Otro día en la vía

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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La otra cajera del Lidl tenía un ojo ciego imponente cada vez que se incorporaba de su asiento para asomarse en el contenido del carro de aquellas extranjeras, repleto de botellas de alcohol. Llevaba el pelo recogido en una larga coleta y bueno, la escena consecuente era tan clara como una película de pilinguis, pero como estoy bastante harto de las películas de pilinguis opté por ponerme a elegir un bote de chicles de entre los que había junto a la cinta tras*portadora. Después de mucho dudar leyendo los ingredientes pillé uno de menta que cuando llegó mi turno volví a dejar más o menos donde estaba.

La tarde ventosa seguía esperándome fuera. En ruta al súper había visto cerrado el parque. Esta mañana llegó al bar un todavía joven para las cuentas de hoy pero ya antiguo jubilado diciendo que poco le había faltado para que un cartel anunciador cayera sobre el coche que conducía.

- Un par de segundos después y zas, no sé qué hubiera pasado -decía aún con el susto en el cuerpo. Pero al rato ya estaba como de costumbre, hablando de política con su amigo y aún para el resto de la escasa concurrencia, enardecido por las constantes tropelías del Gobierno y sus nauseabundos socios que poco más o menos no pagarían sus miserias ni colgándolos siete veces del palo mayor.

La gente está muy tensa últimamente, sobre todo los viejos. O quizá siempre hayan estado así y sea que yo ando más relajado. Me limito a levantarme temprano, hacer mi trabajo, volver a casa y quizá dar un paseo antes de acostarme pronto. Como adecuadamente, estoy por debajo de mi peso, no bebo, fumo poco y duermo bien y más que nunca. Veo vídeos de un pastor adventista y de su mujer, una señora con unas berzas tremendas. Es sudamericana y se llama Fanny. Tiene el pelo tan neցro como lo era el carbón; la tez clara, los ojos grandes y oscuros y unos labios carnosos que a veces dejan ver su blanca dentadura en forma de risa ante algún ocurrente comentario de alguno de sus hermanos en la fe, entre ellos el hermano de su marido que es el jefe de todos, un señor muy serio, grande y musculoso, que sin embargo tiene cara de no ser capaz de apiolar a una mosca y al mismo tiempo un no sé qué en la mirada hablada que a menudo me recuerda al cabrón de Nietzsche.

El día empezó raro en el bar. Llegó un tío y pidió un café con leche y un churro. Yo estaba en ello cuando empezó a preguntarme si conocía marcas de whiskys buenos y todo eso, que había hecho una especie de apuesta con un amigo y necesitaba información. No sé, apenas eran las siete de la mañana y la verdad es que ese tío siempre me ha parecido un poco lgtb en las contadas ocasiones que le he visto. No tengo nada en contra de los gaies, por supuesto, pero sí un tanto con las preguntas extemporáneas. Con todo le dije que sí, que controlo; estoy relajado, no bebo y duermo bien. Le dejé el catálogo de los whiskys que tenemos en el bar y así se entretuvo un rato aunque sin dejar de hablar, tal y como lo hace quien lo que de verdad quiere es hablar y que le hagan caso.

- Ponme un Cardhu -dijo

Se lo puse mientras me decía que me invitaba a uno, cosa a la que me negué, claro; si hubiese sido un Royal Salute 21...

Y luego la mañana, tras su buen comienzo, fue muriéndose al modo en el que creen los etnianos. De hecho uno de ellos, mi amigo Josemari, volvió a pedirme a 50 euros como hace cuatro días y le dije que no. Sé que son para las tonterías de su mujer, como el tabaco que le doy por ir a por los churros y la prensa; a él no le hace falta el dinero, pero al final nos vamos a cabrear por culpa de ella, ya veréis.

Llegué a casa casi que contento ante lo que me esperaba. Encendí el ordenador, dejé la compra, eché una buena cagada y me puse el pijama. Apenas eran las cinco de la tarde y aunque había dejado de llover (poco y mal, eso sí) el viento permanecía furioso, cosa que me alivió.

Quizá sea eso hacerse viejo, buscarse los alivios. Antes, no hace tanto, salía a ellos.

Cogí una botella de agua, corrí las cortinas, me senté en el sofá, encendí un cigarrillo y puse un vídeo del pastor adventista. Este era el primero de una serie de ocho sobre el Espíritu Santo. Faltó poco para que me durmiera con el cigarrillo encendido. Me gustan más los de su mujer, pero hay pocos y ya los he visto todos.

En griego, dice el pastor, la palabra otro tiene dos formas: una, el que es como tú; otra, el que no es como tú.

Es magnífico, borgiano. Ahí me desperté.

Y merendé. Y volví a sentarme en el sofá. A la derecha el cuaderno con el boli para esos ratos de inspiración que sólo llegan cuando llegan. Recordé el ojo ciego y la coleta de la otra cajera del Lidl y mi olvido total por no pillar su whisky premiado como el mejor de su precio en uno de esos concursos publicitarios. El pastor dejó la estupenda filología para volver a mover páginas de la Biblia y yo recordé que tenía una botella de vino en el frigo desde hace un par de semanas, desde la última vez que lo intenté, desde esa mañana que al despertar no quise ni ver lo que había escrito.

Abro la botella, echo un trago y mi lengua se desata. Enseguida, de repente, todo esto y mucho mejor viene a mi cabeza. Me siento ante el ordenador, rulo un cigarrillo y empiezo a beber, a escribir y a fumar en cadena. Pronto se acaba la botella y bajo a por una de whisky.

- ¿Te importa si paso esto? -le digo al que está primero. Creo que dice que sí mientras se agacha a coger sus cosas y paso y vuelvo a casa.

La gata está frita a mi lado con los ojos bien abiertos. Mira mis dedos moverse sobre el teclado. Tiene los ojos azules; fue blanquísima cuando la recogí de la calle y ahora parece un marrajo. Es curioso como le cambia el tonalidad del pelo a los gatos. Doscientos cincuenta euros me costó castrarla. Estuve a punto de no hacerlo. No tengo dinero. Pero lo hice por una fruta gata callejera.

A eso de las cuatro golpeará con sus patitas la puerta de mi habitación. A veces lo hace a las dos, o puede que antes, pero entonces será que estoy con el sueño profundo. Abro la puerta y la dejo entrar para que me deje en paz. Si mi puerta tuviera un quicio como Dios manda no habría lugar para ello, pero no lo tiene.


Y entones me acuerdo de su querida progenitora, pasa para adentro, cierro la puerta y nos vamos durmiendo como podemos.
 
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