KUTRONIO
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Resulta curioso cómo en los últimos tiempos la disyuntiva que se nos presenta a los españoles es la de constitucionalismo o separatismo. Por un lado están los separatistas y por otro los constitucionalistas. También está la ultraizquierda con un discurso revisionista sobre la tras*ición pero que está aliada con los separatistas. ¿Pero es lógica y sostenible esta disyuntiva? ¿Es siquiera real?
Durante décadas hemos tenido a los separatistas gobernando en Cataluña y el País Vasco como si fueran estados dentro del estado. Manejando cientos de miles de millones de euros. Usándolos para premiar a unos y castigar a otros. Para construir una mayoría cultural y mediática. Controlando las universidades y los colegios. Por otro lado, también durante décadas, hemos tenido a los separatistas condicionando permanentemente al gobierno central desde el Congreso de los diputados. ¿Ha servido esto para frenar al nacionalismo? Todo lo contrario. ¿Acaso podía esperarse otra cosa con el cuadro descrito?
El nacionalismo no sólo ha crecido, sino que se ha hecho lo bastante fuerte como para intentar un golpe de estado y declarar unilateralmente una república independiente. Da la impresión, aunque la intentona a la primera les haya salido mal, de que minusvaloramos la importancia, la gravedad y el peligro que supuso aquella declaración unilateral. El estado, a su vez, se ha hecho lo bastante débil como para restituir a los nacionalistas en el gobierno autonómico, devolverles todo el poder, indultar y amnistiar a los golpistas y borrar de las leyes los delitos por los que fueron condenados, para que no puedan volver a ser juzgados si lo intentan otra vez. Y ya han anunciado que volverán a intentarlo. ¿Cuándo? En cuanto se seque la fuente de las cesiones o haya un cambio de gobierno. Los golpistas han pasado del 155 a ser ellos los que tienen intervenido el gobierno de España.
La cuestión de fondo que a lo mejor nos estamos resistiendo a formular es si a esta situación hemos llegado pese a la Constitución del 78 o a causa de la Constitución del 78. ¿Acaso no es la situación en la que estamos el desenlace lógico del diseño político y territorial de la Constitución del 78? Interesa hacerse la pregunta porque, en tal caso, la Constitución del 78 es la gasolina que alimenta el fuego separatista y no el agua que puede apagarlo. A más Constitución del 78, más fuego.
Conviene además hacerse esta pregunta porque los nacionalistas tienen que tener algo que perder en su dialéctica de tensión con el estado y con la nación española. La Constitución del 78 y todo lo que garantiza a los nacionalistas, incluidos sus increíbles niveles de autogobierno, sean leales o traidores a la nación, estén dentro o fuera de la ley, no puede ser una red de seguridad que les ponga a salvo de cualquier pirueta en el trapecio. No puede ser un territorio conquistado a perpetuidad. No puede ser un mínimo garantizado frente a cualquier intentona golpista que salga mal. Los separatistas quizá deberían recibir por primera vez en décadas el mensaje de que la Constitución del 78 se puede recortar y sus niveles de autogobierno pueden decrecer. Sólo si quitas la red bajo el trapecio a lo mejor el trapecista deja de intentar saltos mortales. Y si los intenta, que pague el precio de correr ese riesgo.
Por otro lado, revisar el régimen del 78 podría ayudar a solucionar dos de los principales problemas del país. El primero, como estamos viendo, el del nacionalismo, pero también de rebote el de la gobernabilidad. Lo que a lo mejor no tiene sentido es pretender resolver la situación a la que hemos llegado insistiendo en el modelo constitucional que precisamente nos ha traído hasta aquí. Nos da miedo cambiar la constitución o hacer otra constitución porque siempre hemos identificado a los contrarios a la constitución con los enemigos de España, pero a lo mejor eso nos ha impedido ver los problemas que existen con esta constitución o que podríamos tener una constitución mucho mejor. ¿Y si la Constitución del 78 es a la crisis actual lo que el tabaco al cáncer de pulmón? ¿Y si estamos cometiendo un error apostando por más tabaco frente al cáncer de pulmón?
Durante décadas hemos tenido a los separatistas gobernando en Cataluña y el País Vasco como si fueran estados dentro del estado. Manejando cientos de miles de millones de euros. Usándolos para premiar a unos y castigar a otros. Para construir una mayoría cultural y mediática. Controlando las universidades y los colegios. Por otro lado, también durante décadas, hemos tenido a los separatistas condicionando permanentemente al gobierno central desde el Congreso de los diputados. ¿Ha servido esto para frenar al nacionalismo? Todo lo contrario. ¿Acaso podía esperarse otra cosa con el cuadro descrito?
El nacionalismo no sólo ha crecido, sino que se ha hecho lo bastante fuerte como para intentar un golpe de estado y declarar unilateralmente una república independiente. Da la impresión, aunque la intentona a la primera les haya salido mal, de que minusvaloramos la importancia, la gravedad y el peligro que supuso aquella declaración unilateral. El estado, a su vez, se ha hecho lo bastante débil como para restituir a los nacionalistas en el gobierno autonómico, devolverles todo el poder, indultar y amnistiar a los golpistas y borrar de las leyes los delitos por los que fueron condenados, para que no puedan volver a ser juzgados si lo intentan otra vez. Y ya han anunciado que volverán a intentarlo. ¿Cuándo? En cuanto se seque la fuente de las cesiones o haya un cambio de gobierno. Los golpistas han pasado del 155 a ser ellos los que tienen intervenido el gobierno de España.
La cuestión de fondo que a lo mejor nos estamos resistiendo a formular es si a esta situación hemos llegado pese a la Constitución del 78 o a causa de la Constitución del 78. ¿Acaso no es la situación en la que estamos el desenlace lógico del diseño político y territorial de la Constitución del 78? Interesa hacerse la pregunta porque, en tal caso, la Constitución del 78 es la gasolina que alimenta el fuego separatista y no el agua que puede apagarlo. A más Constitución del 78, más fuego.
Conviene además hacerse esta pregunta porque los nacionalistas tienen que tener algo que perder en su dialéctica de tensión con el estado y con la nación española. La Constitución del 78 y todo lo que garantiza a los nacionalistas, incluidos sus increíbles niveles de autogobierno, sean leales o traidores a la nación, estén dentro o fuera de la ley, no puede ser una red de seguridad que les ponga a salvo de cualquier pirueta en el trapecio. No puede ser un territorio conquistado a perpetuidad. No puede ser un mínimo garantizado frente a cualquier intentona golpista que salga mal. Los separatistas quizá deberían recibir por primera vez en décadas el mensaje de que la Constitución del 78 se puede recortar y sus niveles de autogobierno pueden decrecer. Sólo si quitas la red bajo el trapecio a lo mejor el trapecista deja de intentar saltos mortales. Y si los intenta, que pague el precio de correr ese riesgo.
Por otro lado, revisar el régimen del 78 podría ayudar a solucionar dos de los principales problemas del país. El primero, como estamos viendo, el del nacionalismo, pero también de rebote el de la gobernabilidad. Lo que a lo mejor no tiene sentido es pretender resolver la situación a la que hemos llegado insistiendo en el modelo constitucional que precisamente nos ha traído hasta aquí. Nos da miedo cambiar la constitución o hacer otra constitución porque siempre hemos identificado a los contrarios a la constitución con los enemigos de España, pero a lo mejor eso nos ha impedido ver los problemas que existen con esta constitución o que podríamos tener una constitución mucho mejor. ¿Y si la Constitución del 78 es a la crisis actual lo que el tabaco al cáncer de pulmón? ¿Y si estamos cometiendo un error apostando por más tabaco frente al cáncer de pulmón?
