A
ARIEL BOLUDOVSKY
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Jesús Polanco, ese hombre
Por Gonzalo Altozano
Epoca
Lunes, 27 de junio 2005
"No hay huevones en España para negarme una televisión".
La frase, pronunciada a voz en grito en el restaurante Jockey de
Madrid, retrata como pocas a su autor: Jesús Polanco Gutiérrez. Pero
no solo a él, sino a la clase política nacida tras la tras*ición;
tanto la retrata, que a los pocos meses de aquella bravuconada de
sobremesa, el Gobierno de Felipe González concedía a Canal Plus
licencia para emitir. Como ya avisó el baranda de Prisa, los
socialistas no fueron capaces de decirle no. Era agosto de 1989.
El pasado 2 de junio, el Gobierno de Zapatero sacó adelante su ley
para el impulso de la televisión digital terrestre. La norma,
bautizada como ley Polanco, permite a Canal Plus emitir en abierto 24
horas al día.
De esta forma, Sogecable, titular de la cadena de pago, podría
llevarse una buena porción de la tarta publicitaria, de la que tan
necesitada está. Hoy como ayer, un Gobierno de la nación favorece
descaradamente los intereses del grupo Prisa, la empresa ideológica de
mayor envergadura que hay hoy en España y de la que es presidente
Jesús Polanco.
Quién les iba a decir a los vecinos de Alcántara con Padilla que
aquel muchacho con pinta de bruto, cabeza rapada hostil a asentamientos
ilegales de liendres y piojos, aires marciales y ademanes impasibles,
llegaría a ser uno de los hombres más importantes de España; que
aquel chico que cada sábado partía de casa silbando marchas y
serenatas rumbo a campamentos de hogueras nocturnas y montañas nevadas
con su correaje, su camisa azul y sus pantalones cortos que dejaban al
aire unas piernas llenas de pelos, sería conocido con los años como
Jesús del Gran Poder.
Porque Polanco militó en el Frente de Juventudes, organización de
adscripción voluntaria que encuadraba a los cachorros del régimen de
Franco.
¿Polanco flecha? Como tantísimos españoles de la época. Sólo que
mientras casi todos abandonaban las filas del Frente cuando
desaparecían de su cara los rastros penosos del acné, Polanco
permaneció en ellas hasta los treinta y tantos, según cuenta en sus
divertidísimas memorias el que fue abogado de Banesto Rafael Pérez
Escolar.
Teniendo en cuenta este testimonio y la definición que hacían los
elementos más guasones de la oposición estiantifranquista del Frente
de Juventudes ("unos niños disfrazados de iluso mandados por un
iluso disfrazado de niño"), no es difícil imaginar el puesto
que en el escalafón ocupaba Polanco.
Tantos años de vida en camaradería hicieron que el joven Polanco se
desenvolviese con desparpajo en la mili.
Enseguida se erigió en campeón indiscutible de las batallas de
almohadas que se organizaban por la noche en el barracón, tras el
toque de silencio. Pero no fue en lo único en lo que destacó: sus
compañeros le apodaron la Mona por la habilidad con que saltaba de
litera en litera en pelota viva y picada.
Alguien que compartió con él arrestos, guardias e instrucción fue
Leandro Ruiz jovenlandesagas, el poco agraciado real, que en sus memorias escribe:
"No he visto los bemoles de mis hijos tantas veces como he visto los
de Jesús de Polanco en la Milicia Aérea Universitaria de Burgos".
Donde apenas sobresalió Polanco fue durante la carrera de Derecho. No
porque estuviera falto de inteligencia (ha demostrado tenerla y a
toneladas), sino porque en el viejo caserón de la calle San Bernardo,
sede entonces de la Facultad de Derecho, coincidió con auténticas
lumbreras de la Ciencia Jurídica, como José María Ruiz-Gallardón y
Federico Carlos Sainz de Robles, cuyas brillantes calificaciones
eclipsaban a las del resto.
Además, a diferencia de muchos de sus compañeros, Polanco, huérfano
de padre desde niño, tuvo que costearse los estudios vendiendo libros
a domicilio, lo que le restaría tiempo para ir a clase.
De José Antonio a Marx
Fuera de estos elementos atenuantes de su mediocre expediente, Polanco
debió darse cuenta de que el Derecho no era lo suyo. Si no, no se
explica que al licenciarse en 1953 no se encerrara en un cuarto a
preparar unas oposiciones o entrara de pasante en un bufete de
abogados. Lo que sí hizo fue meterse de lleno en el mundo editorial.
Durante años vivió modestamente con su mujer y sus hijos en un piso
del barrio de la Concepción. Llegaban a fin de mes con los ingresos
justos que al cabeza de familia le generaba la venta de cuadernillos de
caligrafía y cartillas de alfabetización Santillana.
Hasta que se produjo el milagro: la reforma educativa del ministro
Villar Palasí, concretada en la Ley General de Educación de 1970. Las
biografías oficiales de Polanco dicen que la reforma promovida por
Villar "estimuló al sector editorial y, lógicamente, a
Santillana"; las no autorizadas, en cambio, apuntan a que la medida
sólo enriqueció a Polanco y casi arruina a los demás.
En El negocio de la libertad (el mejor y más acabado perfil de Polanco
y el grupo Prisa hecho hasta la fecha), Jesús Cacho apunta a que el
secreto del éxito de esta operación tendría nombre, apellido y hasta
mote: Ricardo Díez Hochtleiner, Jolines. Según Cacho, habría sido
Jolines, subsecretario con Villar en Educación, quien hubiera pasado
información al editor sobre el contenido de la reforma; con tanta
celeridad que Santillana fue el único sello que tuvo listos con
arreglo a la nueva ley los libros de textos el curso 1970/1971.
Este pelotazo, digno de figurar con honores en el Libro Guinnes de los
Récords, fue el que le insufló a Polanco valor suficiente para
"hacer las Américas".
Sólo que a diferencia de los viejos indianos de antaño, en vez de El
Musel partió desde Barajas. Eso sí, con un billete de vuelta y clase
turista en el bolsillo.
Su primer negocio de éxito es en Chile. Al país andino seguirán
Colombia, Venezuela, Argentina, México y Estados Unidos. Polanco ya se
atreve con todo y no sólo con libros de texto y programas educativos.
Es en esta época cuando empieza a operar en él un cambio ideológico
dirigido a borrar de su biografía toda mancha azul de pecado original
falangista. Recuerda Rafael Pérez Escolar cómo cenando una noche en
el Hotel Tamanaco de Caracas, Polanco defendió con denuedo las
bondades del comunismo ante un auditorio compuesto por una treintena de
compatriotas ojopláticos y boquiabiertos.
Aquel hombre rechoncho y simpático, estampa de la clase media
española producto y sustento del franquismo, había desertado de las
filas del bando nacional para engrosar las del republicano, sin pasar
antes por el centro reformista aún no inventado por Aznar, en un
vertiginoso ejercicio de trapecismo político sin red.
Años después, el de Prisa juraría al de Banesto no recordar aquella
cena caraqueña en la que a los postres se habló de praxis,
superestructuras y tigres de papel. Quien piense que Polanco es un
chaquetero se equivoca.
Es como el señor del chiste, que justificaba sus bandazos ideológicos
diciendo que lo que él había querido ser siempre era concejal, sin
importarle el partido político. Polanco ha querido en la vida otra
cosa que hacer negocios y pronto descubrió que la mejor forma de
llevarlos a buen puerto era estando a bien con el poder, fuera del
signo que fuera.
José Luis Martín Prieto cuenta una anécdota ilustrativa. Noche del
23-F de 1981. Se abre el telón y aparecen encerrados en un despacho
Polanco, Cebrián y Martín Prieto, editor, director y subdirector,
respectivamente, de El País. Discuten sobre cuál será la portada del
día siguiente. El editor es partidario de esperar a ver de qué lado
caen las cosas, mientras el director y su segundo lo son de salir a los
quioscos dando vivas a la Constitución.
Al final se impone el criterio de los periodistas. De no haber sido por
Janli y Emepe, quién sabe si Polanco no hubiera sacado en primera
plana un retrato de Jaime Miláns del Bosch y, debajo, a grandes
caracteres tipográficos, el siguiente titular: "A la orden de
vuecencia, mi teniente general". Se cierra el telón. Y llegó el
día en que Polanco, como un Luis XIV cualquiera, descubrió que el
poder era él. Ya no hacía falta adaptarse al medio. Ahora era el
medio el que tendría que adaptarse a él.
¿Cuándo fue? No se sabe. Puede que durante aquella sobremesa en
Amador de los Ríos, 6 en la que retó al Gobierno de Felipe a que le
negara un canal de televisión; o la vez que, en un corrillo, tras una
recepción, el Rey dijo algo y al darse cuenta de que estaba Polanco
delante, apostilló "Siempre que don Jesús esté de acuerdo"; o la
tarde que logró meter a empujones en la Española a Juan Luis
Cebrián, notable periodista y pésimo escritor, cuya única
aportación a la lengua es haber escrito en una novela clítoris
acabado en x y no en s; o cuando a raíz del caso Sogecable demostró
su capacidad de convocatoria sacando en El País un manifiesto de apoyo
al grupo Prisa firmado, entre otros, por García Márquez y Los del
Río, por Susan Sontang y las Azúcar Moreno; o el día en que Aznar,
analizando ante sus derrotadas huestes los resultados de las elecciones
de marzo, habló de un "poder fáctico fácilmente reconocible" por
temor a decir Polanco.
"La barragana" del juez
Cualquiera de estos momentos debió ser bueno para que el empresario se
quitara de encima los complejos. Por eso, cuando el periodista e
historiador Enrique de Aguinaga, joseantoniano décimo dan, le
preguntó tras un almuerzo organizado por la Asociación de la Prensa
de Madrid si era verdad que en su juventud había pertenecido al Frente
de Juventudes, Polanco le respondió ufano: "Sí, sí, y además lo
llevo muy a pecho".
Y a ver quién se atreve a sacar un muñeco del guiñol suyo disfrazado
de boy scout ideologizado cantando canciones de amor y guerra alrededor
de una hoguera. Nadie. Porque los quebrantos que puede causar este
hombre a quien ose cruzarse en su camino pueden ser letales (civilmente
hablando, se entiende).
No paró hasta que apartaron de la judicatura por "prevaricador" a
Javier Gómez de Liaño, juez de la Audiencia Nacional cuyos únicos
delitos fueron instruir el sumario del caso de los depósitos de los
abonados de Canal Plus y no amilanarse ante uno de los ataques más
furibundos a la independencia judicial por parte del planeta Prisa y
sus satélites.
Gómez de Liaño recuerda aquellos días con tristeza. "Nunca pensé
que un grupo que se jacta de ser defensor de los derechos y libertades
públicos entrara en detalles de la vida personal o familiar de un
ciudadano para atacarlo". A Liaño le consta por abochornadas fuentes
del mismo grupo Prisa que aquellos días la consigna fue "cuanto más
daño, mejor".
Con Liaño valió entonces novia, hoy esposa, la fiscal María Dolores
Márquez de Prado. Y es que basta una llamada de la planta noble de
Prisa para que, en lo que dura un pestañeo, los redactores pasen de
tener códigos deontológicos y libros de estilo delante a tenerlos
detrás.
Que para tranquilizar las conciencias progres ya están las bulas de
Tamayo, Floristán y Miret Magdalena, teólogos de cabecera del grupo
Prisa. Pero lo duro es que en Gran Vía, 32 ni olvidan ni perdonan.
"Hace poco" -sigue Liaño-, "para atacarme a mí volvieron a
echar mano de María Dolores.
Y yo les pediría que en vez de estar tan pendientes de las mujeres de
los demás se ocupen de las suyas, para evitarse sorpresas".
No se refiere, por supuesto, el ayer juez y hoy abogado a la segunda
esposa de Polanco, Luz Mari Barreiros, quien hará cosa de un año
abandonó al empresario mediático por el hispanista Hugh Thomas.
¡Qué lejos quedan para muchos los años en los que la gente acudía a
la oficina con El País doblado debajo del brazo, bien visible la
cabecera, como marca de libertad! De libertad sin ira. Por no hablar de
la SER.
Al confundir la realidad con el deseo, la emisora ha protagonizado los
patinazos informativos más sonoros de los últimos años. Así, dio en
exclusiva la noticia de que el sucesor designado por Aznar al frente
del PP era Acebes... y resultó ser Rajoy. Y la noche americana del 2
de noviembre anunció, a un paso de que los colegios electorales
echaran el cierre, una "marea favorable al candidato demócrata
Kerry"... y ganó Bush.
Meses después, para recuperar el prestigio perdido, volvieron a
sorprender a la audiencia con una exclusiva fruto de un largo trabajo
de investigación: el nieto de la hermana de la progenitora del suegro de
Zaplana tenía un restaurante en Alicante. Pero donde realmente se
retrató la cadena fue dando la noticia de que en los trenes de la
fin del 11-M viajaban terroristas suicidas.
No era cierto. Pero no dejes que la realidad te estropee un buen
reportaje o te haga perder unas elecciones. No rodaron cabezas en el
grupo Prisa por la cobertura informativa del 11 al 14-M. Es más, en
junta general de accionistas de abril de 2004, Polanco expresó su
reconocimiento a los profesionales de El País, la SER y CNN+ por "su
comportamiento en estas tensas y difíciles jornadas, por su
dedicación, por su sentido de la responsabilidad y por el excelente
trabajo desplegado".
"Los injustificados y sectarios ataques de que fueron objeto"
-añadió-, "por el simple hecho de haber servido a la verdad, sólo
ponen de relieve la pequeñez jovenlandesal de algunos sectores sociales, que
aun pronunciándose con mucho ruido, no dejan de ser marginales".
Y para que las palabras no se las llevara el viento, el jurado de los
51 Premios Ondas, que otorga la SER, galardonó el pasado octubre a sus
propios servicios informativos por la labor informativa de aquellos
días tremendos.
La réplica de la derecha al premio llegó a través de Aznar. Durante
su comparecencia en la comisión de investigación del 11-M, el ex
presidente del Gobierno dijo que aquello era como decir "miente,
miente lo más perversosmente que puedas, todo lo que se te ocurra, con
tal de servir a la causa, que serás recompensado e igual hasta te
llevas un premio".
Pero seguía sin atreverse a poner nombre y apellidos a ese "poder
fáctico fácilmente reconocible" llamado Polanco. Ya en 1985 dijo
Emilio Romero que Jesús Polanco era de los pocos hombres capaces de
"glorificar, liar, encumbrar, descalificar, chulear, animar y
amedrentar a una clase política entera". Y tenía razón el gallo
del franquismo.
De los grandes magnates de la prensa española, sólo a él cabe
compararle, sin tropezar en la caricatura, con Ciudadano Kane, trasunto
de William Randolph Hearst, interpretado por Orson Welles. Su poder es
enorme. Abarca desde medios de comunicación hasta entidades
financieras, pasando por sellos editoriales, agencias de viaje y
publicidad, productoras de cine y música, y hasta cadenas de
librerías, de bares, de hoteles y de hospitales.
Mucho se ha escrito (Federico Jiménez Losantos lo hizo en el epílogo
de La dictadura silenciosa) sobre la posibilidad de nacer, crecer,
reproducirse y morir en España bajo el influjo de este madrileño
naturalizado cántabro.
Por eso, dicen, para redondear su negocio, a Polanco sólo le faltaría
una compañía de pompas fúnebres. Y puestos a pedir una funeraria,
por qué no un partido político. Aunque hay quien apunta que ya lo
tiene: el PSOE. Para demostrarlo se atribuye a Rubalcaba la siguiente
frase: "Prisa no es del PSOE, pero el PSOE si es de Prisa".
Cierta o no la autoría, el portavoz parlamentario socialista niega ser
el hombre del partido en el grupo, o del grupo en el partido. Sometido
el flanco izquierdo, Polanco ha puesto proa al derecho: el PP.
De momento ha conseguido que sus dirigentes (no sus militantes) teman
más un editorial de El País que el diagnóstico de un oncólogo. Y
aunque el partido fundado por Manuel Fraga Iribarne no sea propiedad de
Polanco, hubo momentos en los años de Aznar en que lo pareció.
Como muestras, hay botones para coser una casaca. Ahí van tres: las
gestiones para que Janli Cebrián no ingresara en la guandoca por el
caso Sogecable; la indolencia para hacer cumplir la sentencia del
Supremo que obligaba a la SER a vender las emisoras ilegalmente
adquiridas tras la compra de Antena 3; y la entrega a don Jesús del
monopolio de la televisión digital.
Ante tanta merced Polanco supo corresponder con creces informando
puntualmente de las manifestaciones de acoso a las sedes del PP la
jornada de reflexión del 13 M. Quizás por eso los políticos de la
derecha bajan avergonzados la mirada cada vez que en sus mítines las
bases corean "¡Grupo Prisa, España no se pisa!".
Porque saben que su cobardía ha sido causa del reclutamiento forzoso
en los cuarteles del invierno mediático. Pero no todos agachan la
cabeza. Hay uno que mira con abierto desdén a sus simpatizantes;
simpatizantes que, por cierto, son los que le han hecho ganar por
mayoría absoluta elección tras elección.
Es Alberto Ruiz-Gallardón, el hombre con quien sueña Polanco para
liderar a la derecha. En él tiene puestas todas sus esperanzas. Y es
que Polanco y Gallardón son amigos. Pero el lugar para hablar de esta
amistad no es éste, sino el Círculo de Bellas Artes de Madrid. ¦
Por Gonzalo Altozano
Epoca
Lunes, 27 de junio 2005
"No hay huevones en España para negarme una televisión".
La frase, pronunciada a voz en grito en el restaurante Jockey de
Madrid, retrata como pocas a su autor: Jesús Polanco Gutiérrez. Pero
no solo a él, sino a la clase política nacida tras la tras*ición;
tanto la retrata, que a los pocos meses de aquella bravuconada de
sobremesa, el Gobierno de Felipe González concedía a Canal Plus
licencia para emitir. Como ya avisó el baranda de Prisa, los
socialistas no fueron capaces de decirle no. Era agosto de 1989.
El pasado 2 de junio, el Gobierno de Zapatero sacó adelante su ley
para el impulso de la televisión digital terrestre. La norma,
bautizada como ley Polanco, permite a Canal Plus emitir en abierto 24
horas al día.
De esta forma, Sogecable, titular de la cadena de pago, podría
llevarse una buena porción de la tarta publicitaria, de la que tan
necesitada está. Hoy como ayer, un Gobierno de la nación favorece
descaradamente los intereses del grupo Prisa, la empresa ideológica de
mayor envergadura que hay hoy en España y de la que es presidente
Jesús Polanco.
Quién les iba a decir a los vecinos de Alcántara con Padilla que
aquel muchacho con pinta de bruto, cabeza rapada hostil a asentamientos
ilegales de liendres y piojos, aires marciales y ademanes impasibles,
llegaría a ser uno de los hombres más importantes de España; que
aquel chico que cada sábado partía de casa silbando marchas y
serenatas rumbo a campamentos de hogueras nocturnas y montañas nevadas
con su correaje, su camisa azul y sus pantalones cortos que dejaban al
aire unas piernas llenas de pelos, sería conocido con los años como
Jesús del Gran Poder.
Porque Polanco militó en el Frente de Juventudes, organización de
adscripción voluntaria que encuadraba a los cachorros del régimen de
Franco.
¿Polanco flecha? Como tantísimos españoles de la época. Sólo que
mientras casi todos abandonaban las filas del Frente cuando
desaparecían de su cara los rastros penosos del acné, Polanco
permaneció en ellas hasta los treinta y tantos, según cuenta en sus
divertidísimas memorias el que fue abogado de Banesto Rafael Pérez
Escolar.
Teniendo en cuenta este testimonio y la definición que hacían los
elementos más guasones de la oposición estiantifranquista del Frente
de Juventudes ("unos niños disfrazados de iluso mandados por un
iluso disfrazado de niño"), no es difícil imaginar el puesto
que en el escalafón ocupaba Polanco.
Tantos años de vida en camaradería hicieron que el joven Polanco se
desenvolviese con desparpajo en la mili.
Enseguida se erigió en campeón indiscutible de las batallas de
almohadas que se organizaban por la noche en el barracón, tras el
toque de silencio. Pero no fue en lo único en lo que destacó: sus
compañeros le apodaron la Mona por la habilidad con que saltaba de
litera en litera en pelota viva y picada.
Alguien que compartió con él arrestos, guardias e instrucción fue
Leandro Ruiz jovenlandesagas, el poco agraciado real, que en sus memorias escribe:
"No he visto los bemoles de mis hijos tantas veces como he visto los
de Jesús de Polanco en la Milicia Aérea Universitaria de Burgos".
Donde apenas sobresalió Polanco fue durante la carrera de Derecho. No
porque estuviera falto de inteligencia (ha demostrado tenerla y a
toneladas), sino porque en el viejo caserón de la calle San Bernardo,
sede entonces de la Facultad de Derecho, coincidió con auténticas
lumbreras de la Ciencia Jurídica, como José María Ruiz-Gallardón y
Federico Carlos Sainz de Robles, cuyas brillantes calificaciones
eclipsaban a las del resto.
Además, a diferencia de muchos de sus compañeros, Polanco, huérfano
de padre desde niño, tuvo que costearse los estudios vendiendo libros
a domicilio, lo que le restaría tiempo para ir a clase.
De José Antonio a Marx
Fuera de estos elementos atenuantes de su mediocre expediente, Polanco
debió darse cuenta de que el Derecho no era lo suyo. Si no, no se
explica que al licenciarse en 1953 no se encerrara en un cuarto a
preparar unas oposiciones o entrara de pasante en un bufete de
abogados. Lo que sí hizo fue meterse de lleno en el mundo editorial.
Durante años vivió modestamente con su mujer y sus hijos en un piso
del barrio de la Concepción. Llegaban a fin de mes con los ingresos
justos que al cabeza de familia le generaba la venta de cuadernillos de
caligrafía y cartillas de alfabetización Santillana.
Hasta que se produjo el milagro: la reforma educativa del ministro
Villar Palasí, concretada en la Ley General de Educación de 1970. Las
biografías oficiales de Polanco dicen que la reforma promovida por
Villar "estimuló al sector editorial y, lógicamente, a
Santillana"; las no autorizadas, en cambio, apuntan a que la medida
sólo enriqueció a Polanco y casi arruina a los demás.
En El negocio de la libertad (el mejor y más acabado perfil de Polanco
y el grupo Prisa hecho hasta la fecha), Jesús Cacho apunta a que el
secreto del éxito de esta operación tendría nombre, apellido y hasta
mote: Ricardo Díez Hochtleiner, Jolines. Según Cacho, habría sido
Jolines, subsecretario con Villar en Educación, quien hubiera pasado
información al editor sobre el contenido de la reforma; con tanta
celeridad que Santillana fue el único sello que tuvo listos con
arreglo a la nueva ley los libros de textos el curso 1970/1971.
Este pelotazo, digno de figurar con honores en el Libro Guinnes de los
Récords, fue el que le insufló a Polanco valor suficiente para
"hacer las Américas".
Sólo que a diferencia de los viejos indianos de antaño, en vez de El
Musel partió desde Barajas. Eso sí, con un billete de vuelta y clase
turista en el bolsillo.
Su primer negocio de éxito es en Chile. Al país andino seguirán
Colombia, Venezuela, Argentina, México y Estados Unidos. Polanco ya se
atreve con todo y no sólo con libros de texto y programas educativos.
Es en esta época cuando empieza a operar en él un cambio ideológico
dirigido a borrar de su biografía toda mancha azul de pecado original
falangista. Recuerda Rafael Pérez Escolar cómo cenando una noche en
el Hotel Tamanaco de Caracas, Polanco defendió con denuedo las
bondades del comunismo ante un auditorio compuesto por una treintena de
compatriotas ojopláticos y boquiabiertos.
Aquel hombre rechoncho y simpático, estampa de la clase media
española producto y sustento del franquismo, había desertado de las
filas del bando nacional para engrosar las del republicano, sin pasar
antes por el centro reformista aún no inventado por Aznar, en un
vertiginoso ejercicio de trapecismo político sin red.
Años después, el de Prisa juraría al de Banesto no recordar aquella
cena caraqueña en la que a los postres se habló de praxis,
superestructuras y tigres de papel. Quien piense que Polanco es un
chaquetero se equivoca.
Es como el señor del chiste, que justificaba sus bandazos ideológicos
diciendo que lo que él había querido ser siempre era concejal, sin
importarle el partido político. Polanco ha querido en la vida otra
cosa que hacer negocios y pronto descubrió que la mejor forma de
llevarlos a buen puerto era estando a bien con el poder, fuera del
signo que fuera.
José Luis Martín Prieto cuenta una anécdota ilustrativa. Noche del
23-F de 1981. Se abre el telón y aparecen encerrados en un despacho
Polanco, Cebrián y Martín Prieto, editor, director y subdirector,
respectivamente, de El País. Discuten sobre cuál será la portada del
día siguiente. El editor es partidario de esperar a ver de qué lado
caen las cosas, mientras el director y su segundo lo son de salir a los
quioscos dando vivas a la Constitución.
Al final se impone el criterio de los periodistas. De no haber sido por
Janli y Emepe, quién sabe si Polanco no hubiera sacado en primera
plana un retrato de Jaime Miláns del Bosch y, debajo, a grandes
caracteres tipográficos, el siguiente titular: "A la orden de
vuecencia, mi teniente general". Se cierra el telón. Y llegó el
día en que Polanco, como un Luis XIV cualquiera, descubrió que el
poder era él. Ya no hacía falta adaptarse al medio. Ahora era el
medio el que tendría que adaptarse a él.
¿Cuándo fue? No se sabe. Puede que durante aquella sobremesa en
Amador de los Ríos, 6 en la que retó al Gobierno de Felipe a que le
negara un canal de televisión; o la vez que, en un corrillo, tras una
recepción, el Rey dijo algo y al darse cuenta de que estaba Polanco
delante, apostilló "Siempre que don Jesús esté de acuerdo"; o la
tarde que logró meter a empujones en la Española a Juan Luis
Cebrián, notable periodista y pésimo escritor, cuya única
aportación a la lengua es haber escrito en una novela clítoris
acabado en x y no en s; o cuando a raíz del caso Sogecable demostró
su capacidad de convocatoria sacando en El País un manifiesto de apoyo
al grupo Prisa firmado, entre otros, por García Márquez y Los del
Río, por Susan Sontang y las Azúcar Moreno; o el día en que Aznar,
analizando ante sus derrotadas huestes los resultados de las elecciones
de marzo, habló de un "poder fáctico fácilmente reconocible" por
temor a decir Polanco.
"La barragana" del juez
Cualquiera de estos momentos debió ser bueno para que el empresario se
quitara de encima los complejos. Por eso, cuando el periodista e
historiador Enrique de Aguinaga, joseantoniano décimo dan, le
preguntó tras un almuerzo organizado por la Asociación de la Prensa
de Madrid si era verdad que en su juventud había pertenecido al Frente
de Juventudes, Polanco le respondió ufano: "Sí, sí, y además lo
llevo muy a pecho".
Y a ver quién se atreve a sacar un muñeco del guiñol suyo disfrazado
de boy scout ideologizado cantando canciones de amor y guerra alrededor
de una hoguera. Nadie. Porque los quebrantos que puede causar este
hombre a quien ose cruzarse en su camino pueden ser letales (civilmente
hablando, se entiende).
No paró hasta que apartaron de la judicatura por "prevaricador" a
Javier Gómez de Liaño, juez de la Audiencia Nacional cuyos únicos
delitos fueron instruir el sumario del caso de los depósitos de los
abonados de Canal Plus y no amilanarse ante uno de los ataques más
furibundos a la independencia judicial por parte del planeta Prisa y
sus satélites.
Gómez de Liaño recuerda aquellos días con tristeza. "Nunca pensé
que un grupo que se jacta de ser defensor de los derechos y libertades
públicos entrara en detalles de la vida personal o familiar de un
ciudadano para atacarlo". A Liaño le consta por abochornadas fuentes
del mismo grupo Prisa que aquellos días la consigna fue "cuanto más
daño, mejor".
Con Liaño valió entonces novia, hoy esposa, la fiscal María Dolores
Márquez de Prado. Y es que basta una llamada de la planta noble de
Prisa para que, en lo que dura un pestañeo, los redactores pasen de
tener códigos deontológicos y libros de estilo delante a tenerlos
detrás.
Que para tranquilizar las conciencias progres ya están las bulas de
Tamayo, Floristán y Miret Magdalena, teólogos de cabecera del grupo
Prisa. Pero lo duro es que en Gran Vía, 32 ni olvidan ni perdonan.
"Hace poco" -sigue Liaño-, "para atacarme a mí volvieron a
echar mano de María Dolores.
Y yo les pediría que en vez de estar tan pendientes de las mujeres de
los demás se ocupen de las suyas, para evitarse sorpresas".
No se refiere, por supuesto, el ayer juez y hoy abogado a la segunda
esposa de Polanco, Luz Mari Barreiros, quien hará cosa de un año
abandonó al empresario mediático por el hispanista Hugh Thomas.
¡Qué lejos quedan para muchos los años en los que la gente acudía a
la oficina con El País doblado debajo del brazo, bien visible la
cabecera, como marca de libertad! De libertad sin ira. Por no hablar de
la SER.
Al confundir la realidad con el deseo, la emisora ha protagonizado los
patinazos informativos más sonoros de los últimos años. Así, dio en
exclusiva la noticia de que el sucesor designado por Aznar al frente
del PP era Acebes... y resultó ser Rajoy. Y la noche americana del 2
de noviembre anunció, a un paso de que los colegios electorales
echaran el cierre, una "marea favorable al candidato demócrata
Kerry"... y ganó Bush.
Meses después, para recuperar el prestigio perdido, volvieron a
sorprender a la audiencia con una exclusiva fruto de un largo trabajo
de investigación: el nieto de la hermana de la progenitora del suegro de
Zaplana tenía un restaurante en Alicante. Pero donde realmente se
retrató la cadena fue dando la noticia de que en los trenes de la
fin del 11-M viajaban terroristas suicidas.
No era cierto. Pero no dejes que la realidad te estropee un buen
reportaje o te haga perder unas elecciones. No rodaron cabezas en el
grupo Prisa por la cobertura informativa del 11 al 14-M. Es más, en
junta general de accionistas de abril de 2004, Polanco expresó su
reconocimiento a los profesionales de El País, la SER y CNN+ por "su
comportamiento en estas tensas y difíciles jornadas, por su
dedicación, por su sentido de la responsabilidad y por el excelente
trabajo desplegado".
"Los injustificados y sectarios ataques de que fueron objeto"
-añadió-, "por el simple hecho de haber servido a la verdad, sólo
ponen de relieve la pequeñez jovenlandesal de algunos sectores sociales, que
aun pronunciándose con mucho ruido, no dejan de ser marginales".
Y para que las palabras no se las llevara el viento, el jurado de los
51 Premios Ondas, que otorga la SER, galardonó el pasado octubre a sus
propios servicios informativos por la labor informativa de aquellos
días tremendos.
La réplica de la derecha al premio llegó a través de Aznar. Durante
su comparecencia en la comisión de investigación del 11-M, el ex
presidente del Gobierno dijo que aquello era como decir "miente,
miente lo más perversosmente que puedas, todo lo que se te ocurra, con
tal de servir a la causa, que serás recompensado e igual hasta te
llevas un premio".
Pero seguía sin atreverse a poner nombre y apellidos a ese "poder
fáctico fácilmente reconocible" llamado Polanco. Ya en 1985 dijo
Emilio Romero que Jesús Polanco era de los pocos hombres capaces de
"glorificar, liar, encumbrar, descalificar, chulear, animar y
amedrentar a una clase política entera". Y tenía razón el gallo
del franquismo.
De los grandes magnates de la prensa española, sólo a él cabe
compararle, sin tropezar en la caricatura, con Ciudadano Kane, trasunto
de William Randolph Hearst, interpretado por Orson Welles. Su poder es
enorme. Abarca desde medios de comunicación hasta entidades
financieras, pasando por sellos editoriales, agencias de viaje y
publicidad, productoras de cine y música, y hasta cadenas de
librerías, de bares, de hoteles y de hospitales.
Mucho se ha escrito (Federico Jiménez Losantos lo hizo en el epílogo
de La dictadura silenciosa) sobre la posibilidad de nacer, crecer,
reproducirse y morir en España bajo el influjo de este madrileño
naturalizado cántabro.
Por eso, dicen, para redondear su negocio, a Polanco sólo le faltaría
una compañía de pompas fúnebres. Y puestos a pedir una funeraria,
por qué no un partido político. Aunque hay quien apunta que ya lo
tiene: el PSOE. Para demostrarlo se atribuye a Rubalcaba la siguiente
frase: "Prisa no es del PSOE, pero el PSOE si es de Prisa".
Cierta o no la autoría, el portavoz parlamentario socialista niega ser
el hombre del partido en el grupo, o del grupo en el partido. Sometido
el flanco izquierdo, Polanco ha puesto proa al derecho: el PP.
De momento ha conseguido que sus dirigentes (no sus militantes) teman
más un editorial de El País que el diagnóstico de un oncólogo. Y
aunque el partido fundado por Manuel Fraga Iribarne no sea propiedad de
Polanco, hubo momentos en los años de Aznar en que lo pareció.
Como muestras, hay botones para coser una casaca. Ahí van tres: las
gestiones para que Janli Cebrián no ingresara en la guandoca por el
caso Sogecable; la indolencia para hacer cumplir la sentencia del
Supremo que obligaba a la SER a vender las emisoras ilegalmente
adquiridas tras la compra de Antena 3; y la entrega a don Jesús del
monopolio de la televisión digital.
Ante tanta merced Polanco supo corresponder con creces informando
puntualmente de las manifestaciones de acoso a las sedes del PP la
jornada de reflexión del 13 M. Quizás por eso los políticos de la
derecha bajan avergonzados la mirada cada vez que en sus mítines las
bases corean "¡Grupo Prisa, España no se pisa!".
Porque saben que su cobardía ha sido causa del reclutamiento forzoso
en los cuarteles del invierno mediático. Pero no todos agachan la
cabeza. Hay uno que mira con abierto desdén a sus simpatizantes;
simpatizantes que, por cierto, son los que le han hecho ganar por
mayoría absoluta elección tras elección.
Es Alberto Ruiz-Gallardón, el hombre con quien sueña Polanco para
liderar a la derecha. En él tiene puestas todas sus esperanzas. Y es
que Polanco y Gallardón son amigos. Pero el lugar para hablar de esta
amistad no es éste, sino el Círculo de Bellas Artes de Madrid. ¦