castguer
Madmaxista
Nos llaman Berberechos. Nos pusieron este nombre unos árabes que hace muchísimos años vivían en las costas de Sicilia, hasta que un día llegaron los legionarios romanos, degustaron alegremente a mis remotos antepasados y, como buenos italianos que eran, diseñaron con ellos un plato reconocidísmo hasta la fecha: los Vermicellis a la vóngole.
Más tarde, ignoro cuándo y quienes, nos agregaron unos apellidos de lo más elegantes: Cardium Edule, y
tenemos primos con apellidos más rimbombantes aún: los Dinocardium Robustus, con los cuales no nos vemos desde hace mucho tiempo, no nos llevamos muy bien y tenemos otras costumbres.
Yo, personalmente, soy el berberecho Juan. Confieso contrito, que cargo con una culpa que no lograré quitarme por el resto de mis días. Yo vivía plácidamente junto al resto de mi enorme familia ocupando un lugar muy grande de la costa del mar argentino, más abajo del golfo de San Matías, desde Neuquén hacia el sur, hasta la punta de Ushuaia. Y digo plácidamente porque nuestros peores enemigos, los pescadores, poco nos molestaban, se dedicaban a perseguir a otras presas más fáciles de obtener. Y por otra parte, nuestros otros primos de la costa de Galicia eran más codiciados.
Un día, entretenido, sencillamente me perdí. Me alejé de mis congéneres, y cansado de buscarlos, exhausto ya, me dejé llevar por la corriente antártica, hacia el norte. Fueron varios días de viaje durante los cuales pisé varias playas inhóspitas, de aguas más cálidas. Hasta que al fin llegué, revolcado por despiadadas olas a una playa de una hermosa ciudad, de grandes edificios rodeados de un verde intenso, con flores y bullicio. Parecía una ciudad felíz.
Y entonces sucedió. Ella me vió. Ella, y nadie más. Caminaba solitaria por esa playa con la falda arremangada, con la vista clavada en el lugar exacto donde el mar dejaba su resaca. Ensimismada. Era una muchacha joven, como de veinte años. Fuí para ella una visión fugaz, pero la marcó para toda la vida. Desde entonces vive obsesionada diciéndole a todo el mundo, discutiendo obcecada, apasionada, afirmando que en Mar del Plata hay berberechos. Algunos piensan que está loca.
No, no es así. Ella dice la verdad. La culpa fué mía.
Estupendo
Más tarde, ignoro cuándo y quienes, nos agregaron unos apellidos de lo más elegantes: Cardium Edule, y
tenemos primos con apellidos más rimbombantes aún: los Dinocardium Robustus, con los cuales no nos vemos desde hace mucho tiempo, no nos llevamos muy bien y tenemos otras costumbres.
Yo, personalmente, soy el berberecho Juan. Confieso contrito, que cargo con una culpa que no lograré quitarme por el resto de mis días. Yo vivía plácidamente junto al resto de mi enorme familia ocupando un lugar muy grande de la costa del mar argentino, más abajo del golfo de San Matías, desde Neuquén hacia el sur, hasta la punta de Ushuaia. Y digo plácidamente porque nuestros peores enemigos, los pescadores, poco nos molestaban, se dedicaban a perseguir a otras presas más fáciles de obtener. Y por otra parte, nuestros otros primos de la costa de Galicia eran más codiciados.
Un día, entretenido, sencillamente me perdí. Me alejé de mis congéneres, y cansado de buscarlos, exhausto ya, me dejé llevar por la corriente antártica, hacia el norte. Fueron varios días de viaje durante los cuales pisé varias playas inhóspitas, de aguas más cálidas. Hasta que al fin llegué, revolcado por despiadadas olas a una playa de una hermosa ciudad, de grandes edificios rodeados de un verde intenso, con flores y bullicio. Parecía una ciudad felíz.
Y entonces sucedió. Ella me vió. Ella, y nadie más. Caminaba solitaria por esa playa con la falda arremangada, con la vista clavada en el lugar exacto donde el mar dejaba su resaca. Ensimismada. Era una muchacha joven, como de veinte años. Fuí para ella una visión fugaz, pero la marcó para toda la vida. Desde entonces vive obsesionada diciéndole a todo el mundo, discutiendo obcecada, apasionada, afirmando que en Mar del Plata hay berberechos. Algunos piensan que está loca.
No, no es así. Ella dice la verdad. La culpa fué mía.
Estupendo