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Janus

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Curioso que California se erige en el estandarte americano pro-inmi gración y los demócratas limpian su imagen adheriendose a esa patraña soportada por todos los medios menos por FOX News.

Hace poco vi una entrevista de Tekashi 69 que dió poco antes de ingresar en la guandoca, es mexicano de progenitora y puertorriqueño de padre, vivía en Brooklyn y apenas sabe hablar español. Su inglés y slam denotan cero educación y vida en las calles. Él decía algo que todavía tengo grabado en la mente y veo todos los días: Estados Unidas es un business, un gran business.

Reportaje | Miseria, acoso policial y pesticidas, así malvive en California la mano de obra de la gran despensa americana

El bracero mexicano Berzmo Venegas, en un descanso durante la cosecha en el valle de San Joaquín, California.
4 AGO 2019 - 00:09 CEST
Miseria, calor sofocante, pesticidas, acoso policial y las leyes represivas de Trump son el contexto en el que viven miles de braceros mexicanos en el californiano valle de San Joaquín, una de las grandes despensas agrícolas de Estados Unidos

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EL VALLE DE San Joaquín, en California, se extiende desde Stockton, en el norte, hasta Arvin, en el sur. Mide 377 kilómetros de longitud y 209 de anchura. Si uno se dirige a él en coche desde el área de la bahía de San Francisco, en menos de una hora la temperatura pasa de 14 a 36 grados, y todavía subirá más. Las emisoras de radio son predominantemente de lengua española. Emiten rancheras, boleros, corridos, baladas de amor desdeñado y el característico sonido norteño, percutiente y vigoroso.

El valle es llano y está cubierto permanentemente por una nube de polvo, niebla tóxica, humo y pesticidas. La neblina, producto del tráfico del área metropolitana de la bahía de San Francisco, llega arrastrada por el viento; los pesticidas proceden de los miles de toneladas de sustancias químicas que se vierten cada año en la tierra, y el humo lo desprenden los incendios que arden en el norte y quedan atrapados en el valle, aplastado por el calor. La nube no se mueve de su sitio debido a la presencia de Sierra Nevada, al este; las cadenas costeras, al oeste, y la sierra de Tehachapi, al sur, a la que el escritor de Fresno Mark Arax llama “nuestra Línea Mason-Dixon”, porque marca la separación física y psicológica entre el valle y la cultura cosmopolita del sur de California y Los Ángeles. La ciudad de Bakersfield y la zona circundante, situadas en el límite meridional del valle, tienen el aire de peor calidad de Estados Unidos.

Medido en cosecha anual, San Joaquín es una de las franjas de tierra agrícola más valiosas del país, dominada por grandes productores al mando de una mano de obra formada por trabajadores emigrantes. Las condiciones no han cambiado demasiado desde que Carey McWilliams describiera el ambiente en su libro de 1939 Factories in the Field (Fábricas en el campo). Arax lo equipara con un país centroamericano. “Es la zona más pobre de California”, me explica. “Casi no hay clase media. Para encontrar su equivalente en Estados Unidos tendría que ir a la región de los Apalaches o a las tierras fronterizas de Texas”.

Corona Estella, de Jalisco, México, en un viñedo de Arvin.
Corona Estella, de Jalisco, México, en un viñedo de Arvin. BRIAN FRANK
Pasas, uvas de mesa, pistachos, tomates, frutas con hueso, fresas, ajo y col son algunos de los cultivos del valle. En conjunto, los ingresos proporcionados por las cosechas del valle y del resto de California aportan unos ingresos que ascienden a 47.000 millones de dólares anuales (cerca de 42.000 millones de euros), más del doble que los de Iowa, el segundo mayor Estado agrícola de Estados Unidos. La mayoría de estas rentas benefician a unos pocos centenares de familias, algunas de las cuales son propietarias de nada menos que 50.000 y hasta 100.000 hectáreas de tierra. En la vertiente oeste del valle, las plantaciones son tan grandes que los capataces vigilan a los trabajadores sobrevolando en avión los campos. Los ordenadores controlan el flujo del agua, que se conduce hasta las plantas a través de un intrincado sistema de tuberías y válvulas. “Son prisiones y plantaciones, nada más”, denuncia Paul Chávez, hijo de César Chávez, uno de los cofundadores del sindicato Trabajadores Agrícolas Unidos (UFW por sus siglas en inglés). “En ellas no es posible ni siquiera recibir educación. Según un sondeo oficial del Estado de California, en los poblados en los que viven los peones los maestros titulados no llegan al 30%”.

Hoy en día, al menos el 80% son mexicanos sin papeles, en su mayoría indígenas de los Estados de Oaxaca, Sinaloa y Guerrero —las regiones más pobres del país— que hablan muy poco o nada de español, y mucho menos inglés. La mayor parte lleva como mínimo una década trabajando las fincas, han formado familias en el valle y viven aterrorizados por la migra, como se conoce al Servicio de inmi gración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE por sus siglas en inglés), y la deportación inmediata o el encarcelamiento, que los apartaría de sus hijos.

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A finales de junio visité una plantación de tomates en el condado de Fresno, cerca de la pequeña ciudad de Mendota. La hacienda es propiedad de Gargiulo, uno de los mayores productores de tomates del país. Aparcados junto a los márgenes de las parcelas listas para la recolección había docenas de coches destartalados. Los grupos de indígenas mixtecos dependían del único peón que hablaba español con fluidez para comunicarse con el jefe de la cuadrilla y el representante sindical de UFW que me había introducido clandestinamente en la finca. En temporada alta, estos campos emplean a 400 recolectores. El día de mi visita había unos 250 trabajando. Casi la mitad eran mujeres, algunas de ellas visiblemente embarazadas.

Aunque las temperaturas llegan a los 45 grados, los trabajadores se protegen de los pesticidas con todo tipo de ropajes. Las tasas de cáncer entre ellos son muy elevadas

A causa del calor, la jornada laboral va desde las cinco de la madrugada hasta las diez de la mañana, cuando las temperaturas alcanzan los 45 grados. El sol caía a plomo, pero todos iban cubiertos de pies a cabeza con varias capas de ropa: gorras de béisbol medio rotas sujetas en su sitio con capuchas y bufandas caseras, jerséis encima de jerséis, dos pares de pantalones, calcetines gruesos y botas. Solo los ojos, las mejillas y los dedos quedaban al descubierto. El objetivo era protegerse de los pesticidas. Entre los trabajadores del valle se registran altas tasas de cáncer. Los productos químicos han endurecido tanto la tierra que cuando la coges con la mano forma terrones como piedras, secos y descoloridos. Con el calor, los plaguicidas suben con fuerza desde el suelo. Al cabo de una hora notas cómo te queman en la boca.

El tomate se recoge encorvado. No hay trabajo más penoso y agotador. A pesar de ello, los oaxaqueños se entregan a él a una velocidad vertiginosa. Cobran a razón de 73 centavos (unos 64 céntimos de euro) por cada cubo de 19 litros que consigan llenar. Los peones lo prefieren a la alternativa de los menos de 10 euros por hora del salario mínimo en California. Los más jóvenes llenan dos recipientes a un tiempo. Arrancan de la planta los enormes tomates verdes, les quitan el tallo de un tirón y los dejan caer en el cubo. Luego salen corriendo hasta el remolque de carga enganchado a un tractor a unos 45 o 55 metros de distancia al fondo de la parcela. A continuación vuelven rápidamente a la fila, llamándose y gritándose unos a otros como soldados para mantener el ánimo y el ritmo. En cinco horas, un recolector habilidoso puede ganar entre 66 y 75 euros.

La época del tomate dura cuatro meses, desde junio hasta octubre, tras*curridos los cuales los braceros se trasladan a la vertiente este del valle para cosechar cítricos o podar vides y frutales. Con suerte, un peón diligente puede encontrar trabajo ocho o nueve meses al año y ganar entre 18.000 y 20.000 euros antes de impuestos. En 2010, los obreros indocumentados pagaron alrededor de 10.600 millones de euros en cuotas a la Seguridad Social, un dinero que fue a engrosar las pensiones de jubilación de los estadounidenses, una prestación que estos trabajadores nunca cobrarán.


Esto significa que se necesita una provisión continua de emigrantes mexicanos sin recursos dispuestos a hacer el trabajo. Pero los emigrantes no llegan. Desde 2005, el número de mexicanos que se marchan de Estados Unidos supera al de los que llegan. La explicación no reside solo en la política de mano dura en la frontera. En 2000, cuando esta era mucho más permeable que ahora, 1,6 millones de mexicanos fueron detenidos intentando entrar en Estados Unidos. En 2016 fueron 192.696. El economista Ed Taylor, de la Universidad de California en Davis, calcula que el número de posibles emigrantes procedentes del México rural se reduce cada año en 150.000. Este hecho se explica en parte por la mejora de la situación económica en el norte y el centro de México, que ha atenuado el atractivo del trabajo a cambio del salario mínimo en Estados Unidos, y en parte por el coste y el peligro de aventurarse a cruzar la frontera. Si se consigue entrar en territorio estadounidense, lo que tiene que pagar al traficante puede endeudar de por vida a un obrero que reciba la retribución más baja.


Un bracero mexicano utiliza una gruesa cadena para intentar tirar de un tractor que ha quedado atrapado en el barro.
Un bracero mexicano utiliza una gruesa cadena para intentar tirar de un tractor que ha quedado atrapado en el barro. BRIAN FRANK
Da la impresión de que el clima de miedo que recorre el valle “como una descarga eléctrica” afecta a Hernández y a sus compañeros. Los emigrantes detenidos en la zona van a parar a Mesa Verde, una guandoca privada situada en Bakersfield en la que les es prácticamente imposible contratar a un representante legal debido a que son pobres y no cuentan con ningún apoyo. Allí es donde los asesores voluntarios entran en escena. Según Hernández, son “una gota en el océano”. Desde la prisión, los detenidos “asisten” a la audiencia a través de un vídeo tras*mitido a una sala situada en Sacramento, a 460 kilómetros de distancia. El fallo se dicta en cuestión de minutos. La acumulación de trabajo es ingente. El tribunal tiene una lista interminable de casos y se abre paso a través de ella sin inmutarse.


Poco después del funeral, los agentes del ICE hicieron un despliegue de múltiples vehículos para rodear a Celestino en su casa y llevárselo como si fuese un peligroso criminal. El mexicano fue deportado de inmediato, dejando atrás a su esposa y a sus cuatro hijos, dos de los cuales son ciudadanos estadounidenses. Firmó bajo coerción sus documentos de deportación, lo que supone ser expulsado de Estados Unidos sin audiencia y sin posibilidad de volver nunca más. Su sobrina piensa que el Servicio de inmi gración y Aduanas montó el espectáculo de su arresto porque Celestino había concedido entrevistas a la prensa para hablar del accidente y el coste que había tenido para la familia. “Nos daba ayuda emocional”, recuerda. “Para mi padre, él era como un hijo. Mi padre lo crio”.

Supermercado en Mendota, una de las localidades de California Central que más braceros mexicanos acogen.
Supermercado en Mendota, una de las localidades de California Central que más braceros mexicanos acogen. BRIAN FRANK
Ahora Rufina —una de los denominados dreamers, en situación ilegal y con el programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por sus siglas en inglés) en un limbo judicial— tiene que cuidar de sí misma, de sus cinco hermanos, el menor de los cuales tiene ocho años, y de William, su hijito de un mes. Su mirada era opaca e irremediablemente triste. Me dio la sensación de que vivía en dos mundos: uno en el que conversábamos tranquilamente, y el otro un mundo de pesadilla del que, aparentemente, era incapaz de escapar o le resultaba imposible entender.

Quería que viese el santuario dedicado a sus padres junto a la carretera, cerca del lugar donde murieron. Por el camino pasamos por Forty Acres, la polvorienta parcela en la que estaba la gasolinera en la que, en 1968, César Chávez protagonizó una huelga de hambre durante 45 días para llamar la atención sobre la huelga contra Giumarra Brothers, el mayor productor de uva de mesa del valle. Robert Kennedy fue a verlo el día que abandonó el ayuno, lo cual convirtió a Chávez en un personaje famoso y dio a conocer a todo el país las tribulaciones de los trabajadores del campo. En 1970, tras la victoria de los huelguistas con la ayuda de un boicoteo nacional a la uva, había en torno a 70.000 vendimiadores sindicados.

La migra, la policía antiinmigrantes, acosó y persiguió a Santos y Marcelina, padres de Rufina. Se asustaron y huyeron. Su coche chocó contra un poste. Ambos murieron

El santuario dedicado a los padres de Rufina se encuentra en una sofocante carretera de dos carriles, cerca del desvío que lleva a la guandoca de North Kern. A través del calor podíamos ver la prisión, rodeada por brillantes espirales de concertina. “Establecimiento penitenciario. No recoger autoestopistas”, dice una señal a uno de los lados de la carretera. En el lado opuesto hay otra guandoca, esta para mujeres. Las grabaciones de las cámaras de seguridad de ambas prisiones, en las que se ve a los agentes del ICE conduciendo a toda velocidad por la calzada vacía detrás de Santos y Marcelina, indican que mintieron cuando declararon a la policía de Delano que no los habían perseguido, pero no fueron procesados. Una mujer que se dirigía a su trabajo en la guandoca se paró y sostuvo la mano de Marcelina a través de la ventanilla del coche volcado mientras moría. Los agentes aparcaron a unos 400 metros y no ofrecieron su ayuda. A los 40 minutos llegó una ambulancia.

El santuario narra la historia de la vida de los padres de Rufina. Hay flores, una lata de té frío Arizona, un florero rosa, un crucifijo y una imagen de la Virgen de Guadalupe, una botella de salsa picante, un viejo faro de coche, una maceta con tierra de color y una lata de cerveza Tecate. Rufina me llama la atención sobre una vela que alguien ha puesto desde su última visita. Parecía que le servía de consuelo. La joven cree en la presencia invisible de los muertos. Me explicó que las cáscaras de huevo que había por el suelo las habían esparcido personas que temían que les pasase lo mismo que a los padres de ella. Con voz seria, como para asegurarse de que no hubiese malentendidos, añadió: “Dijeron que había sido culpa de mis padres por asustarse y salir huyendo. Pero no lo fue. Lo único que hacían era ir a trabajar”. Un portavoz del ICE responsabilizó de las muertes a la legislación californiana que protege a los emigrantes ilegales y “ha obligado al servicio a salir de las cárceles y a nuestros agentes a llevar a cabo su misión en las calles, lo cual ha aumentado los riesgos para las fuerzas de seguridad y para la ciudadanía. Asimismo, aumenta la probabilidad de que el servicio se tropiece con extranjeros ilegales que hasta entonces no teníamos en nuestro radar”.
 
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