Odisea en el cementerio

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10 Sep 2013
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- "Bueno...me voy al parque con Belén a pasear a la cortesana...¿a qué hora lo cierran?"
- "A las once...¡no, espera!...ahora en invierno creo que es a las diez, de todas formas suena la sirena cuando van a cerrar"
- "Vale, te llamo y me recoges"

Durante años visité el cementerio casi a diario, si exceptuamos la semana previa y la posterior al día de los difuntos rara era la ocasión en la que fallaba, y no por especial devoción, nada de eso, simplemente me hice una ruta con mis paseos y ese lugar quedaba dentro de ella por una sencilla razón: los aseos. Llegaba, meaba, me limpiaba los bajos, me refrescaba si hacía calor, rellenaba la botellita de agua y ya de paso visitaba a mis muertos para rezarles un padrenuestro, mecánicamente, como el que ficha al entrar en la fábrica, pocas veces he sentido algo ante las tumbas de aquell@s a los que tanto quise, a fin de cuentas dentro sólo hay huesos, ell@s no están allí, únicamente cuando el decorado era apropiado (lluvia fina, un atardecer primaveral) sentía algo, lo que no hace sino reafirmarme en mi convicción, casi la única que tengo, de la superioridad del continente sobre el contenido.

Los aseos del cementerio suelen estar limpios aunque sean públicos, y las razones de ello son muy simples: horario diurno, poca actividad y usuarios respetuosos, hasta los vagabundos que allí se lavan y hacen sus necesidades son cuidadosos, a fin de cuentas en ningún otro lugar van a soltar sin tener problemas de acceso: hay papel higiénico, agua, jabón y hasta espejo por si quieres echarte un vistazo, los cerrojos de los cagaderos no están rotos y, cosa extraña, la cara interior de la puerta está virgen, nada de frases gilipollescas o dibujitos, teléfonos ofertando cositas a 10 pavos, o amenazas de asesinato. Ningún lugar más civilizado que la casa de los muertos.

El encargado es un tipo fuerte, cuarentón, coloradote de cara, con gafas y cara de pocas luces. En todo este tiempo no habré cruzado con él ni una sola palabra aparte del saludo de cortesía, aunque peor era con la pareja de etnianas, con ésas ni hola, llevaban tal cara que se te quitaban las ganas, caminando a buena marcha, la vieja delante y la madurita detrás, de luto riguroso, aquella con una cola de rata y ésta con una melenaza rizada como alambre de prisión, terminé por descubrir a su muerto, un hombre joven, imaginé que era el hijo de una y el marido de la otra, la tumba entera era una flor, tenías que apartar los tiestos para leer el nombre, allí olía a gloria bendita, pero a veces pensaba en su viuda, con esa cara y ese pelo, y esa mirada llameante, y veia un shishi como una boina en un bebedero de patos: etniana, joven, viuda y con la progenitora del finado por carabina...arde mississippi, Bernarda Alba 2.0

Aparte de est@s tres no tengo recuerdos de nadie más...bueno sí, un viejo como una montaña de grande que iba a ver a su hijo, estaba justo enfrente de mi abuelo paterno, el gigante limpiaba la lápida, colocaba las flores, se quedaba de pie mirándola en silencio, a veces se sentaba sobre ella y se sujetaba la frente con la mano, jamás le saludé ni le dije nada, no creo ni que reparara en mí.

A veces, muy pocas, si la mañana o la tarde eran agradables la echaba entera ahí, curioseando nombres, fotografías, edades, leyendas (había algunas realmente estremecedoras), contemplando los cristos y las vírgenes, los arcángeles...otras tenían muñecos encima, o juguetes, cosas de la criatura que había disfrutado en su corta vida, a través de los cristales miraba el interior de los mausoleos, restos de generaciones enteras yacían aparte de todos, bajo siete llaves, con sus cirios encendidos, otros estaban más descuidados y me interesaban más, parecían abandonados, sin indicios que delataran alguna visita reciente, flores más que muertas tras el cristal roto, polvo y bichejos por el agrietado suelo, apenas podían adivinarse las fechas, en algún caso su último inquilino llevaba más de cincuenta años, olía a olvido, ni la fin quedaba allí, no había nada, estaba lleno de vacío, las últimas lágrimas ya estarían en la China, o en Júpiter, o más allá...entonces me ponía los cascos, le daba a todo volumen y me iba con la música a otra parte.

Una de esas tardes oí una lejana sirena. Una vez, dos, tres...no sabía lo que significaba hasta que vislumbré la verja y ví que estaba cerrada.

Me entraron los siete males.

Eché a correr, ví como el encargado se alejaba con su bicicletilla, "¡Eh! ¡EHHH! ¡¡¡EEEHHHHHHHH!!!"...el nota iba por la carretera y no me oyó, creí que iba a volverme loco, por supuesto estaba sin el móvil, pero tuve la suerte de que una pareja de quinceañeros estaban metiéndose mano en un banco de la glorieta de entrada: "¡¡¡EH, CHAVAL, VEN UN MOMENTO POR FAVOR!!!", el crío se acercó con una cara de susto que ni os cuento, "¡¡¡por favor, rápido, pilla la moto y dile a ese de la bicicleta, al que se acaba de ir, que vuelva, que me he quedao dentro!!!", el chico salió como un rayo con su moto mientras su novia me miraba desde el banco como si estuviera viendo al de "Sé lo que hicisteis el último verano", poco después fuí liberado. Después de farfullar mil disculpas y darles las gracias a todos salí disparado, al perderlos de vista me dió un ataque de risa imaginando lo que pudo haber sido y no fue...


Cuando esta noche he escuchado la conversación de la pareja me ha venido a la cabeza la que pudo ser mi Kufistea en el Cementerio.


Y es que la cosa es muy sencilla: si oyes una sirena busca la puerta de salida.


¡¡¡Y NO ESCUCHES A LOS ZEPPELIN EN LA CASA DE LOS MUERTOS!!!


No, si al final va a ser verdad que son satánicos...


Laus Deo
 
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Los cementerios son islas en el desierto.
Yo una noche de discoteca y adolescencia salté la tapia del cementerio del pueblo por la noche. Éramos como doce chortinos y mujers. Iban todos acojonados, salvo yo, porque, pedante de mí, sabía que los muertos no estaban en esas carcasas; caminábamos todos juntos y prudentes. Algunas temblaban, otros vigilaban desafiantes. De repente decidí explotar ese miedo irracional: cogí un pedrusco considerable cuando nadie me veía y lo lancé hacia el techo de un mausoleo: los gritos, las carreras, los lloros, todo fue épico. Mis carcajadas también.

La historia es real y a veces me arrepiento por no haber respetado el descanso simbólico de aquellos huesos y aquel polvo. Pero era muy joven, nadie me lo podría reprochar.

PD: No cuelgues fotos, Kufi, ni falta que hace, sigue contando historias, las historias contadas son la sal de la vida.
 
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