Oficios de ayer en jóvenes de hoy

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Marbella de tal y tal
Una relojera, un barbero, una costurera y un artesano del cuero representan a las nuevas generaciones que moldean con sus manos las profesiones milenarias.

Arantxa (25 años), Eduardo (28), Carol (35) y Luis (40) son las nuevas caras de algunos de los negocios tradicionales que siguen teniendo cabida en la ciudad.

En la Relojería Santolaya, el paso del tiempo no es sólo una cuestión de años. Precedida por decenas de tic-tacs acompasados, cada hora en punto es anunciada por una alegre amalgama de campanadas, tintineos y repiqueteos que, cada 59 minutos, inundan todos los rincones de esta casa fundada en 1867 y especializada en piezas fechadas entre el siglo XVI y el XIX.

Enfermera de relojes

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El reloj que Arantxa sostiene ahora en sus manos ha dejado de sonar, pero pronto volverá a hacerlo. Con 25 años y tras cinco generaciones de maestros relojeros, esta joven se ha convertido en la primera mujer de la familia en contribuir a perpetuar el oficio. Su historia de manecillas y engranajes se puso en marcha una tarde de verano de hace tres años. "Aunque me viene por tradición, jamás había pensado dedicarme a esto. Incluso, de pequeña, tenía hasta algo de manía a los relojes", bromea. "Un verano estaba con mi padre viendo cómo trabajaba y quise aprender".

Dicho y hecho. Tras dejar a un lado sus estudios de Enfermería y pasar por una escuela de torno y varios talleres, hoy trabajan codo con codo en la trastienda de la relojería bajo la mirada de sus antepasados que, sin perder detalle, les observan inmortalizados en blanco y neցro desde la pared. Entre martillos, limas, pinzas, compases, lupas y destornilladores, Arantxa construye y reconstruye la historia de los diferentes relojes que llegan a la tienda.

Arantxa: "El problema de esta profesión es que en España su enseñanza no está regulada como en Inglaterra o en Suiza"

A veces, para que el tiempo vuelva a correr basta con desmontar y volver a montar el mecanismo. Otras, es necesario corregir los centros, fabricar piezas o buscar ayuda en alguno de los 400 libros que componen la biblioteca familiar. "Cada reloj es un reto distinto. Devolver a la vida objetos con tanto tiempo y conseguir que sigan funcionando muchos años más es genial", asegura. "El problema es queen España la enseñanza de esta profesión no está reguladacomo ocurre en Inglaterra o en Suiza", lamenta. "Aquí es muy complicado empezar de cero y aprender si no es por tradición familiar".

El barbero errante

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Uno de los últimos "retos" a los que Arantxa se ha enfrentado cuelga de la pared de Malayerba. A sus 28 años, Eduardo ha sido el último en sumarse al equipo de esta barbería, situada en pleno corazón de Malasaña. Comenzó encargándose de los inventarios y de recibir a los clientes pero, al mes de producirse su llegada, hace más de un año, ya estaba con las tijeras en la mano. "Vivir cuatro años en Holanda fue lo que me hizo pensar que este oficio podía llegar a gustarme", asegura este joven extremeño, en cuyo currículum figuran empleos tan variopintos como chófer o cocinero. "Allí la gente tiene mucha rutina de ir una vez al mes al barbero, siempre al mismo. Cuando te explican de dónde viene cada corte, de qué año es o por qué queda de una manera u otra en función de cada persona es muy interesante".

Eduardo: "Prefiero ser barbero antes que peluquero. Es un oficio que no creo que vaya a morir nunca"

Tras poner rumbo a Irlanda y matricularse en la Knight Barbershop Academy de Dublín, empezó a familiarizarse con tijeras, peines y maquinillas para empaparse de algunas de las técnicas artesanales más antiguas. "Siempre me llamó la atención el afeitado con navaja. Al ser un trabajo que aprendes con tus propias manos, lo mejor es que puedes llegar a ser tan bueno como te propongas", asegura.

A la hora de explicar el reciente 'boom barbero' que ha conocido la capital, Eduardo lo tiene claro: "Muchos hombres han descubierto ahora que cortarse el pelo no significa que te hagan un corte en 15 minutos y volver a tu casa. Lo que nosotros intentamos tras*mitir al cliente es algo así como "no vengas con prisa. Disfruta del momento". Aquí no hay tintes, ni extensiones. Ni trampa ni cartón. Sólo pelo. Por eso prefiero ser barbero antes que peluquero. Es un oficio que tiene mucho recorrido. No creo que vaya a morir nunca".

La rebelión adolescente con agujas e hilo

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Para Carol, lo que no ha muerto son las agujas y el hilo. Mientras muchos niños jugaban en el parque, ella se escapaba con su progenitora a la calle Pontejos. Le hipnotizaba el trajín de la gente subiendo y bajando telas, las cremalleras, los dedales, los botones de distintos tamaños y los alfileres. Esos eran los juguetes con los que jugaba en los almacenes Cobián, su pequeño gran Toysrus. "Con 11 años ya me iba con mi progenitora a comprar hilo de nylon, cuentas o enganches. Recuerdo trastear con bisutería y complementos. Además cuando me iba al verano al pueblo con mis abuelos y mis hermanos me acuerdo que le pedía a mi progenitora las cuentas, y cuando venía a vernos los fines de semana me las traía".

De los collares a los jerséis de lana. "Con 12 o 13 años conocí el Gato neցro, una tienda de lanas que está en la Plaza Mayor, y bueno, ¡ahí me volvía loca! Fue entonces cuando me di al punto y al ganchillo".Nuevos materiales y nuevas inversiones que salían de sus ahorros.

"Me arruiné porque todas las pagas que me daban eran para hacer jerséis o bufandas. Yo no tenía ni idea de coser pero me lo medio inventaba".La pequeña de tres hermanos se rebeló de adolescente con hilo y aguja. No escuchaba rock, ni sonidos estridentes, sólo el tris tras de sus tijeras.

"Yo a mis cosas, ese era mi lema. Me encerraba en mi habitación, en mi cueva, y allí me podía pasar horas". En esos ratos de silencio y costura Carol empezó a escribir su propio 'Patrones'. "A los 15 años me hice una falda de patchwork. Cogí dos telas y empecé a hacer cuadraditos. Los recortaba y los iba cosiendo uno a uno a mano. Luego me cosí los lados, me cerré atrás y ¡ya tenía falda!".Conoció su primera máquina de coser con su primer novio, que le regaló una Alfa y que conserva en su taller 'Divina Costura'. Allí enseña a coser a todo aquel que quiera aprender, incluso su propia progenitora acude a sus cursos. "Verla como alumna me impresionó un montón porque claro dices, ¡pero si estoy enseñando yo a mi progenitora!, cuando habitualmente es al revés".

Se licenció en Educación Social, pero siempre ha estado cosiendo en la sombra. Con 25 años se cogió una excedencia en el centro de rehabilitación psicosocial en el que trabajaba para apuntarse a un curso de patronaje, y de ahí a la televisión. Ha trabajado en series como 'Águila Roja', 'Acacias' o el 'Secreto del Puente Viejo' de ayudante de sastra y de sastra principal. "La televisión tiene una parte creativa muy bonita, como hacer los vestuarios, pero también la parte sacrificada de horarios. Hay producciones que son infinitas".

Alejada de los focos, ahora utiliza los recursos de su carrera en la costura. "Me he dado cuenta de que a mí el tema educativo me gusta cuando puedo aportar algo a una persona. Me gusta mucho que las alumnas me sorprendan".

El biólogo molecular del cuero

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El que se sorprendió cuando se vio trabajando en el Taller Puntera fue Luis. Este biólogo molecular ha hecho de este espacio su laboratorio personal. Aquí no hay probetas o microscopios, sino calibres, punzones y pinceles. "Puntera era una zapatería que estaba en Majadahonda. En un momento dado mi padre y mi tío se pusieron a hacer cosas más artesanas y fue entonces cuando decidimos alquilar un local en Madrid para que fuera sólo taller. Cuando mi padre se jubiló, vimos que la cosa tenía futuro y decidimos buscar un local más grande, que es este".

Situado en la plaza Conde de Barajas, en el entorno aún se puede respirar ese aire del Madrid de finales del XVIII y principios del XIX, donde los artesanos como los cuchilleros, los bordadores o los curtidores se mezclaban con los personajes de la corte real en la Plaza Mayor. "Madrid se está convirtiendo en un sitio donde sólo hay viviendas u oficinas y es un lugar buenísimo para producir. Cuando tienes una tienda como esta te relacionas con el entorno, conoces a la gente que te sirve las bolsas de papel, a los de otros comercios". No esconde que le gustaría tener más competencia, aunque suene contradictorio. "Aquí nos sentimos un poco solos. ¡A nosotros nos encantaría que hubieran más talleres! Así habría más ambiente, se compartirían experiencias".

Luis dice que en su casa siempre tenían "buenos zapatos por Navidad", que sus primeros dibujos fueron en un lienzo de piel y no en un cuaderno para colorear. "Uno de los primeros recuerdos que tengo es que mi padre nos puso a pintar a mis hermanas trozos de pieles con botes de colores. Nos lo hizo en plan juego para ver luego las combinaciones y si alguna salía bien, sacaba el producto en la fábrica".

Lo mismo que hizo su progenitor con él enseñándole los trucos y gajes del oficio, hace ahora él con los alumnos que tiene en el taller. Aunque trabaje en una profesión de antaño no se considera un hombre antiguo. "Dedicarte a un oficio de antes no significa vivir como antes", y se siente orgulloso de trabajar en esto. "Me da mucha satisfacción cuando produces algo que tienes en la cabeza y luego lo ves realizado en un objeto físico. Esa cosa tan material de trabajar con las manos, no como artista, sino como artesano, da mucho gusto. No eres una pieza dentro de otro proceso, sino la pieza".

Oficios de ayer en jóvenes de hoy | Madrid | EL MUNDO
 
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