Pedro

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Tenía una hermana gemela a la que adoraba aunque yo no entendiera el por qué: se había casado con un ciego (como lo era su padre) y se habían largado para Sevilla, dejándole el muerto de la vieja progenitora viuda a él.

Cosas de gemelos.

Conocí a Pedro desde que tuve uso de razón; tenía un kiosko de prensa que había heredado de su padre cerca de nuestro bar; supongo que entonces, cuando la ONCE no existía, esas cosas se dejaban para la gente que de alguna u otra manera estuviera impedida. Yo salía del colegio e iba a comprarle la prensa para el bar, prensa que unícamente se reducía al As y que, invariablemente, me llevaba a mi casa para devorarlo con la comida, así que los clientes disponían de no más de cinco minutos para leer las noticias deportivas, lo que tardaba en beberme una coca-cola, picar algo y llevarle un par de botellines bien fríos al kiosko. Eran los primeros años de los ochenta y entonces la gente podía vivir sin noticias. Aunque ahora nos parezca increíble.

Por aquel entonces yo tendría diez años y Pedro andaría por los treinta.

En esta vida hay trabajos duros, trabajos dolidos y trabajos aburridos. El de Pedro era de los últimos. Un hombre joven y sano no sueña con meterse en un cubil donde solo cabe un taburete y verse rodeado de papeles y monedas para el cambio, pero como de algo hay que vivir y su progenitora todavía respiraba no podía dejarlo, así que se resignó a su suerte y la endulzó con alcohol: en lugar de los pedales del piano que tanto le gustaba pisoteaba botellines vacíos. Retornables, por supuesto.

Su progenitora murió y él dejó aquello; sabía de fontanería y hacía chapuzas por las casas, aunque lo que de verdad le gustaba era ir de bar en bar, y más que ninguno el nuestro. Para mí era como uno más de la familia. Y es que entonces las familias eran muy grandes.

Cuando yo empezé a revolotear por el bar, a eso de los catorce años, él ya se dedicaba casi por completo al bebercio. Mi padre (que era siete años mayor que él) le echaba unas buenas broncas de vez en cuando, Pedro lo escuchaba y agachaba la cabeza, tenía a mi viejo por un hermano mayor y no decía ni mú, era curioso ver como ese gigante de metro noventa se encogía ante un hombre que no llegaba (llega) al metro setenta. Pero las medidas y los pesos solo sirven para los mercados. La vida es otra cosa.

Poco a poco se abandonó, se "dejó" como decía él; unas enormes y descuidadas barbas (así empezaron a llamarle muchos) ocultaban su bello rostro casi por completo, vestía malamente y no daba un palo al agua, se convirtió en nuestra "mosca de bar", nos echaba una mano en los recados, en la cocina, en lo que fuera...y él bebía toda la cerveza que quería (mucha) y comía lo que podía (poco) de gratis. Se estaba convirtiendo en un alcohólico.

Pero aparte de ser un alcohólico era una de las personas más honestas y buenas que he conocido en mi vida.

Un alcohólico puede perfectamente no ser un borracho; un alcohólico bebe porque ya no puede funcionar sin hacerlo, pero no se emborracha, no pierde los papeles, no llora por las esquinas...un alcohólico es un hombre que en lugar de comer para vivir, bebe para vivir, no para divertirse o ser sociable, bebe para seguir de pie.

Su alcoholismo no era de licores duros, únicamente se tomaba un par de coñacs cuando llegaba por la mañana para aplacar la temblaera. Después sólo cerveza. Y muy raramente, cuando terminábamos de trabajar y nos íbamos por ahí, se bebía algún cubalibre. Entonces sí, entonces se emborrachaba malamente y le pasaba lo que le pasa a los borrachos: que al día siguiente ven jovenlandesatones y no recuerdan como se los han hecho. Si alguno de ellos estaba en el ojo entonces sabía que alguien le había dado una leche. Y eso le pasó muy pocas veces, tampoco era para tanto; aparecía muy serio, callado, lo veíamos y nadie preguntaba nada, ¿para qué?, no hay que preguntar tanto, eso es algo propio de estúpidos.

Ya os he dicho que era un hombre alto, fuerte, de anchas espaldas y grandes manos; cuando se afeitaba para alguna ocasión excepcional (alguna boda o algo así) y se ponía un traje parecía una estrella de cine, a mí me recordaba al William Holden de "El crepúsculo de los dioses", con esa ancha mandíbula y el hoyuelo en la barbilla. A pesar de la mala vida que llevaba, cuando se arreglaba causaba impresión, yo me daba cuenta de como le miraban las mujeres, incluso hasta las que lo conocían.

Pero a él le daba igual.

Me lo contó una noche de borrachera. Era un tío muy reservado, no le gustaba llorar en hombro ajeno, orgulloso como él solo y poco amigo de miradas conmiserativas a las que respondía echando fuego por sus ojos.

Sí, una mujer del pasado a la que seguía viendo a diario. Pero ver no es tener. En ese caso es mejor no ver.

La casa en la que vivía, la casa de sus padres, era una vieja casa grande con un jardín que lo fué en la parte de atrás, en aquellos días era una auténtica selva por lo descuidado que lo tenía. Una casa tan grande llena de recuerdos para una persona que vive sola se convierte en un estrecho ataúd, por eso solo iba allí a dormir. Y por eso tenía que beber para poder hacerlo.

En el pasillo de entrada, a la izquierda, tenía un piano desvencijado que solíamos aporrear alguna que otra noche que íbamos allí para tomar la última. A pesar del mal estado de conservación todavía podía arrancarle algunas dudosas melodías, recuerdos de una infancia tan lejana que ya no recordaba bien las canciones aprendidas, era un show verlo tocar iluminado por la vela de rigor, casi siempre tenía la luz cortada y no aceptaba que le diéramos dinero para pagarla, mi padre tenía que hacerlo a escondidas cuando se enteraba, él lo sabía, seguro, pero no lo pedía, si a un hombre le quitas su orgullo le quitas todo.

En todas las paredes había cristos colgados, cuadros de vírgenes y santos, sus padres habían sido muy religiosos y él también lo era, a su manera pero lo era. Durante un tiempo nos dejó las llaves de su casa a mi hermano y a mí, para nuestros ligues o para lo que fuera, para tener un sitio donde ir en esos momentos, todavía no teníamos edad para el carnet de coche...era flipante ver las caras de las chicas cuando veían todo aquello, "¿pero quién vive aquí?", "es igual...déjame...".

No duró mucho, los vecinos se enteraron y no les hizo gracia, era el barrio más antiguo y conservador de la ciudad, pronto tuvimos que cambiar los colchones de plumas por la hierba del parque.

Hablando de su religiosidad...solamente le veía llorar un día al año a la misma hora: el Viernes Santo y la procesión del Santo Entierro.

Toda la comitiva pasaba delante de nuestro bar y dentro de ella el Cristo yacente; cuando veíamos que se acercaba, mi padre mandaba apagar casi todas las luces y no se servía a nadie hasta que pasara el Cristo, cosa que tampoco era necesaria porque todo el mundo salía a verlo, también nosotros, un pequeño respiro en ese día de locos que era el Viernes Santo para los bares de aquí. Salíamos para fuera y veíamos a todo el capullerío local al frente, daban ardor de estomago hasta en ese sagrado momento, no es que yo creyera mucho o no, pero era realmente emocionante VER ese silencio...cuando el Cristo pasaba ante nosotros yo invariablemente le echaba un vistazo a Pedro, ya sabía lo que me iba a encontrar pero también me resultaba hasta hermoso de ver...


Ese alcohólico, ese hombre solitario, ese tipo duro que a veces echaba fuego por los ojos, ahora los tenía arrasados por las lágrimas...


Entonces a mí se me ponía un nudo en la garganta y volvía a mirar al Cristo muerto.


Aquello parecía un campo de cebollas.



Hace veinte años que el puñetero bicho te llevó con Él.



En tu memoria.
 
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