Willy Bonka
lechón.
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El novio era de Madrid y la novia era de Pontevedra, así que se casaron en la provincia de Pontevedra, «en una finca con unas vistas magníficas». El día, sin embargo, acabó en drama. «Ya no empezó muy bien —recuerda Eugenia —. Él llegó tarde a la ceremonia, una media hora tarde. Ya había habido problemas, porque a la familia de la novia no le gustaba el novio.
Pero la boda arrancó, y novia y novio se prometieron fidelidad, amarse y respetarse en la salud y en la enfermedad todos los días de su vida. Al terminar, se hicieron algunas fotos, pocas; él pidió no hacerse más, y al pasar al recinto del banquete el padre la novia empezó a protestar porque no quería compartir mesa con la otra familia y no paró hasta conseguir una nueva ubicación.
Con los invitados recolocados y ya sentados, se sirvió el primer plato y a continuación, el segundo. Fue en ese momento cuando el novio se levantó discretamente y le dijo a la novia que estaba cansado y que se iba a descansar un rato.
"Yo creía que estaba mareado, que se encontraba mal, pero a los quince minutos pidió un taxi, y hasta hoy».
En cuanto Eugenia vio asomar la tarta, puso la maquinaria en marcha, frenando a los camareros y avisándoles de que no parecía que fuese a haber corte, corrió hacia el pinchadiscos para que no sonase la canción prevista. Mientras, en la mesa presidencial la novia esperaba junto a una silla vacía. «El debió enviarle un mensaje, porque ella miró el móvil y, de repente, la cara le mudó por completo. Asistir a ese momento fue una de las peores experiencias de mi vida», dice Pérez.
Ni una lágrima
Con una entereza «del malo» lo único que hizo ella fue acercarse al DJ y para pedirle que no apagase la música, que los invitados no tenían culpa de nada. No dijo más, no comunicó nada, ni a la gente que se contoneaba en la pista ni a las organizadoras del evento. «Debió comentárselo a la familia y la gente empezó a atar cabos —continúa Eugenia—. El novio llevaba un rato desaparecido, no había tarta ni baile nupcial; al rato los invitados empezaron a irse». «Ella siguió allí hasta el final, su cara era un poema, pero la pobre aguantó como una jabata sin derramar ni una sola lágrima. Incluso nos dijo que si queríamos podíamos llevarnos la tarta y si no, que la repartiesen entre los invitados que quedaban». Por allí deambulaban algunos, desconcertados, a última hora, también familiares del novio. «Yo creo que ni siquiera ellos sabían lo que estaba pasando, fue muy surrealista».
https://www.lavozdegalicia.es/notici...2G10P53991.htm
Pero la boda arrancó, y novia y novio se prometieron fidelidad, amarse y respetarse en la salud y en la enfermedad todos los días de su vida. Al terminar, se hicieron algunas fotos, pocas; él pidió no hacerse más, y al pasar al recinto del banquete el padre la novia empezó a protestar porque no quería compartir mesa con la otra familia y no paró hasta conseguir una nueva ubicación.
Con los invitados recolocados y ya sentados, se sirvió el primer plato y a continuación, el segundo. Fue en ese momento cuando el novio se levantó discretamente y le dijo a la novia que estaba cansado y que se iba a descansar un rato.
"Yo creía que estaba mareado, que se encontraba mal, pero a los quince minutos pidió un taxi, y hasta hoy».
En cuanto Eugenia vio asomar la tarta, puso la maquinaria en marcha, frenando a los camareros y avisándoles de que no parecía que fuese a haber corte, corrió hacia el pinchadiscos para que no sonase la canción prevista. Mientras, en la mesa presidencial la novia esperaba junto a una silla vacía. «El debió enviarle un mensaje, porque ella miró el móvil y, de repente, la cara le mudó por completo. Asistir a ese momento fue una de las peores experiencias de mi vida», dice Pérez.
Ni una lágrima
Con una entereza «del malo» lo único que hizo ella fue acercarse al DJ y para pedirle que no apagase la música, que los invitados no tenían culpa de nada. No dijo más, no comunicó nada, ni a la gente que se contoneaba en la pista ni a las organizadoras del evento. «Debió comentárselo a la familia y la gente empezó a atar cabos —continúa Eugenia—. El novio llevaba un rato desaparecido, no había tarta ni baile nupcial; al rato los invitados empezaron a irse». «Ella siguió allí hasta el final, su cara era un poema, pero la pobre aguantó como una jabata sin derramar ni una sola lágrima. Incluso nos dijo que si queríamos podíamos llevarnos la tarta y si no, que la repartiesen entre los invitados que quedaban». Por allí deambulaban algunos, desconcertados, a última hora, también familiares del novio. «Yo creo que ni siquiera ellos sabían lo que estaba pasando, fue muy surrealista».
https://www.lavozdegalicia.es/notici...2G10P53991.htm