Ocho grandes migraciones crearon la
población de la península Ibérica
cromosomas masculinos de los pobladores de Iberia desaparecieron hace 4.000 años cuando llegaron los hombres de la estepa y se aparearon con las mujeres locales
Esqueletos de dos hermanos de hace unos 7.000 años hallados en la cueva de La Braña, en la provincia de León (Julio Manuel Vidal Encinas)
En una tumba del yacimiento de Castillejo del Bonete, en Ciudad Real, los arqueólogos han encontrado a un hombre y una mujer enterrados juntos. El análisis químico de los restos muestra que la mujer venía de la costa, porque su dieta había sido rica en proteínas marinas. El hombre, que fue enterrado con un brazalete de arquero en el antebrazo, venía de tierra adentro. Debieron ser una pareja importante en su comunidad, pues los enterraron en un lugar sagrado. Los estudios de datación indican que vivieron hace unos 3.800 años, en la Edad del Bronce.
“Nos ha sorprendido que el genoma del hombre procede de la estepa rusa y el de la mujer es de origen ibérico”, explica Carles Lalueza-Fox, paleogenetista del Institut de Biologia Evolutiva (CSIC-UPF). En una investigación presentada hoy en la revista Science, un centenar de científicos coordinados por Lalueza-Fox han reconstruido la historia de la población de la península Ibérica en los últimos 8.000 años a través del análisis de genomas.
Tumba de la Edad del Bronce con restos de un hombre de origen estepario y una mujer de Iberia en Castillejo del Bonete (Ciudad Real) (Luis Benítez de Lugo Enrich / José Luis Fuentes Sánchez)
La pareja enterrada en Castillejo del Bonete ilustra lo que ocurrió en la península Ibérica en la Edad del Bronce, cuando el cromosoma masculino Y de las poblaciones anteriores fue completamente eliminado y sustituido por el de hombres que venían de la estepa. La herencia genética femenina, por el contrario, tuvo continuidad desde las poblaciones anteriores a la Edad del Bronce hasta las actuales
Esta situación, explica Lalueza-Fox, es comparable a lo ocurrido en los últimos quinientos años en América, donde ahora casi el 100% de los cromosomas masculinos son de origen europeo, mientras que el resto del genoma mezcla ADN de origen europeo, africano y americano.
La investigación revela que ocho grandes migraciones han modelado el ADN de los españoles y portugueses desde el mesolítico hasta la actualidad. Asimismo, responde con datos genéticos a la pregunta recurrente del origen de la población vasca, que se remonta a la Edad del Hierro. Y depara una sorpresa sobre la población andaluza, que tiene menos ADN de origen norteafricano del esperado.
Además, aporta historias humanas sorprendentes, como la de la pareja de Castillejo del Bonete; la de un hombre que vino hace 4.000 años desde África hasta lo que ahora es Madrid; o la de una progenitora y un hijo visigodos que llegaron desde la actual Ucrania en el siglo V, no se sabe si a pie o a caballo, y que fueron enterrados juntos en el yacimiento de Pla de l’Horta, en la comarca del Gironès. Para Lalueza-Fox, “uno de los aspectos más emocionantes de este trabajo ha sido descubrir historias personales como estas”.
La investigación, codirigida por David Reich, de la Escuela de Medicina de Harvard (EE.UU.), muestra que las migraciones y los intercambios genéticos han sido la norma a lo largo de la historia y que el aislamiento genético ha sido la excepción.
La primera de estas migraciones se remonta al mesolítico –el periodo de tras*ición entre el paleolítico y el neolítico-. La península Ibérica tenía entonces una población escasa y dispersa, formada por cazadores-recolectores que desconocían la agricultura y que tenían una vida nómada, con asentamientos estacionales. Es en aquella época, hace unos 8.000 años, cuando se registra una primera entrada de ADN foráneo, introducido en la península por cazadores-recolectores venidos del centro de Europa.
Unos mil años más tarde hay una segunda entrada de ADN, esta vez masiva, aportado por pueblos neolíticos procedentes de Anatolia –en la actual Turquía- que ya habían adoptado la agricultura, lo que les había llevado a tener un gran crecimiento demográfico y a expandirse.
Se produce después una nueva llegada de cazadores-recolectores de cultura mesolítica. Y a continuación, hace 4.000 años, la gran entrada de los caballeros de la estepa, venidos de las tierras áridas que se extienden al norte del mar Caspio, en la actual Rusia, y que barren la herencia genética de los hombres de Iberia.
La huella genética de los pueblos de la estepa ha arraigado en la península Ibérica hasta el punto de que el 20% del genoma de los españoles actuales es de origen estepario. Pero no hay pruebas de que el encuentro con la población ibérica autóctona fuera violento.
“En Castillejo del Bonete no se observan señales de violencia ni de oleada turística sino de aculturación”, aclara Luis Benítez de Lugo, arqueólogo de la Universidad Autónoma de Madrid que dirige las excavaciones del yacimiento manchego y coautor de la investigación
“La estepa es un ecosistema extremadamente duro que genera una economía basada en el caballo. En periodos favorables, hay un aumento de población de personas acostumbradas a recorrer grandes distancias que se dispersan hacia el este, hacia el sur hasta la India y hacia el oeste hasta la península Ibérica”, explica Lalueza-Fox, para quien “la desaparición del cromosoma Y ancestral en las poblaciones ibéricas es el resultado más sorprendente de la investigación”.
Hacia el final de la Edad del Bronce o principios de la del Hierro, hace unos 3.000 años, se registra una nueva entrada de ADN del centro y norte de Europa. Esta irrupción coincide con la llegada a la península de la cultura de los campos de urnas, que se caracteriza por incinerar a los muertos y depositar sus cenizas en urnas de cerámica, que se entierran en necrópolis.
Más adelante, ya en periodo histórico, se registran otras tres grandes entradas de ADN foráneo. Una primera procedente del este del Mediterráneo, ilustrada por los restos de personas nacidas en Grecia, llegadas por mar y enterradas en Empúries hace 2.600 años. Una segunda procedente del norte de África en la época del Imperio romano, que deja su huella más en el sur que en el norte de la Península. Y una tercera, también desde el norte de África, coincidiendo con la época fiel a la religión del amora.
Sin embargo, las poblaciones actuales del sur de la península tienen menos herencia norteafricana que las de la época fiel a la religión del amora, hecho que ha sorprendido a los investigadores y que han atribuido a la expulsión de los moriscos y a la repoblación de Andalucía con personas llegadas desde el norte.
En el País Vasco, la investigación aclara por fin a partir de qué momento se desarrolla una población autóctona que evoluciona con escasa aportación genética de personas venidas de otros lugares. Los resultados indican que el origen de la población vasca se remonta a la Edad del Hierro, en el primer milenio antes de Cristo.
La investigación se ha basado en analizar los genomas completos de 271 restos humanos hallados en un centenar de yacimientos de toda la península Ibérica. Las muestras analizadas abarcan todos los periodos desde el mesolítico hasta la Edad Media. Sus genomas se han cotejado con otros secuenciados en investigaciones anteriores y que incluyen los de otras 1.107 personas que vivieron en el pasado y 2.862 personas actuales. Se trata del estudio más exhaustivo de reconstrucción histórica basada en datos genéticos que se ha realizado en cualquier lugar del mundo.
Ocho grandes migraciones crearon la población de la península Ibérica
población de la península Ibérica
cromosomas masculinos de los pobladores de Iberia desaparecieron hace 4.000 años cuando llegaron los hombres de la estepa y se aparearon con las mujeres locales
Esqueletos de dos hermanos de hace unos 7.000 años hallados en la cueva de La Braña, en la provincia de León (Julio Manuel Vidal Encinas)
En una tumba del yacimiento de Castillejo del Bonete, en Ciudad Real, los arqueólogos han encontrado a un hombre y una mujer enterrados juntos. El análisis químico de los restos muestra que la mujer venía de la costa, porque su dieta había sido rica en proteínas marinas. El hombre, que fue enterrado con un brazalete de arquero en el antebrazo, venía de tierra adentro. Debieron ser una pareja importante en su comunidad, pues los enterraron en un lugar sagrado. Los estudios de datación indican que vivieron hace unos 3.800 años, en la Edad del Bronce.
“Nos ha sorprendido que el genoma del hombre procede de la estepa rusa y el de la mujer es de origen ibérico”, explica Carles Lalueza-Fox, paleogenetista del Institut de Biologia Evolutiva (CSIC-UPF). En una investigación presentada hoy en la revista Science, un centenar de científicos coordinados por Lalueza-Fox han reconstruido la historia de la población de la península Ibérica en los últimos 8.000 años a través del análisis de genomas.
Tumba de la Edad del Bronce con restos de un hombre de origen estepario y una mujer de Iberia en Castillejo del Bonete (Ciudad Real) (Luis Benítez de Lugo Enrich / José Luis Fuentes Sánchez)
La pareja enterrada en Castillejo del Bonete ilustra lo que ocurrió en la península Ibérica en la Edad del Bronce, cuando el cromosoma masculino Y de las poblaciones anteriores fue completamente eliminado y sustituido por el de hombres que venían de la estepa. La herencia genética femenina, por el contrario, tuvo continuidad desde las poblaciones anteriores a la Edad del Bronce hasta las actuales
Esta situación, explica Lalueza-Fox, es comparable a lo ocurrido en los últimos quinientos años en América, donde ahora casi el 100% de los cromosomas masculinos son de origen europeo, mientras que el resto del genoma mezcla ADN de origen europeo, africano y americano.
La investigación revela que ocho grandes migraciones han modelado el ADN de los españoles y portugueses desde el mesolítico hasta la actualidad. Asimismo, responde con datos genéticos a la pregunta recurrente del origen de la población vasca, que se remonta a la Edad del Hierro. Y depara una sorpresa sobre la población andaluza, que tiene menos ADN de origen norteafricano del esperado.
Además, aporta historias humanas sorprendentes, como la de la pareja de Castillejo del Bonete; la de un hombre que vino hace 4.000 años desde África hasta lo que ahora es Madrid; o la de una progenitora y un hijo visigodos que llegaron desde la actual Ucrania en el siglo V, no se sabe si a pie o a caballo, y que fueron enterrados juntos en el yacimiento de Pla de l’Horta, en la comarca del Gironès. Para Lalueza-Fox, “uno de los aspectos más emocionantes de este trabajo ha sido descubrir historias personales como estas”.
La investigación, codirigida por David Reich, de la Escuela de Medicina de Harvard (EE.UU.), muestra que las migraciones y los intercambios genéticos han sido la norma a lo largo de la historia y que el aislamiento genético ha sido la excepción.
La primera de estas migraciones se remonta al mesolítico –el periodo de tras*ición entre el paleolítico y el neolítico-. La península Ibérica tenía entonces una población escasa y dispersa, formada por cazadores-recolectores que desconocían la agricultura y que tenían una vida nómada, con asentamientos estacionales. Es en aquella época, hace unos 8.000 años, cuando se registra una primera entrada de ADN foráneo, introducido en la península por cazadores-recolectores venidos del centro de Europa.
Unos mil años más tarde hay una segunda entrada de ADN, esta vez masiva, aportado por pueblos neolíticos procedentes de Anatolia –en la actual Turquía- que ya habían adoptado la agricultura, lo que les había llevado a tener un gran crecimiento demográfico y a expandirse.
Se produce después una nueva llegada de cazadores-recolectores de cultura mesolítica. Y a continuación, hace 4.000 años, la gran entrada de los caballeros de la estepa, venidos de las tierras áridas que se extienden al norte del mar Caspio, en la actual Rusia, y que barren la herencia genética de los hombres de Iberia.
La huella genética de los pueblos de la estepa ha arraigado en la península Ibérica hasta el punto de que el 20% del genoma de los españoles actuales es de origen estepario. Pero no hay pruebas de que el encuentro con la población ibérica autóctona fuera violento.
“En Castillejo del Bonete no se observan señales de violencia ni de oleada turística sino de aculturación”, aclara Luis Benítez de Lugo, arqueólogo de la Universidad Autónoma de Madrid que dirige las excavaciones del yacimiento manchego y coautor de la investigación
“La estepa es un ecosistema extremadamente duro que genera una economía basada en el caballo. En periodos favorables, hay un aumento de población de personas acostumbradas a recorrer grandes distancias que se dispersan hacia el este, hacia el sur hasta la India y hacia el oeste hasta la península Ibérica”, explica Lalueza-Fox, para quien “la desaparición del cromosoma Y ancestral en las poblaciones ibéricas es el resultado más sorprendente de la investigación”.
Hacia el final de la Edad del Bronce o principios de la del Hierro, hace unos 3.000 años, se registra una nueva entrada de ADN del centro y norte de Europa. Esta irrupción coincide con la llegada a la península de la cultura de los campos de urnas, que se caracteriza por incinerar a los muertos y depositar sus cenizas en urnas de cerámica, que se entierran en necrópolis.
Más adelante, ya en periodo histórico, se registran otras tres grandes entradas de ADN foráneo. Una primera procedente del este del Mediterráneo, ilustrada por los restos de personas nacidas en Grecia, llegadas por mar y enterradas en Empúries hace 2.600 años. Una segunda procedente del norte de África en la época del Imperio romano, que deja su huella más en el sur que en el norte de la Península. Y una tercera, también desde el norte de África, coincidiendo con la época fiel a la religión del amora.
Sin embargo, las poblaciones actuales del sur de la península tienen menos herencia norteafricana que las de la época fiel a la religión del amora, hecho que ha sorprendido a los investigadores y que han atribuido a la expulsión de los moriscos y a la repoblación de Andalucía con personas llegadas desde el norte.
En el País Vasco, la investigación aclara por fin a partir de qué momento se desarrolla una población autóctona que evoluciona con escasa aportación genética de personas venidas de otros lugares. Los resultados indican que el origen de la población vasca se remonta a la Edad del Hierro, en el primer milenio antes de Cristo.
La investigación se ha basado en analizar los genomas completos de 271 restos humanos hallados en un centenar de yacimientos de toda la península Ibérica. Las muestras analizadas abarcan todos los periodos desde el mesolítico hasta la Edad Media. Sus genomas se han cotejado con otros secuenciados en investigaciones anteriores y que incluyen los de otras 1.107 personas que vivieron en el pasado y 2.862 personas actuales. Se trata del estudio más exhaustivo de reconstrucción histórica basada en datos genéticos que se ha realizado en cualquier lugar del mundo.
Ocho grandes migraciones crearon la población de la península Ibérica