Otra víctima del monstruo de lavapiés: "me dejó 20 euros sobre la mesilla para el taxi"

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Violeta, sobre una cita con Íñigo Errejón en 2015: “No podía ni atarme los tacones y continuó adelante”

VIOLENCIA sensual

Violeta, sobre una cita con Íñigo Errejón en 2015: “No podía ni atarme los tacones y continuó adelante”

“Se empeñó en hacerme creer que lo que teníamos era una historia de BDSM”, asegura, “pero la realidad es que era una relación de sumisión no consensuada”, explica Violeta —nombre ficticio—, que entonces tenía 23 años.
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DAVID F. SABADELL
Zuriñe Rodriguez Lara
@Zuriro

27 OCT 2024 06:00

Violeta cocina para mantenerse entretenida. Los últimos tres días se mueve entre la tranquilidad más pura y un nerviosismo que la devora por dentro. Prefiere usar un pseudónimo para “sentirme más segura”, pero enseña a El Salto decenas de capturas de conversaciones e imágenes que guarda en su ordenador porque “a las mujeres se nos suele pedir pruebas, incluso antes de escucharnos”, denuncia. Las conversaciones ocurren desde el 1 de julio de 2014 hasta el 15 de febrero de 2015. Medio año de un diálogo intermitente y dos encuentros es lo que mantuvo Violeta con Íñigo Errejón. Tenía entonces 23 años.
Tras nueve años de silencio, Violeta quiere hablar porque “la reparación va a nacer de nosotras y porque necesito desmontar el discurso del comunicado de Íñigo Errejón en el que deja entrever que esto es cosa de los últimos años”, explica. Sin embargo, antes de comenzar a hablar pone una condición: “No quiero que nadie me llame valiente, porque eso puede crear una dualidad antagónica entre las que hablamos y las que no, como si las que no hablasen fueran cobardes. Por ahí no paso”, sentencia.
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ZURIÑE RODRIGUEZ LARA

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Conoció a Íñigo Errejón en junio de 2014 en un acto que Podemos realizó en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Por entonces era habitual que dirigentes de la formación jovenlandesada viajasen por todo el Estado español presentando un partido que apenas echaba a andar. Violeta se movía por ámbitos de la izquierda anticapitalista sevillana y le pareció una buena idea acudir. “En el acto no cruzamos palabra, pero apareció en las copas de después”, en un bar del centro de la ciudad, y se unió al grupo en el que estaba Violeta, compuesto por unas diez personas. Errejón, por su parte, estaba solo, sin ningún otro dirigente de Podemos. “Desde que llegó, noté su mirada, era amenazante y me sentí incómoda. Apenas mediamos palabra, pero su forma de mirarme no me permitía estar tranquila, me sentía observada”, explica. Tras varias copas “insistió en seguir la fiesta, pero yo me fui”, cuenta.
Cuatro días después de aquel encuentro, Violeta recibió una solicitud de amistad de Iñigo Errejón en Facebook y “aluciné”, pero no hubo interacción alguna hasta tres meses después, en septiembre, cuando ella comentó una de sus publicaciones y “comenzamos a hablar por privado”. Fue él quien inició la conversación, en “donde al principio todo eran debates políticos e intercambio intelectual”. Sin embargo, “me demandaba atención constante y me hacía sentir mal si no le contestaba al momento”.
En las conversaciones a las que ha tenido acceso El Salto se pueden leer mensajes del tipo “te veo demasiado ocupada” o “pon algo de tu parte”, que se entrecruzan con un “te pega fumar por la pose de tus fotos”. Cada vez se diluyen más las conversaciones sobre la situación política y va iniciándose un flirteo. Violeta asegura que “el tono va subiendo y me pide que pasemos a otro canal ‘porque en este no tengo garantías’”. Con las garantías, Íñigo Errejón hace referencia a la carencia de seguridad de redes como Facebook.

“Me impone esa manera de comunicarnos y me obliga a estar constantemente enganchada al chat”
No intercambian sus números de teléfono, sino que es únicamente ella quien le da su contacto. A partir de ahí, Errejón crea un chat privado con autodestrucción de los mensajes en una hora. “En ningún momento consensúa conmigo que esa vaya a ser nuestra forma de hablar. Me impone esa manera y me obliga así a estar constantemente enganchada al chat”, explica, “lo que me generó una ansiedad enorme y menguó la calidad en mis relaciones personales”. De esta manera, la conversación se traslada a Telegram, en donde “empezamos a idear nuestro primer encuentro”, aunque “yo me mantenía cautelosa, porque en ese momento él tenía pareja y yo no sabía hasta dónde íbamos a llegar”.

Un primer encuentro: BDSM sin acuerdos

El primer encuentro se establece para finales de septiembre en Madrid, concretamente el día 19, y dura 50 minutos. Fue en el piso que una amiga de Violeta le prestó en el barrio de Lavapiés. Para entonces, “el tono de las conversaciones del chat ya había subido mucho”, cuenta. Ambos habían decidido iniciar un juego de roles en el que Violeta iba a interpretar el papel de “su fruta”. “Se empeñó en hacerme creer que lo que teníamos era una historia de BDSM y me hablaba políticamente de lo que significaba”, asegura, “pero la realidad es que era una relación de sumisión no consensuada”, una reflexión a la que llegó años después. “Fue como una película burda de prono heteronormativo. Tirones de pelo, cachetes, frases desagradables y ningún ‘qué tal’ ni miradas para testear si yo estaba bien”, explica.
“Fue como una película burda de prono heteronormativo. Tirones de pelo, cachetes, frases desagradables y ningún ‘qué tal’ ni miradas para testear si yo estaba bien”, explica sobre su primer encuentro
El BDSM es un conjunto de prácticas sensuales en donde media, entre otras, la dominación, la sumisión y el masoquismo. Son unos juegos sensuales en los que previamente se consensuan y negocian los términos de la práctica y en donde el consentimiento y sentirse seguros son fundamentales. Es habitual decidir conjuntamente una o varias palabras clave que marcarán los límites. Además, siempre hay un chequeo constante de cómo se están sintiendo los participantes. “En nuestro caso, nunca hubo palabra clave, ni miradas de control. Fue agresivo, violento y humillante y no era lo acordado. De hecho, nunca hubo un espacio para acordar nada”, afirma tajante.
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“Para el encuentro, establecimos que tenía que acudir con tacones y lencería fina y a mí eso me parecía bien”, eso sí “nunca se ofreció a que pagáramos a medias. Todos los gastos corrieron de mi cuenta”, explica. “Llegó al piso escondiéndose y me obligó a que saliéramos por separado. Tuve que quedarme esperando”. Por eso, Violeta siente un profundo enfado cuando en el comunicado del político afirma que su personaje ha podido con la persona porque, para ella, “nunca hubo persona y personaje”, sino “que se creía superior a las mujeres y tenía una autopercepción de sí mismo como un ser supremo. Era, sencillamente, una persona misógina”. Violeta tiene claro que “la erótica del poder y la impunidad patriarcal hizo el resto” y advierte de que, “cuando estuvo conmigo, no tenía la notoriedad pública que pone como excusa en su comunicado. Por lo tanto, está mintiendo”, aclara.

Gaslighting y exigencias

El segundo intento de encuentro fue fallido. Iba a ser en Bilbao. Errejón había sido invitado por la Facultad de Comunicación para dar una charla, el 20 de noviembre de 2014, que se suspendió a última hora. Ambos habían ideado el encuentro. Se iban a ver en un hotel, pero ella se enteró de que no se iba a celebrar la charla “porque vi un cartel en la facultad”. Cuando le preguntó a Errejón por qué no la había avisado, “me cayó una bronca enorme. Me recriminó que no entendiera que era una persona ‘muy importante y ocupada’”. Por entonces, ya se había celebrado la primera Asamblea Ciudadana de Podemos y la proyección pública de Errejón era cada vez mayor.
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Desde ese momento las interacciones menguaron y “pasamos de hablar durante horas al día a que me escribiese puntualmente para exigirme cosas. Una foto, unas palabras subidas de tono, un relato erótico, videos tocándome…”. Ella accedía “porque entonces no era consciente de la situación”, reconoce con cierto sentimiento de culpa, “y le enviaba lo que me pedía”.
Tiene archivadas las fotos que le envió, pero no sabe exactamente cuántas son, eso sí, “muchas”. Él, sin embargo, sólo le envió dos, “en las que no se veía su cara”. Violeta recuerda aquellos meses “enganchada a un móvil, contestando al momento cada mensaje y esperando horas a que él contestase los míos”. Él cada vez tardaba más y se impacientaba cuando ella no respondía al momento. “Era luz de gas de manual”, dice, “pero me volvía a enganchar y yo no sabía cómo salir de ahí”, explica. Su estrategia para mantenerla en vilo siempre era la misma: “Lo de Podemos está avanzando mucho y me requiere mucho trabajo y yo, lo entendía”. Enfadada asegura que el tiempo le ha confirmado que se valía de su posición de poder para maltratarla y que “era algo que hacía con plena conciencia”.

Segundo encuentro: parálisis, desprecio y soberbia

Tras su estancia en Bilbao, Violeta vuelve en enero de 2015 a Sevilla, y ahí tiene lugar el segundo encuentro. Mientras se instalaba en su nuevo piso, recibe un mensaje de Errejón, “quién me convoca en un hotel y yo salgo corriendo hacía él”. Le da primero una dirección y después otra. “Estaba tan enfada por las vueltas que me estaba haciendo dar, que me puse a despotricar en el taxi en voz alta”. Recuerda a la perfección este momento porque el taxista me miró y me dijo: ‘si te trata así, igual no te merece’”, narra.
“Hay momentos que los he olvidado por completo”, explica sobre su segundo encuentro sensual
Para entonces, Violeta había empezado a vivir cualquier interacción con él en un estado de aturdimiento: “Estaba siempre nerviosa y en alerta, como si algo pudiese pasar”. De hecho, asegura que “hubo momentos que los he olvidado por completo”, explica. La amnesia es un mecanismo clásico que muchas mujeres desarrollan en situaciones de alto riesgo y de miedo extremo. No se acuerda de conversaciones en las que le hablaba con desprecio y tampoco sus exigencias, pero sabe que las tuvo porque capturaba todas sus conversaciones antes de que se autodestruyeran.
Cuando llegó al hotel, en el centro de la capital sevillana, se coló, subió por las escaleras y tocó la puerta de la habitación. “Me había insistido mucho en que nadie podía saber que nos estábamos viendo”, explica. “Llegué a la habitación con mucha ansiedad y extremadamente nerviosa. No podía ni moverme”. Lo sabe porque Íñigo Errejón tuvo que ayudarle a ponerse los zapatos de tacón que le había pedido que llevase para el acto sensual, “por lo que él era completamente consciente de mi estado”. A pesar de ello, él “siguió adelante” con el acto sensual. Ella estaba en una situación de shock y paralizada y a pesar de ello, él continuó.
Por muchos intentos que Violeta ha hecho, no puede recordar lo que sucedió exactamente durante los siguientes minutos en esa habitación. Intentar recordarlo le genera mucho malestar. Sin embargo, sí recuerda lo que sucedió después. “Ni me miró, se puso a leer un libro y me dijo que era alguien importante que tenía mucho trabajo y que la notoriedad que estaba adquiriendo le gustaba mucho. Hizo como si no estuviese allí, me trató con un profundo desprecio”. Por entonces Iñigo Errejón ya había empezado a participar asiduamente en las tertulias de la Sexta Noche.
“Entendí que quería que me fuera y, al vestirme, me di cuenta de que me había dejado 20 euros en la mesilla de noche para el taxi de vuelta. Me sentí culpable, porque ni siquiera llegó a decirme para qué estaban ahí, era implícito, como si buscase humillarme”, narra todavía afectada.
Tras aquel encuentro, hubo algún mensaje vago por parte de Errejón que “fue dejando morir la relación”. Violeta le escribió en varias ocasiones para saber qué pasaba pero nunca obtuvo respuesta y “asumí que él había decido cuándo empezar y cuando terminar”.

El feminismo la salva y los hombres la cuestionan

A Violeta, Errejón siempre le exigió que lo “nuestro debía mantenerse en secreto por la relevancia de mi persona”, pero “no le hice caso y se lo conté a algunas amigas”. Tiene la sensación de que eso la salvó. En Bilbao se lo “confesé a dos compañeras y ahí empecé a ponerle nombre a todo”. Ambas mujeres participaban en estructuras del movimiento feminista autónomo de Euskal Herria y “me proporcionaron todas las claves y el acompañamiento que necesité para entender ante lo que me encontraba. Me ayudaron a poner palabras y a no sentirme sola”, afirma. Guarda un buen recuerdo de las tardes en el salón hablando de la situación en la que se encontraba, de leer juntas los mensajes que Errejón le mandaba y tramar estrategias para salir de ahí, “me dieron hasta libros que leer”, cuenta con una sonrisa. Remarca constantemente que es el feminismo lo que la ha salvado de todo ello y por lo que también cuenta su testimonio, que está constantemente atravesado por el análisis feminista.
Errejón siempre le exigió que lo “nuestro debía mantenerse en secreto por la relevancia de mi persona”, pero “no le hice caso y se lo conté a algunas amigas”
Pero también recuerda a todos aquellos compañeros vinculados a espacios de izquierda mixtos que le dijeron una y otra vez que “era bastante sabido que Errejón tenía una en cada puerto, naturalizando su forma de operar y minimizando mi vivencia”, denuncia.
“Ahora vivo feliz sin vínculos heterosexuales ni hombres misóginos cerca que me violenten”, pero invita a la reflexión colectiva sobre la impunidad de hombres con poder, ensalza el valor del feminismo y siente que, “por fín, he podido contarlo”.
El testimonio de Violeta coincide con el que publicó ayer eldiario.es, en el que recogía las dinámicas vividas por Sara, también nombre ficticio, con Íñigo Errejón entre marzo de 2019 y julio
de 2020. Ambos testimonios coinciden a su vez con los recabados por la periodista Cristina Fallarás en su cuenta de Instagram.
 
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