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Madmaxista
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«¡OTAN Go Home!»
por Thierry Meyssan
Hace dos décadas que las tropas de Estados Unidos imponen su “ley” en el Gran Medio Oriente. Los Estados de varios países han sido destruidos, supuestamente para defender a sus pueblos. En realidad, poblaciones enteras han sufrido la dictadura de los islamistas. Pueblos enteros han sido víctimas de crímenes de masas y se han desatado hambrunas de forma deliberada. El presidente Donald Trump ha obligado sus generales a traer las tropas de regreso pero el Pentágono pretende seguir adelante con su empresa de destrucción… utilizando ahora los soldados de la OTAN.
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 18 DE FEBRERO DE 2020
FRANÇAIS РУССКИЙ عربي ITALIANO ENGLISH TÜRKÇE ROMÂNĂ DEUTSCH ΕΛΛΗΝΙΚΆ PORTUGUÊS
El 12 de febrero de 2020, el general estadounidense Tod D. Wolters, Comandante Supremo de las fuerzas de Estados Unidos en Europa y Comandante Supremo de la OTAN, llega al Consejo del Atlántico Norte.
El presidente Donald Trump dedicará el último año de su actual mandato a traer los boys de regreso a casa. Todas las tropas estadounidenses desplegadas en el Gran Medio Oriente (o Medio Oriente ampliado) y en África se retirarían por orden del presidente. Pero esa retirada de los militares estadounidenses no significa el fin de la influencia de Estados Unidos en esas regiones del mundo.
La estrategia del Pentágono
Desde el año 2001, Estados Unidos adoptó en secreto la estrategia que habían enunciado Donald Rumsfeld y el almirante Arthur Cebrowski –estrategia que fue incluso una de las razones de los hechos del 11 de septiembre. Sólo 2 días después de los atentados del 11 de septiembre, el coronel Ralf Peters mencionaba esa estrategia en la publicación de las fuerzas terrestres de Estados Unidos [1] y 5 años después fue confirmada con la publicación del mapa, trazado por el estado mayor estadounidense, que mostraba los contornos del nuevo Medio Oriente [2].
Thomas Barnett, asistente del almirante Cebrowski, se ocupó de describir detalladamente esa estrategia en un libro titulado The Pentagon’s New Map (“El nuevo mapa del Pentágono”) [3].
Inicialmente, había que adaptar las misiones de los ejércitos estadounidenses a una nueva forma de capitalismo donde la finanza prevalece ante la economía. Habrá que dividir el mundo en dos sectores separados. De un lado estarían los Estados estables integrados a la globalización, incluyendo Rusia y China; del otro lado quedaría una amplia zona destinada sólo a la explotación de sus materias primas. Por eso lo más conveniente es debilitar al máximo las estructuras de los Estados en los países que quedan dentro de esa “reserva de recursos” –lo ideal sería destruir completamente los Estados de esos países– para impedir que sus poblaciones puedan organizarse y alcanzar algún tipo de desarrollo. Ese «caos constructor», según la fórmula utilizada por Condoleeza Rice cuando era miembro de la administración Bush, no debe confundirse con el concepto rabínico homónimo… aunque los partidarios de la teopolítica han hecho todo lo posible para alimentar esa confusión. No se trata de destruir un orden “malo” para construir uno mejor sino de destruir toda forma de organización humana para hacer imposible cualquier forma de resistencia de los pobladores y permitir que las tras*nacionales puedan explotar los territorios de esa segunda zona sin encontrar ningún tipo de obstáculo de orden político. Por consiguiente, se trata de un proyecto colonial en el sentido anglosajón del término, que no debe confundirse con el tipo de colonización que implica el envío de colonos y su implantación en las tierras colonizadas.
Según este mapa, extraído de un Powerpoint presentado en 2003 por Thomas P. M. Barnett en una conferencia impartida en el Pentágono, habría que destruir todas las estructuras de los Estados en los países situados en el área rosa.
Al iniciar la aplicación de esta estrategia, el presidente estadounidense George Bush hijo habló de «guerra sin fin». En efecto, ya no se trata de ganar guerras y de derrotar adversarios sino de manejar los conflictos para hacerlos durar el mayor tiempo posible –Bush habló específicamente de «un siglo».
Esa es la estrategia que ha venido aplicándose en el «Gran Medio Oriente», que abarca todo el territorio que va desde Pakistán hasta jovenlandia, todo el «teatro de operaciones» del CentCom estadounidense, y el norte del territorio que el Pentágono atribuye al AfriCom.
En el pasado, los soldados estadounidenses garantizaban el acceso de Estados Unidos al petróleo del Golfo Pérsico –siguiendo la «doctrina Carter». Hoy en día están desplegados en una zona 4 veces más amplia y su objetivo es acabar con cualquier forma de orden. Así fueron destruidos los Estados de Afganistán (a partir del 2001), de Irak (a partir de 2003), de Libia (a partir de 2011), se trató de destruir el Estado sirio (a partir de 2012), y se destruyó el Estado en Yemen (a partir de 2015), de manera que esos países ya no son capaces de proteger a sus ciudadanos.
En resumen, a pesar del discurso oficial, el verdadero objetivo nunca fue derrocar «regímenes» sino destruir Estados e impedir su resurgimiento. Por ejemplo, la caída de los talibanes –hace 19 años– no mejoró la situación de los afganos, que más bien ha seguido empeorando desde entonces. El único contraejemplo podría ser el caso de Siria, país que, conforme a su tradición histórica, ha logrado preservar su Estado a pesar de la guerra y que, aun con su economía prácticamente en la ruina, ha logrado capear el temporal.
De paso, hay que señalar que el Pentágono nunca consideró Israel como un Estado del Medio Oriente sino como un Estado europeo, lo cual quiere decir que Israel no debe verse perjudicado por la estrategia que acabamos de describir.
En 2001, el coronel estadounidense Ralf Peters aseguraba entusiasmado que la limpieza étnica «¡funciona!» (sic) pero que las leyes de la guerra prohibían a Estados Unidos poner en práctica ese recurso… al menos directamente. Eso explica la tras*formación de al-Qaeda y la creación del Emirato Islámico (Daesh), que hicieron lo que el Pentágono quería lograr pero sin poder hacerlo por sí mismo ni públicamente.
Para entender bien la estrategia Rumsfeld/Cebrowski, hay que diferenciarla de la operación de las llamadas «primaveras árabes», concebida por los británicos según el modelo de la «Gran Revuelta Árabe». El objetivo de las «primaveras árabes» era poner en el poder a la Hermandad fiel a la religión del amora, exactamente como Lawrence de Arabia puso en el poder a los wahabitas en 1915.
El objetivo del estado mayor de Estados Unidos, aunque no asumido públicamente, es acabar con las fronteras en el Medio Oriente, destruir los Estados en los países de esa región –sin importar que sean amigos o enemigos– y recurrir a la “limpieza étnica”.
En Occidente no se ve el Gran Medio Oriente como una región geográfica. Sólo se conocen algunos de sus países, que además son vistos como aislados entre sí. Los occidentales se autoconvencen así de que los trágicos acontecimientos que sufren los pueblos del Medio Oriente ampliado son todos provocados por circunstancias particulares –una guerra civil por aquí, por allá el derrocamiento de un dictador sanguinario. Para cada país del Gran Medio Oriente, los occidentales tienen una historia bien escrita que justifica el drama… pero no tienen ninguna que explique por qué la guerra sigue prolongándose y lo último que quieren es que les pregunten sobre ese por qué. Sólo saben denunciar «la negligencia de los americanos», que supuestamente no saben terminar las guerras, y olvidan que los estadounidenses reconstruyeron Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial. También se niegan a ver el hecho que Estados Unidos está aplicando un plan enunciado de antemano, cuya puesta en práctica ya ha costado millones de muertes. Y nunca se sienten responsables de esas masacres.
Hasta los propios responsables estadounidenses se niegan a confesar a sus conciudadanos la estrategia que están aplicando. Por ejemplo, el inspector general estadounidense encargado de investigar sobre la situación en Afganistán redactó un informe donde deplora que el Pentágono haya dejado pasar innumerables ocasiones de hacer posible la paz, cuando en realidad el Pentágono no tiene ningún interés en restablecer la paz.
La intervención rusa
En su intento de destruir los Estados en los países del Gran Medio Oriente, el Pentágono orquestó una absurda guerra civil regional, al estilo de la guerra que ya había provocado entre Irak e Irán de 1980 a 1988. En aquella época, el presidente iraquí Saddam Hussein y el ayatola Khomeini finalmente se dieron cuenta de que sus pueblos estaban matándose entre sí sin ninguna razón y restablecieron la paz, contrariando así los deseos de las potencias occidentales.
Hoy se trata de la supuesta oposición entre sunnitas y chiitas. De un lado, Arabia Saudita y sus aliados y, del otro lado, Irán y sus aliados. En el pasado, la Arabia Saudita wahabita y el Irán del ayatola Khomeini lucharon juntos, bajo las órdenes de la OTAN, en la guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-1995)… pero eso no importa, como tampoco importa que muchas de las fuerzas que componen el «Eje de la Resistencia» no sean chiitas –el 100% de los palestinos de la organización Yihad Islámica son sunnitas, y también son sunnitas el 70% de los libaneses, el 90% de los sirios, un 35% de los iraquíes y un 5% de los iranies.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué luchan entre sí los sunnitas y los chiitas, y el mundo occidental –encabezado por Estados Unidos– los incita a seguir matándose.
Al menos la tercera parte de los pueblos reunidos en el “Eje de la Resistencia”, supuestamente chiita, no pertenece a esa rama del islam.
En todo caso, en 2014, siempre en función de sus objetivos, el Pentágono se disponía a forzar el reconocimiento de dos nuevos Estados: el «Kurdistán libre» –una fusión de la franja de suelo sirio que la prensa occidental se empeña a denominar «Rojava» con la gobernación kurda de Irak, territorio al que se agregaría posteriormente una parte de Irán y todo el este de Turquía– y el «Sunnistán» –que debía abarcar la parte sunnita de Irak y el este de Siria. Al destruir así 4 Estados, el Pentágono pensaba abrir el camino a una reacción en cadena capaz de destruir toda la región.
Rusia inició entonces su intervención militar, imponiendo el respeto de las fronteras de la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, el trazado de esas fronteras –resultado de los acuerdos Sykes-Picot-Sazonov, adoptados en 1915– es arbitrario y a veces resulta difícil de soportar, pero modificarlo a través del derramamiento de sangre resulta aún peor.
La propaganda del Pentágono siempre ha fingido ignorar lo que realmente está en juego. A veces porque el propio Pentágono no asume públicamente la estrategia Rumsfeld/Cebrowski y también que se empeña en interpretar el regreso de Crimea a la Federación Rusa como una anexión.
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por Thierry Meyssan
Hace dos décadas que las tropas de Estados Unidos imponen su “ley” en el Gran Medio Oriente. Los Estados de varios países han sido destruidos, supuestamente para defender a sus pueblos. En realidad, poblaciones enteras han sufrido la dictadura de los islamistas. Pueblos enteros han sido víctimas de crímenes de masas y se han desatado hambrunas de forma deliberada. El presidente Donald Trump ha obligado sus generales a traer las tropas de regreso pero el Pentágono pretende seguir adelante con su empresa de destrucción… utilizando ahora los soldados de la OTAN.
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 18 DE FEBRERO DE 2020
FRANÇAIS РУССКИЙ عربي ITALIANO ENGLISH TÜRKÇE ROMÂNĂ DEUTSCH ΕΛΛΗΝΙΚΆ PORTUGUÊS
El presidente Donald Trump dedicará el último año de su actual mandato a traer los boys de regreso a casa. Todas las tropas estadounidenses desplegadas en el Gran Medio Oriente (o Medio Oriente ampliado) y en África se retirarían por orden del presidente. Pero esa retirada de los militares estadounidenses no significa el fin de la influencia de Estados Unidos en esas regiones del mundo.
La estrategia del Pentágono
Desde el año 2001, Estados Unidos adoptó en secreto la estrategia que habían enunciado Donald Rumsfeld y el almirante Arthur Cebrowski –estrategia que fue incluso una de las razones de los hechos del 11 de septiembre. Sólo 2 días después de los atentados del 11 de septiembre, el coronel Ralf Peters mencionaba esa estrategia en la publicación de las fuerzas terrestres de Estados Unidos [1] y 5 años después fue confirmada con la publicación del mapa, trazado por el estado mayor estadounidense, que mostraba los contornos del nuevo Medio Oriente [2].
Thomas Barnett, asistente del almirante Cebrowski, se ocupó de describir detalladamente esa estrategia en un libro titulado The Pentagon’s New Map (“El nuevo mapa del Pentágono”) [3].
Inicialmente, había que adaptar las misiones de los ejércitos estadounidenses a una nueva forma de capitalismo donde la finanza prevalece ante la economía. Habrá que dividir el mundo en dos sectores separados. De un lado estarían los Estados estables integrados a la globalización, incluyendo Rusia y China; del otro lado quedaría una amplia zona destinada sólo a la explotación de sus materias primas. Por eso lo más conveniente es debilitar al máximo las estructuras de los Estados en los países que quedan dentro de esa “reserva de recursos” –lo ideal sería destruir completamente los Estados de esos países– para impedir que sus poblaciones puedan organizarse y alcanzar algún tipo de desarrollo. Ese «caos constructor», según la fórmula utilizada por Condoleeza Rice cuando era miembro de la administración Bush, no debe confundirse con el concepto rabínico homónimo… aunque los partidarios de la teopolítica han hecho todo lo posible para alimentar esa confusión. No se trata de destruir un orden “malo” para construir uno mejor sino de destruir toda forma de organización humana para hacer imposible cualquier forma de resistencia de los pobladores y permitir que las tras*nacionales puedan explotar los territorios de esa segunda zona sin encontrar ningún tipo de obstáculo de orden político. Por consiguiente, se trata de un proyecto colonial en el sentido anglosajón del término, que no debe confundirse con el tipo de colonización que implica el envío de colonos y su implantación en las tierras colonizadas.
Al iniciar la aplicación de esta estrategia, el presidente estadounidense George Bush hijo habló de «guerra sin fin». En efecto, ya no se trata de ganar guerras y de derrotar adversarios sino de manejar los conflictos para hacerlos durar el mayor tiempo posible –Bush habló específicamente de «un siglo».
Esa es la estrategia que ha venido aplicándose en el «Gran Medio Oriente», que abarca todo el territorio que va desde Pakistán hasta jovenlandia, todo el «teatro de operaciones» del CentCom estadounidense, y el norte del territorio que el Pentágono atribuye al AfriCom.
En el pasado, los soldados estadounidenses garantizaban el acceso de Estados Unidos al petróleo del Golfo Pérsico –siguiendo la «doctrina Carter». Hoy en día están desplegados en una zona 4 veces más amplia y su objetivo es acabar con cualquier forma de orden. Así fueron destruidos los Estados de Afganistán (a partir del 2001), de Irak (a partir de 2003), de Libia (a partir de 2011), se trató de destruir el Estado sirio (a partir de 2012), y se destruyó el Estado en Yemen (a partir de 2015), de manera que esos países ya no son capaces de proteger a sus ciudadanos.
En resumen, a pesar del discurso oficial, el verdadero objetivo nunca fue derrocar «regímenes» sino destruir Estados e impedir su resurgimiento. Por ejemplo, la caída de los talibanes –hace 19 años– no mejoró la situación de los afganos, que más bien ha seguido empeorando desde entonces. El único contraejemplo podría ser el caso de Siria, país que, conforme a su tradición histórica, ha logrado preservar su Estado a pesar de la guerra y que, aun con su economía prácticamente en la ruina, ha logrado capear el temporal.
De paso, hay que señalar que el Pentágono nunca consideró Israel como un Estado del Medio Oriente sino como un Estado europeo, lo cual quiere decir que Israel no debe verse perjudicado por la estrategia que acabamos de describir.
En 2001, el coronel estadounidense Ralf Peters aseguraba entusiasmado que la limpieza étnica «¡funciona!» (sic) pero que las leyes de la guerra prohibían a Estados Unidos poner en práctica ese recurso… al menos directamente. Eso explica la tras*formación de al-Qaeda y la creación del Emirato Islámico (Daesh), que hicieron lo que el Pentágono quería lograr pero sin poder hacerlo por sí mismo ni públicamente.
Para entender bien la estrategia Rumsfeld/Cebrowski, hay que diferenciarla de la operación de las llamadas «primaveras árabes», concebida por los británicos según el modelo de la «Gran Revuelta Árabe». El objetivo de las «primaveras árabes» era poner en el poder a la Hermandad fiel a la religión del amora, exactamente como Lawrence de Arabia puso en el poder a los wahabitas en 1915.
En Occidente no se ve el Gran Medio Oriente como una región geográfica. Sólo se conocen algunos de sus países, que además son vistos como aislados entre sí. Los occidentales se autoconvencen así de que los trágicos acontecimientos que sufren los pueblos del Medio Oriente ampliado son todos provocados por circunstancias particulares –una guerra civil por aquí, por allá el derrocamiento de un dictador sanguinario. Para cada país del Gran Medio Oriente, los occidentales tienen una historia bien escrita que justifica el drama… pero no tienen ninguna que explique por qué la guerra sigue prolongándose y lo último que quieren es que les pregunten sobre ese por qué. Sólo saben denunciar «la negligencia de los americanos», que supuestamente no saben terminar las guerras, y olvidan que los estadounidenses reconstruyeron Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial. También se niegan a ver el hecho que Estados Unidos está aplicando un plan enunciado de antemano, cuya puesta en práctica ya ha costado millones de muertes. Y nunca se sienten responsables de esas masacres.
Hasta los propios responsables estadounidenses se niegan a confesar a sus conciudadanos la estrategia que están aplicando. Por ejemplo, el inspector general estadounidense encargado de investigar sobre la situación en Afganistán redactó un informe donde deplora que el Pentágono haya dejado pasar innumerables ocasiones de hacer posible la paz, cuando en realidad el Pentágono no tiene ningún interés en restablecer la paz.
La intervención rusa
En su intento de destruir los Estados en los países del Gran Medio Oriente, el Pentágono orquestó una absurda guerra civil regional, al estilo de la guerra que ya había provocado entre Irak e Irán de 1980 a 1988. En aquella época, el presidente iraquí Saddam Hussein y el ayatola Khomeini finalmente se dieron cuenta de que sus pueblos estaban matándose entre sí sin ninguna razón y restablecieron la paz, contrariando así los deseos de las potencias occidentales.
Hoy se trata de la supuesta oposición entre sunnitas y chiitas. De un lado, Arabia Saudita y sus aliados y, del otro lado, Irán y sus aliados. En el pasado, la Arabia Saudita wahabita y el Irán del ayatola Khomeini lucharon juntos, bajo las órdenes de la OTAN, en la guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-1995)… pero eso no importa, como tampoco importa que muchas de las fuerzas que componen el «Eje de la Resistencia» no sean chiitas –el 100% de los palestinos de la organización Yihad Islámica son sunnitas, y también son sunnitas el 70% de los libaneses, el 90% de los sirios, un 35% de los iraquíes y un 5% de los iranies.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué luchan entre sí los sunnitas y los chiitas, y el mundo occidental –encabezado por Estados Unidos– los incita a seguir matándose.
En todo caso, en 2014, siempre en función de sus objetivos, el Pentágono se disponía a forzar el reconocimiento de dos nuevos Estados: el «Kurdistán libre» –una fusión de la franja de suelo sirio que la prensa occidental se empeña a denominar «Rojava» con la gobernación kurda de Irak, territorio al que se agregaría posteriormente una parte de Irán y todo el este de Turquía– y el «Sunnistán» –que debía abarcar la parte sunnita de Irak y el este de Siria. Al destruir así 4 Estados, el Pentágono pensaba abrir el camino a una reacción en cadena capaz de destruir toda la región.
Rusia inició entonces su intervención militar, imponiendo el respeto de las fronteras de la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, el trazado de esas fronteras –resultado de los acuerdos Sykes-Picot-Sazonov, adoptados en 1915– es arbitrario y a veces resulta difícil de soportar, pero modificarlo a través del derramamiento de sangre resulta aún peor.
La propaganda del Pentágono siempre ha fingido ignorar lo que realmente está en juego. A veces porque el propio Pentágono no asume públicamente la estrategia Rumsfeld/Cebrowski y también que se empeña en interpretar el regreso de Crimea a la Federación Rusa como una anexión.
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