Alex Cosma
Madmaxista
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Nosotros en la hoguera
Pastores en resistencia y ofensiva por la libertad, el esfuerzo, el espíritu comunal y la biodiversidad.
Los que esto escribimos somos personas dedicadas al pastoreo en la montaña.
El Poder continúa asestando golpes para destruir al mundo rural. Su nuevo varapalo es instrumentalizar al lobo contra las gentes del campo. Se nos obliga a trabajar y sobrevivir en las montañas con los brazos atados a la espalda, siempre esperando la benevolencia del señor funcionario. Esto es en realidad un ecocidio travestido de conservacionismo pues al destruir un poco más a las formas tradicionales y sostenibles de producir alimentos, cuero o lana, se le da un impulso más al monopolio agroganadero industrial intensivo que está destruyendo nuestro planeta entero. El agronegocio industrial intensivo hiper-devastador aplaude con las orejas la eliminación definitiva de su principal enemigo: los pequeños productores artesanales, extensivos, familiares, caseros y tradicionales. Todo este ecologismo que ataca y destruye las formas sostenibles de producir alimentos es todo lo que uno quiera menos ecológico. Este ecologismo es una correa de tras*misión del Estado. Una rama de este ecologismo de Estado es también el que, sosteniendo un conservacionismo despótico, se las quiere dar al mismo tiempo de adalid en la defensa del pastoreo. Éstos deben ser contestados por la sabiduría popular expresada en refranes y dichos europeos:
Señores ecologistas adoradores del Estado no nos engañáis pues, como se dice aquí en iberia, “el soplar y el sorber no puede ser”; o como dicen los alemanes: “no se puede bailar en dos bodas al mismo tiempo”. O como dicen los polacos “el lobo lleno y el cordero entero, no puede ser”; y los ingleses lo dejan igualmente claro: “no puedes guardar la tarta y comértela al mismo tiempo”.
Lo que estos ecologistas quieren es nuestra desaparición pero lo engalanan todo con su utopía que ya contaba Isaías en la Biblia.
“Entonces el lobo y el cordero irán juntos, y la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león engordarán juntos; un chiquillo los pastorea; la vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas, el león comerá trabajo manual como el buey. El niño jugará en la guarida de la víbora, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente”. (Is. 11,6-9)
A la mastodóntica multinacional del conservacionismo WWF, que ahora saca desvergonzada y maquiavélicamente manifiestos a favor de los pastores, les recordamos, aquí y ahora, que irán al infierno por haber alentado y organizado la expulsión de pastores e indígenas de las zonas “protegidas” de medio mundo. Les lanzamos a la cara las palabras de esta indígena Curruhuinca, reubicada a la fuerza ante la creación del Parque Nacional de Lanín, en Argentina: .[1]
“Por eso nosotros decimos siempre que Parques Nacionales vino a exterminarnos”. O las palabras de esta mujer indígena Twa expulsada del Parque Nacional de Kahuzi-Biega, en la República Democrática del Congo.[2]“Desde que fuimos expulsados de nuestras tierras, la fin nos sigue. El poblado se está quedando vacío. Vamos hacia la extinción. Ahora murieron los ancianos. Nuestra cultura también está muriendo.”
Al prohibir que las gentes de la ruralidad puedan defenderse con trampas, escopetas o el sacrificio de un número razonable de cachorros de lobo, la única opción que nos dejan es mendigar una limosna a los funcionarios y asumir las muertes de nuestros animales y descalabros de nuestros rebaños. Mendigar y arrodillarse ante los guardas, técnicos y jefes veterinarios no concuerda con nuestra cosmovisión tradicional de la libertad y la dignidad, así que desde aquí proponemos organizarnos para subvertir el orden estatal y crear un régimen confederal de pueblos y aldeas gobernadas por concejos abiertos omnisoberanos donde se acuerde entre la gente común cómo debemos gestionar la fauna silvestre. Los técnicos y sabelotodo sólo podrán asesorar, nunca mandar. El mando lo debe tener las personas corrientes a través de portavocías conferidas del mandato imperativo que les amarra a la voluntad de los vecinos reunidos en asamblea. Acabar con el latifundismo, recuperar el comunal y las capacidades de autoelaborar las normas y deberes, debe ser otro objetivo a conseguir.
Gestionar hay que gestionar incluso si se quiere dejar zonas sin tocar. Decir esto último hay que decirlo porque Perogrullo no se pasó por las casas de los ecologistas partidarios del “dejar a la naturaleza a sus anchas”.
Vamos a hablar claro, para conservar al lobo es necesario que el mundo rural vuelva a tener un campesinado numeroso. Para proteger al lobo hay que poblar y repoblar, no despoblar. Un campesinado que recoja lo mejor del pasado y del presente, como no podría ser de otra manera. Pero nos encontramos con un muro: la razón de Estado. La misma Razón de Estado que llevó al lobo al límite de su supervivencia como especie en Iberia. Hay que decirlo alto y claro: quien ha despojado al lobo de su hábitat ha sido el ente estatal. Lo ha hecho de diversas maneras pero la principal ha sido talar, deforestar, las cuatro quintas partes de los bosques peninsulares para sus necesidades militares, urbanas, ferroviarias, mineras, cerealísticas… Echar el muerto de la desaparición de la fauna silvestre a la gentes de la ruralidad es una acusación desinformada o malintencionada. Los campesinos contuvieron a los lobos para que no hicieran inviable la producción de alimentos básicos para la vida; pero nunca se lanzaron al exterminio deliberado de esta especie como sí que hicieron los individuos del Estado y como vamos a relatar a continuación.
Es un error enorme de compresión pasar por alto, -si se quiere comprender la debacle rural y silvestre-, las desamortizaciones de comunal y en concreto la desamortización de Madoz; tampoco se puede pasar por alto la estricnina que colocaron masivamente los funcionarios en nuestros montes; o la frenética caza mayor de las ociosas élites (en concreto las élites funcionariales) en los últimos 200 años.
Como se sabe, el ansia de poder del Estado no tiene límites. En realidad este ansia tiene un tope y es cuando, como parásito que es, mata a su huésped y muere con él. Por ahora no ha tenido suficiente con despoblar, prohibirlo casi todo, freírnos a impuestos, invadirlo de funcionarios policíacos, bombardearnos con normativas, sepultarnos en papeles y permisos, enlodazarnos con su burocracia o robarnos el comunal. Quieren más, quieren nuestra extinción completa. Saben que, muerto el perro se acabó la rabia.
Nos habéis arrebatado a las personas para ponerlas a trabajar en fábricas y empresas urbanas, nos arrebatáis la gestión de nuestra agua, de nuestras plantas, de nuestra leña, de nuestras piedras, de nuestros montes. Desnaturalizáis e impedís el desarrollo de nuestras costumbres, de nuestra artesanía, de nuestra venta directa y de nuestra cultura. Vuestro “libre mercado” es una ironía bien materializada en los carteles de tantos pueblos: “prohibida la venta ambulante”. Devaluáis nuestros productos. Alimentáis a un monstruo apocalíptico llamado agronegocio y le empujáis para que nos sustituya, emponzoñando y devastando la naturaleza, arrinconando a la vida silvestre a los recónditos parajes donde aún podemos estar.
Y ahora se nos ponen desvergonzadamente la careta de “protectores de la fauna salvaje” para terminar de expulsarnos. Nos han quitado las herramientas, “cortado las manos”, nos han hecho dependientes y nos han echado al muladar, pero ¡cuidado!, aún conservamos algo del espíritu y la fortaleza de nuestros antepasados y, al igual que ellos, no nos vamos a arrodillar. Antes muertos.
Vosotros, estatalistas arrogantes y dictadorzuelos, seréis juzgados por etnocidio. Un etnocidio paulatino y camuflado, ocultado y disimulado, pero que aquí y ahora se pueden ver los resultados.
Los auténticos ecologistas son los que al producir conservan, como los pastores y campesinos. La práctica del ecologismo de Estado es un ecocidio sofisticado. El Estado no puede ser sostenible ni ecológico por la sencilla razón de que esto es incompatible con la voluntad de poder, siendo ésta el motor que lo hace vivir.
La decadente socialdemocracia y su creencia utópica de que el Estado puede funcionar contra su naturaleza destructiva nos está llevando al precipicio. Las supuestas “buenas intenciones” de su despotismo “ilustrado” no hacen más que cebar a la Bestia que cada día es más poderosa. Todos los activistas partidarios del Estado todopoderoso “participativo y por nuestro bien” nos conducen a la fin.
Nuestro mundo rural ibérico no es hijo del feudalismo ni de la esclavitud, como nos cuentan sus académicos paniaguados y sus historietas nacidas de las falsas Teorías del Progreso y de la Ilustración. Nuestro mundo rural es hijo del concejo abierto, de los cuidados a redolín, de los árboles, de la dula, del comunal, de la pequeña propiedad familiar, del nadie es más que nadie, de los sistemas de apoyo y asistencia mutua, de la atxolorra, del colectivismo, de las comunidades de villa y tierra, de la hacendera, de las milicias concejiles, de la familia extensa, del profundo sentimiento de la música no profesional, de la rica vida comarcal, del trabajar cantando, de la creatividad localista, de Marcela la pastora del Quijote, de la autosuficiencia, de su arquitectura vernácula, del entendimiento con los animales, de la oralidad, de la juez de paz, de las parzonerías y facerías, de los pegujaleros, de la recolección de hierbas para usos médicos y culinarios, de la guerrilla contra el Estado, de la fusión del cristianismo revolucionario y las culturas prerromanas, del derecho consuetudinario, de los fueros, del municipio libre, de los cuentos contados en el hogar, de sus particulares lenguas maternas y en definitiva, de la libertad con los demás y no contra los demás, como plantea el sucio liberalismo o la despótica socialdemocracia, hoy tan en boga.
Acusar de patriarcal, exterminadores de todo bicho viviente, o catetos, a nuestro mundo rural popular tradicional es una calumnia de burgueses progres, ignorantes y urbanitas que nada entienden de nuestra historia y sólo saben difamarnos y zullarse en el recuerdo de los nuestros. Se cree el ladrón que todos son de su condición. Esa forma de negar la realidad histórica rural (del pueblo, que no de la élite), diciéndonos que lo idealizamos es, de nuevo, escupir sobre sus tumbas. No negamos sus límites y errores. Pero es una injusticia colosal, fruto de los prejuicios de la “teoría urbanita del poco culto” y de la Razón y Sentido de Estado, no reconocer la impresionante realidad estructural rural; sobre todo al compararla con la birria jerárquica actual, pomposamente llamada ¡nada menos! que democracia. Un tenebroso cesarismo parlamentario que pasará a la Historia como lo que es: la hipérbole de la hipocresía, el culto al poder, el cartón-piedra y el maquiavelismo.
El relato machacón y falaz sobre la miseria intrínseca de nuestro campo es una invención del progresismo para justificar su autocracia. La burguesía todo lo entiende a partir del ansia de riqueza y debe ocultar a toda costa el hecho de que hayan existido otras formas de ser y estar en el mundo. Las gentes de nuestro extinto mundo rural no querían ser ricas pues esa aspiración era considerada execrable. Tenía otras metas diferentes. El vicio de mandar y vivir del esfuerzo ajeno era una bajeza. Rico y funcionario era lo peor que se podía llegar a ser, una traición a la comunidad. Denigrar el Pasado para ensalzar la tiranía del Presente es una forma de proceder natural y tradicional del Estado: “gracias a mi protección y tutela, vivís cada vez mejor”, nos repiten sin descanso desde su universidad, su escuela, su radio, su televisión, su prensa... El verdadero feudalismo es el que nos han impuesto los estatólatras. El paternalismo clasista (y su dogma de la indigencia rural histórica), saca de contexto determinados períodos de posguerra y hace pasar la parte por el todo. Los progres levantan la damnatio memoriae o condena de la memoria sobre nuestro mundo rural popular.
Su Estado de Bienestar está en quiebra. Los que no nos preparemos para el derrumbe, seremos dejados en la estacada de la forma más cruel. El asistencialismo de Estado ha sido un rotundo fracaso que se ha venido abajo en menos de un siglo. La atomización social resultante es devastadora. Romper los vínculos persona-persona para potenciar sólo el terrible vínculo persona-Estado ha sido ruinoso y nos ha conducido a la apoteosis de Tristania: un mundo urbano lleno de soledad, dominación, explotación, ansiolíticos, psicofármacos, suicidios, depresión, drojas y alcohol. Esto es a lo que conduce la utopía mussoliniana, tan querida por nuestros funcionarios, de Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado: a la soledad y la fin en vida.
Ha llegado la hora de mirar a nuestros iguales y dejar de mirar aterrados hacia arriba rezando porque entremos en sus listas y el maná, los subsidios o las subvenciones nos sean concedidas.
Pastores en resistencia y ofensiva por la libertad, el esfuerzo, el espíritu comunal y la biodiversidad.
Los que esto escribimos somos personas dedicadas al pastoreo en la montaña.
El Poder continúa asestando golpes para destruir al mundo rural. Su nuevo varapalo es instrumentalizar al lobo contra las gentes del campo. Se nos obliga a trabajar y sobrevivir en las montañas con los brazos atados a la espalda, siempre esperando la benevolencia del señor funcionario. Esto es en realidad un ecocidio travestido de conservacionismo pues al destruir un poco más a las formas tradicionales y sostenibles de producir alimentos, cuero o lana, se le da un impulso más al monopolio agroganadero industrial intensivo que está destruyendo nuestro planeta entero. El agronegocio industrial intensivo hiper-devastador aplaude con las orejas la eliminación definitiva de su principal enemigo: los pequeños productores artesanales, extensivos, familiares, caseros y tradicionales. Todo este ecologismo que ataca y destruye las formas sostenibles de producir alimentos es todo lo que uno quiera menos ecológico. Este ecologismo es una correa de tras*misión del Estado. Una rama de este ecologismo de Estado es también el que, sosteniendo un conservacionismo despótico, se las quiere dar al mismo tiempo de adalid en la defensa del pastoreo. Éstos deben ser contestados por la sabiduría popular expresada en refranes y dichos europeos:
Señores ecologistas adoradores del Estado no nos engañáis pues, como se dice aquí en iberia, “el soplar y el sorber no puede ser”; o como dicen los alemanes: “no se puede bailar en dos bodas al mismo tiempo”. O como dicen los polacos “el lobo lleno y el cordero entero, no puede ser”; y los ingleses lo dejan igualmente claro: “no puedes guardar la tarta y comértela al mismo tiempo”.
Lo que estos ecologistas quieren es nuestra desaparición pero lo engalanan todo con su utopía que ya contaba Isaías en la Biblia.
“Entonces el lobo y el cordero irán juntos, y la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león engordarán juntos; un chiquillo los pastorea; la vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas, el león comerá trabajo manual como el buey. El niño jugará en la guarida de la víbora, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente”. (Is. 11,6-9)
A la mastodóntica multinacional del conservacionismo WWF, que ahora saca desvergonzada y maquiavélicamente manifiestos a favor de los pastores, les recordamos, aquí y ahora, que irán al infierno por haber alentado y organizado la expulsión de pastores e indígenas de las zonas “protegidas” de medio mundo. Les lanzamos a la cara las palabras de esta indígena Curruhuinca, reubicada a la fuerza ante la creación del Parque Nacional de Lanín, en Argentina: .[1]
“Por eso nosotros decimos siempre que Parques Nacionales vino a exterminarnos”. O las palabras de esta mujer indígena Twa expulsada del Parque Nacional de Kahuzi-Biega, en la República Democrática del Congo.[2]“Desde que fuimos expulsados de nuestras tierras, la fin nos sigue. El poblado se está quedando vacío. Vamos hacia la extinción. Ahora murieron los ancianos. Nuestra cultura también está muriendo.”
Al prohibir que las gentes de la ruralidad puedan defenderse con trampas, escopetas o el sacrificio de un número razonable de cachorros de lobo, la única opción que nos dejan es mendigar una limosna a los funcionarios y asumir las muertes de nuestros animales y descalabros de nuestros rebaños. Mendigar y arrodillarse ante los guardas, técnicos y jefes veterinarios no concuerda con nuestra cosmovisión tradicional de la libertad y la dignidad, así que desde aquí proponemos organizarnos para subvertir el orden estatal y crear un régimen confederal de pueblos y aldeas gobernadas por concejos abiertos omnisoberanos donde se acuerde entre la gente común cómo debemos gestionar la fauna silvestre. Los técnicos y sabelotodo sólo podrán asesorar, nunca mandar. El mando lo debe tener las personas corrientes a través de portavocías conferidas del mandato imperativo que les amarra a la voluntad de los vecinos reunidos en asamblea. Acabar con el latifundismo, recuperar el comunal y las capacidades de autoelaborar las normas y deberes, debe ser otro objetivo a conseguir.
Gestionar hay que gestionar incluso si se quiere dejar zonas sin tocar. Decir esto último hay que decirlo porque Perogrullo no se pasó por las casas de los ecologistas partidarios del “dejar a la naturaleza a sus anchas”.
Vamos a hablar claro, para conservar al lobo es necesario que el mundo rural vuelva a tener un campesinado numeroso. Para proteger al lobo hay que poblar y repoblar, no despoblar. Un campesinado que recoja lo mejor del pasado y del presente, como no podría ser de otra manera. Pero nos encontramos con un muro: la razón de Estado. La misma Razón de Estado que llevó al lobo al límite de su supervivencia como especie en Iberia. Hay que decirlo alto y claro: quien ha despojado al lobo de su hábitat ha sido el ente estatal. Lo ha hecho de diversas maneras pero la principal ha sido talar, deforestar, las cuatro quintas partes de los bosques peninsulares para sus necesidades militares, urbanas, ferroviarias, mineras, cerealísticas… Echar el muerto de la desaparición de la fauna silvestre a la gentes de la ruralidad es una acusación desinformada o malintencionada. Los campesinos contuvieron a los lobos para que no hicieran inviable la producción de alimentos básicos para la vida; pero nunca se lanzaron al exterminio deliberado de esta especie como sí que hicieron los individuos del Estado y como vamos a relatar a continuación.
Es un error enorme de compresión pasar por alto, -si se quiere comprender la debacle rural y silvestre-, las desamortizaciones de comunal y en concreto la desamortización de Madoz; tampoco se puede pasar por alto la estricnina que colocaron masivamente los funcionarios en nuestros montes; o la frenética caza mayor de las ociosas élites (en concreto las élites funcionariales) en los últimos 200 años.
Como se sabe, el ansia de poder del Estado no tiene límites. En realidad este ansia tiene un tope y es cuando, como parásito que es, mata a su huésped y muere con él. Por ahora no ha tenido suficiente con despoblar, prohibirlo casi todo, freírnos a impuestos, invadirlo de funcionarios policíacos, bombardearnos con normativas, sepultarnos en papeles y permisos, enlodazarnos con su burocracia o robarnos el comunal. Quieren más, quieren nuestra extinción completa. Saben que, muerto el perro se acabó la rabia.
Nos habéis arrebatado a las personas para ponerlas a trabajar en fábricas y empresas urbanas, nos arrebatáis la gestión de nuestra agua, de nuestras plantas, de nuestra leña, de nuestras piedras, de nuestros montes. Desnaturalizáis e impedís el desarrollo de nuestras costumbres, de nuestra artesanía, de nuestra venta directa y de nuestra cultura. Vuestro “libre mercado” es una ironía bien materializada en los carteles de tantos pueblos: “prohibida la venta ambulante”. Devaluáis nuestros productos. Alimentáis a un monstruo apocalíptico llamado agronegocio y le empujáis para que nos sustituya, emponzoñando y devastando la naturaleza, arrinconando a la vida silvestre a los recónditos parajes donde aún podemos estar.
Y ahora se nos ponen desvergonzadamente la careta de “protectores de la fauna salvaje” para terminar de expulsarnos. Nos han quitado las herramientas, “cortado las manos”, nos han hecho dependientes y nos han echado al muladar, pero ¡cuidado!, aún conservamos algo del espíritu y la fortaleza de nuestros antepasados y, al igual que ellos, no nos vamos a arrodillar. Antes muertos.
Vosotros, estatalistas arrogantes y dictadorzuelos, seréis juzgados por etnocidio. Un etnocidio paulatino y camuflado, ocultado y disimulado, pero que aquí y ahora se pueden ver los resultados.
Los auténticos ecologistas son los que al producir conservan, como los pastores y campesinos. La práctica del ecologismo de Estado es un ecocidio sofisticado. El Estado no puede ser sostenible ni ecológico por la sencilla razón de que esto es incompatible con la voluntad de poder, siendo ésta el motor que lo hace vivir.
La decadente socialdemocracia y su creencia utópica de que el Estado puede funcionar contra su naturaleza destructiva nos está llevando al precipicio. Las supuestas “buenas intenciones” de su despotismo “ilustrado” no hacen más que cebar a la Bestia que cada día es más poderosa. Todos los activistas partidarios del Estado todopoderoso “participativo y por nuestro bien” nos conducen a la fin.
Nuestro mundo rural ibérico no es hijo del feudalismo ni de la esclavitud, como nos cuentan sus académicos paniaguados y sus historietas nacidas de las falsas Teorías del Progreso y de la Ilustración. Nuestro mundo rural es hijo del concejo abierto, de los cuidados a redolín, de los árboles, de la dula, del comunal, de la pequeña propiedad familiar, del nadie es más que nadie, de los sistemas de apoyo y asistencia mutua, de la atxolorra, del colectivismo, de las comunidades de villa y tierra, de la hacendera, de las milicias concejiles, de la familia extensa, del profundo sentimiento de la música no profesional, de la rica vida comarcal, del trabajar cantando, de la creatividad localista, de Marcela la pastora del Quijote, de la autosuficiencia, de su arquitectura vernácula, del entendimiento con los animales, de la oralidad, de la juez de paz, de las parzonerías y facerías, de los pegujaleros, de la recolección de hierbas para usos médicos y culinarios, de la guerrilla contra el Estado, de la fusión del cristianismo revolucionario y las culturas prerromanas, del derecho consuetudinario, de los fueros, del municipio libre, de los cuentos contados en el hogar, de sus particulares lenguas maternas y en definitiva, de la libertad con los demás y no contra los demás, como plantea el sucio liberalismo o la despótica socialdemocracia, hoy tan en boga.
Acusar de patriarcal, exterminadores de todo bicho viviente, o catetos, a nuestro mundo rural popular tradicional es una calumnia de burgueses progres, ignorantes y urbanitas que nada entienden de nuestra historia y sólo saben difamarnos y zullarse en el recuerdo de los nuestros. Se cree el ladrón que todos son de su condición. Esa forma de negar la realidad histórica rural (del pueblo, que no de la élite), diciéndonos que lo idealizamos es, de nuevo, escupir sobre sus tumbas. No negamos sus límites y errores. Pero es una injusticia colosal, fruto de los prejuicios de la “teoría urbanita del poco culto” y de la Razón y Sentido de Estado, no reconocer la impresionante realidad estructural rural; sobre todo al compararla con la birria jerárquica actual, pomposamente llamada ¡nada menos! que democracia. Un tenebroso cesarismo parlamentario que pasará a la Historia como lo que es: la hipérbole de la hipocresía, el culto al poder, el cartón-piedra y el maquiavelismo.
El relato machacón y falaz sobre la miseria intrínseca de nuestro campo es una invención del progresismo para justificar su autocracia. La burguesía todo lo entiende a partir del ansia de riqueza y debe ocultar a toda costa el hecho de que hayan existido otras formas de ser y estar en el mundo. Las gentes de nuestro extinto mundo rural no querían ser ricas pues esa aspiración era considerada execrable. Tenía otras metas diferentes. El vicio de mandar y vivir del esfuerzo ajeno era una bajeza. Rico y funcionario era lo peor que se podía llegar a ser, una traición a la comunidad. Denigrar el Pasado para ensalzar la tiranía del Presente es una forma de proceder natural y tradicional del Estado: “gracias a mi protección y tutela, vivís cada vez mejor”, nos repiten sin descanso desde su universidad, su escuela, su radio, su televisión, su prensa... El verdadero feudalismo es el que nos han impuesto los estatólatras. El paternalismo clasista (y su dogma de la indigencia rural histórica), saca de contexto determinados períodos de posguerra y hace pasar la parte por el todo. Los progres levantan la damnatio memoriae o condena de la memoria sobre nuestro mundo rural popular.
Su Estado de Bienestar está en quiebra. Los que no nos preparemos para el derrumbe, seremos dejados en la estacada de la forma más cruel. El asistencialismo de Estado ha sido un rotundo fracaso que se ha venido abajo en menos de un siglo. La atomización social resultante es devastadora. Romper los vínculos persona-persona para potenciar sólo el terrible vínculo persona-Estado ha sido ruinoso y nos ha conducido a la apoteosis de Tristania: un mundo urbano lleno de soledad, dominación, explotación, ansiolíticos, psicofármacos, suicidios, depresión, drojas y alcohol. Esto es a lo que conduce la utopía mussoliniana, tan querida por nuestros funcionarios, de Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado: a la soledad y la fin en vida.
Ha llegado la hora de mirar a nuestros iguales y dejar de mirar aterrados hacia arriba rezando porque entremos en sus listas y el maná, los subsidios o las subvenciones nos sean concedidas.