Para quienes abogamos por la vuelta de España a la neutralidad, aconsejo este discurso de despedida de George Washington en 1796

M. Priede

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Nos libramos de dos guerras mundiales; la segunda con difíciles equilibrios del general Franco, tanto aliados como alemanes le exigían un mayor compromiso. En la primera a punto estuvimos de entrar por culpa de nuestros políticos y de la mayoría de los intelectuales. Pío Moa:

Por ello “europeizar” a un país europeo solo podían llevar a extravíos como querer sacrificar tropas por intereses ajenos. Aquellos “europeístas” no triunfaron entonces, pues España permaneció neutral; pero estuvo muy cerca de intervenir por mano de Romanones, el mismo que prácticamente liquidó unos años después la monarquía. Si hemos de creer a Juan Simeón Vidarte (y hay motivos para creerle), Romanones era masón de una categoría especialmente secreta. Fue Alcalá-Zamora quien impidió entonces la fechoría (no todo lo hizo mal), pero aquel europeísmo un tanto de pandereta, sería un ingrediente fundamental en el advenimiento de la II República. Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, junto con Antonio Machado, Unamuno y otras figuras intelectuales que habían abogado por servir a Francia e Inglaterra en la PGM, fueron los que dieron a aquella república un aparente lustre intelectual. Es perfectamente simbólico que la república se inaugurase oficialmente, por así decir, el día de la fiesta nacional francesa. Aquellos intelectuales terminaron arrepintiéndose, pero lo que interesa aquí es percibir la estrecha conexión entre su vacuo europeísmo y unos movimientos políticos que terminarían empujando a la guerra civil.

George Washington:

Discurso de despedida de Washington 1796
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“… un apego apasionado de una nación por otra produce una variedad de males. Simpatía por la nación favorita, facilitando la ilusión de un interés común imaginario en los casos en que no existe un interés común real, e infundiendo en uno las enemistades del otro…”
“…nada es más esencial que excluir las antipatías permanentes e inveteradas contra naciones particulares y los apegos apasionados por otras; y que, en lugar de ellos, se cultiven sentimientos justos y amistosos hacia todos.La nación que se entrega a otra con un repruebo habitual o con un cariño habitual es, en cierto grado, esclava. Es esclavo de su animosidad o de su afecto, cualquiera de los cuales es suficiente para desviarlo de su deber y de su interés. La antipatía de una nación contra otra predispone a cada una de ellas a insultar e injuriar más fácilmente, a aferrarse a causas leves de resentimiento ya ser altivas e intratables cuando se presentan ocasiones accidentales o insignificantes de disputa. De ahí frecuentes colisiones, contiendas obstinadas, envenenadas y sangrientas. La nación, impulsada por la mala voluntad y el resentimiento, empuja a veces a la guerra al gobierno, contrariamente a los mejores cálculos de la política. El gobierno participa a veces de la propensión nacional y adopta por pasión lo que la razón rechazaría; otras veces subordina la animosidad de la nación a proyectos de hostilidad instigados por el orgullo, la ambición y otros motivos siniestros y perniciosos. La paz muchas veces, a veces tal vez la libertad, de las naciones, ha sido la víctima.​
Del mismo modo, un apego apasionado de una nación por otra produce una variedad de males.. La simpatía por la nación favorita, que facilita la ilusión de un interés común imaginario en los casos en que no existe un interés común real, e infunde en una las enemistades de la otra, traiciona a la primera para que participe en las disputas y guerras de la segunda sin el incentivo adecuado. o justificación. Conduce también a concesiones a la nación favorita de privilegios negados a otras, lo que puede dañar doblemente a la nación que hace las concesiones; al separarse innecesariamente de lo que debería haber sido retenido, y al despertar celos, mala voluntad y una disposición a tomar represalias en las partes a quienes se niegan los mismos privilegios. Y da a los ciudadanos ambiciosos, corrompidos o engañados (que se entregan a la patria predilecta), facilidad para traicionar o sacrificar los intereses de su propia patria, sin repruebo, a veces incluso con popularidad; dorar, con las apariencias de un sentido virtuoso de la obligación, una deferencia encomiable por la opinión pública, o un celo loable por el bien público, los bajos o orates cumplimientos de la ambición, la corrupción o el enamoramiento.​
Como vías para la influencia extranjera en innumerables formas, tales apegos son particularmente alarmantes para el patriota verdaderamente ilustrado e independiente. Cuántas oportunidades se dan para manipular las facciones internas, practicar las artes de la seducción, engañar a la opinión pública, influir o intimidar a los consejos públicos...
Contra las insidiosas artimañas de la influencia extranjera (los conjuro para que me crean, conciudadanos), la envidia de un pueblo libre debe estar constantemente despierta, ya que la historia y la experiencia prueban que la influencia extranjera es uno de los enemigos más funestos del gobierno republicano.. Pero ese celo para ser útil debe ser imparcial; de lo contrario, se convierte en el instrumento de la misma influencia que debe evitarse, en lugar de una defensa contra ella. La parcialidad excesiva por una nación extranjera y la aversión excesiva por otra hacen que aquellos a quienes impulsan vean el peligro solo de un lado, y sirven para velar e incluso secundar las artes de influencia en el otro. Los verdaderos patriotas que pueden resistir las intrigas del favorito están expuestos a volverse sospechosos y odiosos, mientras que sus herramientas y engaños usurpan el aplauso y la confianza del pueblo, para rendir sus intereses.​
La gran regla de conducta para nosotros con respecto a las naciones extranjeras es extender nuestras relaciones comerciales, tener con ellas la menor conexión política posible . En la medida en que ya hemos formado compromisos, que se cumplan con perfecta buena fe. Aquí detengámonos. Europa tiene un conjunto de intereses primarios que para nosotros no tenemos ninguno; o una relación muy remota. Por lo tanto, debe estar involucrada en frecuentes controversias, cuyas causas son esencialmente ajenas a nuestras preocupaciones. Por lo tanto, debe ser imprudente de nuestra parte implicarnos mediante lazos artificiales en las vicisitudes ordinarias de su política, o las combinaciones y colisiones ordinarias de sus amistades o enemistades...​
La política, la humanidad y el interés recomiendan la armonía y las relaciones liberales con todas las naciones.Pero incluso nuestra política comercial debe tener una mano igual e imparcial; no solicitar ni otorgar favores o preferencias exclusivos; consultar el curso natural de las cosas; difundiendo y diversificando por medios suaves las corrientes del comercio, pero sin forzar nada; establecer (con facultades así dispuestas, a fin de dar un curso estable al comercio, definir los derechos de nuestros comerciantes y permitir que el gobierno los apoye) reglas convencionales de intercambio, lo mejor que permitan las circunstancias presentes y la opinión mutua, pero temporal, y susceptible de ser abandonado o modificado de vez en cuando, según lo dicten la experiencia y las circunstancias; teniendo constantemente en cuenta que es una locura en una nación buscar favores desinteresados de otra; que debe pagar con una parte de su independencia lo que acepte bajo ese carácter; que, por tal aceptación, puede ponerse en la condición de haber dado equivalentes por favores nominales, y sin embargo ser reprochado con ingratitud por no dar más. No puede haber mayor error que esperar o calcular favores reales de nación a nación. Es una ilusión que la experiencia debe curar, que un justo orgullo debe desechar.​
Al ofrecerles a ustedes, mis compatriotas, estos consejos de un viejo y afectuoso amigo, no me atrevo a esperar que causen la impresión fuerte y duradera que desearía; que controlarán la corriente habitual de las pasiones, o impedirán que nuestra nación siga el curso que hasta ahora ha marcado el destino de las naciones. Pero, si me puedo jactar de que pueden producir algún beneficio parcial, algún bien ocasional; que pueden recurrir de vez en cuando para moderar la furia del espíritu de partido, para advertir contra los males de las intrigas extranjeras, para protegerse contra las imposturas del pretendido patriotismo ; esta esperanza será una completa recompensa por la solicitud por vuestro bienestar, por la cual han sido dictados…”​
COMPLETO:​
 
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