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Compartiendo piso también en la vejez: "Es un poco depre, pero necesitaba un techo"
Entre los dos sofás, colocados en forma de ele, una pequeña mesa de centro circular de mármol desnuda. El salón está impoluto. Sobre los muebles de madera,...
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Compartiendo piso también en la vejez: "Es un poco depre, pero necesitaba un techo"
Entre los dos sofás, colocados en forma de ele, una pequeña mesa de centro de mármol desnuda. El salón está impoluto. Sobre los muebles de madera, vetustos, nadie ha olvidado una taza de café, un plato o un teléfono móvil. A simple vista, es difícil imaginar que en torno a esta sala conviven cuatro personas y que todas ellas están ya jubiladas.
"Aquí, en el salón, estamos poco, cuando viene alguna visita", admite Isidro Ordaz, de 76 años y uno de los cuatro inquilinos de la vivienda. "Mi hogar, mi refugio, mi cueva, llámale como quieras, es mi habitación. No es que me recluya, sino que es el sitio que es mi patrimonio".
Frente a Isidro, sentadas en los sofás, sus compañeras de piso. Encarna González, de 65 años, Ana Marqués, de 66, y Feliciana Cibeiras, la veterana de la casa, con 90 años recién cumplidos. Cada uno tiene una biografía completamente distinta, pero todos han terminado su vida con dificultades económicas y probablemente, de una forma que no habrían imaginado.
Ahora, los cuatro forman parte de Hogares Compartidos, una iniciativa pionera en España que cumple 10 años y que acoge en la ciudad de Valencia a 50 personas mayores de 60 años que han tenido que recurrir a compartir piso como si fueran estudiantes universitarios debido a sus carencias económicas.
"Ahora mismo tenemos 13 viviendas y vamos a abrir la decimocuarta y de esas solo una ha sido cedida este año por el Ayuntamiento de Valencia, el resto son de propietarios particulares que nos la alquilan por debajo del precio del mercado", explica Andrea Miquel, trabajadora social de la asociación. "Tenemos desde personas que han estado 50 años en la calle hasta personas que han sido empresarios y se han quedado sin nada. Los únicos requisitos es que sean mayores de 60 años, que tengan la renta mínima, que sean autónomos y no tengan vivienda en propiedad".
Menos propiedad y más divorcios
La vivienda era un problema del que se consideraba generalmente exentos a los ancianos en España, debido al extendido régimen de propiedad prevalente desde los años 60 del siglo pasado. Sin embargo, los desahucios disparados tras la crisis de 2008, el cada vez mayor número de personas que llegan a la jubilación viviendo de alquiler o con hipotecas impagadas y el aumento de los divorcios y la consiguiente pérdida patrimonial están haciendo que también los más mayores se vean también inmersos en la extendida crisis de vivienda nacional.
"Lo esperable desde mi perspectiva y con mi experiencia de investigadora es que el problema siga creciendo", declara Irene Lebrusán, miembro del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE) y autora de una tesis doctoral sobre la vivienda en la vejez publicada en 2018 en la que cifraba en 1,5 millones a las personas de más de 65 años que están en una situación de vulnerabilidad residencial extrema en España.
Compartir piso es una opción cada vez más habitual no solo en edades más tempranas -el 51% de los jóvenes entre 18 y 25 años lo hacen-, sino también en etapas vitales en las que, históricamente, había sido totalmente anecdótico, llegando a un 11% de personas entre 36 y 45 años, según el Informe anual de pisos compartidos en España 2022 de la web pisos.com.
Con todo, entre personas de más de 60 años el porcentaje sigue siendo mínimo y apenas asciende al 2%, según el citado estudio. Solo existen dos programas en toda España que se ocupen de gestionar viviendas compartidas entre mayores de 60 años de bajos recursos -Hogares Compartidos, en Valencia, y Llars Compartides, en Barcelona-, mientras que iniciativas similares que han intentado ser impulsadas por otras administraciones, como la Comunidad de Madrid, no han prosperado.
¿Es compartir una solución efectiva para poder sobrellevar una vejez con dignidad cuando no es posible vivir de manera independiente?¿Es aceptable para una persona que ha pasado toda una vida viviendo en su vivienda propia empezar a compartir cuando tiene más de 60 años?
Para Lebrusán, "si ya es muy difícil (compartir) entre la gente joven, entre personas de edades avanzadas es todavía más complicado por temas asociados a las costumbres, pero también por la dimensión simbólica". Según expone la investigadora, que también trabaja para el think tank Future Policy Lab, "cuando eres joven, tienes la esperanza de que todavía puedes cambiar, pero cuando eres mayor de 65 y te ves teniendo que alquilar una habitación porque no te llega el sueldo, a nivel de salud mental, el impacto es distinto"."Entre personas de edades avanzadas (compartir piso) es todavía más complicado por temas asociados a las costumbres, pero también por la dimensión simbólica"
La psicóloga y experta en gerontología Gema Pérez Rojo tiene una visión más optimista. "El hecho de tener más años no implica que no podamos adaptarnos", declara esta catedrática de la Universidad CEU San Pablo. "Las personas mayores actuales han demostrado su capacidad de adaptación a los diversos cambios que se han producido a lo largo de su vida. Puede que algunos puedan verlo como un fracaso, pero otros pueden verlo como una oportunidad nueva, de conocer gente, de empezar en otro lugar".
Distintos perfiles socioeconómicos"Puede que algunos puedan verlo como un fracaso, pero otros pueden verlo como una oportunidad nueva, de conocer gente, de empezar en otro lugar"
Isidro es el único de los cuatro compañeros de piso que está de pie. Habla despacio y con dificultad para respirar. Hace seis años le diagnosticaron Epoc (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica). "Gracias al tabaquito, trasnochadas y otras hierbas pues al pulmón le queda un 25% prácticamente así que dije: 'Basta, basta de todo, de noche y de trabajo también'", declara este antiguo propietario de negocios de hostelería y clubs de ocio nocturno, entre ellos, según asegura, el que fue el segundo after de la ciudad de Valencia.
Una "deuda pendiente" le impidió tener acceso a nada más que una pensión no contributiva -484 euros en su cuantía básica- cuando sintió que era el momento de dar espacio a cuatro de de sus cinco hijos y sus respectivas parejas. En Hogares Compartidos empezó como voluntario, para conocer la asociación, y consideró que "era un sitio honesto en el que no se te vendía ningún sueño imposible". Al año solicitó entrar.
La mayoría de participantes en el proyecto llegan a través de los servicios sociales. Este fue el caso de Encarna González, una barcelonesa que trabajó como secretaria, teleoperadora, cajera y de "muchas más cosas" hasta que la crisis de 2008 la dejó en el paro. Abandonó entonces su ciudad natal, que "desde los Juegos Olímpicos se había convertido en doña Barcelona", y comenzó una larga travesía por distintos municipios de la Comunidad Valenciana encadenando trabajos inestables y malas decisiones."Vi que Hogares Compartidos era un sitio honesto en el que no se te vendía ningún sueño imposible"
Acabó en Valencia, donde se rompió también su matrimonio. "Mi marido me dejó y, entonces, me hice cargo de la casa. Descubrí que llevaba un año sin pagar nada, ni alquiler, ni agua, ni luz". Tras un tiempo trabajando de interna y, después, alquilando una habitación, Encarna terminó, a sus 64 años, en un albergue de acogida. Allí le pusieron en contacto con Hogares Compartidos.
"Me dieron cita para una entrevista grupal y, de ahí, una segunda cita con Amparo (Azcutia, cofundadora de la asociación) y, ese mismo día, me dijo: 'Encarna, ya estás dentro'", relata la barcelonesa, que lleva en el piso desde el pasado mes de abril.
La entrevista grupal se realiza, según explica la trabajadora social Andrea Miquel, con varios candidatos, el equipo de la asociación y los propios inquilinos del piso en el que sale una vacante. "Con nuestra opinión y, sobre todo, la de ellos, elegimos. Luego pasan una entrevista individual, a lo mejor tenemos que hacer otra entrevista grupal…", explica Miquel. "Al final, se decide por afinidad, porque hacer el puzle de la convivencia es muy complicado"."Mi marido me dejó y, entonces, me hice cargo de la casa. Descubrí que llevaba un año sin pagar nada, ni alquiler, ni agua, ni luz"
La convivencia y la comunidad
Como en cualquier franja de edad, compartir piso no lleva necesariamente a generar vínculos de amistad. "Esta es la casa donde vivo, pero esta no es mi casa, yo no la siento así, le falta convivir con gente afín, donde llegues y no esté todo apagado, oscuro…", declara Ana Marqués, de 66 años y también inquilina del piso. Nació en el municipio valenciano de Sueca y, tras criarse con sus tíos, empezó a trabajar en un hospital. Su vocación, sin embargo, fue siempre el mudo de la actuación.
Tras casarse, tener dos hijos y divorciarse, se trasladó a trabajar al parque temático de Port Aventura, en Tarragona. Allí, con 45 años, compartió piso por primera vez. "los de allí tenían 20 o 30. Es totalmente diferente, aquello era todo fiesta", recuerda Ana. "Compartir ahora… no hay fiesta, no hay nada. La fiesta te la buscas fuera, que es más divertida, aquí no hay nada, un poco depre, muy aburrido esto. Pero bueno, necesitábamos un techo y Hogares nos lo ofrece y estamos super agradecidos".
Para tratar de salvar estas dificultades a la hora de generar vínculos, Hogares Compartidos organiza actividades conjuntas con los inquilinos de sus 13 pisos en la ciudad. Visitas a museos, conciertos o comidas para que estas personas de edades y contextos socioeconómicos distintos puedan generar algo tan necesario en cualquier etapa vital como una comunidad."Cuando hay reuniones hablas con otra gente de otros pisos y conoces a otras personas afines y te quedas con los teléfonos para ir a por una cerveza ir a dar una vuelta al centro"
"Cuando hay reuniones hablas con otra gente de otros pisos y conoces a otras personas afines y te quedas con los teléfonos para ir a por una cerveza ir a dar una vuelta al centro, ya nos buscamos nuestras personas afines", declara Ana. "Hemos creado un grupo de Whatsapp que se llama 'Los Golfos'. Empezamos siendo seis y ha ido subiendo".
Crear un hogar
Feliciana, de 90 años, observa atenta toda la conversación sin intervenir. Cuando se le pregunta algo, se muestra parca en palabras: "Yo no tengo nada que contar, porque soy gallega y no tengo nada aquí, en Valencia", declara sentada en el sofá con las manos entrelazadas sobre su regazo. A pesar de todo, ha pasado más de media vida aquí, desde que se mudó de su Ourense natal a la ciudad levantina "cuando se murió Franco".
En este piso lleva casi seis años y por allí ha visto pasar a varios inquilinos. Ángeles, Rosario, Pedro… otros ancianos que acabaron por volverse demasiado dependientes para sobrevivir autónomamente en una vivienda compartida y tuvieron que ser trasladados a una residencia.
"En España, las personas que van a una residencia están en condiciones de salud muy frágiles salvo pocos casos. Las personas mayores son más de nueve millones ahora mismo y menos del 3,5% están en una residencia", explica la investigadora Irene Lebrusán. "Quizás, hemos sido muy estáticos hasta este momento porque hemos pensado solamente entre estar solo en el hogar o en una residencia y, quizás, sí podemos hacer una serie de soluciones intermedias, como es esta"."Me siento como si estuviera en casa, esto es mi casita"
Feliciana, de momento y a pesar de su edad, sigue siendo autónoma y tiene claro dónde quiere estar: "Me siento como si estuviera en casa, esto es mi casita".