Von Riné
Madmaxista
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Mientras la gran Catalina II construía palacios en San Petersburgo a cada uno de sus amantes, el compositor español Vicente Martín y Soler lograba sus mejores obras en la corte de la emperatriz componiendo según los libretos rusos.
También sirvió en cuerpo y alma a la zarina el general José de Ribas, barcelonés e hijo de diplómatico, quien se distinguió en la guerra contra los otomanos dirigiendo, tras ganar el fuerte turco con las armas, la construcción de Odesa, donde la calle más importante aún lleva su nombre: Deribasovskaya. Pero Odessa es ahora una ciudad ucraniana, por lo que dejaremos la increíble historia de este personaje para un momento mejor.
Estatua de Ribas en Odessa
.
Hoy quiero centrarme en el que quizá fuera el más destacado científico e ingeniero de la época: Agustín Betancourt de Molina, canario, que se formó en Madrid, Londres y París, antes de adoptar el nombre ruso de Agustín Agustinovich (hijo de Agustín) Betancourt. De Betancourt puede decirse que su fama le precedía, ya que en 1804, viviendo en París, recibió una invitación personal del zar Alejandro I para visitar San Petersburgo, donde permaneció seis meses. Poco después, tras regresar a Francia a recoger a su familia, en octubre de ese mismo año, se trasladaría definitivamente a la entonces capital de Rusia, donde el propio emperador le nombró General, destinándole a «misiones especiales de su Majestad Imperial en el departamento de Vías de Comunicación«.
Curiosamente, uno de sus primeros proyectos en Rusia fue una fuente llamada «La moza del cántaro roto», que aún puede admirarse en el Parque de la residencia veraniega de la Emperatriz Catalina en Tsarskoye Selo. En 1809 fue designado Inspector del nuevo Instituto del Cuerpo de Vías de Comunicación, creado bajo sus auspicios. Se las arregló para unir en el programa de estudios de dicho Instituto las humanidades, las ciencias naturales y los conocimientos técnicos, siendo él mismo la mejor encarnación de esa síntesis.
Catedral de San Isaac erigida por Agustín.
El Instituto del Cuerpo de Ingenieros de Rusia fue el tronco del que brotaron varias ramas de la enseñanza. Además de ese Instituto, Betancourt fue también uno de los fundadores de la Universidad de Arquitectura y Construcción de San Petersburgo. Combinó la labor pedagógica con su actividad como ingeniero, proyectando la primera carretera entre San Petersburgo y Moscú y varios puentes a lo largo de ésta. Recibió una de las condecoraciones mas prestigiosas del Imperio Ruso, la Orden de San Alejandro Nevski, y luego, la de San Vladimiro.
Las llevaba siempre con orgullo junto a la Cruz de Santiago, que le había sido concedida en España. A partir del año 1816 formó parte del comité que se ocuparía del urbanismo y del ornato de la ciudad de San Petersburgo, de la mejora del trazado de sus calles, de la urbanización de los suburbios, del cuidado de los canales, y de la construcción de nuevos puentes. Se le encargó también la dirección técnica de la reconstrucción de la catedral de San Isaac, siendo responsable del diseño de los mecanismos elevadores de las columnas y andamios.
Betancourt de Molina murió en 1824 en San Petersburgo y sus restos descansan, junto a grandes padres de la patria rusa, en la Necrópolis del Monasterio Alejandro Nevski de esa ciudad.
Los españoles que engrandecieron el imperio de los zares
También sirvió en cuerpo y alma a la zarina el general José de Ribas, barcelonés e hijo de diplómatico, quien se distinguió en la guerra contra los otomanos dirigiendo, tras ganar el fuerte turco con las armas, la construcción de Odesa, donde la calle más importante aún lleva su nombre: Deribasovskaya. Pero Odessa es ahora una ciudad ucraniana, por lo que dejaremos la increíble historia de este personaje para un momento mejor.
Estatua de Ribas en Odessa
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Hoy quiero centrarme en el que quizá fuera el más destacado científico e ingeniero de la época: Agustín Betancourt de Molina, canario, que se formó en Madrid, Londres y París, antes de adoptar el nombre ruso de Agustín Agustinovich (hijo de Agustín) Betancourt. De Betancourt puede decirse que su fama le precedía, ya que en 1804, viviendo en París, recibió una invitación personal del zar Alejandro I para visitar San Petersburgo, donde permaneció seis meses. Poco después, tras regresar a Francia a recoger a su familia, en octubre de ese mismo año, se trasladaría definitivamente a la entonces capital de Rusia, donde el propio emperador le nombró General, destinándole a «misiones especiales de su Majestad Imperial en el departamento de Vías de Comunicación«.
Curiosamente, uno de sus primeros proyectos en Rusia fue una fuente llamada «La moza del cántaro roto», que aún puede admirarse en el Parque de la residencia veraniega de la Emperatriz Catalina en Tsarskoye Selo. En 1809 fue designado Inspector del nuevo Instituto del Cuerpo de Vías de Comunicación, creado bajo sus auspicios. Se las arregló para unir en el programa de estudios de dicho Instituto las humanidades, las ciencias naturales y los conocimientos técnicos, siendo él mismo la mejor encarnación de esa síntesis.
Catedral de San Isaac erigida por Agustín.
El Instituto del Cuerpo de Ingenieros de Rusia fue el tronco del que brotaron varias ramas de la enseñanza. Además de ese Instituto, Betancourt fue también uno de los fundadores de la Universidad de Arquitectura y Construcción de San Petersburgo. Combinó la labor pedagógica con su actividad como ingeniero, proyectando la primera carretera entre San Petersburgo y Moscú y varios puentes a lo largo de ésta. Recibió una de las condecoraciones mas prestigiosas del Imperio Ruso, la Orden de San Alejandro Nevski, y luego, la de San Vladimiro.
Las llevaba siempre con orgullo junto a la Cruz de Santiago, que le había sido concedida en España. A partir del año 1816 formó parte del comité que se ocuparía del urbanismo y del ornato de la ciudad de San Petersburgo, de la mejora del trazado de sus calles, de la urbanización de los suburbios, del cuidado de los canales, y de la construcción de nuevos puentes. Se le encargó también la dirección técnica de la reconstrucción de la catedral de San Isaac, siendo responsable del diseño de los mecanismos elevadores de las columnas y andamios.
Betancourt de Molina murió en 1824 en San Petersburgo y sus restos descansan, junto a grandes padres de la patria rusa, en la Necrópolis del Monasterio Alejandro Nevski de esa ciudad.
Los españoles que engrandecieron el imperio de los zares