dentro de un retrete.

Expulsado de la discoteca, mientras llovía y yo sollozaba, vi una tarjeta de felicitación tirada a la sarama de la que salía una agradable música navideña en la que una familia feliz cenaba frente a una chimenea junto a la frase: "¡Sé muy feliz este nuevo año!"

En otra –esta fue mi favorita– en la que me quedé en Madrid, una pareja aprovechó para dejarme. Acabé contándole mi desgracia a toda la discoteca (incluido, descubrí luego, a su pareja nueva), tirando los chupitos de la barra y expulsado de la discoteca por patoso. Fuera, mientras llovía y yo me congelaba porque mi abrigo no había sido expulsado conmigo, vi una tarjeta de felicitación tirada a la sarama de la que salía una agradable musiquita navideña y en la que se podía ver a una familia feliz cenando frente a una chimenea junto a la frase: "¡Sé muy feliz este 2009!".

Escuché aquella música en la calle vacía, mientras todo el mundo seguía bailando y brindando dentro y yo sollozaba con un gorrito de cartón en la cabeza como única protección para la lluvia. Me pareció un momento tristísimo pero, a la vez, lleno de belleza, de esperanza y de señales de cambio.

Juré que nunca más saldría de casa la noche del 31 al 1 de enero.

Hoy te levantas con 150 euros menos: ¡Buenos días! ¡Feliz 2018!
Los taxis son más caros en Nochevieja. El alcohol es más caro en Nochevieja. Las cervezas que se venden de forma furtiva por la calle y en las que a veces uno cae cuando se mueve de un local a otro son más caras en Nochevieja. Salir el día uno forma parte de una trampa parecida a la de la Navidad: un infierno emocional y económico en el que no solo aceptamos entrar atraídos por sus luces de colores y la parafernalia decorativa, sino que accedemos a hacerlo con una sonrisa y el mejor de nuestros trajes. Añádele el traje de pingüino que tendrías que comprar o que alquilar. Añádele el coste del tinte para que se vayan todas las copas que te han tirado encima. Es posible que esta mañana te hayas levantado con 150 euros menos y ni recuerdes en qué te los has gastado. ¡Buenos días! ¡Feliz 2018!

La gente se pone muy nerviosa
En Nochevieja es el momento del año en que más cocaína se consume. Es habitual que gente que ha dejado esta droja recaiga (porque, vaya, es Nochevieja) y que gente que no la consume nunca lo haga en una noche como la de ayer (porque, vaya, es Nochevieja). La gente, en resumen, se pone un poco insoportable (y, siendo prácticos, los cuartos de baño imposibles). Que la cocaína es perjudicial para la salud ni hace falta decirlo, pero no vamos a hacer aquí de jueces de nada. Cada uno se administra su ocio y se autodestruye como mejor crea conveniente. Pero, ¿realmente es necesario lanzarse a la experimentación narcótica en la noche del año en que las mafias hacen horas extra para cubrir la demanda? Lector/a: no deberías drojarte nunca porque el mundo ya es bastante delirante sin ningún tipo de fármaco ilegal, pero si lo haces, elige cualquier otra noche del año.


Entretenimiento para una masa que NO le está prestando atención
En los últimos años me he dado al disfrute de la televisión de Nochevieja con los miembros de la familia que también deciden quedarse en casa (para muchos yo mismo he hecho de abogado de la causa). Hay un mundo fascinante más allá de los programas de humor y de las campanadas. Y es uno en el que la televisión alcanza su pureza máxima: entretenimiento para una masa que no le está prestando atención. Programas de variedades que tienen tan poco ritmo que, al final, tienen todo el ritmo del mundo. Zapeo por un tubo, microhistorias de 30 segundos que es imposible dejar de mirar y con las que te enteras de toooodo lo que ha pasado en el año que nos deja. Nostalgia, nostalgia en sobredosis, actuaciones que van desde la enésima repetición del pecho de Sabrina en 1987 a gazapos de Ana Obregón tropezando con el decorado en cualquier programa que haya presentado en los ochenta, los noventa o los dos mil. Un ser humano podría no ver la televisión en 364 días y enterarse de quién es la gente importante y de qué va realmente la televisión en España dedicando solo dos horas a verla en la madrugada del 1 de enero. Eso sí es economizar recursos. ¡Y tú pensando en irte a una fiesta en una bolera!

El magnético poder de 'la cama'
Salgo a la calle con mis mejores galas, elegante, y me regocijo al cruzarme con la gente que regresa a su casa hecha un espantapájaros o al encontrarme a un hombrecillo ridículo que, mojado bajo la lluvia y cariacontecido, observa un cartel que dice: “¡Feliz año nuevo!”

No, no ese tipo de cama, malpensados. Hay muchos que seguimos yendo a cenar en Nochevieja al hogar materno. Y una gran parte de ellos decide después irse a la fiesta con los amigos tras tomar las uvas y desear un buen año a mamá, a la abuela, al tío y a los primos. Pero otros, camino del cuarto de baño, nos hemos detenido alguna vez en nuestro cuarto de infancia y hemos visto la cama.

La cama puede alcanzar el grado de templo cuando uno ha cenado demasiado cordero, lo ha regado con demasiado vino y ha terminado de estropearlo todo con un trozo extra de tarta de manzana. La cama es un lugar cálido, mullido y silencioso que grita tu nombre muchísimo más alto que cualquier local atestado de gente donde la forma más habitual de saludo es reventarte el tímpano con un matasuegras. La cama es una fiesta que acaba y empieza en sí misma, que es gratis y donde, en principio, nada malo puede suceder. Que haya gente que decide lanzarse ahí fuera en una noche en la que reina el mal y el capital (legal y sumergido) es algo que se escapa a mi entendimiento.

Tú, perfumado; los otros, unos espantapájaros
Hay una belleza enorme, justa y casi diría que kármica en amanecer fresco y lozano en el año que comienza. Uno diría que nada malo puede suceder si has empezado levantándote con la alegría y la satisfacción de Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó. Que sí, que luego ocurren cosas horribles igualmente porque el mundo es un lugar despiadado, pero si la felicidad es un momento corto y tangible, deja que sea este.

Se recomienda, si uno desea aumentar esta sensación de plenitud, que salga a la calle con sus mejores galas, perfumado y elegante y se regocije al cruzarse con la gente que regresa a su casa hecha un auténtico espantapájaros o al encontrarse a un hombrecillo ridículo que, mojado bajo la lluvia y cariacontecido, observa un cartel que dice: “¡Feliz año nuevo!”.

Si es así, acércate a esa persona que siente que su mundo y su nuevo año se han hundido para siempre y susúrrale al oído: “No vuelvas a salir en Nochevieja”. Cambiarás su vida para siempre.


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