Nihilismo, una manera de bendecir la vida

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Nihilismo, una manera de bendecir la vida

Hay muchas discusiones acerca de cuál es la primera obra de la literatura moderna, pero habrá pocas en torno a la cuestión de cuál es la última obra de la literatura antigua: todos estaremos de acuerdo en que es el Zarathustra de Nietzsche.

Convencido de que el ensayo filosófico resultaba insuficiente como vehículo de expresión de un sistema doctrinal que hasta entonces sólo había conseguido asomar a martillazos que derruían otros sistemas doctrinales, con inigualables perspicacia, erudición y brillantez, Nietzsche escribe en apenas diez días la primera parte de algo que no se sabe muy bien si es novela abstracta, poema en prosa o conjunto de apólogos a la manera oriental que pretenden anunciar la llegada de un nuevo Mesías. Todo eso a la vez, con un tono bíblico al que anima con espíritu burlón, entusiasta, deprimido, cómico, insolente, trágico, amargo. Es un libro bipolar, sin duda. Se publicó en Leipzig en mayo de 1883.Luego vendrían otras tres partes más, la última de las cuales la hubo de imprimir el propio Nietzsche, que sólo regaló siete ejemplares a amigos cercanos. No sería hasta la reedición de las cuatro partes en un solo volumen que rugiría la marabunta ante la aparición de aquel personaje mesiánico. Naturalmente el Mesías no es el propio Zaratustra: Zaratustra es sólo el profeta. Un sabio que se retira a meditar a los treinta años y diez años después siente que ha llegado el momento de bajar al mundo donde algo inevitable ha acontecido: Dios ha muerto, y con él ha muerto también el hombre, de donde el profeta venga a anunciar la llegada de una nueva criatura: el superhombre.

Para la elección de su personaje, el sabio persa Zoroastro, Nietzsche cedió a la melancolía: rescató de su adolescencia la admiración que sentía por un personaje al que conoció, más que en leyendas o libros de historia, a través de un breve texto de Heinrich Von Kleist, "Plegaria de Zoroastro", que se hacía pasar por manuscrito hindú encontrado en unas ruinas. En él, el profeta se dirige al Creador -"que has dispuesto una vida rica, libre y grandiosa", pero de vez en cuando, "haces que caigan las escamas de los ojos de uno de tus siervos para que de una ojeada abarque las necedades y los errores de su especie, le armas con la aljaba de la palabra para que, libre del miedo, y lleno de amor, se adelante a todos para despertarlos de esa duermevela en la que viven. A mí, Señor, me has escogido para esa tarea y me dispongo a cumplir mi deber". La "Plegaria" se presentaba como mero prólogo de algo que Kleist no llegó a completar. El encargado de completarlo, en efecto libre del miedo y lleno de amor, fue Nietzsche.


Cabría preguntarse si es posible hoy leer el Zarathustra sin sentirse obstruido por el ejército de interpretaciones que el libro padeció o el no menos poblado ejército de influencias que generó en lugares y escuelas contradictorios entre sí, desde los vanguardistas que entendieron el mensaje de que la fin de Dios hacía ascender al Arte a su trono y por lo tanto había que tras*formar la vida para convertirla en una obra de arte, hasta intentos tan populistas de cantar al héroe individual y solitario e insobornable como las novelas de Ayn Rand. Si Montaigne decía que
toda la filosofía posterior a Platón, no era más que una colección de notas a pie de página de la obra de Platón
, bien es posible exagerar diciendo que toda la filosofía después de Nietzsche no ha sido más que una colección de notas a pie de página -muchas de ellas, es cierto, para combatirlo- de la obra de Nietzsche, lo que en último término ha ocasionado que Nietzsche haya sido convenientemente malinterpretado para satisfacer unas ansias ideológicas particulares. Es sabido, por poner el ejemplo más evidente, que los nazis sintieron que Zarathustra les anunciaba, haciendo caso omiso a ese fragmento de Nietzsche que dice:
"Espero que no seamos ni tan ingenuos ni tan cortos de miras para apoyar ese patriotismo de los terratenientes de la marca nacional y no cantemos a coro su rabioso y inane grito de repruebo: Deutchland, Deutchland, über alles...".
Si se le lee de manera selectiva, Nietzsche puede ser apóstol de lo que se quiera, del fascismo esteticista tanto como de la democracia real.

George Bernard Shaw dijo del Zaratustra que era el único libro moderno superior a los Salmos de David, y Yeats aconsejaba su lectura como antídoto contra la vulgaridad democrática. El mismo Yeats afianzaba su esperanza en la eugenesia leyendo a Nietzsche, y se jactaba de que, gracias a la tecnología, había llegado la hora en la que unos pocos, los mejores, aplastaran a la masa. De hecho temía que el único peligro que corría el mundo estribaba en que los oprimidos no trataran de levantarse para justificar una guerra, y "los preparados" se conformasen con la decadencia, como "aquellas civilizaciones antiguas que vieron cómo triunfaban sus estirpes gangrenadas". La clase intelectual, como se ve, vio en Nietzsche y en su Zarathustra una herramienta idónea para sus insólitas ansias de aplastar a la masa, de la que por supuesto no formaban parte. El campeón en eso fue D.H. Lawrence, que en Fantasía del Inconsciente defiende que en determinados periodos de la historia la necesidad de los humanos tengan que morir por millones, después de lo cual da tres hurras por la invención del gas tóxico. Jünger sacará de Nietzsche la figura mítica del trabajador como superhombre, y alguno de lo apólogos del libro debió inspirar alguna de sus ficciones a Kafka (¿o no es kafkiana la figura del sepulturero que descubre que en las tumbas que vigila no hay ningún cadáver, y aún así, sigue en su puesto, vigilándolas?). Gottfried Benn, el más alto representante de la "estatización de la vida", reconocía, por su parte, que jamás hubiera escrito un verso de no haber sido por la lectura del libro de Nietzsche.



¿Está todo esto en el Zarathustra? ¿Ese nihilismo enfermo de quienes, sin demostrarlo, se creen superiores y, naturalmente, cuando el profeta habla de una "guerra contra la mediocridad", se sitúan de inmediato en el otro bando, el de los aristócratas, los santos y los artistas como si no pudiera caber duda alguna de que ellos no son tan mediocres como todos los demás? ¿Está la necesidad de un plan eugenésico que mejore la fisiología racial para dotar de mayor plenitud a los seres futuros? Sí y no, naturalmente: un libro es como un espejo, si a él se asoma un personaje no puede esperar que salga reflejado un apóstol, decía Lichtenberg, pasando por alto que los grandes libros son quizá como espejos deformantes que lo que consiguen es, precisamente, que el personaje que se asoma a ellos vea que lo que se refleja es un apóstol y al revés, el apóstol que busca su imagen lo que encuentra es la fisonomía de un personaje.

El término nihilismo, al que Nietzsche llega tardíamente, procede de una novela de Turgueniev, Padres e Hijos, al que le dio vuelo un ensayo de Paul Borgeut sobre psicología contemporánea en el que, al estudiar obras de Baudelaire, Flaubert o los hermanos Goncourt, percibe un mortal cansancio de vivir, una tétrica percepción de la vanidad de cualquier esfuerzo. El marbete le vino bien a Nietzsche, que hasta ese momento, llamaba pesimismo o "voluntad de nada" a lo que a partir de entonces sería nihilismo. Pero entendía que ese pesimismo no era más que un síntoma.

Lo peor que le puede pasar a un pesimista es que convierta su pesimismo en ideología (justo al contrario de lo que le pasa al optimista, al que lo mejor que le puede pasar es que convierta en filosofía su optimismo). Por eso Nietzsche entendía que el movimiento pesimista no era más que la expresión de una decadencia fisiológica, en ningún caso una escuela de pensamiento. De ahí que los mejores escoliastas de Nietzsche -Heidegger o Deleuze- no hablen de nihilismo en singular, sino en plural, o completen la matriz con adjetivos distintos, pues tan distintos resultan que son auténticos enemigos el nihilismo pasivo o negativo y el nihilismo activo o positivo. Zarathustra es el capitán de éste último, y es por ello que no puede resultar más paradójico que, siendo como es un libro lleno de entusiasmo y plenitud, influyera en autores tan cabizbajos y apagados como muchos de los de nuestro 98, que tomaron el síntoma denunciado por Zarathustra -el pesimismo- como ideología con la que andarse por la vida, sin duda dejando que se filtrara el nihilismo de un Turgueniev, que lo empleó para caracterizar al personaje de Padres e Hijos, y a Dostoievsky, es decir, un nihilismo con conciencia de culpa y, por decirlo así, sin arreglo, sin vías de escape. Un callejón sin salida.

El nihilismo activo es en esencia afirmativo, y no conoce la culpa:
"Nosotros, los inmorales, abrimos nuestro corazón a toda especie de comprensión y afirmación. Negar no nos resulta fácil, pues basamos nuestro honor en la pura afirmación".
El nihilismo es la coartada perfecta para la acción, según lo supo ver un jovencísimo Fernando Savater, y no un bajar los brazos o tirar definitivamente la toalla para dar por perdido un combate. Como se ve, nada que ver con lo que el propio Nietzsche llamaba "el fatalismo ruso", un me da lo mismo ocho que ochenta, según el cual el soldado ruso al que le resulta muy dura la campaña en la que se ha enrolado se tiende en el suelo a esperar su final (a esto Deleuze lo llamaba "pesimismo de la debilidad").

Es éste Zarathustra afirmativo, rebelde, entusiasta, el que protagoniza las más hermosas páginas del libro de Nietzsche. Ridiculiza, en efecto, al que se entrega al dolor, al que se humilla y reza, sí, pero porque entiende que hay que correr hacia la fin con el frenesí de quien practica un deporte por superarse, convencido de una sola cosa: la vida es inmortal y por lo tanto no necesita de un inventor, ni siquiera de un fin: se vale y se justifica por sí sola. Todos los conceptos que pone sobre el tapete Zarathustra están animados por la energía de quien está apelando a la vida para que ésta se dé en su vórtice, es decir, en su máximo punto de esplendor. De ahí su condición dionisíaca: vivir no es otra cosa que tener el don de la ebriedad. Que ello subvierta los valores jovenlandesales que han venido acompañando al hombre hasta el advenimiento de la nueva criatura es condición obligada de ese entusiasmo, toda vez que esos valores jovenlandesales no han servido para salvar a nadie sino con pobres efugios dogmáticos que la ciencia ha echado abajo. Y el canto que emprende Zarathustra al avisar de ese advenimiento es un canto que afirma la vida como suficiente en sí misma, no necesitada de las muletas de explicaciones metafísicas: vivir es ya de por sí suficiente milagro y la condición indispensable del milagro es que no tenga explicación. Este entusiasmo insensato -es decir, sin sentido- por la vida le lleva por definición al repruebo acerca de todo aquello que perjudique esa intensidad del vivir: la enfermedad, por supuesto, es una de sus enemigas, la decrepitud otra. Ni que decir tiene que los enemigos de Nietzsche entenderían esto como una falta de piedad -falta de piedad que sin duda hay- por los enfermos, los viejos, los, como dice el propio texto, maltrechos. Pero no se entiende, o no se quiere entender, que al colocar la vida intensa en el más alto peldaño del existir, todo lo que colabore a que no se dé en su vórtice de energía, no tiene más remedio que causar la da repelúsncia de quien construye el himno, o la sucesión de himnos, a una vida que se puede valer por sí misma para insuflar aliento y divinidad a quienes posee o la poseen. Entender de esto que cualquier sistema que sentara sus bases en Zarathustra lo que debe hacer es sacrificar a los enfermos, es no darle a Zarathustra la consideración primera que tiene: la de personaje literario. Sería como si alguien quisiera proyectar en un sistema dogmático las locuras de Don Quijote, haciéndolo escapar de su indispensable condición de figura ficticia.



Por decirlo bíblicamente, hemos sido capaces de comer por fin del fruto de aquel árbol prohibido, el de la Ciencia del Bien y del Mal, y hemos aprendido que la jovenlandesal es una falsa moneda que defendía una Institución más alta y más falsa aún: nuestro propio miedo a la vida, necesitado de inventarse fantasías que sólo venían a poner en evidencia nuestra debilidad. El miedo inventó a Dios: si dejamos de tener miedo, no será necesario Dios. Lo que llamamos justicia no es otra cosa que el afán de venganza para sostener un sistema en el que triunfa la voluntad de poder. Quien niega al mundo, la belleza del mundo, la energía del mundo, no es Zarathustra, que para abundar en ese entusiasmo, resulta un libro donde se celebra constantemente la naturaleza, sino precisamente la jovenlandesal que nos tuvo apresados en sus omniscientes dogmas. La pregunta fundamental, nos dice Nietzsche, no es por el "ser" sino por el "vivir": "no conozco ningún ser que esté muerto". La nada, esos dos paréntesis de nada entre los que ocurre la existencia de cualquiera, esa nada que en Schopenhauer era fin -y por lo tanto daba origen al principio del pesimismo- en Nietzsche es más bien un trampolín para tras*formar la angustia de ser en la pura celebración de vivir. Para ello no podía el autor darle a su libro una forma doctrinal, sino hacer estallar su talento más provocador y pujante, el de poeta. Zarathustra , anunciando el tiempo nuevo (en el que por cierto será derrotado por el hombre rutinario, por ese Estado en el que "se le da el nombre de vida al lento suicidio de cada uno") es, fundamentalmente, un poema antiguo, con la fuerza exacerbada de la Ilíada y el lirismo misterioso de Gilgamesh.



Entre sus intérpretes, ninguno mejor que el propio Nietzsche, que llenando de anotaciones uno de sus cuadernos para explicar su libro, alcanzó a escribir:
"La disolución de la jovenlandesal conduce, en sus consecuencias prácticas, a la individuación atomística, y a la división de cada individuo en multiplicidades: una fluctuación absoluta. Por eso resulta necesario, ahora más que nunca, encontrar un amor, un nuevo amor".
Y ese nuevo amor era la vida porque sí, es decir, la vida inmortal que nos bendice mientras la habitamos. Porque como el propio Nietzsche apuntó:
"Hay que dejar de ser seres que rezan para convertirse al fin en seres que bendicen." Esa capacidad de bendición es la que anega, impulsa y mantiene vivo a Zarathustra.

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Elephant y el nihilismo
Javier Barraycoa

La película de Gus Van Sant es un filme peculiar tanto en la filmografía del director, debido a los recursos narrativos que emplea, como en las películas dedicadas a analizar la violencia juvenil. Cabría el error, al ver por primera vez la película, de creer que se trata de una violencia generada por la permisividad de las ventas de armas en Estados Unidos. Incluso algunos han querido ver en el título de la película una referencia a la imagen del Partido Republicano (el Elefante).

Explícitamente el guión se centra en el relato de la matanza en el Instituto de Columbine, el 20 de abril de 1999, perpetrada por dos alumnos. Sin embargo, el relato va más allá, al caracterizar -simbólicamente- una sociedad nihilista. Franco Volpi, en una reciente obra dedicada al nihilismo, lo definía como el efecto que provoca pisar placas de hielo. Esto es, la sensación de deslizamiento y precariedad que genera el vivir en una sociedad donde la incertidumbre se apodera de todos los ámbitos de la existencia.

También sería un error pensar que en la película simplemente aparecen dos personajes nihilistas, Eric y Dylan, los chicos que han decidido morir divirtiéndose, mientras asesinan a compañeros y profesores. En el fondo, la película recoge el espíritu de una sociedad nihilista. No es la violencia de individuos aislados la que provoca el nihilismo social, sino que éste es el que genera la posibilidad de asesinatos como el de Colombine. Siguiendo a Nietzsche, un gran descriptor y “profeta” del nihilismo, podríamos decir que: “El nihilismo no es una causa, sino la lógica de la decadencia”.

Del nihilismo intelectual a la sociedad nihilista

Franco Volpi, en la obra antes mencionada, señala que: “El nihilismo no es tanto el experimento de extravagantes vanguardias, sino que forma parte ya del aire que respiramos”. Es cierto que el nihilismo fue propuesto por Nietzsche y otros autores como la futura filosofía hegemónica en Occidente. También es cierto que ciertas propuestas vanguardistas asumían el absurdo vital como un objetivo en el que la violencia serviría para deshacer las viejas estructuras sociales. Al respecto, baste citar la famosa propuesta de André Breton para reivindicar el surrealismo: “el acto surrealista más puro es disparar al azar sobre la multitud en la calle”. Incluso también, allás por los albores de la revolución del mayo del 68, aparecieron en Francia comandos nihilistas que pretendían deshacer el orden existente”.

Todas estas propuestas simplemente se movieron entre unos ambientes minoritarios y todavía no afectaban al resto de la sociedad. Pero, a finales del siglo XX, lo que algunos soñaron para la humanidad, empieza a patentizarse en la sociedad: el nihilismo ha abandonado los salones intelectuales y ya camina entre nosotros. De hecho no percibiríamos lo que realmente ocurre en la sociedad sino la analizáramos desde esta perspectiva. Jünger, en carta a Heidegger, le expone la fuerza de este paradigma: “Quien no ha experimentado sobre sí el enorme poder de la Nada y no ha padecido su tentación, conoce bien poco nuestra época”.

Gus Van Sant, nos da una pista en la película, cuando Michelle, la chica que va a encontrar la fin en la biblioteca, cae abatida a tiros colocando unos libros en las estantería dedicadas a “Non fiction”. Con ello el director nos quiere señalar que se está describiendo algo real; algo que está aconteciendo en nuestra sociedad y por lo tanto no es fabulación ni accidentalidad.

¿Qué es una sociedad nihilista?

Retomamos nuevamente a Nietzsche por su capacidad de profetismo intelectual: “Describo lo que vendrá, el advenimiento del nihilismo… (que consistirá en un) vacío y pobreza de valores … El hombre se atreve a la crítica de valores, (pero) no reconoce su origen … lo que cuento es la historia de los próximos dos siglos”. Este análisis centrado en la desubstancialización de los valores es importante. En la propia película se puede ver una escena, rodada en un plano asfixiante, en el que un grupo de alumnos discuten, con su profesor al frente, sobre la gaysidad. El debate entre los alumnos se centra en “valores” tal y como la tolerancia hacia los gayses, pero el debate no es profundo ni busca pensar la cuestión vitalmente, sino que cada alumnos está adquiriendo simplemente hábitos de discusión, pero no de reflexión. De hecho, la escena, está rodada en un plano giratorio que manifiesta una circularidad cerrada: ese debate no va a ningún lado, no tiene finalidad.

Coincide esta construcción icónica, con otra definición que da Nietzsche del nihilismo: “Falta el fin, falta la respuesta al ¿para qué? … los valores supremos se desvalorizan”. Así, el filósofo alemán nos muestra el nihilismo como la fin de todo planteamiento teleológico tanto en el plano vital como intelectual. Esto puede traducirse en un sistema educativo donde queremos centrarnos en comunicar “valores” a los jóvenes, pero sin adentrarles en la búsqueda y fundamento de esos valores. No descubrir estos fundamentos, genera un profundo nihilismo aderezado de simpáticos valores desconectados de la vida.

A fuer de alargarnos, no podemos menos que reflexionar las etapas del nihilismo que describe el filósofo alemán en “El crepúsculo de los dioses”. En un epígrafe titulado “Cómo el mundo verdadero terminó por convertirse en una fábula”, nos relata los pasos que sigue el nihilismo para extenderse por una sociedad. Ya que de la “realidad” a la “nada” no se pasa de golpe.

En primer lugar aparece el nihilismo incompleto. La distinción entre el mundo verdadero o una fabulación del mismo, no desaparece del todo. Por eso, el nihilismo incompleto se traduce en la aparición de “fes” o creencias. Esto es en la afirmación de “interpretaciones falsas de la realidad” como si fueran la realidad. Nietzsche nos habla del “cientificismo” (creer que toda explicación científica explica la realidad), de las ideologías políticas (formar falsas y racionalistas de explicar la vida social), incluso del arte, como representación simbólica de la realidad (evidentemente referido a ciertos vanguardismo artísticos). Pero esta fabulación de la realidad, aparentemente científica y sólida, dejará paso -en boca de Nietzsche- a un nihilismo completo. Podríamos decir que la modernidad se identifica con esta descripción de Nietzsche. En cambio la posmodernidad se identificará mejor con el nihilismo completo.

El nihilismo completo es una liberación de estas apariencias cientificistas e ideológicas. De hecho, en la película puede apreciarse como los dos jóvenes asesinos se asombran ante un reportaje sobre los nazis. Ni siquiera tienen bien claro quién es Hitler en las imágenes. La ideología nancy les da igual, simplemente le asombra. Sin embargo su “pose vital” ya es tremendamente vitalista y nihilista. Igualmente, mientras que en el instituto de debate “ideológicamente” sobre la gaysidad, ellos tienen en la ducha una relación gays. Esta relación está desprovista de ideología y justificación. Simplemente han decidido tenerla porque la ocasión lo permite: van a morir y aún no han tenido relaciones sensuales. El nihilismo queda reflejado como una cultura donde las cosas se realizan sin necesidad de fundamento y justificación, simplemente porque de facto se pueden hacer. El nihilismo completo tendría tres fases. La primera sería el “pasivo”, donde penetra la conciencia de la fin como única realidad. Esto lo vislumbró Nietzsche como un momento en el que Occidente se aproximaría al budismo, en cuanto que gran filosofía nihilista e “inventora de la fin” (en cuanto que negación de la eternidad tras el fallecimiento. En segundo lugar el nihilismo “activo” se manifestaría por un crecimiento de la voluntad de poder y espíritu de destrucción. Y, en tercer lugar, sentencia Nietzsche, el nihilismo “extremo” quedaría reflejado en sostener una única fe: “Toda afirmación de lo verdadero es falso”. Por tanto, estaríamos en una sociedad donde la educación y -la propia vida- serían imposibles. No deja de ser paradójico el que la imperante cultura de la “educación en valores” acaba generando un tremendo escepticismo entre los jóvenes.

Nihilismo como cultura de la fin

Es evidente que Gus Van Sant quiere describir una cultura de la fin. Para ello usará de símbolos y estrategias a lo largo de toda la película. El propio título escogido puede significar al animal que monta la diosa hindú Indra, con el que se encamina a la destrucción de sus enemigos, al menos esta intencionalidad la ha explicitado el director en alguna entrevista. En una escena de la película mientras que uno de los jóvenes asesinos toca el piano, nuevamente una escena giratoria y asfixiante nos muestra el cuarto del adolescente. Entre los cuadros y dibujos colgados se puede descubrir el de un elefante. También, y permítasenos una interpretación más libre, el elefante es el animal que se encamina hacia el lugar donde ha de morir, al igual que la película nos muestra cómo todos lo personajes se van encaminando al punto fatídico -el Instituto- donde encontrarán la fin.

Esta relación entre nihilismo y fin no es accidental. Baste leer el final de la obra de Max Stirnner, “El único y su propiedad”, donde se realiza un cántico al nihilismo y la autodestrucción. Por eso, encontramos que aquellos que se han encontrado ante el nihilismo no lo han trivializado. Thomas Mann, aseguraba que: “quien toma en serio a Nietzsche, quien lo toma al pie de la letra, está perdido”. O Heidegger, escribiendo al filósofo Jaspers, le confesaba: “Nietzsche me ha destruido”. En la película aparecen varias formas de fin, por un lado la explícita y sangrienta, pero, por otro, la fin social, visualizada en formas de desprecio o egoísmo. Michelle, antes de morir en la biblioteca, ha sido “asesinada” por sus compañeras en el desprecio y con la exclusión. Tres amigas, que también serán asesinadas en los lavabos, antes han decidido autodestruirse con su bulimia.

Nihilismo como animalización

Gus Van Sant utiliza el simbolismo animal en la película como un intento de demostración de la animalización o deshumanización que está sufriendo la sociedad. Según reconocía en una entrevista para un medio francés, las tres chicas bulímicas quiere relacionarlas con el cuento de los tres cerditos. El lavabo donde se encierran para vomitar representa -al igual que el cuento- el intento de protegerse de los peligros del mundo, o la vida exterior. Pero, quizá en un sentido más profundo, pueden indicar la duplicidad vital a la que nos aboca la sociedad. Por fuera, mostramos el vitalismo (propio de los jóvenes de nuestra época), pero por dentro -encerrados en los lavabos- nos autodestruimos.

Otro símbolo animal aparece con el tigre. Este animal es el símbolo del Instituto y los chicos y chicas, mientras practican deporte llevan un chándal con la imagen del tigre. En un momento de la película, Michelle, está mirando el cielo, como esperando algo que la saque de su peculiar infierno vital. En esa escena porta un chándal con el tigre. El Instituto se ha convertido en un depredador y ella es presa. Se anuncia así su fin. El último asesinato, con el que finaliza dramáticamente la película, se ejecuta en la despensa. Ahí, el escenario son las carnes de los animales muertos, como representando la sociedad depredadora en la que estamos inmersos.

Pero quizá, dentro del bestiario de la película, el toro que porta John, el protagonista (si es que hay protagonistas en la película), estampado en su camiseta amarilla, sea el más significativo. Este toro representa el minotauro y su laberinto de la fin. De hecho, a lo largo de la película, los personajes van recorriendo los interminables pasillos del Instituto. Son escenas que se hacen pesadas, pero que buscan que el espectador sienta la pesadez de una vida nihilista. El Instituto es un laberinto sin objetivos reales, sólo aparentes, donde cada chico va divagando sobre sus microproblemas vitales. Los pasillos, semioscuros, son como los túneles de un laberinto mortal.

El nihilismo, la racionalización y la técnica

Un sociólogo, Daniel Bell, decía que el nihilismo no es la actitud contraria a la racionalidad, sino su consecuencia. Parecería que en un mundo en el que dotamos a los jóvenes de conocimiento y tecnología, excluiríamos el nihilismo. Sin embargo, el racionalismo, en cuanto que racionalidad sin fundamentos y principios, y la propia tecnología, se vuelven contra el hombre. Alexandr Herzen, auntor de un “Catecismo anarquista”, afirmaba que: “el nihilismo es la lógica sin estrecheces, es la ciencia sin dogmas”. Igualmente Kirilov, uno de los personajes anarquistas de “Los Demonios” de Dostoievsky, decide suicidarse como argumento racional contra la existencia de Dios. Así, los jóvenes asesinos de la película, han usado la racionalidad. Han decidido que la vida no tiene ningún sentido y, por lo tanto, mejor morir divirtiéndose. Aunque no hay mayor forma de entretenimiento que disolver la realidad que consideras opresora y deprimente. De ahí, que se animen uno al otro diciendo, “sobre todo diviértete”, antes de empezar la matanza.
Los jóvenes también participan de la alta tecnología. Uno de ello es un virtuoso pianista. Ambos dominan los juegos por ordenador, donde ya empiezan a apiolar virtualmente. El sistema educativo y social les ha dotado de habilidades para dominar complejas técnicas, pero ello no les hace más humanos. En cierta medida esto ya fue previsto por el filósofo Ernst Jünger, cuando en su obra “Sobre el dolor”, denunciaba: “Cuando la realidad es plasmada y tras*formada por la técnica y las ideas, personas e instituciones no se adecuan tan rápidamente, se produce nihilismo”. Por eso, en la película, los chicos dan el pasaporte personas viturales que salen de espaldas. Así, en el Instituto muchos moriran también con tiros por la espalda. No ver la cara de la persona contribuye a la despersonalización de la víctima. La vida acaba siendo una extensión de la realidad virtual proporcionada por la técnica.

Nihilismo como despersonalización y desocialización

A lo largo de la película la ausencia de vida social, y por tanto del triunfo del individualismo, se descubre fotograma a fotograma. Una de las formas de aniquilación de la sociedad es el individualismo de los jóvenes del Instituto. En un barrido por el comedor se van escuchando conversaciones frívolas sobre la imagen propia de los alumnos, absolutamente preocupados por su imagen ante los demás. También, en un momento dado, uno de los jóvenes, planificando la matanza en la cafetería, se ve abrumado por la chillería de sus compañeros, y se ve obligado a taparse los oídos. Parece representarse así, el desprecio hacia lo social que ya no se soporta desde el nihilismo. En este mundo cerrado, no hay prácticamente adultos. Uno de ellos, el maestro, que mantiene en una escena una cara impasible como si no estuviera en su mundo sino atado a una situación que desprecia, acabará siendo asesinado por la espalda.

Otro adulto es un padre borracho absolutamente abstraído de la realidad de su hijo. Incluso, y es peor, la progenitora de los asesinos sale en una escena pero la cámara ha recortado su cabeza. Es simplemente un cuerpo que más o menos a disgusto su única función parece ser alimentar a sus hijos. La falta de vida social también queda reflejada en la falsa amistad de las tres jóvenes bulímicas. Entre ellas discuten sobre una amistad que debe ser correspondida casi cuantitativamente en el número de horas de dedicación. Eli, el joven fotógrafo, parece deambular sólo por la vida y el Instituto con el fin de realizar su vocación artística. Pero también acabará muriendo. Gracias a él, se nos muestra otra característica del nihilismo, que es la confusión del sentido del tiempo. Su vocación, manifiesta, consiste en “captar el instante”, inmortalizar el presente.
Esta actitud, propia de nuestro tiempo, va hilada a la pérdida del sentido de comunidad, pues una vez no se percibe que somos parte de un colectivo y, por tanto, de la historia, el tiempo empieza a relativizarse, hasta dar más importancia al presente que al pasado y el futuro. Esta absolutización del presente, propia de la posmodernidad y de una sociedad nihilista, queda reflejada en la película de varias formas. Una de ellas es la “pesadez”, la lentitud de la película. Gus Van Sant ha creado un filme artificiosamente lento, para que el espectador experimente una pesadez vital. Por otro lado, las escenas se van repitiendo pero desde la perspectiva de cada uno de los personajes. Por tanto, el espectador está obligado a ver varias veces la misma escena, aunque sea desde una perspectiva diferente. Cuando no hay comunidad, no hay un sentir común, por tanto toda la vida social se reduce a encuentros de individualidades, donde no hay una “visión común de la vida” sino una perspectiva individualista e interesada.

Una esperanza

Aunque parezca mentira la película se acaba con un cántico a la esperanza. Un joven se salvará. Se trata de John, el chico de la camiseta amarilla. En la película hay un extraño paralelismo, pues sólo otro chico del Instituto lleva también camiseta amarilla. Éste, un chico neցro, parece fornido y capaz de resolver por la fuerza la crisis de la matanza. Tiene la posibilidad de huir, pero se siente atraído por el peligro y morirá de una forma casi banal. En cambio, John se salva porque sale del Instituto. Y en cuanto se siente salvado, se ha escapado del laberinto, tiene la imperiosa necesidad de avisar a todo el mundo del peligro. Cuando uno se siente salvado quiere que todos se salven. Su salida del Instituto no es casual, sino que está propiciada por la preocupación que siente hacia su padre. Desde encontrarse con él. A pesar de que el padre es un borracho, el hijo todavía siente la filiación, por tanto todavía hay familia y vida social. No absolutizar el Instituto, ni la vida cerrada y de fin que se está engendrando ahí, le permite la salvación. De hecho en la última escena, en la que se ve el mismo cielo cubierto que había contemplado Michelle, parece percibirse como un pequeño rayo de sol.

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