Reverte, omnipresente en los medios como el "héroe" cansino de una película que no acaba nunca. Promociona su enésimo libro en una descarga de sentencias a granel para que alguna se coloque de titular o de pie de foto en sus poses de machote heroico. El mundo está equivocado, naturalmente. No ha seguido sus sabias instrucciones. Reverte sabe de guerras (él ha estado en todas, por supuesto) y de navegación, lo recuerda cada cinco minutos. Mientras tanto, tus únicas batallas son las de la junta de vecinos, sin la gloria, claro está, de haber olido pólvora como Reverte, que aún la sigue estornudando.
En cuanto a su nuevo libro… en fin, otro dejá vu literario. Probablemente un calco de los anteriores: páginas que solo logran sostenerse gracias a un ego inflado con autopropulsión. Aventuras que a la primera ola naufragan en un mar de tópicos, perfectas para ese lector con síndrome del trastero muerto. Ya sabes, ese funcionariado siestero que busca acción sin moverse del sillón pedorreado.
Libros de supermercado como guiones descartados de aquellas películas de aventuras de los años 60, de esas que veías en la tele un domingo por la tarde, con efectos especiales de cartón piedra y villanos de bigote postizo. Articulista "matasiete" que escribe para quienes le llaman “don” y que añoran tiempos pasados, pero que, en el fondo, nunca estuvieron tan bien como ahora.
Dos o tres días nos quedan del paseo mediático.
