No lo abandonaré, me gusta la fruta

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Pasé la tarde viendo otro PlayGame en el ordenador. Ni por un segundo consideré la posibilidad de salir a dar un paseo para aprovechar la última hora y media de luz. El día estaba marchándose a otra parte de la misma manera en que lo había hecho al llegar hasta aquí: nublado, frío y ventoso. Hace no tanto esto no habría supuesto ningún problema; y un poco más atrás en el tiempo tampoco la caída de la noche misma. Ahora es otra cosa.

Encendí la calefacción y me puse el pijama y la bata. En el espejo encontré algunas señales de dermatitis en la cabeza y resultó raro porque había tenido que verlas para sentirlas. Había pasado una mañana bastante buena después de casi un mes con diversas molestias, la mayor parte de ellas provocadas por el dolor de cuello que me causé el día de Año Nuevo al dormir con el gorro de ducha puesto la penúltima vez que tuve que utilizar la pomada. La siguiente ocasión que tuve necesidad de ella me la apliqué por la tarde y me duché antes de ir a dormir. También llevo unas noches sin hacerme la coleta. Y por supuesto están los ibuprofenos, claro. Llegué a pensar en acudir a una masajista pero al final no ha hecho falta.

Tenía hambre y merendé bastante bien. La idea de leer algo pasó por mi cabeza al igual que la de escribir, pero las dejé marchar sin pensarlo mucho más. Bajé las persianas, corrí las cortinas, encendí la luz, eché mano de la manta del sofá y aprovisionado de tabaco y agua me senté en el sillón para seguir viendo el juego empezado el día anterior. Muy pronto, una vez resuelto el asunto del estómago, volví a sentir la incomodidad en la cabeza. Quizá sería conveniente hacer lo mismo de la última vez. No lo pensé más y me levanté para aplicarme el ungüento. Después de todo cuando me fuese a dormir habrían pasado más o menos las mismas horas que al despertar. Y otra noche de gorro que me ahorraba.

El juego no pintaba mal. Era la aventura de un tío con problemas psicológicos que acompañado de un perro policía se adentraba en las profundidades del bosque para ayudar a la poli en la búsqueda de un niño desaparecido. Pero la oscuridad era tanta y las alucinaciones del personaje tan desconcertantes que resultaba difícil de ver. Mi cerebro iba desconectándose de lo que estaba viendo para pasarme imágenes de la mañana en el bar, sobretodo la de aquel tío que vino al mediodía.

Tenía mal aspecto. Era grande y rellenito, con la cara abotargada y una melena sucia, vestido de cualquier manera. Apoyado en la barra, consultando el teléfono, pidió un tercio casi en voz baja y rechazó la tapa que le ofrecí. Se le notaba cansado, aunque no borracho. Mi hermano pequeño me dijo antes de irse que se le veía medio ojo ciego. Salí a recoger algo y vi que era verdad: media raja de su rellenito ojo ciego sobresalía de los pantalones. ¿Como era posible algo así, con el frío que hacía en la calle? ¿qué clase de persona sale por ahí sin reparar en eso? El colega estaba rellenito y sin duda su capa de grasa le protegía pero...¿tanto? Recordé a las viejas que a veces encuentro a primera hora de la mañana limpiando la de derechasda de sus casas en zapatillas y apenas con la bata medio puesta sobre la falda. ¿Qué clase de calefacción interna tienen esas mujeres? ¿No van los pobres barrenderos protegidos hasta las cejas que da lástima verlos? ¡Y ellas ahí, casi a pelo y tan campantes! ¿Acaso no tienen otra hora para hacer algo tan absurdo como barrer su parte de la acera y pasar trapos y bayetas sobre los helados hierros de las ventanas? ¿Pero hay algo más inexplicable que eso? ¿Qué clase de persona puede dedicarle tiempo a eso?

El tipo del taburete con el ojo ciego aire recibió una llamada que terminó por coger tras dudarlo un poco. Con voz tímida, casi trémula, respondía a las preguntas de alguien que estaba claro no era ningún amigo. Era sorprendente ver a un bruto como ese utilizando ese tono de voz de niño asustado. ¿Quizá era un médico el que le hablaba? ¿la poli? ¿uno del banco, o el del paro, o la de Cáritas? No, yo creo que era un médico. Colgó, se quedó mirando al teléfono, pagó, se despidió y marchó tan cansado como vino, aunque se subió los pantalones. Ese hombre, ese mostrenco, era la viva imagen de la desesperanza.

Llegó mi tío poco después para comentarme ciertos aspectos que por supuesto no entendí acerca de unos documentos necesarios para no sé qué tema de casas y herencias familiares. El día anterior había acabado otro ciclo de radio y ya puede disponer de las mañanas para tales asuntos. Dijo algo del testamento que mi padre no hizo pero que él había dejado en orden hace algunos días, de la conveniencia de hacerlo en vida, de los problemas futuros que ahorraba y todo eso. También dijo algo que una vez, ya cercano el final, escuché de boca mi padre: "Yo estoy acabado; puede que dentro de seis meses, ocho...Pero es mejor así" Tenía los ojos humedecidos. No respondí nada. Me joroba tanto verlo con ese miedo que nunca sé qué decirle. Morir tan gastado, tan debilitado, debe ser una larga tortura. Uno acaba siendo lo que nunca fue ni quiso ser. Y a esa humillante rendición algunos la llaman Gracia. ¿Qué tipo de victoria, qué clase de gloria sobrevenida hay en recibir la razón cuando el otro está impotente y sentenciado?

El héroe del juego continuaba su camino junto al fiel perro. Las alucinaciones cada vez era más fuertes y empezamos a conocer cosas de su pasado: malas acciones, peores decisiones. "Sé un hombre por una vez en tu vida. Deja de pensar en ti mismo" le decía una mujer sin rostro antes de abandonarlo. Entonces el perro lo despertaba del desmayo con sus lengüetazos y el héroe lo abrazaba y acariciaba antes de levantarse para seguir adelante. Dejé de verlo justo después de su salida del laberinto al que un orate lo había conducido. En él, reventado por el cansancio y con el perro malherido en sus brazos, a cada revuelta iba formándose la frase que aquel iba escribiendo cada vez con mayor claridad: "Abandona al perro"


- ¡No, no lo abandonaré, me gusta la fruta! -gritaba él con todas sus fuerzas.


Hasta que cayó desmayado y al despertar no encontró a su amigo.
 
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