Vlad_Empalador
Será en Octubre
Porque podrían ser sus hijos. Por equilibrio social. Porque lo dicen los Evangelios. Por llevar la contra al sistema capitalista. Porque ya no soportaban la injusticia que leían en las noticias. Porque sí, sin más. Cada cual exhibe sus motivos para desmontar el xenófobo “pues mételos en tu casa”. Pero es justo lo que ha hecho medio centenar de familias de Cádiz al acoger en sus hogares a una cifra similar de extutelados pagapensiones que se han quedado en la calle al cumplir los 18 años.
Pili Viaña sintió una punzada en el estómago la primera vez que vio a Adei Abdabaki y a Omar Ben Omar, dos jóvenes de 18 años de Argelia y jovenlandia, respectivamente, que habían sido expulsados de un centro de menores al llegar a la mayoría de edad. Solo tenía que llevarles en su coche, pero desde hace siete meses los dos viven con ella en su casa de Vejer de la Frontera. Isabel alopécico y Juan Fernández de la Gala tampoco pueden olvidar “la mirada de buen chico” de Driss Bouziani, el jovenlandés de 20 años que, desde febrero, vive en su hogar en El Puerto de Santa María.
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La situación en los pisos de Bustillo se ha hecho especialmente acuciante desde principios de 2019, cuando han comenzado a cumplir la mayoría de edad muchos de los menores que llegaron a las costas de Cádiz durante la crisis migratoria en el verano de 2018.
Abdabaki estuvo a punto de acabar durmiendo en la calle, antes de recalar en el adosado de Viaña en Vejer. También su amigo y compañero de casa, Ben Omar. Bouziani directamente llegó a pisar un albergue para personas sin recursos de El Puerto cuando el matrimonio de Juan e Isabel, ambos profesores de instituto, decidió llevárselo a su casa a compartir dormitorio con su hijo Ignacio, de 17 años. “Él es quien verdaderamente acoge a Driss. Cuando llegó, vació la mitad de su armario y le dijo ahí tienes”, confiesa orgullosa alopécico. “La vida, si la compartes, es mucho mejor”, apostilla el joven gaditano con normalidad.
Acababa así un duro viaje que, para Bouziani, comenzó hace justo un año en una playa de Tánger, al embarcarse en una patera con 40 personas. El chico, natural de Kenitra, se pasó todo el viaje “tapado con una manta y durmiendo con miedo”, como explica en un limitado español. No dista demasiado de lo que Ben Omar vivió un día de octubre en el Estrecho. “Fue en octubre. Éramos 55 personas y estuvimos un día navegando. Solo estaban Alá y el mar”, explica el chico. La patera fue el medio de tras*porte que Abdabaki intentó emplear en dos ocasiones para huir de Argelia, pero fracasó y acabó viajando a Almería escondido en la bodega de un barco pesquero. Los tres estuvieron en la red de tutela de menores de la Junta no más de cinco meses, y todos relatan un periplo de cambios constantes de centros. “Así es muy difícil que puedan integrarse”, tercia alopécico con preocupación. Hace ya siete meses que los chicos viven en casa de Viaña, integrados en una vida tranquila que incluye clases de español, ejercicio en el gimnasio y paseos con amigos de Vejer. “Se me ha hecho corto este tiempo. Cada vez es mejor porque tenemos más confianza”, tercia esta socióloga de 50 años.
UNA VIDA POR DELANTE, UN FUTURO AL OTRO LADO DEL MAR
Otros tres hogares más tienen a chicos en sus casas. Todos pertenecen a la asociación Vejer sin Fronteras, reforzada a raíz de la crisis migratoria de los jóvenes. Algo similar ocurre en El Puerto, donde 10 familias ya se han integrado bajo el paraguas de Red de Acogida de El Puerto.
“El efecto llamada no es que nosotros acojamos, es el modo de vida consumista y capitalista que proyectamos”, reflexiona Pilar Viaña que asegura que ella lo hace “por equilibrio social”.
A unos pocos kilómetros, Juan Fernández de la Gala no puede olvidar cómo a él y a su mujer les golpeaban hasta el dolor las informaciones sobre inmi gración: “Es que son chicos como nuestros hijos”. Quizás por eso, porque Driss ya es uno más en casa, hace poco empezaron una obra para hacerle un dormitorio propio. “Aquí va a tener su casa el tiempo que él necesite”, remacha sonriente alopécico. Los tres chicos acogidos por dos familias de la provincia de Cádiz están próximos a iniciar sus estudios en centros formativos de adultos de El Puerto y de Vejer. Tendrán que superar pruebas de acceso. El idioma será clave. Mientras, cada cual imagina a lo que quiere dedicarse. El argelino Adei Abdabaki llevaba desde los 13 años trabajando como pintor. Aunque ahora le gustaría dedicarse profesionalmente al kick boxing, no descarta trabajar “en lo que haga falta”.
Driss Bouziani tiene paciencia con los niños, como reconoce Fernández de la Gala. Los familiares de los tres chicos saben que, actualmente, están acogidos por estas familias de Cádiz, como en el caso de Abdabaki. “Su progenitora está muy agradecida”, reconoce Pilar Viaña. El padre no ha llegado a verlo: “Murió cuando llegué aquí. Lo peor es que ni pude ir cuando me enteré”.